Resumen
Capítulo III, Sensación de lo subconsciente
El Astrólogo medita en su casa de Temperley. La inminencia del crimen a cometer cambia su percepción del tiempo; tiene la sensación de habitar dos tiempos diferentes. El tiempo natural, del reloj, se opone a un tiempo vertiginoso que hiere su sensibilidad con imágenes fugaces. Tiene la sensación de estar contemplando a su doble; un doble forjado de emoción, de la conciencia de la velocidad del tiempo, diferente, en la que transcurrían sus emociones. Se siente ablandado por la inquietud de terminar con la vida de un hombre, y se pregunta si los grandes hombres de otras épocas habrían sufrido estas mismas indecisiones.
Bromberg interrumpe sus pensamientos y le pregunta si puede ayudarlo a esclarecer un versículo de la Biblia. El Astrólogo siente, que para no perder su prestigio ante El Hombre que vio a la Partera, tiene que darle una respuesta. Le dice que “se debe admitir que todas las palabras de la Biblia son de misterio, porque si así no lo fuera el libro sería absurdo” (p.192). Luego, manda a dormir a Bromberg.
El Astrólogo necesita romper con la sensación que tiene esa noche. Abre un cajón y saca de ahí clowns, muñecos, pierrots y generalitos. Les ata cuerdas, los cuelga y comienza a hablarles como si fueran su público: Erdosain, el Buscador de Oro, el Rufián Melancólico, Bromberg. Su pensamiento toma una claridad sorprendente. Parlamenta sobre los próximos planes de la sociedad secreta y siente que recobra su personalidad. Luego, abruptamente, sale de la habitación dejando a los muñecos colgados y se dirige a donde está Barsut.
Capítulo III, La revelación
Mientras esto sucede en Temperley, en el Hospicio de las Mercedes el farmacéutico Ergueta, internado, entra en lo que más tarde llamará “el conocimiento de Dios”. Tiene una revelación de Jesús que le dice que, a pesar de los pecados, debe seguirlo y no pecar más, porque su alma es hermosa como la de los ángeles. Ergueta vuelve en sí y otros internos se acercan a él; le dicen que parece que bajó del cielo. Lo admiran, pero enseguida todo toma otro color, y empiezan a insistir en que debe resucitar a un muerto. Ergueta, perturbado, dice que ese hombre al que señalan, recostado en una camilla, no está muerto. Los internos lo empujan y el hombre cae entre las camillas. “Hacé un milagro”, le exigen al farmacéutico, que cae desmayado.
Capítulo III, El suicida
Erdosain pasa una hora a los pies de Hipólita. Siente que su pecho está endurecido por la angustia y la malevolencia. Se le cruza la idea de matarse y, luego, la de matarla a ella. Sale de la habitación hacia el mercado. Toma un café y siente una especie de somnolencia. El mozo lo despierta, le dice que no se puede dormir en el café. Está por replicar, pero el mozo va hacia otro durmiente y le dice lo mismo. El hombre no se mueve. El mozo lo sacude y el hombre queda en una posición extraña, con un hilo de baba rojiza colgando de la boca. Al poco tiempo están ahí el inspector de policía, el sargento y otros oficiales. El suicida resulta ser el asesino que iba a ser condenado a prisión perpetua en la cárcel de Ushuaia.
Erdosain se va a Temperley, a la casa del Astrólogo, que lo espera en la estación. Le da el cheque que Barsut firmó para que lo cobre en el banco. Erdosain vuelve a subir al tren y, tras de él, va el Mayor para vigilarlo. Al salir del banco y volver al tren, aún con el Mayor siguiendo sus pasos, Erdosain se siente feliz; con el dinero en el bolsillo se ve convertido en el dueño del universo.
