El amor en los tiempos del cólera

El amor en los tiempos del cólera Resumen y Análisis Capítulo 5 

Resumen

Por los festejos de la llegada del nuevo siglo, Juvenal y Fermina se suben al primer globo aerostático del país y transportan la primera correspondencia aérea. Desde el globo se ve la ciudad de Cartagena de Indias. Ven gente muerta desde el aire y les dicen que han muerto de cólera. Descubren que los cuerpos tienen tiros en la nuca y ante esto Juvenal comenta: "Pues debe ser una modalidad muy especial del cólera -dijo. porque cada muerto tiene su tiro de gracia en la nuca" (1985:298). Fermina desea ver otra vez su pueblo natal, San Juan de la Ciénaga. Florentino los mira partir en el globo y reflexiona sobre el paso del tiempo y los cambios en Fermina.

Florentino se vuelve cada vez más exitoso en su trabajo en la Compañía Fluvial del Caribe y accede a los mismos eventos sociales que Fermina. Piensa que la indiferencia de ella en sus encuentros es un escudo a causa de su timidez, pero que ella sigue enamorada de él.

Una noche, Florentino come en El Mesón de don Sancho y descubre que Fermina está en el mismo restaurante. La mira durante toda la noche a través de un espejo, "en un ángulo en el que él podía verla reflejada en todo su esplendor" (1985:298). Desde esa noche, insiste al dueño del restaurante para que le venda ese espejo. Termina comprándolo y colgándolo en su casa, porque ha visto allí el reflejo de su amada. Su obsesión persiste y comienza a ir a la puerta de su casa para espiarla. Espera verla afuera de la iglesia pero, por dos domingos seguidos, ve a Juvenal con los hijos y no a Fermina. De hecho, ella se ausenta de las ceremonias sociales por un año. Florentino intenta averiguar dónde está y escucha rumores de que la han visto a bordo de un barco rumbo a Paraná, con un velo oscuro para ocultarse. Florentino se preocupa por la posibilidad de que esté enferma. Intenta buscar a Lorenzo Daza para localizarla, pero se entera de que Lorenzo ha muerto.

Mientras tanto, Fermina está en la hacienda de su prima Hildebranda Sánchez, cerca de San Juan de la Ciénaga, y se siente nostálgica por volver a su ciudad natal. Se va de Cartagena sin escándalo, acordando con Juvenal su partida en el medio de “la única crisis seria que habían sufrido en tantos años de un matrimonio estable” (1985:317). Usa un velo para proteger su privacidad, ya que nadie más que su familia sabe adónde se dirige. Juvenal no logra evitar su partida por el peso de la culpa; lo siente como un castigo válido.

La crisis matrimonial está motivada por un engaño amoroso que sostiene Juvenal con una paciente, Bárbara Lynch. Fermina lo descubre cuando huele la ropa de su marido y descubre un nuevo olor. Empieza a oler sus cosas todos los días y va a la oficina de Juvenal a buscar pistas sobre quién podría ser la mujer. Se vuelve sospechosa y ve cambios en el comportamiento de Juvenal. Luego descubre que su esposo no está comulgando en la iglesia: “se dio cuenta no solo de que su marido estaba en pecado mortal, sino de que había resuelto persistir en él, puesto que no acudía a los auxilios de su confesor” (1985:340). Una tarde, mientras zurce medias, lo confronta y él admite tener una amante.

Cuando Juvenal confirma que su esposa sabe de su engaño, siente alivio y decide dejar de ver a Bárbara. La conoce cuatro meses antes de ese día, esperando un turno en el Hospital de la Misericordia y se obsesiona desde el primer momento. Ella es una mulata alta y elegante, de veintiocho años e hija de un pastor protestante. Juvenal va a visitarla esa tarde a su casa y vuelve al día siguiente con la excusa de un nuevo control médico, pero terminan teniendo relaciones sexuales. Comienza a visitarla lo más seguido que puede, pero sufre por la culpa y los riesgos de ser descubierto. Regresa a su casa avergonzado y con remordimientos que le provocan dolores físicos: "insomnios matinales, las punzadas súbitas, las ganas de llorar al atardecer" (1985:318).

