Resumen
Acto II, Escena 6
Apoyado por Belina, Argán quiere concretar la ceremonia de matrimonio entre su hija y Tomás, pero Angélica le ruega que les dé tiempo para conocerse. Tomás dice no necesitar tal tiempo. Los jóvenes discuten sobre el amor y el matrimonio, sobre las costumbres antiguas y lo que es justo hacer en el presente. Belina se une a la discusión, sospechando que Angélica está inclinada por otro amor y la llama insolente. Argán amenaza a su hija: si Angélica no se casa en pocos días con Tomás, entrará a un convento. Luego, Argán pide consejos médicos a Diafoirus, y las respuestas de este no parecen muy certeras.
Acto II, Escena 7
Belina advierte a Argán que vio a un hombre en la habitación de Angélica y que también estaba presente su otra hija, Luisita.
Acto II, Escena 8
Luisita es llamada por su padre. Argán la presiona con amenazas de golpes hasta que Luisita confiesa que estaba con su hermana en la habitación cuando entró el profesor de canto, y que este y Angélica luego se despidieron diciéndose que se amaban.
Acto II, Escena 9
Llega a la casa Beraldo, hermano de Argán. Quiere proponer un marido para Angélica.
Análisis
La escena en la que Argán propone acelerar la concreción del matrimonio entre su hija y Tomás Diafoirus funciona para poner de relieve una contraposición de argumentos en torno a una temática importante en la pieza. Angélica pide tiempo para ella y su futuro marido puedan conocerse y, aunque el público sabe que un gran motivo de preocupación de la muchacha ante la idea del matrimonio acelerado tiene que ver con que está enamorada de Cleanto, también puede reconocer que su planteo es sensato y válido.
En dicho planteo se cuestiona la liviandad con la que los padres “arreglan” matrimonios sin preocuparse por la vida futura que eso implicará para sus hijas o hijos: “Os suplico, padre, que nos concedáis tiempo. El matrimonio es cadena a que no deben someterse por fuerza los corazones” (Acto II, Escena 6, p.140). La súplica de Angélica deja expuesto el carácter de perpetuidad del matrimonio como su atributo más relevante: la unión puede resultar en una feliz compañía de por vida o en una absoluta condena y padecimiento hasta la muerte. Por esto mismo, la muchacha considera claro que el otro posible involucrado en esa cadena matrimonial, Tomás Diaiforus, estará de acuerdo en que ambos deben conocerse antes; o que al menos él respetara la voluntad de la muchacha y no aceptará el matrimonio si esta se opone. Pero esa no es la respuesta que encuentra del otro lado: para Tomás es suficiente que Argán le haya concedido su mano; el deseo propio de la joven -su futura esposa- lo tiene sin cuidado. La situación da pie a una discusión que entonces excede al caso particular y empieza a girar sobre dinámicas sociales, históricas, políticas:
TOMÁS: (...) puedo a la vez ser hombre honrado y aceptar vuestra mano, pues me la concede vuestro señor padre.
ANGÉLICA: Ruín modo de hacerse amar es emplear violencia sobre la mujer.
TOMÁS: Leemos que los antiguos, señorita, tenían la costumbre de raptar por fuerza a las jóvenes con quienes deseaban casarse, arrancándolas así de casa de sus padres, para que no pareciese que ellas daban su consenso a entregarse en los brazos de un hombre.
ANGÉLICA: Los antiguos, señor, eran los antiguos y nosotros somos nosotros. En nuestro siglo no se hacen tantos melindres y cuando un casamiento nos agrada, las mujeres sabemos ir a él sin que nos arrastren. Tened paciencia, señor. Si me amáis debéis querer cuanto yo quiera.
(Acto II, Escena 6, p.140)
En este intercambio, Tomás y Angélica se revelan exactamente opuestos en cuanto a temas como el amor, los roles de género, el matrimonio por arreglo y los usos y costumbres de la sociedad. Ella encarna la defensa de la propia voluntad y deseo de las mujeres en lo que respecta al amor. Tomás, por su parte, defiende la idea del matrimonio por arreglo, concertado entre varones (padre y marido). Se ponen así en escena dos puntos de vista contrapuestos, uno claramente conservador y atado al pasado, encarnado en Tomás (quien también se aferraba al pasado en cuanto a sus teorías médicas, ignorando tercamente el avance científico) y otro más bien progresista, relacionado con la necesidad de evoluciones sociales como resultados del paso del tiempo, representado en la joven Angélica.
La crítica a los médicos en su calidad de profesionales no se ausenta en estas escenas. En su discusión con Angélica, el joven Tomás queda en evidencia como un personaje insensible. Pero es también su padre, el doctor Diafoirus, quien se revela como un profesional que deja mucho que desear: no logra responder con certeza ninguna de las preguntas de Argán sobre sus enfermedades y luego se queja explícitamente de la tendencia de los pacientes a querer volver a estar saludables: “apenas caen enfermos quieren decididamente que el médico los cure” (Acto II Escena 6), protesta el doctor. Toñeta no demora en reaccionar con un comentario irónico sobre las palabras del médico:
TOÑETA: ¡Qué impertinencia la de pediros que les curéis! No es tal la misión de los médicos, sino recibir pensiones y recetar remedios. Y luego, que los enfermos se curen si pueden.
DIAFOIRUS: Verdad es. No estamos obligados a tratar a la gente sino según las fórmulas.
(Acto II, Escena 6, p.137)
Por medio de diálogos como este, la obra expone su denuncia a ciertos aspectos de la medicina de su época. Esta ciencia, plantea Molière, puede saber definir y clasificar las enfermedades, pero no logra curarlas de manera efectiva. La acusación es bastante clara, en tanto se señala que los profesionales médicos de la época, envueltos en teorías anacrónicas y aires de grandeza, no logran ejercer de una manera digna su profesión.