Cinco horas con Mario

Cinco horas con Mario Resumen y Análisis Esquela funeraria, Prólogo

Resumen

Esquela funeraria

La obra se inicia con una esquela publicada en un periódico. Esta nota comunica la muerte de don Mario Díez Collado, a los 49 años de edad. Lo despiden su esposa, María del Carmen Sotillo, sus hijos, Mario, María del Carmen, Álvaro, Borja y María Aránzazu; su suegro, el Ilustrísimo señor Ramón Sotillo, sus hermanas, sus hermanas políticas y el resto de la familia.

Prólogo

Carmen Sotillo, Menchu, la viuda de Mario Díez Collado, cierra la puerta de su casa tras la última visita de pésame. Aún no cae en la cuenta de lo que acaba de suceder: su marido murió en su cama esa mañana. Valentina, su amiga del alma, la acompaña y la ayuda a acostarse, pero Carmen quiere pasar la noche junto al cuerpo de Mario.

Vienen a su mente las imágenes del velorio. Pasa lista de los que se acercaron a la casa a hacerle la visita: Valen, Armando, Moyano, Bertrán, Antonio, Bene y toda una seguidilla de visitantes que repitieron fórmulas de cortesía. Recuerda que esa misma mañana le llamó la atención que Mario no se hubiera levantado. Valen fue la primera en llegar, y Carmen le preguntó si correspondía ponerle el Ilustrísimo Señor a Mario en la esquela. Le preocupaba su suéter negro gastado en los pechos, demasiado grandes y llamativos para un luto. Para empeorar las cosas, su hijo Borja, muy pequeño, llegó de la escuela y, al enterarse de la triste novedad, gritó que quería que su padre muriera todos los días para no ir al colegio. Espantada, Carmen lo golpeó hasta que le dolió la mano. Ella misma se ocupó del cadáver de su esposo: lo afeitó y lo vistió para el velorio. Allí, Encarna, cuñada de Mario, llegó dando gritos de dolor y llorando escandalosamente. Las personas presentes cuchicheaban sobre quién sería ella. Carmen permanecía inmóvil, al pie de la caja. Alrededor suyo, don Nicolás, Moyano y Aróstegui, amigos de Mario, hablaban sobre el difunto.

Carmen piensa que el espectáculo que dio Encarna en el velorio fue un bochorno, y que solo confirmó que la mujer estaba enamorada de Mario. También recuerda que Luis, el médico, estuvo cerca de un cuarto de hora encerrado con Mario y dijo que el hombre había muerto de un infarto. Carmen lo vio con los ojos rojos de tanto llorar, lo que la emocionó profundamente.

Ya en la casa de Carmen, Valentina se queda con su amiga y descubren en la mesa de luz de Mario, una Biblia con fragmentos subrayados por él. Carmen le dice a su amiga que se vaya, que se va a quedar leyendo y va a ser como volver a estar sola con Mario por última vez.

Se oye la voz de Mario, el hijo de Carmen, que anuncia que Vicente vino a buscar a Valentina. Si bien el muchacho le insiste a su madre con que puede quedarse con ella, Carmen repite que quiere quedarse a solas con Mario. Así, cierra la puerta y abre la Biblia.

Análisis

El comienzo de Cinco horas con Mario cuenta con un narrador en tercera persona focalizado en Carmen y carece de referencia o título de capítulo. Para facilitar el análisis y el uso de la guía, decidimos otorgarle a esta primera sección el nombre "Prólogo".

Ya desde el comienzo, la novela sitúa a los lectores dentro de la familia Díez Collado. La esquela dedicada a don Mario replica el formato de aquellas que aparecían en los diarios en España en la década del sesenta. Esta decisión tiene dos significados. Por un lado, la novela busca sostener de manera verosímil una convención que el lector de la época podía reconocer fácilmente en cualquier periódico. Por otra parte, también se vincula con la carrera del mismo autor del texto, Miguel Delibes, que comenzó haciendo artículos de crítica de cine y terminó como director de un diario. Es decir, Delibes comienza su relato con un texto cercano al periodismo, que era su ocupación.

Este texto introduce la muerte de quien da título a la obra, D. Mario Díez Collado, a los 49 años, el 24 de marzo de 1966. Además, le anticipa al lector los integrantes de la familia del difunto: "Participan tan sensible pérdida su desconsolada esposa, doña María del Carmen Sotillo; hijos Mario, María del Carmen, Álvaro, Borja y María Aránzazu; padre político, Ilmo. Sr. D. Ramón Sotillo; hermana, María del Rosario; hermanas políticas, doña Julia Sotillo y doña Encarnación Gómez Gómez; tíos, primos y resto de la familia doliente” (Esquela funeraria).

Este aviso fúnebre pone de relevancia uno de los temas fundamentales de la novela: la tensión entre apariencia y realidad. Si bien Carmen confiesa haber dudado en publicar esta esquela porque le “parecen de un gusto pésimo” (Prólogo), deja de lado su criterio personal. En esta decisión, la mujer deja en claro que la muerte de Mario no es un hecho íntimo, sino que también repercute en la comunidad; así, la publicación de la esquela es la forma de comunicar este hecho con amigos y conocidos del difunto.

