Antes que anochezca

Antes que anochezca Resumen y Análisis Capítulos 56-69, “Carta de despedida”

Resumen

Capítulo 56: “En la calle”

Reinaldo consigue la libertad a principios de 1976 y se va a vivir durante los primeros días con Norberto Fuentes, un escritor que había sido su amigo pero que ahora trabajaba para la Seguridad del Estado e intentaba por todos los medios sacarle información.

Lo primero que hace Reinaldo, una vez libre, es ir a buscar sus manuscritos de Otra vez el mar, escondidos en el techo de la casa de su tía. Al ir a buscarlos, descubre que la policía los había descubierto, por lo que tiene que volver a escribir el libro por tercera vez.

A los días, su amigo Amando López lo lleva a vivir consigo a la habitación que le alquila a una mujer castrista llamada Elia del Calvo. La casa de Elia es inmensa y está repleta de gatos que ella rescata de la calle. Al enterarse de las dotes literarias de Reinaldo, Elia le pide que le escriba sus memorias y Reinaldo aprovecha su máquina de escribir para comenzar con la reescritura de Otra vez el mar.

A pesar del malestar que siente en esa casa, Reinaldo se consuela con poder ver el mar desde allí. Lamentablemente, recuerda, “Por orden del Gobierno sólo podían ir a las playas los trabajadores sindicalizados autorizados que pagaran su cuota mensual al sindicato” y sólo a las que pertenecían a su sindicato. Para dividir las playas, el Gobierno hace construir enormes muros que entran hasta el agua: “la burocracia había llegado también al mar” (252).

Al llegar el verano, Reinaldo visita a su madre en Holguín. Allí se entera de que su abuela está muy grave en el hospital. Finalmente, su abuela muere y con ella muere, para Reinaldo, “todo un universo (...), una sabiduría, una manera de mirar la vida, completamente diferente (...), un pasado de brujas, fantasmas y duendes” (253). Reinaldo siente que con ella se va toda su infancia, la mejor etapa de su vida.

A los pocos días se encuentra con Virgilio y Lezama, a quienes no había visto desde que entró a prisión. Luego de recordar a todos los amigos y escritores traidores, Lezama lo aconseja: “«Recuerda que la única salvación que nos queda es por la palabra; escribe»” (254). Días después, Reinaldo se entera por su amigo Amando López que Lezama había muerto y que el Gobierno no había hecho pública la muerte para evitar la conglomeración de sus admiradores en la funeraria. La muerte de su abuela y Lezama en el mismo año sumen a Reinaldo “en el mayor desamparo que puede padecer un ser humano” y siente que ya “no volverá a ser jamás la misma persona” (255).

Entretanto, él continúa en la búsqueda de un hogar definitivo, y Elia lo convence de demandar a su tía por el cuarto que él ocupaba, ya que legalmente le corresponde. Como Elia tiene contactos en la Seguridad del Estado y su tía tiene una vida sexual extramatrimonial y un antecedente de robos y negocios sucios, Reinaldo tiene grandes posibilidades de hacerle perder el cuarto.

Tiempo después, la casualidad lo lleva a encontrarse con Hiram Pratt en la calle. Rencoroso, Reinaldo abre la boca para insultarlo, pero en ese momento se le caen los dos dientes, y Hiram estalla en una risa estrepitosa. Lejos de enojarse, a Reinaldo se le contagia la risa, terminan abrazados y coordinan para encontrarse al día siguiente. Reinaldo sabe que es un delator, pero recuerda con nostalgia sus días compartidos en el pasado.

Al día siguiente, Reinaldo y Hiram Pratt se encuentran en el Parque Lenín. Allí, Reinaldo tiene una crisis de angustia y llanto, producto de la muerte de Lezama y su abuela, e Hiram Pratt comienza a azotarlo con las ramas de una bella planta llamada flor de mariposas. Luego de este suceso, Reinaldo se baña en la represa del parque y sale del agua sintiéndose purificado. Los amigos seducen a un grupo de adolescentes del parque y acaban acostándose con ellos. Luego del coito, los jóvenes comienzan a apedrearlos y deben escapar.

Días después, Hiram Pratt le presenta a Reinaldo a un joven llamado Rubén Díaz, quien admira su obra y le ofrece venderle un cuarto en un hotel en pésimas condiciones llamado Monserrate. Aunque la venta de propiedades en manos privadas es ilegal, Reinaldo puede acceder a la compra por el monto de mil pesos y vivir allí hasta conseguir el dinero. Esa noche, duermen en el hotel junto a Hiram Pratt, quien le confiesa que, desde hace tiempo, tiene un apasionado amorío con su abuelo. Ese mismo año, el abuelo de Hiram Pratt muere y esta vez es Reinaldo quien azota a su amigo con una rama de flor de mariposas para ayudarlo a exorcizar su pena.

