Cinco horas con Mario

Cinco horas con Mario Resumen y Análisis Capítulos XIII-XVI

Resumen

Capítulo XIII

La cita bíblica que da inicio a este capítulo hace referencia a que los hijos son una bendición.

Mario quiere que sus hijas estudien y que sus hijos, si no quieren estudiar, trabajen. Carmen se espanta de esta idea porque piensa que las niñas que estudian se transforman en unos marimachos. La mujer le reclama a su marido que los cinco hijos que tienen son producto de su falta de planificación, y que al final la que se hizo cargo siempre fue ella, porque él estuvo ausente en la educación de sus hijos. Le cuestiona a su difunto esposo ese deseo de que las hijas sean bachilleres, cuando ella misma no lo es, y lo acusa de quitarle autoridad delante de ellos.

Carmen recuerda el episodio de la profunda depresión de Mario. Según el hombre, él sentía asco y miedo, pero no sabía de qué. Carmen no entendía en absoluto este malestar. Para ella, la depresión fue un invento de Mario para que Carmen no se enojara por lo que le había pasado en el trabajo. Un alumno lo había acusado de criticar en clase a la Inquisición, y las autoridades se lo reprocharon. Carmen les da la razón porque cree que es necesaria la autoridad, que no debe haber lugar para la libertad de expresión.

Capítulo XIV

La cita elegida por Mario que abre este capítulo habla de que, según la antigua costumbre, una mujer viuda debe casarse con el hermano de su marido. A partir de esta lectura, Carmen se centra en Encarna, cuñada de Mario y viuda de Elviro. Según la mujer, Encarna persigue a Mario desde siempre. Se ocupó del padre de Mario (incluso lo bañaba), pero Carmen no ve en su actitud algo positivo, porque a ella le da asco todo lo de que viene de la casa de Mario, ya que dice que tienen olor. La contrapone a su propia madre, que estuvo en una clínica, porque prefería estar muerta que hacerse pis encima delante de nadie. La elegancia, para Carmen, se tiene de nacimiento, aunque a veces se aprende, como en el caso de Paco Álvarez. La mujer le reprocha a Mario su falta de cuidados estéticos y su desprolijidad; piensa que su marido es un rutinario, un aburrimiento, incapaz de satisfacer sus necesidades como mujer.

Finalmente, Carmen recuerda la depresión de Mario. El hombre no podía ni leer el periódico por el malestar que le traía, ya que pensaba que en el mundo todo era frivolidad y violencia. La mujer se ríe de esta enfermedad y se muestra furiosa por el gasto de dinero que debieron hacer para tratarla. Afirma que se hubieran podido comprar un coche con todo lo que invirtieron en el tratamiento de Mario.

Capítulo XV

La cita bíblica que da comienzo al capítulo habla de alguien que ha sido golpeado por guardias. Carmen recuerda el episodio en el que un guardia le pegó a Mario sin razón, solo por cruzar el parque en bicicleta de noche, pero Carmen no le cree, y dice que se cayó. Pero aun si hubiese sido cierto que le pegaron, para ella la culpa es de Mario, por estar en el parque a deshoras. Para la mujer, la violencia está justificada porque los que lo castigaron no lo hicieron por gusto, sino para mantener el orden. Ramon Filgueira, el alcalde, lo recibió en su despacho cuando fue a denunciar, pero tampoco le dio lugar a su reclamo.

Luego, Carmen comienza a hablar de su hermana Julia y de su embarazo inesperado del soldado italiano. Según ella, su pobre madre sufrió más que su hermana por la vergüenza, y que eso fue peor que la muerte.

En cambio Charo, la hermana de Mario, se hizo monja, pero dejó los hábitos porque no toleraba obedecer, igual que su hermano. La mujer es tan dejada y desprolija que Carmen no puede tolerarlo.

Capítulo XVI

El subrayado bíblico habla del disfrute de la vida, pero Carmen dice que nunca lo vio feliz a Mario, ni siquiera en la luna de miel. En cambio ella sí sabe disfrutar.

El Correo, el diario para el que él trabajaba, solo trae malas noticias relacionadas con la desigualdad, la pobreza y el hambre en el mundo. Carmen detesta a don Nicolás, el director, quien cuenta historias espantosas de la guerra que ella prefiere cuestionar.

En contraste con don Nicolás, Carmen dice que su padre sí es un hombre culto e informado. Le escribe a Mario la carta de recomendación que necesita para acceder a una cátedra a la que se había postulado. Pero Carmen le reclama a su marido que no lo valoró y que apenas le agradeció, y ni siquiera se la hizo publicar en la Casa del Libro, como su padre hubiese querido. El padre está enfermo y no puede ir al entierro de Mario, por eso le manda un telegrama de pésame a su hija.

