Resumen
Acto III, Escena 11
Entrar Toñeta, sin disfraz esta vez. Se retoma el tema de Angélica. Argán está resuelto a mandarla a un convento. Beraldo vuelve a mencionar a Belina, de quien desconfía. Toñeta (simulando) defiende a la mujer y propone un plan para que quede demostrado cuánto Belina ama a su esposo: que Argán se haga el muerto y todos oigan y vean cómo ella reacciona ante la noticia. Los tres acomodan la escena, y Toñeta va en busca de la señora.
Acto III, Escena 12
Toñeta grita fingiendo la muerte repentina de Argán. Belina constata con preguntas que su marido falleció y no demora un instante en lanzar gritos de alegría: ya no tendrá que tolerar a un hombre que le causa tanta repulsión y podrá finalmente quedarse con su dinero. Ella le pide ayuda a Toñeta para demorar la noticia de la muerte de su esposo hasta haber resuelto previamente el tema de la herencia. En ese momento, Argán se revela vivo, decepcionado y furioso, y Belina sale. Beraldo sale también.
Toñeta anuncia que está llegando Angélica y propone a Argán actuar la misma escena, para atestiguar la reacción de su hija.
Acto III, Escena 13
Toñeta grita lamentando la muerte de Argán cuando Angélica se acerca. La niña entra inmediatamente y muestra una profunda tristeza y desesperación.
Acto III, Escena 14
Entran Cleanto y Beraldo. Angélica anuncia la triste noticia, y Cleanto se lamenta. La muchacha dice que ya no podrá casarse con él, ahora que perdió a su padre no puede pensar en nada más.
Argán se revela vivo una vez más; está orgulloso de su hija. Angélica recobra la felicidad y luego ruega a su padre que no la obligue a casarse con Tomás. Beraldo insiste a su hermano para que deje que Angélica se case con Cleanto. Argán resuelve que lo consentirá si el joven se hace médico. Acto seguido, Beraldo le propone a su hermano que sea él mismo quien se haga médico, y lo convence de que no es demasiado viejo para ello, ni la carrera demasiado dificultosa, ni la profesión demasiado seria como para que no pueda hacerlo. Argán duda y entonces Beraldo propone convertir, en ese mismo momento, a su hermano en médico: organiza una representación, junto a sus amigos comediantes, de la que participa toda la familia, y en la cual todos simulan estar en la ceremonia de doctorado de Argán. Entre todos se reparten personajes y se dirigen a sus cuartos a vestirse para la ocasión. Luego, recitan, cantan y bailan representando la ceremonia burlesca de un médico que se recibe.
Análisis
El fingimiento de la muerte de Argán implica varias cuestiones. Por un lado, pone en primer plano el tema de la representación, y lo hace desde un lugar llamativo, en tanto la simulación aparece como medio para llegar a una verdad. La idea de que Argán finja su muerte es que todos atestigüen la reacción de Belina, mujer que, según personajes como Toñeta y Beraldo, solo está casada con Argán porque está interesada en su dinero. El protagonista sostiene que su esposa lo ama con nobleza y fidelidad, y para demostrarlo, se presta a la representación que sugiere Toñeta, haciéndose pasar por muerto. Se trata entonces de una representación para la cual diversos personajes esperan diversas reacciones del público (Belina es, de algún modo, el público de la representación que hace Argán) y dependiendo de cuál sea efectivamente esa reacción, se definirá cuál de los personajes tiene razón y se actuará en consecuencia.
La reacción de Belina se configura como una fuerte ironía, por un lado, porque demuestra unas intenciones contrapuestas a las que Argán espera escuchar en su esposa. “¡Loado sea el cielo, que de tan gran carga me libra!”, sentencia la mujer y luego hasta explica a Toñeta por qué no debe entristecerse por la pérdida de “un hombre molesto para todos, sucio, desagradable…” (Acto III Escena 12 p.155). Belina no tiene ningún pudor en finalmente revelar lo que siente y piensa: su representación, su simulación de mujer fiel y devota terminó con la muerte de su marido; ya no tiene nada que ocultar. La representación de Argán puso entonces fin a la representación de Belina, quien ya no quiere dejar pasar un minuto sin concentrarse en su verdadero objetivo: “llevemos al muerto a su lecho y ocultemos su fallecimiento hasta que yo haya ejecutado cierto asuntillo. Hay un dinero y unos papeles de los que necesito apoderarme, pues no es justo que haya pasado yo sin fruto mis mejores años junto a este hombre” (Acto III Escena 12 p.155), declara ella. El tema de la representación cobra en esta escena relevancia dramática: una representación (la de Argán) revela el carácter representado, simulado, de otra conducta que otros creían honesta (la de Belina). De hecho, Toñeta había dicho, en la escena anterior, que Belina era una “mujer irreprochable, mujer sin artificio, mujer sobre cuyo amor por el señor no hay nada que decir” (Acto III, Escena 11, p.154). La criada así hablaba como parte de su propia simulación, frente a Argán, en la cual fingía darle la razón para perseguir así sus objetivos de ayudar a Angélica. Pero en lo que respecta a su descripción de Belina, la expresión “sin artificio” no resulta casual: la criada justamente elegía resaltar, aunque en una negación irónica, el carácter artificioso y simulatorio del comportamiento de la esposa del protagonista.
