Dante sigue el sistema ptolomeico para disponer el lugar y la estructura del Paraíso, el reino del más allá donde se hallan las almas de los salvados. Este paradigma cosmológico, aceptado en la Edad Media, ubica a la Tierra en el centro del universo y a esferas concéntricas girando alrededor de ella. Estas esferas son los primeros ocho cielos del Paraíso de Dante, y su orden responde al de las esferas ptolemaicas: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno y estrellas fijas. Los bienaventurados se ubican momentáneamente en cada uno de estos cielos, para que el peregrino pueda comprender, de acuerdo a su capacidad de entendimiento humano, el diferente grado de beatitud de cada uno de ellos (según un orden creciente de beatitud, partiendo desde el cielo más bajo). Sin embargo, todas las almas comparten el mismo sitio, el Empíreo, el último de los cielos del Paraíso:
Ni el serafín aquel que más se endiosa,
ni Moisés, ni Samuel, ni cualquier Juan
que tú elijas, incluso ni María,
tienen sus tronos en distinto cielo
que estos espíritus que aparecieron,(...) pues todos hacen bello el primer giro,
(...) Aquí se muestran, no porque asignada
les fue esta esfera, sino como signo
de su vida celestial que es menos alta.Tiene que hablarse así al ingenio humano
pues solo aprehende desde los sentidos
lo que luego hace digno de intelecto.(IV, 28-42)
El noveno cielo (llamado también Cristalino o Primer Móvil) es el último de los cielos físicos en el Paraíso de Dante. Es la esfera más grande, la que contiene a todos los otros cielos; más allá de ella, solo se halla el intelecto y el amor del Empíreo: “Luz y amor lo contienen en un círculo, / como este a los demás” (XXVII, 112-113). Acá tiene origen el movimiento y el tiempo. En este cielo, que los padres de la Iglesia llamaron “Coelum Angelorum” (“cielo de los ángeles”), el poeta describe las nueve jerarquías angelicales como círculos de fuego girando en torno a un punto de luz, que representa a Dios. Los ángeles son los motores de los cielos físicos: ellos inician y mantienen el movimiento de los nueve cielos.
El último cielo es el Empíreo, donde Dios está presente en su esencia. Este es el destino del viaje del peregrino, y acá ve a Dios y a todos los salvados. Estos últimos se presentan mediante la imagen de una rosa inmensa que el peregrino observa desde su centro. Los bienaventurados se disponen allí como los pétalos de la rosa.