Juvenal intenta ablandar su culpa contándole a Fermina toda la historia. Ella llora porque “no era una ciudad buena para tener secretos” (1985:357). Le preocupa ser el chisme de la ciudad. Se siente enojada y humillada, y Juvenal la nota envejecida. Ella esperaba que él negara todo.

Unos días después, ella se embarca hacia la casa de Hildebranda. Deciden en pareja que ella se vaya para decidir cómo continuar. Aunque Fermina anuncia a los hijos y a su esposo que se va por tres meses, está decidida a quedarse en la casa de la prima para siempre. Fermina se desilusiona al volver a su ciudad natal: tiene recuerdos muy felices y nostalgia sobre su infancia. Sigue buscando a su tía Escolástica, y esa búsqueda la hace pensar en Florentino. También se horroriza al encontrar a Hildebranda más gorda, vieja y decrépita, porque la obliga a reflexionar sobre su propia vejez. A los dos años, Juvenal la va a buscar y ella retorna feliz a Cartagena.

Dos años después del retorno de Fermina, Florentino va al cine con Leona y ve que Fermina y Juvenal están sentados a su lado. Se saludan en el final de la película y Florentino “se quedó atónito de verla” (985:315). Luego, Leona invita a Florentino a su casa a tomar brandy. Él intenta seducirla por segunda vez, pero ella lo rechaza nuevamente. Florentino se da cuenta de lo grandes que están, y considera la posibilidad de morir antes que Juvenal, o que Fermina muera antes que su esposo. Sin embargo, siente como un presagio que Juvenal morirá antes.

Florentino envejece, pierde el pelo y los dientes y comienza a usar un sombrero para tapar su calvicie. El tío, León, es forzado por su doctor a retirarse y lentamente se vuelve senil. Tuvo cuatro hijos, pero todos han muerto. A los noventa y dos años reconoce a Florentino como el único heredero de la compañía. Florentino es nombrado presidente de la Junta Directiva y Director General. Su trabajo en la C.F.C. le permite construir en su oficina una especie de dormitorio adonde llevar a sus amores de emergencia. Aunque deja de buscar nuevas historias amorosas, sigue viendo a sus amantes estables. En ese momento tiene una sola relación, con América Vicuña, una pariente lejana que está en la ciudad para ir al internado. Ella tiene catorce años y Florentino es su guardián.

El domingo de Pentecostés escuchan los dobles de las campanas y Florentino sospecha que alguien debe haber muerto. Florentino lleva a América al internado para ir él al funeral de Jeremiah Saint-Amour, y el conductor le informa que es Juvenal quien ha muerto. Florentino piensa que el modo en el que Juvenal ha muerto -cayendo de una escalera- no es verosímil. Se dirige a la casa de Fermina. Se siente feliz pero a la vez aterrado. Ve a Fermina absorta y mustia y se acerca para reiterarle su juramento de fidelidad y amor eternos. Fermina lo echa de su casa. Por dos semanas sufre, no puede dormir ni comer bien, hasta que encuentra una carta de Fermina en la puerta de su casa.

Análisis

El quinto capítulo vuelve al tópico del amor, centrado mayormente en el vínculo matrimonial de Juvenal y Fermina, pero también en la relación extramatrimonial de Juvenal con Bárbara Lynch y en la persistencia de la obsesión de Florentino por Fermina. Además, se profundiza en cómo afecta el tema de la vejez o el paso del tiempo no solo a la relación de Juvenal y Fermina sino a la espera eterna de Florentino por cumplir su deseo de estar con Fermina.

Se retoma el tópico del amor como espejismo que ya se ha mencionado en el análisis de la novela. Florentino compra un espejo en el que ha visto reflejada a Fermina: “colgó el espejo en su casa, no por los primores del marco, sino por el espacio interior, que había sido ocupado durante dos horas por la imagen amada” (1985:298). Este gesto es clave para entender cómo Florentino no tiene acceso a la Fermina real y sigue enamorado de su imagen o de su idea de Fermina. La manía que tiene con estar enamorado lo lleva a exagerar los pequeños gestos de su amada como expresiones de amor: “se preguntó con su infinita capacidad de ilusión si una indiferencia tan encarnizada no sería un subterfugio para disimular un tormento de amor” (305). El narrador resalta el inagotable talento de Florentino para alucinar y ver los gestos de Fermina como un espejismo, es decir, como algo que no son. Florentino interpreta las negativas de Fermina como una pantalla de su deseo y una invitación a insistir.

