2666 (Primera parte)

2666 (Primera parte) Símbolos, Alegoría y Motivos

El viaje (Símbolo)

En la historia de la literatura, los relatos de viaje han ocupado un rol protagónico desde sus inicios. La Odisea de Homero, los relatos de Julio Verne, Dafoe, Kipling, Conrad y tantos otros han instalado el desplazamiento, por tierras y mundos exóticos, como uno de los recursos más productivos para abordar las transformaciones psicológicas que el encuentro con el otro, o lo otro, provocan en el viajero. En este sentido, el viaje externo a través de territorios desconocidos simboliza el viaje interno que encuentra al personaje transformado al finalizar el recorrido. 2666, como podemos anticipar, no es la excepción.

A pesar de que los críticos se mueven constantemente por toda Europa, debido a los numerosos concursos, simposios, cursos y conferencias a los que asisten, el verdadero viaje vendrá de la mano de la pista que tienen sobre la localización de Archimboldi. Esta pista los lleva a tomar un avión a Sonora, México, con el objetivo de encontrar al escritor. El encuentro con este espacio desconocido los hace sentir como “astronautas recién llegados a un planeta donde todo era incierto” (p.184).

Como dijimos, en todo viaje el explorador se transforma: Norton entra en una crisis nerviosa profunda que luego deviene en revelación, vuelve a Europa y decide quedarse, de todos los amigos, con Morini; Pelletier se sumerge como nunca en la literatura obsesiva de Archimboldi, deja de salir del hotel, se dedica a beber y leer, una y otra vez, los mismos textos del alemán; y Espinoza se zambulle en Santa Teresa y sus suburbios, entabla una relación con una joven y su pequeño hermano, y pasa sus días en el mercado.

A diferencia de la tradición literaria, no hay nada edificante en este viaje, sino más bien un sentimiento perturbador de pérdida y desorientación. En esta línea, dice Bolaño, en “Enfermedad + Literatura = Enfermedad”, respecto al epígrafe que abre la novela:

Un oasis siempre es un oasis, sobre todo si uno sale de un desierto de aburrimiento. En un oasis uno puede beber, comer, curarse las heridas, descansar, pero si el oasis es de horror, si sólo existen oasis de horror, el viajero podrá confirmar, esta vez de forma fehaciente, que la carne es triste, que llega un día en que todos los libros están leídos y que viajar es un espejismo (2010: p.152).

Algo de esto descubre prematuramente Morini cuando decide no viajar con sus amigos, y algo de esto es lo que terminan de comprender los críticos, en Santa Teresa, cuando se dan cuenta de que eso es lo más cerca que podrán estar de Archimboldi.

Archimboldi (Símbolo)

Si pensamos en los críticos como una suerte de paparazzis en busca de una foto de Archimboldi, su celebridad fetiche, es poco lo que podemos extraer del asunto. Sin embargo, es posible leer esta persecución como una representación de algo más. Pensándolo así, Archimboldi puede funcionar como un símbolo de aquello que es una pulsión vital, el combustible que motoriza una vida, en este caso la de los críticos.

Siempre en otra parte, Archimboldi permanece inaccesible, y funciona como un imán de atracción para impulsar a los críticos a moverse. Desde donde quiera que esté, el alemán emana su señal incierta, datos fragmentarios guían a los críticos de aquí para allá, acrecentando su fervor. Archimboldi es, entonces, la utopía, el objetivo que entusiasma, pero se mantiene siempre lejano. Pelletier reconoce esto al final de “La parte de los críticos”, cuando acepta que Archimboldi está aquí, en el desierto de Sonora, y ellos también están aquí y, sin embargo, no accederán a él.

Amalfitano (Símbolo)

En la novela, el profesor chileno Amalfitano opera como un símbolo del intelectual exiliado latinoamericano. Amalfitano nos cuenta que partió de Chile por razones políticas:

Cuando los críticos, ya mucho más benevolentes con su aparición, le preguntaron qué hacía él en Argentina en el año 1974, Amalfitano los miró a ellos y luego miró su cóctel Margarita y dijo, como si lo hubiera repetido muchas veces, que en 1974 él estaba en Argentina por el golpe de Estado en Chile, el cual lo obligó a emprender el camino del exilio. Y luego pidió disculpas por esa forma un tanto grandilocuente de expresarse. Todo se pega, dijo, pero ninguno de los críticos le dio mayor importancia a esta última frase (p.167).

Amalfitano da a entender, al contar que luego se fue a España, que también tuvo que partir de Argentina debido al golpe de Estado allí. Tanto su figura como su comentario “todo se pega” hace una sutil referencia a que había muchos otros como él de los cuales tomar una forma de expresarse, personas viviendo la misma circunstancia de “abolición del destino” (p.167), como le llama al exilio.

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