Divina Comedia: Paraíso

Divina Comedia: Paraíso Resumen y Análisis Cantos XV-XX

Resumen

Canto XV

Las almas del cielo de Marte hacen silencio para dar lugar a que Dante converse con ellas. Luego, una de las luces brillantes recorre la cruz desde el brazo derecho hasta la base, sin apartarse de ella, para aproximarse a Dante, como el alma de Anquises se acercó a Eneas en los campos Elíseos. El alma pronuncia, primero, palabras en latín, y luego expresa palabras incomprensibles para los mortales.

A continuación, en un lenguaje comprensible, el espíritu agradece a Dios por haberle concedido la gracia a un descendiente suyo de ir al más allá aún en vida, e invita a Dante a hablar con confianza, a pesar de que él ya sabe lo que va a decir, y ya tiene lista su respuesta. El peregrino pone de manifiesto su incapacidad para expresar el agradecimiento que siente por el afectuoso recibimiento paterno, y le pide al alma que le revele su nombre. Este declara ser un antepasado de Dante, su tatarabuelo, y luego recuerda la sociedad florentina del tiempo en que él vivía, pacífica, austera y honesta. Finalmente, revela su nombre, Cacciaguida, y se refiere a su nombramiento como caballero y a su participación en la cruzada en la que siguió al emperador Conrado III, y en donde murió.

Canto XVI

El poeta confiesa que sintió orgullo de la nobleza de su antepasado, incluso en el Paraíso, donde no se tuerce el afecto, y habla del carácter efímero de la nobleza de las estirpes, cuya duración depende del comportamiento individual de sus miembros. Dante comienza a dirigirse a Cacciaguida con un trato de cortesía, y Beatrice sonríe en forma de advertencia por el orgullo que siente el peregrino. Luego, Dante manifiesta su profunda alegría y le pregunta a Cacciaguida sobre sus antepasados, el tiempo de su infancia, cuán grande era Florencia (el “redil de San Giovanni”, v. 25) y cuáles eran las familias más importantes en su época.

Luego de referirse brevemente a la caducidad de las estirpes y de las ciudades y a los vaivenes de la Fortuna, Cacciaguida habla de muchas familias nobles del pasado “cuya gran fama se escondió en el tiempo” (v. 87). La enumeración concluye con la referencia a la familia por la que nació la discordia entre los florentinos y, finalmente, Cacciaguida recuerda nuevamente la Florencia pacífica, cuyo emblema, el lirio, aún no estaba teñido de rojo a causa de los conflictos internos.

Canto XVII

Dante se compara a sí mismo con el mítico Faetón, cuando este se presentó ante Clímene para confirmar lo que había oído en contra suyo. Entonces Beatrice lo impulsa a hablar, no para que ella y Cacciaguida conozcan su deseo (puesto que ya lo conocen), sino para que él se acostumbre a pedir y a ser servido. Dante se refiere a los presagios sobre su futuro que recibió mientras viajaba con Virgilio por el Purgatorio (“el monte que a las almas cura”, v. 20) y el Infierno (“el difunto mundo”, v. 21), y pide más información sobre su fortuna, para prepararse mejor: “ya que la flecha prevista va más lenta” (v. 27).

Cacciaguida, entonces, explica que, aunque puede ver toda la contingencia de lo humano, eso no significa que lo que ve sea así necesariamente (es decir, no contradice el libre albedrío). A continuación, el alma afirma que Dante será desterrado de Florencia, como Hipólito fue expulsado de Atenas, y describe el sufrimiento que tendrá que soportar el poeta. Sin embargo, también le revela que en el exilio encontrará una gentil hospitalidad gracias a la “cortesía del lombardo” (v. 71; se refiere a Bartolomeo della Scala), y que conocerá al joven Cangrande, quien tendrá virtudes extraordinarias. Luego, Cacciaguida añade cosas que el poeta debe callar, puesto que resultarían inverosímiles.

A continuación, Dante expresa una incertidumbre: en el Infierno (“el mundo siempre amargo”, v. 112), en el Purgatorio (“el monte de cuya cima / los ojos de mi dama me elevaron”, vv. 113-114), y en el Paraíso (“estos cielos”, v. 115) aprendió cosas que, si las comunica, desagradarán a muchas personas; sin embargo, si no cuenta la verdad, teme que su poema no perdure entre los hombres del futuro (aquellos quienes “a este tiempo llamarán antiguo”, v. 120). Entonces Cacciaguida, aún más luminoso, le indica a Dante que cuente todo aquello que vio en su viaje al más allá: “rechaza la mentira, / toda la visión tuya haz manifiesta” (vv. 127-128), aunque a muchos les desagrade, pues será un alimento vital para los seres humanos. Finalmente, Cacciaguida le anuncia que su poema será un grito de denuncia “que las más altas cimas más golpea” (v. 134), y que, por eso, será digno de honor, y que para ese fin se le presentaron en su viaje solo las almas conocidas por su fama, para que los lectores puedan aprender a partir de ejemplos conocidos.