Tiempo después, Elia le da la idea a Reinaldo de pedirle a su tía el monto de mil pesos a condición de que renuncie al cuarto que le disputa judicialmente. Su tía accede a darle el monto en un plazo de quince días.

Mientras tanto, Reinaldo reparte unas cartas de “un tono un poco irónico”, llamadas “Orden de Rompimiento de Amistad” (261), a todos los falsos amigos que lo delataron o le quitaron su apoyo cuando él más los necesitaba. Cuando Hiram Pratt se entera, “siempre con su típico diabolismo” (261), realiza copias de las cartas y las distribuye a otros buenos amigos y conocidos de Reinaldo, aunque no fueran destinatarios de las mismas. La situación genera una gran confusión y Reinaldo se venga creando trabalenguas insultantes contra Hiram Pratt y otras personas, que rápidamente se popularizan por La Habana. Reinaldo concluye que “Históricamente Cuba había escapado siempre de la realidad gracias a la sátira y la burla. Sin embargo, con Fidel Castro, el sentido del humor fue desapareciendo hasta quedar prohibido; con eso el pueblo cubano perdió una de sus pocas posibilidades de supervivencia” (262).

Capítulo 57: “Hotel Monserrate”

Finalmente, la tía de Reinaldo consigue los mil pesos, y él puede mudarse definitivamente al cuarto del hotel Monserrate. A los pocos días, Victor consigue la dirección del Monserrat y comienza a visitar y hacerle interrogatorios a Reinaldo, quien se cuida de no recibir visitas que puedan comprometerlo.

Pese a haber sido bueno en su momento, ahora el Monserrat no es más que “un hotel de quinta categoría y completamente habitado por prostitutas”, “una verdadera fauna que vivía allí al margen de la ley” (263). Allí, Reinaldo conoce a Bebita, quien vivía con una amiga y siempre “se enredaban a golpes por problemas de celos” (263). Al lado de ella se hospedan Blancanieves y los siete enanitos, una familia de hermanos que viven de “la bolsa negra y del juego” (264). Frente a la familia de Blancanieves, está Mahoma, una loca de sesenta años que sobrevivía junto a su anciana madre gracias a la venta de flores ornamentales. En el piso de Reinaldo vive Rubén, que es bisexual e intenta cada tanto intimar con él, y Teresa, que comparte marido con su hermana y cada tanto se agarran “a los golpes por todo el edificio de una manera asombrosa” (265). En el tercer piso vive Coco Solá, uno de los amigos traidores de Reinaldo, con quien se intentan hacer la vida imposible. También vive allí Marta Carriles, junto a su familia y La Gallega, una empleada a quien tiene esclavizada.

En ese periodo, se desarrolla en el hotel “la fiebre de la barbacoa, es decir, de construir un piso de madera dentro de los cuartos (...) para tener un poco más de espacio para vivir en aquellas habitaciones” (267). Aunque las barbacoas están prohibidas por el Gobierno, todos en el hotel terminan haciéndose la suya a escondidas de la presidente del CDR, que vive en el hotel y controla que no se cometan transgresiones. Reinaldo no se queda atrás y, con la ayuda de sus amigos Tony, Ludgardo y Nicolás Abreu, construye una en su habitación. También conoce, por entonces, a Alderete, “un hombre de unos sesenta años, que trabaja como travesti a veces en Tropicana” (269) y es muy famoso por sus imitaciones de la cantante Rosita Fornés. Gracias a él, Reinaldo consigue un dentista que le arregla los dientes gratis.

Un día, dos franceses amigos de Margarita y Jorge Camacho lo visitan en el Monserrat y quedan asombrados por el nivel de precariedad en el que vive Reinaldo. Gracias a ellos, consigue sacar su tercera versión de Otra vez el mar. Por esa época, Reinaldo se hace amigo y amante del hijo mayor de Marta Carriles, Lázaro, un adolescente bello, psiquiátrico y amante de la literatura que es constantemente maltratado por su familia. Aunque Lázaro tiene ataques de celos cada vez que se entera de alguna situación sexual de Reinaldo, este lo convence genuinamente de que “el amor es una cosa y la relación sexual es otra; el amor verdadero participa de una complicidad y una intimidad que no existe en las simples relaciones sexuales” (279). Además, Lázaro también tiene relaciones con otras mujeres y llega incluso a casarse con Mayra, evento del cual Reinaldo oficia de padrino.

