Alejandra Pizarnik nace en Buenos Aires en 1936, en una familia de origen ruso-judío. El apellido original de su padre es Pozharnik, pero, al ingresar en Argentina, años antes del nacimiento de Alejandra, es inscripto como Pizarnik. La familia tiene un buen pasar económico ya que el padre, Elías Pizarnik, se dedica exitosamente a la joyería.
Durante su infancia, Alejandra es todo el tiempo comparada con su hermana mayor, admirada por sus padres. Además, sufre mucho la condición extranjera de su familia. Su autoestima se debilita aún más por sus problemas de acné y su tendencia a subir de peso. Dentro de ese complejo cuadro, Alejandra comienza a tener asma nerviosa y un comienzo de tartamudeo.
Alejandra asiste a la Escuela Normal N°7 de Avellaneda y a la Zalman Reizien Schule, escuela hebrea donde aprende la historia de su pueblo y el idioma ídish. En el secundario, su obsesión por el peso aumenta y comienza a ingerir anfetaminas. En 1954 ingresa a la Facultad de Filosofía y Letras y a la Escuela de Periodismo. Descubre autores que la asombran, como André Bretón y Tristán Tzara. Esa admiración por el surrealismo se une a la fascinación previa que tenía por autores existenciales como Jean Paul Sartre. Además, se identifica con los “poetas malditos” franceses: Antonin Artaud, Arthur Rimbaud y Charles Baudelaire.
Juan Jacobo Bajarlía, profesor de la cátedra de Literatura Moderna, acompaña el nacimiento de la carrera literaria de Pizarnik corrigiendo sus primeros poemas y conectándola con Arturo Cuadrado, quien sería su primer editor. En 1955, a sus 19 años, publica su primer poemario, La tierra más ajena.
A partir de entonces, Pizarnik comienza a realizar traducciones literarias y a colaborar en la revista Poesía Buenos Aires. Pierde interés por la facultad. No le interesa aprobar materias; solo leer autores que desconoce. En 1956 abandona la facultad definitivamente y comienza a incursionar en la pintura en el taller del pintor Batlle Planas. Además, empieza a psicoanalizarse con Leon Ostrov. Esto es fundamental en su vida, ya que Alejandra no solo quiere resolver sus problemas de autoestima y ansiedad, sino que el psicoanálisis le permite indagar en su subjetividad de un modo poético. Su segundo libro, La última inocencia, está dedicado a Ostrov.
En 1958 publica su tercer poemario, Las aventuras perdidas, y posteriormente realiza un viaje muy importante a París. Allí se establece entre 1960 y 1964. Conoce poetas e intelectuales muy importantes, como Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Julio Cortázar y Octavio Paz. Este último se encarga del prólogo de Árbol de Diana, cuarto poemario de Pizarnik, publicado en 1962, en donde consigue su madurez poética.
Ya en su regreso a Buenos Aires, en 1964, sus altibajos anímicos son muy grandes y toma una gran cantidad de medicamentos para intentar mantenerse estable. Sin embargo, su producción poética no se detiene e, incluso, comienza a recibir un reconocimiento. En 1965, la Editorial Sudamericana publica Los trabajos y las noches. Al año siguiente recibe el Primer Premio Municipal de Poesía por dicha obra.
En 1967, Alejandra sufre un gran golpe anímico: la muerte de su padre. Desde entonces, las entradas de su diario se vuelven cada vez más sombrías y relativas a la muerte. Mientras su estado anímico sigue decayendo, su carrera literaria continúa creciendo. En 1968 gana la Beca Guggenheim y viaja a Nueva York. Además, publica Extracción de la piedra de locura y Los poseídos entre lilas. Sin embargo, en Nueva York no tiene una buena experiencia y decide volver a París en búsqueda de un lugar físico que la contenga, pero no lo consigue. Su terrible estado anímico nunca se opone a la escritura, sino que esta trasluce ese estado. Es decir, Pizarnik nunca deja de escribir. En 1969 publica Nombres y figuras. Un año después tiene su primer intento de suicidio.
En 1971, al borde del colapso, reversiona la novela La condesa sangrienta y publica el poemario El infierno musical. El reconocimiento sigue creciendo. Este mismo año gana la beca Fullbright.
Finalmente, el 25 de septiembre de 1972, a los 36 años, durante un fin de semana en el que había salido con permiso del hospital psiquiátrico donde se hallaba internada tras dos intentos de suicidio, Alejandra Pizarnik se quita la vida ingiriendo cincuenta pastillas de Seconal. En el pizarrón de su recámara del hospital se hallaron sus últimos versos:
no quiero ir
nada más
que hasta el fondo.