Por otro lado, la reacción de Angélica frente a la supuesta muerte del padre vuelve a componer otro cuadro donde una representación revela una verdad. En este caso, la verdad revelada es la honestidad, nobleza y fidelidad de la joven hacia su padre. “¡Oh, cielos, qué infortunio, qué golpe cruel! ¡Ay! ¿Por qué he de perder a mi padre, lo único que me quedaba en el mundo?” (Acto III Escena 13 p.156), se lamenta honestamente la joven junto al lecho de Argán. Su actitud revela errónea la sospecha que el protagonista tenía sobre su hija (él creía que lo único que le interesaba a ella era sostener un amorío), y esta verdad revelada lo empuja a modificar su actitud para con ella y desistir de la idea de encerrarla en un convento.
En otro orden de cosas, es interesante observar que el asunto de la representación de la muerte también revela otra cuestión, según la crítica, en torno al carácter del protagonista. El hecho de que Argán sea capaz de simular su propia muerte y utilizarla con tanta ligereza para poner en evidencia los sentimientos de su familia demuestra que su miedo a la muerte (y conectado a esta, a la enfermedad) podría no ser tan extremo ni fatal como él mismo sostiene desde un principio. Es decir, el miedo a la enfermedad que azota al protagonista, tal como sospechaban varios personajes, no dependería sino de su propia actitud obsesiva y de la ansiedad que lo conduce a una credulidad sin límites en lo que refiere a la palabra de los médicos y a los posibles remedios y tratamientos. La enfermedad del enfermo imaginario termina de revelarse, por vía de una representación, imaginaria: no se trata de una enfermedad, sino de la neurosis obsesiva de la hipocondría. Dicho de otra manera, Argán no está enfermo, sino que se imagina, constantemente, enfermo. En este sentido, de la misma manera que Argán puede crear la ilusión de que está muerto, también se crea para sí la ilusión de estar constantemente enfermo. Así las cosas, cabría suponer que también puede imaginarse sano y abandonar todos sus supuestos padecimientos.
Ahora bien, el tema de la representación atraviesa todas las últimas escenas de El enfermo imaginario y aúna también en sí a otras temáticas importantes de la obra. Como vimos, la representación se revela aparejada a la temática amorosa y, tal como se evidencia hacia el final de la pieza, también se demuestra asociada al tema de la ciencia médica. La propuesta de Beraldo de que Argán se convierta en médico y que esa conversión se realice por medio de la representación de su recibida como profesional termina de explicitar lo que varios personajes, pero sobre todo Beraldo, sugieren desde un principio. No solo la enfermedad se revela simulacro, sino que también se erige a lo representativo o simulatorio como el carácter más sustancial de los profesionales de la medicina. “Pero hay que saber bien el latín, conocer las enfermedades y entender qué remedios se han de preparar”, objeta Argán cuando su hermano postula como fácil su conversión a médico. “Teniendo un ropón y birrete de médico aprenderéis a todo eso”, responde Beraldo y finalmente sentencia: “En cuanto se habla ostentando soga y birrete todo charlatanismo se trueca en sabiduría y toda necedad se convierte en razón” (Acto III, Escena 14, p.157.). Así, en palabras de este personaje queda explicitada la dimensión representativa, artificiosa, de los médicos: en su ejercicio profesional, en su supuesta sabiduría, habría menos verdad, contenido real, que performance. Este último parlamento de Beraldo parecería poner en palabras lo que efectivamente antes se había comprobado escénicamente: Toñeta, disfrazada de médico, generaba los mismos efectos y se le otorgaba la misma autoridad de palabra que a un médico “real”. De la misma manera, postularía Beraldo, no hace falta que Argán estudie para convertirse en médico, sino que basta con que se vista con los elementos de quien se recibe de tal profesión y se represente la celebración de su recibida. El disfraz adquiere así un lugar primordial, definitorio, y bastaría con revestirse de tal o cual elemento de vestuario para adquirir las cualidades del personaje en cuestión. Es esto lo que hacen los comediantes en el teatro, y la obra misma lleva esta idea al extremo de la escenificación: al final de la pieza, todos los personajes toman tal o cual vestuario para convertirse, en la canción final de El enfermo imaginario, en otros personajes. Parecería decir Molière: nada, ni siquiera la ciencia, la medicina, la muerte, la salud o la enfermedad, escapa a la esfera de la representación. Nada prescinde del todo de instrumentos propios de la representación (discursos, vestuarios, rituales, simulaciones) y, por ende, todo puede ser interpretado en un escenario.