La cabellera de Sierva María (Símbolo)
La cabellera de Sierva María es uno de los elementos principales de la novela y cumple muchas funciones, ya que es su característica física más destacada, la hace especial y, al mismo tiempo, aporta a la construcción del realismo mágico en la obra, porque es tan exageradamente larga que resulta inverosímil. Además, es un gran símbolo de su vitalidad. Por un lado, el hallazgo del cadáver de la "cabellera viva" (13) narrado en el prólogo explica -dentro de la ficción- el origen de esta historia, ya que coincide con los cabellos de la marquesita de la leyenda contada por la abuela de García Márquez. Por otro, esa extensión es la prueba de que está viva, porque Dominga de Adviento promete que no cortará sus pelos para que los santos le permitan vivir cuando nace. A su vez, la cabellera de Sierva María simboliza su virginidad, ya que, justamente, la usará larga siempre y cuando no esté casada.
Los collares de Sierva María (Símbolo)
Los collares de Sierva María simbolizan su africanidad. También representan la protección de los santos yoruba. Esto, a su vez, da cuenta de la protección de Dominga de Adviento, que, de hecho, le da la vida misma a la niña cuando nace con complicaciones. Es decir, los collares representan la identidad de la niña y su conexión con las personas que realmente la han amado: los esclavos de la casa del marqués, que funcionan como su verdadera familia. Es por ello que la protagonista se aferra fuertemente a estos collares, y, una vez internada en el convento, ataca a quienes quieren quitárselos. Desde este punto de vista, resulta particularmente violenta la escena en que se los quitan para prepararla para los exorcismos.
La casa en ruinas del marqués de Casalduero (Símbolo)
Tal como analizan varios críticos especializados, la casa del marqués es un símbolo del poder colonial en América. Así, si bien tiene un pasado de esplendor, lujo y grandeza, ahora se encuentra en ruinas. Esto se corresponde con la decadencia general de Cartagena de Indias desde que la ciudad deja de ser el puerto principal del Caribe para la trata de personas. Al mismo tiempo, el sistema esclavista comienza a resultar menos rentable económicamente, como demuestra el talento comerciante de Bernarda Cabrera: la mujer se da cuenta de que se gana más dinero vendiendo harina. Este declive económico afecta toda la atmósfera de la narración, y la decadencia es omnipresente.
El eclipse (Símbolo)
De acuerdo con el crítico Arnold Penuel, el eclipse narrado en el inicio del Capítulo 4 simboliza la permanencia inestable de la ideología católica medieval en la América colonial (1997: 46). Este fenómeno astrológico implica un contraste entre la luz (el pensamiento moderno, científico) y la oscuridad (el pensamiento medieval), ya que la luna cubre el sol y todo se oscurece en el medio del día. El contraste se corresponde con las posturas contrapuestas del obispo, que encarna la oscuridad del pensamiento medieval, y cree que el eclipse es un enigma de Dios, y de Cayetano, quien, desde una perspectiva más científica, asegura que es un fenómeno natural. Este fenómeno astronómico, pues, permite poner en duda la autoridad de la iglesia y denunciar la prolongación de sus concepciones medievales durante el período colonial.
El sueño de la ventana infinita (Alegoría)
El sueño de la ventana infinita es una alegoría muy productiva en la novela, ya que encadena varios símbolos relevantes. Además, el sueño se repite tres veces, resaltando su importancia. Sus elementos principales son el racimo de uvas y la ventana. El racimo tiene características mágicas, pues cada vez que Sierva María extrae una uva, esta vuelve a crecer. Por su parte, la ventana por la que mira la niña es la del seminario de Salamanca, donde ha estudiado Cayetano, y, así, simboliza la presencia del sacerdote y de la iglesia católica en la vida de Sierva María. Juntos, los dos elementos funcionan como alegoría de la muerte que está inscripta en el destino de la niña: "En el sueño era evidente que la niña llevaba muchos años frente a aquella ventana infinita tratando de terminar el racimo, y que no tenía prisa, porque sabía que en la última uva estaba la muerte" (99).
La primera vez, esta escena es soñada por Cayetano Delaura, y también funciona de manera anticipatoria: aunque todavía no ha conocido a Sierva María, se la figura tal cual es: "una marquesita de doce años, con una cabellera que le arrastraba como la capa de una reina" (99). La segunda vez, el sueño lo tiene Sierva María. Ella no le da ninguna importancia, y solo se lo cuenta a Cayetano porque cree que así ha conocido la nieve. En cambio, el hombre se espanta al oír que la chica relata el mismo sueño que él ya ha tenido. En este punto, la alegoría se afianza en su valor anticipatorio de la muerte, lo cual alcanza su máximo nivel en la tercera repetición del sueño. Sierva María sueña una vez más con la ventana infinita justo antes de morir. En esta oportunidad, está apurada por comer las uvas y las agarra de a dos, lo cual indica que se acerca al final de su vida. En efecto, fallece esa misma noche.