También Reinaldo se hace amigo de Clara Romero, una pintora caída en desgracia que se prostituye para alimentar a sus hijos. Un día, Clara convoca a sus amigos para que la ayuden porque ya no se puede prostituir más: “«Los he llamado porque tengo que darles una noticia terrible; se me han caído las tetas»” (273). Mientras la consuelan, Clara se queja del calor en la habitación y sus amigos intentan abrir una ventana en la pared a machetazos. Al abrir el hueco, descubren que la habitación no da a la calle sino a un templo abandonado repleto de muebles y objetos valiosos. El descubrimiento constituye “un verdadero tesoro” (274) y los salva durante un tiempo de la pobreza. Con lo encontrado, pueden acondicionar sus casas y vender el resto en la bolsa negra. Además, el templo tiene una cisterna de agua, un bien difícil de conseguir, que comienzan a vender clandestinamente. Un día, la presidente del CDR los interpela por la cantidad de muebles y objetos que tienen, pero se salvan de la situación al darle parte del tesoro a cambio de su silencio.

Con el tiempo, Hiram Pratt le presenta a Reinaldo a Samuel Echerre, “un extraño personaje que decía ser un ex preso político y que estaba haciendo todo lo posible por irse del país en una lancha” (283). Samuel le presenta a una mujer que afirmaba poder sacarlos en barco. Luego de conocerla, Reinaldo recibe la visita de Víctor, quien lo amenaza con encarcelarlo por seguir siendo contrarrevolucionario y querer fugarse del país. Aunque Reinaldo sospecha de Samuel, sigue visitando las tertulias literarias que este realiza.

Para el año 1979, Castro le permite la salida del país a varios ex presos políticos de poca relevancia, entre los que se encuentra Samuel. Reinaldo aprovecha para decirle que se contacte discretamente con Margarita y Jorge, con el pedido de que lo ayuden a salir secretamente del país. Sin embargo, Samuel utiliza su “amistad para llegar a los órganos de prensa españoles y franceses” (292), publicando el pedido de Reinaldo en todos los periódicos que le dan lugar. También les envía cartas comprometedoras a Reinaldo y sus conocidos, con el simple objetivo de perjudicarlos.

Por ese periodo, la Seguridad del Estado visita a Virgilio Piñera, a quien insultan, le prohíben realizar cualquier lectura pública y secuestran todos sus manuscritos. Desde entonces, Virgilio se hunde “en una especie de angustia silenciosa y en el terror” (292).

Capítulo 58: “Adiós a Virgilio”

Un día, Reinaldo recibe la visita de Coco Solá -quien sólo le habla por orden de la Seguridad del Estado-, quien le anuncia la muerte de Virgilio Piñera. Media hora más tarde, llega Víctor con la misma noticia y le dice que no se acerque a la funeraria. Reinaldo va igual, y allí se encuentra con varios escritores amigos en común que tenía con Virgilio, aunque muchos otros no se presentan por miedo. Reinaldo cree que en la muerte de Virgilio se encuentra la mano del Estado: “Fidel Castro ha odiado siempre a los escritores (...) pero en el caso de Virgilio el odio es aún más enconado; quizá porque era homosexual y también porque su ironía era corrosiva y anticomunista y anticatólica. Representaba al eterno disidente, al inconforme constante, al rebelde incesante” (294).

La angustia de Reinaldo se intensifica durante ese periodo, se siente “rodeado de espías” y viendo como su “juventud se escapaba sin haber podido ser nunca una persona libre” (295).

Capítulo 59: “Mariel”

En abril de 1980, el chofer de una guagua se lanza con todos sus pasajeros dentro de la embajada de Perú, solicitando asilo político. Lejos de quejarse, los pasajeros se quedan ahí también y piden lo mismo que el chofer. El embajador peruano se niega a expulsar a los ciudadanos y, como represalia, Fidel Castro quita las escoltas cubanas a la embajada. Sin embargo, la jugada le sale mal, porque miles de personas aprovechan para ingresar a la embajada al enterarse de la falta de escolta. Entre ellos se encuentra Lázaro, el amigo de Reinaldo.

Para Reinaldo, “Los sucesos de la embajada de Perú constituyeron la primera rebelión en masa del pueblo cubano contra la dictadura castrista” (298). Esto pone en aprietos al Gobierno, porque la mirada internacional sigue de cerca la sublevación de las más de diez mil personas encerradas allí. Con el objetivo de calmar la tensión social, Castro permite la salida “a un grupo de aquellos inconformes”, lo que Reinaldo considera similar a “hacerle una sangría a un organismo enfermo” (299). Para ello, selecciona, entre los solicitantes de exilio, a aquellos que menos problemas le pueden ocasionar desde el exterior: “los delincuentes comunes (...), los agentes secretos que quería infiltrar en Miami, los enfermos mentales” (299). Una vez seleccionados, se abre el puerto de Mariel para que puedan irse.