Carmen no quiere que sus hijos se mezclen con Constantino, el hijo de Julia, porque es producto del pecado. Cuando Galli, el soldado italiano, estaba en su casa, Carmen pensó que era ella la que le gustaba. Y cuando se le notó el embarazo a Julia, solo pensó en la vergüenza que pasaría su madre. A Julia la instalaron en Madrid y no le volvieron a hablar durante siete años, ni sus padres ni Carmen. La madre, en señal de penitencia por el pecado de su hija, dejó de comer chocolate. Cuando murió la madre, el padre de Carmen y Julia se reconciliaron.

Carmen le contó a Mario el episodio vergonzoso de su hermana recién después de casados, esperando que él se espantara, pero Mario no se escandalizó. A Carmen le molesta que Mario no se haya dado cuenta de que ella habría podido serle infiel si hubiese querido, y que si no lo hizo, fue por sus principios.

Análisis

En estos capítulos, la novela pone en primer plano las discusiones en torno a los roles y las tareas asignadas a los hombres y las mujeres en la autoritaria España franquista. En este sentido, Carmen expone su perspectiva e increpa a Mario por pensar lo contrario; para la protagonista, el hecho de que las mujeres estudien las transforma en “marimachos”. Con este término despectivo, la narradora subraya que las tareas intelectuales y de formación profesional deben estar únicamente ligadas a los hombres. Sin embargo, es posible suponer que Mario pensaba exactamente lo contrario: “se te metió entre ceja y ceja que las niñas estudiaran” (C. XIII). Para el hombre, “las niñas no pueden ser ignorantes, qué menos que el bachiller” (C. XIII); la formación intelectual debe trascender las divisiones de género y formar parte de la educación de hombres y mujeres. Una vez más, ambas perspectivas se vinculan con dos formas diferentes de pensar la sociedad: mientras que Carmen defiende un mundo rígido, en el que hombres y mujeres poseen tareas diferenciadas, Mario sostiene que las mujeres también deben formarse y así salir de la ignorancia. Una vez más, la mujer encarna los valores conservadores mientras que su marido parece destacar el espíritu moderno de la época.

Al leer la novela en el siglo XXI, es entendible que el lector sienta mayor simpatía por los argumentos de Mario antes que por la ideología de Carmen. Sin embargo, en estos apartados, la mujer hace un reclamo muy válido y critica a su marido por quitarle autoridad delante de sus hijos por el solo hecho de no haber podido estudiar. Así como en los capítulos en los que habla de su frustración sexual, aquí Carmen hace un planteo adecuado y muy moderno para su momento: le exige a Mario respeto delante de sus hijos. “(…) me herías en lo más vivo, Mario, por si te interesa saberlo, que yo no soy bachiller y a ti te consta, pero el caso era quitarme la autoridad delante de mis hijos, que ésa es una cosa que no podré perdonarte, cariño, por mil años que viva” (C. XIII).

Esta mirada más moderna de Carmen da a entender hasta qué punto algunos de los elementos renovadores de la España de los años sesenta conviven en la sociedad. Aunque la mujer suele sostener discursos autoritarios y retrógrados, en esta crítica a su marido manifiesta la necesidad de modernizar los vínculos entre hombres y mujeres. En este punto, la novela muestra que nadie, ni siquiera Carmen, puede mantenerse completamente ajeno a las discusiones que atraviesan a la sociedad española.

Sin embargo, debido a la rígida educación de la mujer, esta perspectiva es únicamente momentánea, ya que inmediatamente retoma sus comentarios clasistas y discriminatorios. En primer lugar, su queja por la falta de empleadas domésticas, los altos costos y los hábitos de estas trabajadoras. “Mil quinientas pesetas una criada, que yo no sé dónde vamos a llegar, Mario, que estas mujeronas están destrozando la vida de familia, que ya no las hay y las que quedan, ¡válgame Dios!, tú dirás en qué se diferencian de las señoritas, los bares, los pantalones y si van al cine, a butaca, hijo, como señoras, que a veces me da por pensar que éstas son las señales del fin del mundo y me dan escalofríos” (C. XIII), dice Carmen. En este reclamo, se ve que la verdadera preocupación de la mujer es que “estas mujeronas” poseen costumbres cada vez más similares a las que tienen “las señoras como ella”. Una vez más, la tensión entre apariencia y realidad se consolida como uno de los ejes fundamentales de la novela, ya que la verdadera tragedia para Carmen es que aquellas mujeres, de estratos sociales inferiores, parezcan o puedan fingir ser damas de alta sociedad.

