Dos caminos hay, hijas, por donde pueden ir los hombres a llegar a ser ricos y honrados: el uno es el de las letras; otro, el de las armas. Yo tengo más armas que letras, y nací, según me inclino a las armas, debajo de la influencia del planeta Marte, así que casi me es forzoso seguir por su camino, y por él tengo de ir a pesar de todo el mundo, y será en balde cansaros en persuadirme a que no quiera yo lo que los cielos quieren, la fortuna ordena y la razón pide, y, sobre todo, mi voluntad desea...
Don Quijote les explica a su ama y su sobrina las razones que lo llevan a realizar una nueva salida en busca de aventuras. Asimismo, plantea dos caminos para alcanzar la riqueza y la honradez: el de las armas y el de las letras. En ese sentido, cabe señalar que el propio Cervantes no solo es autor de una de las mayores obras de la literatura universal, sino que también fue un hombre de armas que participó, por ejemplo, en la Batalla de Lepanto, en la que perdió una mano.
En otro orden de cosas, es interesante remarcar que don Quijote pide que no traten de disuadirlo, ya que le es "forzoso" seguir por el camino de Marte (dios latino de la guerra), aunque también agrega que es lo que su voluntad desea. En este punto, don Quijote anula cualquier tipo de cuestionamiento respecto de su inminente tercera salida: más allá de todo, es su deseo y contra eso no hay nada que hacer.
Es una ciencia (...) que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito y saber las leyes de la justicia distributiva y comutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana ley que profesa, clara y distintamente, adondequiera que le fuere pedido (...) ha de guardar la fe a Dios y a su dama; ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla. De todas estas grandes y mínimas partes se compone un buen caballero andante.
En esta cita, don Quijote le explica al joven don Lorenzo las virtudes de la caballería andante. En su exposición, se ponen de relieve la fe en Dios, la castidad de los pensamientos y la honestidad de las palabras, todos valores que Cervantes considera muy importantes y que, evidentemente, tiene la sensación de que la sociedad de su época ha ido perdiendo. Por otro lado, un caballero andante no solo debe ser recto, justo y creyente, sino que también tiene que ser un hombre completo, es decir, un hombre que concentre la virtud de muchos oficios y saberes para poder llevar adelante su labor con suficiencia.
Dicho esto, es interesante señalar cómo don Quijote se arroba la capacidad de describir las virtudes que componen al buen caballero andante. Más allá de que él se sienta caballero y, muchas veces, actúe como tal, también podríamos pensar que esa gran cantidad de lecturas de libros de caballería que le dispararon la locura en la primera parte, al mismo tiempo, también lo dotaron de un gran saber respecto de esas "grandes y mínimas partes se compone un buen caballero andante".
¡Basta! (...) [Aquí] será predicar en desierto querer reducir a esta canalla a que por ruegos haga virtud alguna, y en esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco y el otro dio conmigo al través. Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más.
Don Quijote, en su afán de encontrar una aventura donde sea, ve peligro en un pequeño puesto de pescadores. Tratando de rescatar a unos supuestos prisioneros de un hipotético castillo, destruye el barco de un pescador. Luego discute con el dueño de este barco encantado, al que acusa de "canalla", simplemente porque no ve el peligro que él sí. Esta queja de don Quijote se da inmediatamente antes de que el caballero andante le ordene a su escudero que le pague al pescador cincuenta reales para reparar el barco. Quizás lo más relevante de esta cita radique en el hecho de que don Quijote da el primer indicio de lo problemático que le resulta tener esa perspectiva tan tergiversada de la realidad. Ese "Yo no puedo más" anticipa, de alguna manera, que las aventuras están empezando a debilitar su voluntad; sobre todo, si comienza a ser tan evidente -al menos para don Quijote- la presencia de encantadores en esas aventuras. En ese sentido, tiene lógica que derive la responsabilidad de remediarlo todo a Dios.
¿Por ventura es asumpto vano o es tiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando los regalos dél, sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de la inmortalidad? Si me tuvieran por tonto los caballeros, los magníficos, los generosos, los altamente nacidos, tuviéralo por afrenta inreparable; pero de que me tengan por sandio los estudiantes, que nunca entraron ni pisaron las sendas de la caballería, no se me da un ardite: caballero soy, y caballero he de morir, si place al Altísimo.
Esta es la respuesta que don Quijote le da al eclesiástico que lo acusa de tonto y loco durante el banquete de bienvenida para el caballero andante y su escudero en la casa de los duques. En pocas palabras, le dice que no puede sentirse ofendido por los dichos de una persona que no sabe nada de caballería andante. Así y todo, es interesante señalar que, aunque don Quijote diga que la opinión del eclesiástico no se le da un ardite, su respuesta posee un tono bastante colérico. Asimismo, justifica el hecho de ser caballero a partir de un designio divino: "si place al Altísimo". Está claro que, para don Quijote, la caballería andante es una disciplina ligada a lo sublime, a lo celestial, y que cualquier desprestigio hacia ella es una ofensa imperdonable.
Sepa vuestra alteza, señora mía de mi ánima, que yo tengo escrita una carta a mi mujer Teresa Panza dándole cuenta de todo lo que me ha sucedido después que me aparté della. Aquí la tengo en el seno, que no le falta más de ponerle el sobre escrito. Querría que vuestra discreción la leyese, porque me parece que va conforme a lo de gobernador, digo, al modo que deben de escribir los gobernadores.