Muchos intelectuales latinoamericanos, entre los que Reinaldo destaca a Julio Cortázar, Pablo Armando Fernández, Gabriel García Márquez y Juan Bosch, minimizan los hechos políticos de esos días y aplauden los discursos de Castro en los que acusa a toda la gente de la embajada de “antisociales y depravados sexuales” (299).

En medio de este éxodo masivo, “La mejor manera de lograr la salida del país era demostrar con algún documento que uno era homosexual pasivo” (301), porque los activos o bugarrones no son considerados homosexuales por el castrismo. Como la tramitación se produce en forma barrial, Reinaldo consigue el traslado sin que se entere la Seguridad del Estado.

Al llegar a Mariel, Reinaldo debe hacer una fila donde comprueban que la identidad de los exiliados no coincida con la de las “personas que no podían abandonar el país” (303). Para evadir esta situación, modifica su nombre en el pasaporte que le había gestionado el Gobierno. La jugada le sale bien y pronto se sube a un barco rumbo a Cayo Hueso, donde Inmigración le indicaría destino en Estados Unidos. Alrededor de ciento treinta y cinco mil personas logran salir de Cuba en ese éxodo.

Capítulo 60: “Cayo Hueso”

Al llegar a Cayo Hueso, Reinaldo se entera de que se salvó por poco, ya que la Seguridad del Estado lo estaba buscando desesperadamente en Mariel. Allí se encuentra con Juan Abreu y por fin pueden abrazarse “fuera de Cuba y ya libres” (306). Finalmente viaja a Miami, donde se pone en contacto con Lázaro, Margarita y Jorge Camacho. Reinaldo vuelve a reencontrarse con todos los manuscritos que había mandado clandestinamente al exterior: “Una experiencia indescriptible. Ahora, podía verlos y acariciarlos tranquilamente” (307).

Capítulo 61: “Miami”

Miami le produce una profunda decepción a Reinaldo. En junio de 1980, la Universidad Nacional de Florida lo invita a él y a Heberto Padilla, también exiliado, a dar una conferencia. Padilla habla primero, completamente alcoholizado, y da un discurso penoso e incoherente que genera el rechazo del público. Reinaldo realiza un discurso contra la tiranía castrista, pero tanto esa como sus futuras declaraciones lo terminan enemistando con varios intelectuales y editores de izquierda. Entre ellos, señala a Ángel Rama, quien había publicado un libro suyo en Uruguay y ahora publica artículos donde critica que haya abandonado Cuba. También a Emmanuel Carballo, que había sacado más de cinco ediciones de El mundo alucinante y ahora se niega a pagarle un centavo. Además, tampoco encuentra en Estados Unidos una vida sexual que llegue a complacerlo como en sus mejores años en Cuba.

Sin embargo, nada de ello lo toma por sorpresa ya que es consciente de “que el sistema capitalista es también un sistema sórdido y mercantilizado” (309). Reinaldo considera que “La diferencia entre el sistema comunista y el capitalista es que, aunque los dos nos dan una patada en el culo, en el comunista te la dan y tienes que aplaudir, y en el capitalista te la dan y uno puede gritar” (309). Si él decidió exiliarse, es para poder gritar.

Capítulo 62: “El exilio”

Una vez en el exilio, Reinaldo recorre varios países y en todos expresa su “grito” (310). Pese a ello, su disconformidad con el castrismo es mal recibida en la mayoría de los entornos intelectuales. En el exterior aprende a reconocer a “los comunistas de lujo” (310), aquellos que apoyan al castrismo desde la comodidad y los privilegios que gozan fuera de Cuba. Entre ellos, destaca a Eduardo Galeano, quien lo critica por haber “adoptado una actitud apolítica” (310) en un discurso que Reinaldo pronuncia en Puerto Rico.

Pese a toda la “serie de oportunistas, hipócritas y traficantes del dolor de los cubanos” que Reinaldo conoce en el exterior, también llega vincularse con “personas honestas y extraordinarias” (311) que muchas veces lo ayudan. Reinaldo Sánchez, por ejemplo, lo invita a dar clases de poesía cubana en la Universidad Internacional de la Florida. También conoce a algunos “grandes escritores que habían salido de Cuba buscando libertad y ahora se encontraban con la imposibilidad de publicar sus obras” (311) en Estados Unidos. Entre ellos se encuentran Lydia Cabrera, Labrador Ruiz y Carlos Montenegro, personas de gran talento que ahora están sumidos en la miseria y viviendo de los servicios sociales.