Esta importancia puesta en las apariencias reaparece en la descripción que hace del narrador del cuerpo de Mario. Frente a los comentarios de los demás, que destacan que el difunto no hubiera perdido el color, “Carmen experimentaba una oronda vanidad de muerto, como si lo hubiese fabricado con las propias manos. Como Mario, ninguno; era su muerto; ella misma lo había manufacturado" (Prólogo). En este punto, las menores frivolidades parecen preocuparle más que el hecho de estar velando a su marido.

Sin embargo, esta característica no parece ser únicamente propia de Carmen. En el velorio, la formalidad y el hecho de mantener la compostura es más importante que el sentimiento: los besos entre las mujeres se dan en el aire y muestran la falta de contacto real entre ellas. En este sentido, la novela busca dejar en claro que esta atención a la frivolidad y a lo superficial es un rasgo característico de algunos sectores sociales de la España de la década del sesenta.

Sin embargo, algunos personajes se oponen a estas convenciones. Es ejemplar al respecto la actitud de Borja, que festeja la muerte de su padre como una excusa para faltar a la escuela. Si bien el lector puede sentir cierta simpatía por esta reacción infantil, su madre castiga severamente este planteo. Así, el personaje de Carmen subraya una vez más su atadura a los convencionalismos sociales y se revela como una mujer incapaz de entender las motivaciones de su hijo, aunque partan de una ingenuidad absolutamente infantil.

También es significativa la reacción de los amigos de Mario. Si bien el difunto falleció a causa de un paro cardíaco, Moyano afirma que Mario “No es un muerto, es un ahogado" (Prólogo). Esta metáfora da a entender que la muerte de Mario parece haberse dado en un contexto asfixiante para el personaje. Así, ya desde el principio, podemos notar que Mario era, para su entorno, un hombre cargado de una sensibilidad peculiar.

Esta atención a las normas y las convenciones se ve también en el detalle puesto en los tratamientos de respeto y jerarquía que merecen los distintos personajes de la novela. Mientras que a Mario, el muerto, le corresponde apenas el "Don", su suegro es nombrado como "Ilustrísimo Señor". Esta diferencia, sutil en la esquela, se hará cada vez más evidente a medida que avance el relato.

Otro de los temas fundamentales que aparece en estos apartados es la importancia de la religión en la novela. La despedida de Mario incluye misas Gregorianas, una serie treinta días consecutivos de misas destinadas al alma del difunto. Este gesto se entiende de dos maneras: por un lado, muestra la ferviente creencia familiar en la religión católica. Por el otro lado, esta promesa es también un detalle acorde con el estatus del difunto que su viuda quiere hacer público. Así, Mario es un muerto tan importante que es digno merecedor de misas Gregorianas.

El compromiso de Mario con la fe católica se ve también en la Biblia que posee en su mesa de luz. La presencia del libro en este espacio íntimo muestra la cercanía que tenía Mario con el texto: está siempre a su alcance, cerca de la cama, para leer antes de ir a acostarse. En este sentido, Carmen describe la práctica de lectura de su difunto marido: “Mario leía sobre leído, sólo lo señalado” (Prólogo) le comenta a Valen. Esto muestra hasta qué punto el personaje está familiarizado con la Biblia, ya que no solo la ha leído alguna vez, sino que se dedicó a subrayar las partes más notables y centrarse únicamente en ellas. Esta mirada singular sobre el discurso religioso anticipa algunas de las características más destacadas del personaje.

Es necesario mencionar que el Prólogo es uno de los pocos apartados de la novela que cuenta con un narrador en tercera persona, centrado en el personaje de Carmen. Para poder distinguir los pensamientos de la mujer de los hechos que ocurren, el narrador utiliza dos tipografías diferentes: “Luis permaneció cerca de un cuarto de hora encerrado con él. Yo como si le estuviera confe­sando, y para mí que le estuvo haciendo el boca a boca, tú me dirás, tanto tiempo, que inclusive llegué a tener ciertas esperanzas” (Prólogo). Si bien esto puede resultar confuso por la cantidad de información que le ofrece al lector, es una estrategia narrativa para incluir la subjetividad de Carmen y su mirada en este momento tan particular.

Incorporar la mirada de Carmen permite también acceder a su forma de entender el mundo. En este sentido, la novela muestra cómo se repiten una y otra vez algunas de sus preocupaciones. Es ejemplar al respecto las numerosas menciones al suéter negro utilizado en el velorio. Esta prenda inquieta a Carmen, porque deja entrever sus “grandes senos” (Prólogo) y piensa que no es el atuendo adecuado para una situación de luto. El recurso de repetir constantemente una preocupación intenta reflejar lo que sucede en la realidad cuando algo permanece como una idea fija en la cabeza. Así, esta reiteración es una estrategia verosímil para entender a Carmen en toda su complejidad, con sus preocupaciones y obsesiones.

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