Capítulo III, El guiño
En Temperley nuevamente lo espera el Astrólogo. Hablan sobre el asesinato de Barsut. Erdosain dice que quiere asistir a su ejecución, pero antes de entrar siente una fuerte náusea. Bromberg asalta a Barsut; mientras lo estrangula, su cinturón se desprende, dejando ver sus nalgas. El ronquido sordo de Barsut cesa. Bromberg sale de la cochera con Erdosain detrás. El Astrólogo vuelve para ver a Barsut, quien le guiña un ojo.
Ya fuera, Remo sigue al Astrólogo a lavarse las manos “como Pilatos”. Comen y conversan. Luego de eso, Erdosain duerme veintiocho horas de corrido en una habitación. Cuando despierta, el Astrólogo le pregunta por la anécdota del hombre suicida del café. Dice que nada salió en el diario, y le pregunta a Erdosain si tal vez lo soñó. Este no le da importancia; pregunta por Barsut, si ha sido disuelto en ácido. El Astrólogo asiente y le da dinero a Remo para que se compre trajes para la próxima reunión de la sociedad secreta. Antes de despedirse, Erdosain le dice al Astrólogo que se parece a Lenin.
Análisis
En esta última sección de la novela, la locura no solo aparece a través de las imaginaciones hiperbólicas, sino también a través del desdoblamiento. El tema del doble es un tópico muy productivo en la literatura. Si Roberto Arlt es llamado “el Dostoievski argentino” es, entre otras cosas, por el uso de este tipo de recursos. En 1846 Dostoievski publica El doble, un relato en el que Goliadkin, un funcionario estatal, se desdobla y comienza una lucha interna despiadada entre estos dos sujetos; el de carne y hueso y el super-Goliadkin. En Los siete locos, no solo Erdosain se sumerge en un constante autoexamen a través de la partición de su persona, sino también, muy claramente, el Astrólogo.
El Astrólogo vive una especie de “bilocación temporal” el día anterior al asesinato de Barsut:
No había pasado un minuto. Sus pensamientos eran simultáneos y contenían en la nada del tiempo hechos que para estar presentes en el tiempo que los recogía hubieran necesitado en otras circunstancias meses y años. Así había nacido hacía cuarenta y tres años y siete días, y ese pasado se aniquilaba de continuo en el presente, presente tan fugaz, que siempre era el Astrólogo del minuto posterior, en el tiempo de minuto o segundo venidero. Ahora su vida enfocada hacia un hecho que aún no existía, pero que se consumaría dentro de algunas horas, se tendía dentro del tiempo mecánico como un arco, cuya violencia contenida daba al tiempo del reloj la tensión extraordinaria de ese otro tiempo de inquietud” (p.190).
En Erdosain, el desdoblamiento muchas veces tiene que ver con cierto modo de desligarse de aquellos aspectos de su vida que le resultan angustiantes. A su vez, debido a esta fractura, no siente necesariamente los efectos de sus acciones: “Es como si yo no fuera el que piensa el asesinato, sino otro. Otro que sería como yo, un hombre liso, una sombra de hombre, a la manera del cinematógrafo. Tiene relieve, se mueve, parece que existe, que sufre, y, sin embargo, no es nada más que una sombra. Le falta vida. Que diga Dios si esto no está bien razonado. Bueno: ¿qué es lo que haría el hombre sombra? El hombre sombra percibiría el hecho, pero no sentiría su pesantez, porque le faltaría volumen para contener un peso. Es sombra” (p.69).
Otra de las formas que toma la locura en esta última sección de la novela es el delirio místico de Ergueta. En el apartado “La revelación”, que transcurre en el Hospital de las Mercedes, Ergueta entra en el “conocimiento de Dios”. Podemos abordar esta epifanía sin perder de vista el tema del doble: Ergueta siente que es un espíritu, ya no un hombre. Él es ahora una “sensación pura de alma”: “Ya noches anteriores tuvo la certeza de que podía apartarse de su cuerpo, dejarlo abandonado como a un traje” (p.200). Resuena, en este abandono de su cuerpo como un traje, las figuras que usa Erdosain para sensaciones similares: una “cáscara de hombre” (p.13), un “tonel” (p.91). Ergueta tiene miedo de tener la voluntad de abandonar su cuerpo. Teme que, mientras él esté afuera, lo destruyan y no pueda volver. Sin embargo, asciende; ve su cuerpo desde arriba.