Para Reinaldo, Lydia Cabrera posee “una grandeza y un espíritu de rebeldía” que ya no existe “en casi ningún otro escritor, ni en Cuba ni en el exilio” (312). Ella lo convence de que se vaya de Miami, un lugar que replica “la típica tradición machista cubana” y cuyas playas lo deprimen, ya que parecen “una especie de fantasma de la Isla; una península arenosa e imperfecta tratando de convertirse en el sueño para un millón de exiliados”. Además, Reinaldo considera que “En Miami, el sentido práctico y la avidez por el dinero (...), han sustituido a la vida y, sobre todo, al placer, a la aventura y a la irreverencia” (313).

Ahora que se encuentra en “mundo plástico y carente de misterio” (314), Reinaldo siente nostalgia de Cuba. Es consciente de que en Miami no puede vivir, pero también sabe que para un “desterrado no hay ningún sitio donde se pueda vivir”. En el exilio, “uno no es más que un fantasma, una sombra de alguien que nunca llega a alcanzar su completa realidad” (314).

En 1980, Reinaldo recibe una invitación para ofrecer una conferencia en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y huye para siempre de Miami, aunque, también, huye para siempre de sí mismo.

Capítulo 63: “Las brujas”

Reinaldo considera que los desterrados son como aquellas personas que “han perdido a su amante y buscan en cada rostro nuevo el rostro querido” (315). Al llegar a Nueva York, Reinaldo cree haber reencontrado a ese país amado que había dejado por el exilio en Cuba.

Desde pequeño, Reinaldo siente que las brujas han estado presentes en su vida. De niño, las brujas que lo acompañan son aquellas “pacíficas, espirituales” (315) que llegaron a través de las historias de su abuela. Más adelante, conoce a Maruja Iglesias y María Teresa Freyre de Andrade en la Biblioteca Nacional, dos brujas de carne y hueso que lo aconsejan e introducen al mundo de la literatura. Algunas brujas son malvadas o extrañas, como el caso de su tía Marcelina, “perfecta en su maldad”, Elia del Calvo e incluso Clara Romero, la pintora que conoció cuando vivía en el hotel Monserrat. Otras asumen “una forma casi semimasculina” (316), como Coco Salá y Samuel Echerre, una “bruja clásica, la bruja cerrada de negro, con guantes y capa negra (...) de enorme quijada y sonrisa siniestra” (317). Reinaldo no puede dejar de mencionar a “la bruja mayor; la bruja noble, la bruja sufrida, la bruja llena de nostalgia y de tristeza, la bruja más amada del mundo” (317): su madre. Todas esas brujas andan siempre con su escoba; no para volar sino para barrer; acción cuyo “valor simbólico” les permite también barrer “todas sus ansias y todas sus frustraciones” (317).

En Nueva York, Reinaldo conoce a otra bruja que se rodea constantemente de homosexuales, Ana Costa, quien lo convence para que se quede a vivir en la ciudad. Entre 1981 y 1982, él es feliz en la ciudad y se lleva el consuelo de haber pasado allí sus últimos años “antes de que llegara la plaga, antes de que la maldición cayese también sobre la ciudad” (318).

Capítulo 64: “La revista Mariel

En Nueva York, Reinaldo se reúne con otros cubanos exiliados y juntos fundan la revista Mariel. Debido al carácter crítico respecto al castrismo, la revista no le cae bien “a la izquierda festiva de Estados Unidos y a los hipócritas de esa izquierda, ni a los comunistas, ni a los agentes cubanos dispersos por todo el mundo” (320).

La actitud crítica de Reinaldo tiene la consecuencia irónica de que, estando en Cuba, haya tenido más oportunidades editoriales que en el exilio. Por ejemplo, en la Universidad de Nueva York, una profesora de literatura que antes daba los textos de Reinaldo como material de estudio, ahora comienza a sacarlos de sus programas como consecuencia de su postura frente al castrismo.

Reinaldo no quiere que se lo catalogue “bajo ninguna etiqueta oportunista y política”, él nunca se ha considerado “ni de izquierda ni de derecha”; sólo intenta decir su propia “verdad” (322). Además, critica la “injusticia intelectual” (323) que reciben algunos escritores debido a sus posicionamientos políticos. Un ejemplo de ello es Borges, “uno de los escritores latinoamericanos más importantes del siglo” (323), a quien le niegan el Premio Nobel debido a su actitud política. En contraste, sí le dan un Nobel a Gabriel García Márquez, “amigo personal de Castro y oportunista nato”, cuya obra está “permeada por un populismo de baratija” (323).

