La narradora intenta recordar el día en que notó una marca en la pared de su sala de estar. Tratando de recuperar la fecha exacta de ese descubrimiento, se sumerge en una serie de imágenes de su entorno: un fuego ardiendo, la luz que se proyecta sobre las páginas de un libro, crisantemos en un florero y el humo del cigarrillo. Luego, describe la marca como un círculo pequeño y negro que contrasta con la pared blanca, situada quince centímetros por encima de la chimenea. Los detalles sobre la marca derivan en una serie de explicaciones y suposiciones respecto a su origen. Primero se lo atribuye a un clavo, colocado por los habitantes anteriores de la casa para colgar algún cuadro; esta posibilidad la lleva a pensar directamente en aquellas personas y en su forma de vida.
Por un momento, la narradora contempla la posibilidad de levantarse de la silla e inspeccionar la marca de cerca, pero en vez de hacerlo, se arroja a una reflexión filosófica sobre las cosas que se pierden en la vida y que, paulatinamente, se convierte en un recuento de sus propias pérdidas. Así, la narradora se sumerge en la melancolía y se abruma con pensamientos sobre la muerte, de los que rápidamente escapa gracias a la presencia inmutable de la marca en la pared. Cuando la vuelve a contemplar, se le ocurre otra explicación para su procedencia: quizás no se trata de un agujero, sino que puede ser una mancha producida por alguna hoja que quedó pegada en la pared.
El flujo de pensamiento se ve de pronto interrumpido por el sonido de un árbol que golpea la ventana, y la narradora decide entonces pensar en algo concreto para volver a concentrarse. Para eso, elige a Shakespeare y lo imagina sentado en una habitación frente a un fuego ardiendo, mientras ideas creativas llueven del cielo sobre su mente. Esto la aburre y deriva en una reflexión sobre los escritores y su forma de componer personajes. De allí, busca reflexionar sobre algo más agradable, y el flujo de ideas la lleva hacia la modestia, luego hacia las generalizaciones, hasta llegar a las reglas sociales, las normas y los hábitos y las rutinas.
La narradora vuelve sobre la marca en la pared y nota que esta tiene relieve y proyecta una pequeña sombra. Este descubrimiento la lleva a preguntarse por los montículos de South Downs, si se tratarán de campamentos o tumbas, aunque finalmente conjetura que solo un anticuario podría saberlo, y se pregunta qué tipo de personalidad se dedica a tal profesión.
Nuevamente surge el conflicto: ¿debería levantarse para realizar una inspección desde cerca? Pero descarta esta posibilidad rápidamente, puesto que puede pensar lo mismo estando sentada que estando próxima a la marca. Aun así, no está del todo convencida: considera que si se levantara podría ponerle fin al misterio, pero también conjetura que sería víctima de la trampa de la naturaleza, puesto que intenta inducirla a la acción, y con esa acción se perderá el placer de pensar en la marca.
La narradora entonces reflexiona sobre lo concreto y lo real, hasta que una segunda persona aparece frente a ella y la interrumpe. Este nuevo personaje le dice que va a salir a comprar el diario, aunque posiblemente solo haya noticias sobre la guerra. Luego, agrega que no encuentra ningún motivo para conservar un caracol pegado en la pared. La narradora entonces exclama para sí misma que la marca en la pared era un caracol, y con dicha aseveración concluye el relato.