La alta sociedad
La principal crítica de La importancia de llamarse Ernesto parece apuntar a las costumbres propias de la alta sociedad londinense de la segunda mitad del siglo XIX, clase social a la que pertenecen la mayoría de los personajes de la obra. Desde el inicio, el escenario refleja que los personajes pertenecen a la alta sociedad. Las didascalias sitúan a Algernon en una habitación “lujosa y artísticamente amueblada” (p.21), donde un mayordomo le sirve té y a quien encarga preparar bocadillos de pepino. Algernon se sitúa, gran parte del primer acto, en un sillón que es claro símbolo de la comodidad, el hedonismo y la holgura de la alta sociedad, que posee dinero sin siquiera pensar en la idea de trabajar. De hecho, en toda la pieza, no se habla de oficios, sino simplemente de fortunas, propiedades, rentas, que se asumen herencias de familia. La alta sociedad aparece tematizada en la pieza de un modo crítico: el dramaturgo delinea a los personajes típicos de esa clase social y expone sus costumbres e idiosincrasia de un modo satírico, desnudando con humor sus miserias y falsedades. El mayor exponente de este sector social parece ser el personaje de Lady Bracknell, representativa de un estereotipo de mujer de alta sociedad en la Inglaterra victoriana. Ella privilegia las apariencias, la posición social de las personas, y cree en ideales como el concepto de “buena familia” que aseguran la dignidad de los hijos. Es su intransigente jerarquía de valores, justamente, la que activa el conflicto principal de la pieza: ella no consiente el matrimonio entre su hija y el protagonista, debido al incierto origen social del señor Worthing, adoptado tras ser encontrado en un bolso en una estación de tren. Lady Bracknell no encuentra un problema en la personalidad del señor Worthing, sino en que "nacer, o al menos ser criado en un saco de mano, tenga asas o no, me parece un desprecio a la decencia de la vida familiar", hecho que "no puede considerarse como una base segura para sostener una posición reconocida en la buena sociedad" (p.48).
El doble
Uno de los temas más escenificados en la obra es el del doble, instalado desde el comienzo de la acción por el desdoblamiento del protagonista, que utiliza un nombre en el campo ("Jack") y otro en la ciudad ("Ernest"). En torno al nombre "Ernest" giran también otros desdoblamientos identitarios: es además un personaje ficticio, creado por el protagonista, quien denomina "Ernest" a un supuesto hermano malicioso a quien, cada tanto, debe asistir; y es esa también la identidad que simula asumir Algernon para seducir a una muchacha, enamorada previamente de ese tal Ernest a quien no conoció personalmente. A su vez, el mismo nombre articula en sí mismo, en el contexto de la trama, una dualidad: "Ernest" es una palabra homófona a "earnest", que en inglés -idioma original de la obra- significa "serio". Esta serie de desdoblamientos no se reducen a un mero juego formal, sino que constituyen un modo de manifestar la crítica social que realiza el autor de esta farsa.
La importancia de llamarse Ernesto sitúa el foco de su crítica en la doble moral y la hipocresía propios de la alta sociedad en la época victoriana. Mediante estos desdoblamientos, y las constantes repeticiones de frases y situaciones, el autor pone en escena los comportamientos propios de una sociedad que simula ser algo cuando, en realidad, es lo contrario. El ejemplo más claro de esto lo encarna el personaje protagonista, quien se nomina a sí mismo serio utilizando, paradójicamente, una identidad falsa, y consiguiendo así el amor de una muchacha a quien sólo le interesa casarse con un hombre llamado Ernest, puesto que el nombre le inspira confianza. La obra presenta entonces la importancia que la sociedad otorga a las etiquetas, a las máscaras, y no a lo que yace por detrás de las apariencias.
La hipocresía
Relacionado con el tema del doble y el de la alta sociedad, se presenta también en la obra el tema de la hipocresía. La hipocresía suele aparecer en la pieza construida a partir de una profunda ironía, gracias a la cual se evidencia una distancia abismal entre los valores que ciertos personajes dicen profesar y lo que realmente hacen o piensan. Lady Bracknell es el personaje más representativo de los valores de la alta sociedad inglesa de fines del siglo XIX, y es también quien encarna más perfectamente, en la pieza, la hipocresía. Este personaje, por ejemplo, dice no aprobar los "matrimonios interesados" y, sin embargo, consiente el compromiso entre su sobrino y Cecily cuando se entera de la fortuna que posee la muchacha. Además, se justifica constantemente recurriendo a razonamientos paradójicos: "Querida niña, naturalmente sabrá usted que Algernon no tiene más que deudas. Pero yo no apruebo los matrimonios interesados. Cuando me casé con Lord Bracknell yo no tenía fortuna de ninguna clase, pero no soñé ni por un momento en permitir que esto fuera un obstáculo en mi camino" (Lady Bracknell, Acto III, p.112).