Capítulo 65: “Viajes”

En 1983, Reinaldo viaja a Madrid para reencontrarse, luego de tantos años, con Margarita y Jorge Camacho, quienes nunca habían dejado de escribirle e intentar ayudarlo a través de todos sus medios. Con ellos recorre algunos lugares de Europa y pasa varios de “los momentos más memorables que puede pasar una persona” (326).

Reinaldo rememora sus últimos años y siente haber recuperado el tiempo perdido: durante esos años participa en tres películas, publica seis libros, funda una revista, consigue que su madre lo visite e incluso revive algo de sus años de esplendor sexual en algunas de las calles de Nueva York. Una de sus grandes aventuras la realiza junto a Roberto Valero, su esposa María Badías y Lázaro, con quienes alquila un auto y recorren gran parte del país respirando “la sensación de libertad y el goce de una aventura” (328) sin sentirse perseguidos.

Capítulo 66: “La locura”

En 1983, Lázaro tiene un accidente que le deja una pierna destrozada. Al principio lo trasladan a un hospital privado de Manhattan, pero rápidamente lo dejan en la calle debido a que no posee dinero ni seguro médico. El accidente y la precariedad de la situación acentúan sus episodios de locura y termina en un psiquiátrico público. Finalmente, Reinaldo lo ayuda a conseguir una habitación pequeña. Sin embargo, luego de ese periodo no vuelven a ser los mismos, ya que han sido testigos del “horror de un hospital en Nueva York; la locura, la miseria, el maltrato, la discriminación” (330).

Reinaldo considera a Lázaro como el “único asidero” (330) a su pasado. Los cubanos que han atravesado el exilio no consiguen sosiego en ningún lugar; el sufrimiento los caracteriza y nadie los comprende. Sólo con “las personas que han padecido lo mismo” pueden “encontrar cierta comunicación” (330). Eventualmente, Lázaro se casa y consigue un trabajo como portero. También se vuelve un gran fotógrafo y publica sus memorias, Desertores del paraíso, que obtiene una buena acogida por la crítica. La amistad que tiene con Reinaldo se transforma en “una suerte de hermandad” (331). A él le cuesta pensar en morir porque siente que dejará a Lázaro solo; también siente pena por Margarita, Jorge Camacho y por su madre. En suma, Reinaldo se queja de que ni siquiera puede morirse en paz.

Capítulo 67: “Desalojo”

En ese mismo año, el dueño del edificio donde vive Reinaldo lo desaloja para hacer reformas y conseguir huéspedes que paguen mejor. Reinaldo revive el miedo que le provocaba no tener un hogar en Cuba. Ahora su existencia no se encuentra dominada “por el poder político, pero sí por ese otro poder también siniestro: el poder del dinero” (332). Nueva York no tiene un espíritu propio “porque todo está condicionado por el dinero (...). no tiene una tradición, no tiene una historia (...), no existen recuerdos a los cuales aferrarse porque la misma ciudad está en constante cambio, en constante construcción y derrumbe (...). La ciudad es una enorme ciudad desalmada” (333).

Capítulo 68: “El anuncio”

En 1985 mueren dos grandes amigos de Reinaldo: Emir Rodríguez Monegal y Jorge Ronet. Jorge muere de SIDA, “plaga que, hasta ese momento, tenía solamente (...) connotaciones remotas por una especie de rumor insoslayable”, pero que ahora se convierte “en algo cierto, palpable, evidente” (334). El cadáver de Jorge es la prueba de que el mismo Reinaldo podría estar también en la misma situación.

Capítulo 69: “Los sueños”

A Reinaldo siempre lo han atormentado distintos sueños y pesadillas. De niño, recuerda, soñaba con unos enormes dientes que buscaban devorarlo o tenía pesadillas en las que caía por un “inmenso vacío oscuro” (335). En el exilio, sueña que vuelve accidentalmente a Cuba y queda encerrado allí para siempre. La sensación de estar apresado, o perseguido por la muerte y la tragedia son comunes en sus pesadillas.

Una noche, a Reinaldo lo sobresalta una explosión en su habitación. Al registrar su casa, descubre que la explosión la sufrió un vaso de vidrio que dejó junto a su cama antes de irse a dormir. No hay explicación racional que justifique ese acontecimiento, por lo que Reinaldo deduce que el vaso le trae “una nueva noticia terrible” (338). Luego de repasar su historia, comprende que un ángel guardián lo ha acompañado a lo largo de su vida, salvándolo de múltiples escenarios en los que habría podido morir. Sin embargo, el estallido del vaso es el aviso de que su suerte ya no será la misma: es “el símbolo” de su “absoluta perdición” (339).