La descripción de este evento remite a las tantas descripciones de experiencias extracorporales similares. Una proyección astral se trata específicamente de esto mismo: salir del propio cuerpo y elevarse por fuera de él. Las experiencias de desdoblamiento y los viajes astrales eran un tópico clave en las ciencias ocultas en los años 20.
Cuando Ergueta “desciende”, habiendo hablado con Dios, lo recibe la voz de un mudo que habla por primera vez: “Parece que venís del cielo” (p.202), afirma. La situación, que comienza siendo pacífica, se desborda. Los locos, que interpretan la palabra del mudo como un producto de la intervención divina de Ergueta, le insisten al farmacéutico con que haga “otro milagro”: resucitar un muerto que yace en una cama del Hospital desde la tarde. Ergueta se paraliza; dice que él solo predica la palabra del señor, y piensa que todo es una broma pesada. Dice que ese hombre que yace en la cama no está muerto. Los locos empujan al piso al difunto para demostrar su inercia. La escena se vuelve grotesca y culmina con el desmayo de Ergueta.
Así, Ergueta solo vuelve a su cuerpo a través del desmayo. Erdosain vive una situación similar de desvanecimiento luego de la partida de su mujer. El Astrólogo, por su parte, solo puede volver en sí ante un público (falso público hecho de muñecos) luego de su experiencia de bilocación temporal. Nada productivo puede venir del desdoblamiento del sujeto y de su permanente autoexamen: de alguna manera, el abandono del cuerpo es en Los siete locos un asunto problemático. “¿Qué he hecho yo por la felicidad de este desdichado cuerpo mío?” (p.91), se pregunta Erdosain. La desproporción entre el deseo depositado en el fantaseo desmedido y la reducción de los cuerpos a meros “toneles”, “cáscaras” o “trajes” es una marca que recorre todo el texto y es una de las razones fundamentales por las cuales se dice que Arlt era un agudo observador de su época y de los efectos de la modernidad sobre los sujetos.
Por último, cabe señalar un asunto en relación a la muerte. Hasta ahora trazamos un recorrido con Erdosain plagado de fantaseos. En primer lugar, están los fantaseos humillatorios (ver Análisis Capítulo I). Por otra parte, se encuentran los fantaseos reparatorios, como aquel de la joven alta y pálida que maneja el Rolls Royce (p.16) o el señor melancólico y millonario que le ofrece su dinero para llevar a cabo sus inventos (p.28). Por último, la imaginación de la muerte de Barsut, su asesinato, tiene el tono de un fantaseo de venganza con efectos exagerados. Ahora bien, a pesar de ser esta última la fantasía más plausible de ser concretada, la muerte de Barsut no sucede. Erdosain no lo sabe, por supuesto, pues ha sido engañado: hay un complot dentro del complot dentro de la sociedad secreta, una especie de juego de cajas chinas donde la conspiración, condensada en el gesto de un guiño, no para de desenvolverse. Aquello que organizaba la trama, es decir, el secuestro, la extorsión y la muerte de Barsut, no sucede del modo en que fue imaginada por Erdosain.
En Los siete locos la muerte no termina de hacerse presente como se espera. Inclusive podemos decir que no termina de quedar claro si el hombre que se suicidó en el café efectivamente lo hizo o fue otra ensoñación de Erdosain. Recordemos que nada salió en los diarios, según el Astrólogo. A su vez, el Astrólogo podría estar engañando a Remo con lo que los diarios publicaron ese día. Si hay algo que no se tiene en este universo de complots, sociedades secretas, engaños y traiciones, es certezas.