Luis Andrés Caicedo Estela es un escritor y crítico de cine nacido en Santiago de Cali, Colombia, el 29 de septiembre de 1951. Muere en la misma ciudad, solo 25 años y medio después, el 4 de marzo de 1977, al suicidarse consumiendo barbitúricos, tras recibir un ejemplar de su novela ¡Que viva la música!, publicada ese mismo día.
Caicedo es el menor y el único varón de cuatro hijos del matrimonio de Carlos Alberto Caicedo Arboleda y Nellie Estela. Tiene un hermano menor, pero este muere a la edad de tres años. Durante su formación escolar pasa por diferentes instituciones. A partir del año 1964 asiste al Colegio Calasanz, en la ciudad de Medellín, luego de irse del Colegio Pio XII y del Colegio del Pilar, de donde parte tras innumerables problemas con sus compañeros de clase por las historias que inventa sobre la fama y la fortuna de su familia. Luego regresa a Cali, donde cursa estudios en el Colegio Berchmans y en el San Luis; de ambos es expulsado por mala conducta. Se gradúa en el Colegio Camacho Perea en el año 1968.
Empieza a escribir y a interesarse en el teatro y en el cine desde muy temprana edad y logra una obra prolífica y extensa: su primer cuento, “El silencio”, dataría del año 1964; su primera pieza teatral, Las curiosas conciencias, es del año 1966; en 1967 dirige La cantante calva, de Eugène Ionesco, y gana el Primer Festival de Teatro Estudiantil de Cali con su obra La piel del otro héroe. Estudia teatro a partir de 1968 hasta que abandona, en el año 1971, en la Universidad del Valle; en 1969, funda el Cine-Club de Cali, un espacio en el que comparte su gusto por el cine con estudiantes y cinéfilos. Ese es también el año en el que gana el segundo premio del Concurso Latinoamericano de Cuento de la revista cultural Imagen, publicación de Caracas, con “Los dientes de Caperucita”, y es premiado por el relato “Berenice” en la Universidad del Valle; en ese mismo año, prolífico por demás, se inicia en la crítica cinematográfica en varios diarios colombianos y participa, como actor, en el Teatro Experimental de Cali. En 1972 recibe un reconocimiento en el III Concurso Nacional de Cuento de la Universidad Externado de Colombia por el relato “El tiempo en la ciénaga”. En 1973 Caicedo realiza un viaje a Estados Unidos en el que intenta, sin éxito, venderle a Roger Corman guiones de películas que lleva con él. En 1974 lanza Ojo al cine, una revista especializada en el séptimo arte que se convierte en la más importante de su país; su novela ¡Que viva la música! se publica en 1977. Esta enumeración de actividades y escritos es solo una parte de la producción de Caicedo, quien, en escasos 25 años de vida, tiene una larga lista de obras y participaciones culturales. La mayoría de sus obras escritas se publica después de su muerte, algunas gracias al trabajo de sus amigos Sandro Romero y Luis Ospino.
Sus intereses se vinculan con el teatro, el cine, la música y la literatura. En su viaje por Estados Unidos profundiza sus conocimientos sobre cine y sobre rock. Algunos de sus directores cinematográficos preferidos son Billy Wilder, Alfred Hitchcok, Luis Buñuel, Ingmar Bergman y Roger Corman. Cuentan sus amigos que asiste a veinte funciones de Pet Garret y Billy The Kid, de Sam Peckinpah, durante un periodo de fanatismo por el western. Su preferencia por The Rolling Stones se hace presente incluso en su obra literaria. También se interesa, hacia el final de su vida, por la salsa, e incursiona en la música de Richie Rey y Bobby Cruz, Ray Barreto, Héctor Lavoe y Willie Colón. En relación con la literatura, admira a Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo, José Agustín, Edgar Allan Poe, Herman Melville, James Joyce, Herny James y H. P. Lovecraft.
Caicedo no soporta la idea de vivir más de 25 años: lo sostiene en varias oportunidades y aparece también esta idea en sus textos. Muere a esa edad, de sobredosis, el 4 de marzo de 1977: ingiere, para suicidarse, sesenta pastillas de secobarbital. No es la primera vez que lo intenta: en 1976 trata de hacerlo en dos oportunidades. El día que acaba con su vida coincide con la fecha en la que recibe de Colcultura ¡Que viva la música!, su obra más famosa hasta el día de hoy, impresa. En ella hay frases sugerentes que coinciden con la decisión del escritor. Una de ellas, hacia el final del libro, impera: “Adelántate a la muerte, precísale una cita. Nadie quiere a los niños envejecidos” (225).