Reinaldo piensa en el vaso como si fuera la luna, ese cuerpo celeste que siempre lo acompañó, al que siempre miraba “en las noches más desesperadas” y que lo protegía con un calor que su “propia madre (...) tal vez nunca supo brindar” (340). Ahora que esa luna “estalla en pedazos” delante de su cama, Reinaldo reflexiona: “Ya estoy solo. Es de noche” (340).

Carta de despedida

Antes de suicidarse, Reinaldo deja varias copias de esta carta destinada a sus amigos. Allí informa que decide poner fin a su vida debido al estado precario de su salud y a la depresión que le produce el no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba. Reinaldo ofrece su obra como el legado de todos los terrores que vivió y como una contribución a la búsqueda de la libertad. Notifica, además, que nadie es responsable de su decisión. Nadie, salvo Fidel Castro, el autor de todas sus penurias. Luego, exhorta al pueblo cubano a seguir luchando por la libertad y dice que su mensaje no es “de derrota, sino de lucha y esperanza”. En su última línea, dice: “Cuba será libre. Yo ya lo soy” (343).


Análisis

Esta última sección presenta un acontecimiento, muy importante para la historia de la Revolución cubana, conocido como el “Éxodo de Mariel”: en abril de 1980, luego de que un grupo de civiles ingresara por la fuerza a la embajada de Perú, para solicitar asilo político -situación en la que termina muriendo un soldado custodio de la embajada-, Fidel Castro ordena el abandono de su guardia policial de la sede diplomática peruana. Sin embargo, esta decisión compromete aún más a la imagen de su Gobierno ante la mirada internacional. En principio, porque implica una violación a las convenciones pactadas internacionalmente respecto de las responsabilidades de los gobiernos en relación con las embajadas. Pero, además, porque luego de retirar a sus funcionarios policiales, se produce una movilización de civiles en masa hacia la sede diplomática, llegando a ser más de diez mil cubanos que se refugian allí para solicitar el asilo político.

Como consecuencia de estos acontecimientos, el Gobierno anuncia la apertura del puerto Mariel, ubicado cerca de La Habana, para que todos los refugiados que solicitaban el exilio hacia Estados Unidos, puedan hacerlo. Durante los meses siguientes, más de ciento veinticinco mil cubanos consiguen el exilio como consecuencia de estos acontecimientos. Reinaldo dice que la decisión del Gobierno de dejar salir “a un grupo de aquellos inconformes (...) era como hacerle una sangría a un organismo enfermo” (299). Esta comparación alude a una práctica médica común en la Edad Media, en la que realizaban la sangría -es decir, la sustracción de una parte de la sangre- para aliviar diversos males de los enfermos. En este pasaje, el ‘organismo enfermo’ representa a la propia sociedad cubana.

La imagen recurrente del mar y su asociación simbólica con el tema de “La libertad”, termina por imponerse en los capítulos que narran el éxodo de Mariel. Ya desde su infancia, Reinaldo siente una atracción irresistible por el agua y son múltiples las escenas en las que la presencia de la lluvia, el río y, sobre todo, el mar, acompañan y promueven intensos sentimientos de libertad en el autor. En “Mariel”, esta asociación entre el mar y la libertad pierde algo de su valor simbólico para volverse literal: el mar es ahora el camino concreto a través del cual Arenas deja para siempre su país natal.

Ahora bien, la llegada de Reinaldo a Estados Unidos se encuentra rodeada por un halo de decepción, vinculado principalmente a los temas de “La homosexualidad” y “La escritura”; decepciones que contienen un importante elemento irónico.

En cuanto su decepción sexual, José Ismael Gutiérrez señala que “La reversibilidad de los roles sexuales en la escena homosexual que conoció en el destierro” y “la necesidad que tienen estos grupos de agruparse en asociaciones” “le pareció completamente insatisfactoria” (2005: 116). En otras palabras, su rechazo a la comunidad homosexual estadounidense se debe a que no logra concebir que los roles sexuales activos y pasivos - encarnados en la fugura del bugarrón y la loca- se encuentren menos tajantemente definidos allí que en Cuba. Además, considera que la politización de la comunidades homosexuales en Estados Unidos arrastra como consecuencia una pérdida de relación entre homosexuales y heterosexuales -lo que supone menos posibilidades de ligar con hombres heterosexuales, su mayor interés-, al tiempo que su mayor visibilización acaba con la sensación de peligro y misterio que tanto lo estimulaba en la Cuba castrista.