El matrimonio como herramienta para el estatus social
Los conflictos principales de la obra giran en torno a los obstáculos que se presentan para el enlace matrimonial. En esta obra, que tematiza de un modo crítico a la alta sociedad y sus costumbres, el matrimonio se evidencia como una institución completamente desligada de la motivación amorosa entre individuos: los dos personajes femeninos en la obra aceptan casarse con los personajes masculinos que se les proponen no por ellos en sí, sino porque el nombre de ambos -que, según ellas creen, es "Ernest"- les parece el único nombre aceptable en un hombre con el cual vayan a casarse. En paralelo, Lady Bracknell obstaculiza el matrimonio entre su hija y el protagonista debido a que el estatuto de adoptado del muchacho no ofrece una base sólida, según ella, para un buen posicionamiento en la sociedad. En todos los casos, el matrimonio aparece tematizado en la obra como una mera herramienta para sostener -o acceder a- determinado estatus social.
Lo real y lo falso
A lo largo de la obra se exponen mentiras, falsedades, que hacia el final se develan como verdades. La revelación de la verdadera identidad del protagonista demuestra que este, al inventar que se llamaba Ernest y que tenía un hermano malicioso, no estaba sino diciendo la verdad. La identidad que Jack imaginó y construyó como un personaje de ficción, termina develándose real: "siempre se lo dije, Gwendolen: mi nombre es Ernest. Bueno, es Ernest, después de todo. Quiero decir que es Ernest, naturalmente" (p.125). Este movimiento, que ofrece una reflexión sobre la temática de lo real y lo falso, puede pensarse en relación con uno de los postulados más célebres de Oscar Wilde en relación con el arte: aquel que señala que el arte no copia a la naturaleza -como sugiere la idea de “representación”-, sino que es la naturaleza la que copia al arte. En La importancia de llamarse Ernesto, la verdadera identidad de Jack, su naturaleza, se revela al final de la obra tal y como el protagonista la creó.
En este sentido, podemos pensar que el autor postula una teoría acerca de la creación artística -en la obra, representada como configuración de la propia identidad-, que podríamos leer en una de las frases finales de esta comedia, puesta en boca de Gwendolen: "En los asuntos de gran importancia, lo vital es el estilo, no la sinceridad" (p.105). Si el arte copiara a la naturaleza, lo vital sería la sinceridad, en términos de transparencia en la representación. Dentro de la propuesta de Wilde, en la cual es la naturaleza la que copia al arte, lo vital entonces pasa a concentrarse en la virtud creativa, entre cuyos atributos más importantes se encuentra el estilo.
La seriedad y la trivialidad
Gran parte del efecto cómico de la obra responde a la confusa jerarquía de valores que manejan los personajes: a lo largo de la obra se constata que asuntos que podrían considerarse generalmente serios, como lo son la identidad, la muerte o el amor, son abordados como si fueran trivialidades. En la misma línea, se observa que los personajes tratan con seriedad asuntos triviales, como los pasteles o los bocadillos de pepino. Al momento de su estreno, Oscar Wilde había subtitulado la pieza con la siguiente leyenda: “A trivial comedy for serious people”, es decir, “una comedia trivial para gente seria”, presentando así la cómica e irónica conjugación que la obra presenta entre lo trivial y lo serio. A su vez, el autor describe La importancia de llamarse Ernesto como una obra "exquisitamente trivial, una delicada burbuja de fantasía, y tiene como filosofía que debemos tratar todas las cosas triviales de la vida con seriedad, y todas las cosas serias de la vida con una trivialidad sincera y estudiada". Si bien es en esencia una comedia de costumbres, la obra también utiliza técnicas propias del absurdo para restar importancia a toda situación, disminuyendo la seriedad que se supone comúnmente apropiada para el tratamiento de ciertos temas.
La castidad y la tentación
Wilde tematiza en la obra otro de los aspectos propios de la sociedad victoriana, que es la exigencia de "decencia" y el enaltecimiento de la castidad. En La importancia de llamarse Ernesto, la castidad aparece encarnada en el personaje de un cura, que a pesar de su condición atrae profundamente a una mujer, miss Prism. Es ella quien, incluso, le dice que "la soltería persistente convierte al hombre en una tentación pública permanente. Los hombres deberían tener más cuidado; el celibato hace que se echen a perder los caracteres" (p.67). El tratamiento que Wilde hace del tema tiene que ver con lo que sucede en una sociedad ante las exigencias extremas de puritanismo, y el modo en que ciertos valores, puestos sobre los individuos, solían producir un efecto contrario al buscado. En este caso, lo que se escenifica es la castidad como incitación a lo sexual. Es miss Prism quien pone en palabras esta paradoja: el celibato, la castidad, no protegen al hombre de la acechante sexualidad tan temida, sino que por el contrario lo exponen a ella, convirtiéndolo en una “tentación”.