En esta crítica, también se ve la condena de la mujer a la posibilidad de ascender socialmente. En el mundo ideal de Carmen, ordenado y rígido, cada sector posee sus derechos y necesidades. Todo aquello que amenace las estructuras sociales es fuertemente repudiado por la protagonista. En este sentido, la defensa que hace Carmen de la violencia policial muestra la importancia que la mujer le otorga a las figuras de autoridad.

Para la narradora, la policía tiene derecho a castigar, incluso sin razón. Carmen avala esta postura, que considera indispensable para el equilibrio de un país. “(…) os creéis que (…) sólo por el mero hecho de ser hombres, ya se terminó la disciplina de la escuela y estáis pero que muy equivocados, es preciso callar y obedecer, siempre, toda la vida, a ojos cerrados” (C.XIII). Esta necesidad de “callar y obedecer” reitera, una vez más, la idea de orden social que tiene Carmen: para tener una España en paz, es necesario acatar a la autoridad, sin cuestionar demasiado.

Esto es llevado al extremo en la novela, ya que la mujer justifica un episodio de violencia contra su propio marido. Mario dice haber sido golpeado por un guardia por haber cruzado un parque en bicicleta, Carmen no le cree: “Dime la verdad, tú te caíste, el guardia lo dijo y un guardia no miente por mentir” (C. XV). Luego, la mujer plantea la remota posibilidad de que, efectivamente, el guardia le haya pegado a su marido, pero cuestiona que haya hecho una denuncia contra él. Es fundamental destacar que esta crítica a Mario se debe a un elemento fundamental: según Carmen, haber denunciado al guardia por abuso de autoridad llevó a Mario a enfrentarse con el alcalde. Para la mujer, el hombre debería haber priorizado el bienestar de su familia y los contactos con el alcalde; pero Mario piensa diferente. “Pero, escucha, aún te digo más, dando por bueno que el guardia aquel te pegara un coscorrón, que lo dudo mucho, ¿no vale un coscorrón por un piso de seis habitaciones, ascensor, agua caliente central y setecientas de renta? Dejémonos de romanticismos y piensa con la cabeza, cariño, que tú tienes a gala nadar contra corriente...” (C.XV) le recrimina Carmen. Una vez más, el carácter práctico y resolutivo de la mujer se opone a la mirada idealista de Mario, capaz de priorizar su dignidad antes que las estrategias políticas.

A medida que avanza la novela, los lectores nos cuestionamos la naturaleza de este matrimonio. En varias ocasiones, Carmen le dice a Mario “Si te conoceré, querido…” (C. XIV), pero, al ser permanente la crítica y el reclamo lo que predomina en el discurso de ella, queda la duda de si lo conoció realmente, si supo quién había sido su esposo, sus ideas e ideales. Es ejemplar al respecto el significado que tiene el periódico El Correo en la vida de los personajes. Para Mario, el diario es el lugar en donde puede dar rienda suelta a sus ideas, escribiendo artículos de opinión sobre los temas sociales que tanto lo conmovían. Pero, para Carmen, El Correo es un periódico pretencioso que “no sabe más que calentar la cabeza de los pobres” (C.XIII). Esta mirada despectiva sobre la institución pone de manifiesto, una vez más, la intolerancia de la mujer; es repudiable pensar en transformar el mundo porque “siempre tendrá que haber pobres, digo yo, porque así es la vida…” (C. XVI). Una vez más, Carmen no puede comprender las ideas ni el trabajo de Mario.

En un matrimonio marcado por la incomprensión y la falta de comunicación, a veces también es la mujer la que se siente poco contenida por su marido. Es ejemplar al respecto el episodio con su hermana Julia. La muchacha quedó embarazada de un soldado italiano que la abandonó y debió llevar adelante su maternidad sin estar casada. En la España de la época, esto era repudiable ya que se consideraba que las mujeres debían mantener su virginidad hasta el matrimonio como símbolo de pureza. Este escándalo trastornó a la familia de Carmen, y la narradora guardó este secreto a Mario hasta el matrimonio: “Yo, te lo con­fieso, estaba deseando casarme para contarte todo” (C.XVI). Sin embargo, la reacción del hombre no estuvo a la altura de las expectativas de Carmen; la respuesta de Mario fue “‘Dios es misericordioso; las guerras trastornan muchas cosas’” (C. XVI). Esta frialdad desconcierta a la mujer, ya que piensa que su marido es incapaz de entender el sufrimiento que generó el embarazo de Julia en su familia. Sin embargo, esta frase nos muestra el carácter empático de Mario: en vez de juzgar a su cuñada, comprende sus actos.

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