Cabe mencionar sobre este punto que, para los años ochenta, Estados Unidos ya había sido testigo de una creciente politización de la comunidad LGBT (lesbiana, gay, bisexual y transexual). Esto se produce a partir de dos acontecimientos fundamentales: en primera instancia, la Revuelta de Stonewall de 1969, que consiste en una serie de manifestaciones realizadas por la comunidad LGBT en protesta a la violencia policial e institucional que sufrían por sus particularidades identitarias. Por otro lado, una mayor organización política surge a partir de la crisis del sida de comienzos de los años ochenta, enfermedad sexual que afectó principalmente, en ese momento, a dichas comunidades. Irónicamente, la importante visibilización y organización política que surge de estos acontecimientos lleva a Reinaldo a añorar las experiencias eróticas que tuvo bajo el Gobierno cubano que tanto criticó por ser represivo.

En cuanto a su decepción literaria, Reinaldo se queja de que, mientras vivía en Cuba, sus libros eran un éxito editorial en el exterior; pero al exiliarse los intelectuales de izquierda comienzan paulatinamente a criticar sus posicionamientos políticos y dejan de leerlo. Incluso varios de los editores que se enriquecieron publicando sus libros, ahora se niegan a retribuirle lo que le corresponde por sus ventas. Esta situación presenta una nueva ironía ya que, aunque Arenas esperaba un buen recibimiento editorial en el exilio, ahora que es libre para expresarse y escribir, a nadie le interesa su obra.

Al margen de las decepciones sexuales y editoriales que Reinaldo tiene en el exilio, cabe mencionar que él no es acrítico respecto de las falencias y desigualdades que observa del sistema capitalista norteamericano: “Yo sabía ya que el sistema capitalista era también un sistema sórdido y mercantilizado (...). La diferencia entre el sistema comunista y el capitalista es que, aunque los dos nos den una patada en el culo, en el comunista te la dan y tienes que aplaudir, y en el capitalista te la dan y uno puede gritar; yo vine aquí a gritar" (309).

Sobre ello, Gutiérrez señala que “Las nuevas circunstancias a las que se enfrentará en la sociedad norteamericana engendrarían también una visión no menos crítica del capitalismo, de la esclavitud del hombre bajo el predominio de intereses económicos y valores monetarios” (2005: 121 - 122). La gran diferencia reside, en este punto, en la libertad de protesta sin censuras políticas que Reinaldo puede ejercer en el exilio.

De este modo, la pobreza y precariedad que afectan a Reinaldo en Cuba se repiten nuevamente en el exterior: “En Cuba una de las cosas que más había padecido era (...) tener que vivir en el terror de que en cualquier momento me pusieran en la calle y no tener nunca un lugar que me perteneciera. Y ahora en Nueva York tenía que pasar por lo mismo” (332). Ahora, al problema habitacional, laboral y económico, se le suma la imposibilidad de acceder a un buen servicio de salud, debido a no contar con dinero ni seguro médico. El tema de “La supervivencia”, en este sentido, acapara toda la autobiografía de Arenas y este pasaje es un ejemplo de ello.

Las páginas finales de Antes que anochezca se encuentran rodeadas de un aura de nostalgia y gratitud hacia sus lugares y seres queridos. En ellos recuerda a su madre, lamenta abandonar a sus amigos más queridos y cercanos, y rememora con cariño las playas cubanas y sus sueños de la infancia. La “Carta de despedida” que Reinaldo publica y distribuye entre sus amigos reúne nuevamente los temas principales de “La libertad” y “El activismo político”, en estrecha asociación con la cuestión de “La escritura”, entendida aquí como su principal vehículo para pronunciarse políticamente a favor de la libertad: “En los últimos años (...) he podido terminar mi obra literaria (...) La dejo pues como legado de todos mis terrores, pero también con la esperanza de que pronto Cuba será libre (...) Mi mensaje no es un mensaje de derrota, sino de lucha y esperanza. Cuba será libre. Yo ya lo soy” (343).

En la última de sus memorias, “Los sueños”, Reinaldo recupera el valor simbólico de la noche antes de suicidarse. Arenas inicia la escritura de Antes que anochezca mientras vive prófugo de la justicia en Parque Lenín. Para entonces, sólo puede escribir antes que se vaya la luz del sol y a escondidas del Gobierno que lo persigue. Una vez en el exilio, retoma nuevamente la tarea de escribir sus memorias. Agonizando por el sida y a punto de suicidarse, la cuenta regresiva que lo apremia ya no es la del fin del día. La noche adquiere entonces un significado simbólico, representa, ahora, el fin de su vida: “Ya estoy solo. Es de noche” (340).

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