En el caso de la relación entre Juvenal y Bárbara Lynch, se reanuda el tema del amor como enfermedad: Juvenal tiene síntomas físicos por su sufrimiento emocional. Aunque no es un personaje tan sentimental como Florentino, su apetito y su manera de dormir se ven afectados por la culpa que le genera el engaño y, a la vez, el deseo por volver a ver a su amante.

Cuando Juvenal acepta que está teniendo una relación matrimonial ante Fermina, ella comienza a envejecer: “Algo definitivo le ocurrió mientras él dormía: los sedimentos acumulados en el fondo de su edad a través de tantos años habían sido rebullidos por el suplicio de los celos y habían salido a flote, y la habían envejecido en un instante” (1985:338). Este detalle exagerado de envejecimiento repentino puede ligarse a una hipérbole propia del realismo mágico, movimiento literario que propone ensanchar el verosímil incluyendo detalles sobrenaturales en el realismo. De todos modos, varias veces se mencionan los cambios corporales de Fermina. Cuando Florentino la encuentra en el cine piensa que es otra persona: “los hermosos ojos lanceolados habían perdido media vida de luz detrás de las antiparras de abuela” (1985:345). Los ojos de Fermina pierden vida por el paso del tiempo y lo que preocupa a Florentino es que ella muera antes que su marido y él no pueda cumplir con su propósito. Ese encuentro es importante para ambos porque verse avejentados los obliga a tomar conciencia del paso del tiempo.

Además de los síntomas físicos del amor de Juvenal por Bárbara, aparecen más situaciones ligadas al tema de la enfermedad: Don León se vuelve senil y muere, Bárbara conoce a Juvenal en una consulta médica, Florentino va al médico pensando que tiene una enfermedad pero solo está envejeciendo, y Fermina ve supuestas víctimas del cólera en San Juan de la Ciénaga. Es interesante señalar que la novela muestra cómo la enfermedad se atraviesa de distintas maneras en función de la clase social: cuando Fermina desaparece de los actos sociales de la ciudad, Florentino asume que ha dejado la ciudad para ir a un hospital privado y así mantener su enfermedad en secreto, como hacen los ricos ante estas situaciones.

Respecto de los cuerpos que Fermina ve tirados en la calle con un tiro en la nuca, es significativo el comentario irónico que hace Juvenal, poniendo en duda la causa de muerte de los afectados. En el capítulo 3 hay una cita que ayuda a explicar la situación: “Nunca supo, porque nunca se sabía, si eran víctimas del cólera o de la guerra” (1985:180). Se sugiere que se utiliza el cólera como pantalla para tapar a los muertos de la guerra. Aunque la narración no ahonda en el tema de la violencia, este comentario no parece casual en una historia de amor que se cierra hacia 1930, es decir, cuando empieza el período histórico conocido como "La Violencia" en Colombia. Durante este período, que atraviesa buena parte del Siglo XX y cuyas consecuencias siguen vigentes, en buena medida, cuando García Márquez escribe su obra, se da una guerra civil no declarada entre dos bandos políticos, y los muertos de uno y otro lado se cuentan de a cientos de miles.

Finalmente, Florentino manifiesta pequeños síntomas por el paso del tiempo -pérdida de pelo y caída de dientes-, pero lo más significativo es cómo su búsqueda de amores pasajeros se pone en pausa. Su mayor responsabilidad en el trabajo como Director de la Compañía Fluvial del Caribe le da menos tiempo para sus pasatiempos. Solo se vincula con América Vicuña, una niña menor de edad que está a su cargo. La novela naturaliza el abuso sexual que Florentino, hombre mayor y responsable de la niña, entabla con la menor de edad: "ambos habían perdido la conciencia de sus edades desde los primeros encuentros" (1985:359).

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