En esta cita, Sancho le pide a la duquesa que controle que el tono de la carta que está por enviarle a su esposa Teresa responda a los estándares de cómo escriben los gobernadores. Una vez más, el escudero de don Quijote expone esa ambición que tiene en que la gente le reconozca ese ascenso social que obtuvo al ser nombrado gobernador de la ínsula. Y es, justamente, esa ambición lo que lo llevó hasta ese momento y lo llevará más adelante a confundir realidad con ficción y vivir ciertas aventuras que en la primera parte hubieran sido impensadas para él.
Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada.
Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.
(...) Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que padres y agüelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.
Esta cita es un extracto de los consejos que le da don Quijote a Sancho respecto de cómo ser un buen gobernador. Ante todo, Sancho debe temerle a Dios. Esto responde al fuerte sentimiento católico que don Quijote, como buen caballero andante que es, posee. Luego, los consejos se vuelven un poco más filosóficos: Sancho debe conocerse a sí mismo y utilizar como instrumento de gobierno la virtud. Lo más llamativo de estos consejos es que el discurso de don Quijote es el de un hombre completamente cuerdo. Asimismo, le habla a su escudero sin ningún dejo de superioridad; desde una sincera posición de ayuda y cariño. Es a partir de estos pasajes que notamos la gran evolución que hubo en el personaje de don Quijote entre la primera y la segunda parte de la novela.
Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad: dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas, que de dar leyes ni de defender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido (...). Vuestras mercedes se queden con Dios y digan al duque mi señor que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; quiero decir que sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas.
Sancho pronuncia estas palabras frente a los habitantes de la ínsula que gobierna cuando ya no resiste más la presión de su cargo y quiere renunciar a él. Este es un momento de quiebre en la novela: por un lado, Sancho descubre que eso que ha ambicionado durante tantas páginas, al final, no era cómo lo había soñado; por otro lado, la partida del escudero de su ínsula motiva el reencuentro con don Quijote, y esa reunión, a su vez, orienta la trama hacia sus últimas páginas. Asimismo, Sancho hace referencia a su vida pasada, es decir, a su vida antes de ser gobernador, como un momento en el que gozaba de libertad. Esa libertad se basaba en que realizaba tareas simples, que le eran propias, como arar, podar, cavar. En cierta medida, con este fragmento, Sancho pone énfasis en la idea de que no se debe desear más de lo que se puede gestionar.
Yo, señores, porque lo quiso así vuestra grandeza, sin ningún merecimiento mío, fui a gobernar vuestra ínsula Barataria, en la cual entré desnudo, y desnudo me hallo: ni pierdo ni gano. Si he gobernado bien o mal, testigos he tenido delante, que dirán lo que quisieren (...). [Besando] a vuestras mercedes los pies, imitando al juego de los muchachos que dicen «Salta tú, y dámela tú», doy un salto del gobierno y me paso al servicio de mi señor don Quijote...
Luego de dejar su ínsula y ser rescatado del pozo, Sancho comunica su decisión de devolver la ínsula que los duques le han otorgado. Pone énfasis en que sale del gobierno de la misma forma en que entró, es decir, sin nada, lo que da cuenta de que no ha utilizado su poder para enriquecerse. Ahora bien, hacia el final plantea que vuelve al servicio de don Quijote. Esto, en cierta medida, insinúa la idea de que el verdadero sentido del personaje de Sancho se encuentra al lado de su amo, y no en soledad, aislado, fingiendo ser gobernador.
Este es el prado donde topamos a las bizarras pastoras y gallardos pastores que en él querían renovar e imitar a la pastoral Arcadia, pensamiento tan nuevo como discreto, a cuya imitación, si es que a ti te parece bien, querría, ¡oh Sancho!, que nos convirtiésemos en pastores, siquiera el tiempo que tengo de estar recogido. Yo compraré algunas ovejas y todas las demás cosas que al pastoral ejercicio son necesarias, y llamándome yo «el pastor Quijótiz» y tú «el pastor Pancino», nos andaremos por los montes, por las selvas y por los prados, cantando aquí, endechando allí (...) podremos hacernos eternos y famosos, no solo en los presentes, sino en los venideros siglos.
En este fragmento, don Quijote le propone a Sancho incursionar en la vida pastoril. En este sentido, vale la pena aclarar que la novela pastoril es un subgénero narrativo épico que se configuró en el Renacimiento. Don Quijote, entonces, le propone a su escudero que se vuelvan pastores debido a que tiene vetada la vida de caballero andante por un año. En definitiva, el Caballero de los Leones no puede dejar de buscar esa fama y esa eternidad que, por experiencia, sabe que se alcanzan como personaje de libro.
Hallóse el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió.
El narrador nos propone una escena conmovedora: el cuerpo de don Quijote en su lecho de muerte, rodeado por sus seres queridos, quienes lloran su partida. Más allá del impacto de la última escena de la novela, esa aclaración final, "quiero decir que se murió", parecería más una aclaración de Cervantes para Avellaneda (o para cualquier autor que pretendiera utilizar su personaje). Tal y como lo había anticipado el propio Cervantes en el prólogo, don Quijote debe morir:
Y no le digas más, ni yo quiero decirte más a ti, sino advertirte que consideres que esta segunda parte de Don Quijote que te ofrezco es cortada del mismo artífice y del mesmo paño que la primera, y que en ella te doy a don Quijote dilatado, y finalmente muerto y sepultado, porque ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios... (546)