La mayor parte de la novela tiene lugar en Umuofia, un grupo de nueve pueblos del Bajo Níger. Umuofia es un clan poderoso, hábil en la guerra y con una gran población, con orgullosas tradiciones e instituciones sociales avanzadas.
Okonkwo ha crecido de la nada a una posición alta. A través del trabajo duro, se ha convertido en un gran hombre entre su gente. Ha tomado tres esposas y su granero está lleno de ñames, el cultivo principal. Gobierna a su familia con puño de hierro.
Un día, un clan vecino comete una ofensa contra Umuofia. Para evitar la guerra, el clan ofensor entrega a Umuofia una virgen y un niño pequeño. La joven se convertirá en la nueva esposa del ofendido. El niño, cuyo nombre es Ikemefuna, debe ser sacrificado, pero no de inmediato. Vive en Umuofia durante tres años, y durante ese tiempo vive bajo el techo de Okonkwo, convirtiéndose en parte de su familia. Nwoye, el hijo mayor de Okonkwo, ama especialmente a Ikemefuna como a un hermano. Pero finalmente, el oráculo pide la muerte del niño, y un grupo de hombres se lleva a Ikemefuna para matarlo en el bosque. Okonkwo, temeroso de ser percibido como débil y blando de corazón, participa en la muerte del niño. Lo hace a pesar del consejo de los ancianos del clan. Nwoye queda dañado espiritualmente por el evento.
Okonkwo también se conmueve, pero continúa con su impulso para convertirse en el señor de su clan. Constantemente decepcionado por Nwoye, Okonkwo siente en cambio un gran amor por Ezinma, hija suya y de su segunda esposa. Ekwefi tiene diez hijos, pero sólo Ezinma ha sobrevivido. Ella ama a la chica ferozmente. Ezinma es enfermiza, y a veces Ekwefi teme que ella también muera. Tarde una noche, Chielo, el poderoso Oráculo de Umuofia, se lleva a Ezinma para un encuentro espiritual con la diosa de la tierra. Aterrorizada, Ekwefi sigue al Oráculo a cierta distancia, temiendo que un daño pudiera afectar a su hija. Okonkwo también la sigue.
Luego, durante el funeral de uno de los grandes hombres del clan, el arma de Okonkwo explota y mata accidentalmente a un niño. De acuerdo con la ley de Umuofia, Okonkwo y su familia deben exiliarse por siete años.
Okonkwo lleva el exilio con amargura. Es fundamental para sus creencias tener fe en que los hombres dominan su propio destino. Pero el accidente y el exilio son pruebas de que a veces el hombre no puede controlar su propio destino, y Okonkwo se ve obligado a volver a empezar
de nuevo sin la fuerza y la energía de su juventud. Huye con su familia a Mbanto, la tierra natal de su madre. Allí los recibe la familia de su madre, que los trata generosamente. Esta familia está encabezada por Uchendu, el tío de Okonkwo, un anciano generoso y sabio.
Durante el exilio de Okonkwo, el hombre blanco llega a Umuofia y Mbanto. Los misioneros llegan primero, predicando una religión que a la gente igbo le parece alocada. Ganan conversos, pero en general los conversos son hombres de bajo rango o parias. Sin embargo, con el tiempo, la nueva religión gana impulso. Nwoye se convierte en un converso. Cuando Okonkwo se entera de la conversión de Nwoye, golpea al chico. Nwoye se va de la casa.
Okonkwo regresa a Umuofia para descubrir que el clan ha cambiado tristemente. La iglesia ha ganado conversos, algunos de los cuales son fanáticos e irrespetuosos de las costumbres del clan. Peor aún, el gobierno del hombre blanco ha llegado a Umuofia. El clan ya no es libre para juzgar a los suyos; un comisario de distrito juzga los casos desde la ignorancia, respaldado por un poder armado.
Durante una reunión religiosa, un converso desenmascara a uno de los espíritus del clan. La ofensa es grave y, como respuesta, el clan decide que la iglesia ya no estará permitida en Umuofia. Tiran abajo el edificio. Poco después, el comisario del distrito les pide a los líderes del clan, Okonkwo entre ellos, que vayan a verlo para una reunión pacífica. Los líderes llegan y son capturados rápidamente. En prisión, son humillados y golpeados, y son mantenidos allí hasta que el clan pague una pesada multa.
Después de la liberación de los hombres, el clan convoca a una reunión para decidir si lucharán o intentarán vivir pacíficamente con los blancos. Okonkwo quiere guerra. Durante la reunión, llegan mensajeros de la Corte y ordenan a los hombres que disuelvan la reunión. Las reuniones del clan son el corazón del gobierno de Umuofia; todas las decisiones se toman democráticamente, y una interferencia con dicha institución significa el final de los últimos vestigios de la independencia de Umuofia. Enfurecido, Okonkwo mata al mensajero de la Corte. Los otros mensajeros de la corte escapan, y como las otras personas de su clan no los atrapan, Okonkwo sabe que su gente no elegirá la guerra. Su acto de resistencia no será seguido por otros. Amargado y afligido por la destrucción de la independencia de su pueblo, y por temor a la humillación de morir bajo la ley blanca, Okonkwo regresa a su casa y se ahorca.