Canto XVIII

Dante permanece pensando en las palabras de Cacciaguida y luego, volviéndose a su antepasado, nota su deseo de hablarle nuevamente. El alma le señala entonces otros espíritus que se encuentran en el cielo de Marte: Josué, Judas Macabeo, Carlomagno, Orlando, Guillermo de Orange, Rinoardo, Godofredo de Bouillon y Roberto Guiscardo. Después, Cacciaguida retoma su lugar en la cruz y se une al coro de las demás almas.

Dante advierte que asciende a un nuevo cielo a causa de la creciente belleza de Beatrice. En el cielo de Júpiter, numerosas almas resplandecientes, volando y cantando, forman letras en el cielo que componen la frase “Diligite iustitiam qui iudicatis terram” (“Amen la justicia, ustedes, los que gobiernan la tierra”). Las almas se detienen en la última “m” y, luego, otras descienden y forman el perfil de un águila. La imagen suscita en Dante una plegaria que se vuelve una acusación contra la corrupción eclesiástica.

Canto XIX

Dante contempla el águila de luz compuesta por los bienaventurados del cielo de Júpiter y se asombra cuando esta se expresa en la primera persona singular, a pesar de estar formada por numerosas almas. El águila revela estar compuesta por los espíritus piadosos y justos, y Dante se dirige a ella para aclarar una duda que tiene hace tiempo, aunque sabe que no necesita formular la pregunta, puesto que las almas conocen sus pensamientos.

El águila, entonces, comienza advirtiendo que Dios es insondable y que los seres humanos solo pueden conocerlo de manera limitada. A continuación, manifiesta la pregunta de Dante, referida a la aparente injusticia que supone que no se salven aquellos que actuaron con rectitud, pero que, por razones geográficas, desconocieron la fe cristiana. El águila afirma luego que la voluntad de Dios nunca se aparta del bien supremo. Después, vuela y, cantando, señala que la justicia divina es incomprensible para los mortales, y luego afirma que nunca accedió al Paraíso alguien que no creyera en Cristo. Sin embargo, añade, el día del Juicio Final se verá que muchos que se declaran cristianos estarán más lejos de Cristo que algunos paganos. Finalmente, el águila pronuncia una invectiva contra los gobernantes corruptos.

Canto XX

El águila (“el signo del mundo y de sus guías”, v. 8) hace silencio y, luego, las almas cantan con sonidos angélicos. A continuación, con un sonido similar al murmullo de un río, el águila retoma la palabra indicando cuáles son las almas más importantes que la componen. Estas están situadas en el ojo y la ceja de la figura. En la pupila brilla el alma de David (“el cantor / que el arca traslado de pueblo en pueblo”, vv. 38-39), y en la ceja se encuentran el emperador Trajano, el rey Ezequías, el emperador Constantino, el rey Guillermo II de Altavilla y el troyano Rifeo.

Dante no puede contener su pregunta ante su asombro, puesto que entre los salvados se encuentran dos paganos: Trajano y Rifeo. El águila, entonces, explica que no murieron paganos (“no salieron gentiles de sus cuerpos”, v. 103), y que en virtud su nobleza, por gracia de Dios, pudieron creer en Cristo y convertirse a la fe cristiana. Finalmente, el águila advierte a los humanos sobre el peligro de juzgar quiénes serán salvados, puesto que ni siquiera ellos, los bienaventurados, lo saben, y afirma que esa falta de comprensión les es dulce, pues les permite abandonarse a la voluntad de Dios.

Análisis

La evocación familiar que encontramos en el canto XIV precede el episodio del encuentro entre Dante y su tatarabuelo, Cacciaguida, una secuencia lírico-narrativa que ocupa los cantos XV, XVI y XVII (con un apéndice en los primeros versos del canto XVIII). Se trata de uno de los episodios más importantes del poema (y no casualmente ocupa el lugar central del libro), puesto que acá se revela plenamente el sentido providencial del viaje de Dante al más allá y su misión como poeta.

En el momento inicial del encuentro con su antepasado, el poeta marca una similitud con el encuentro entre Anquises y su hijo, Eneas, en el más allá (“los Elíseos”, v. 27; lugar del inframundo pagano destinado a los seres virtuosos). Además, la analogía permite pensar que Cacciaguida esperaba con anhelo a su descendiente, como Anquises esperaba a Eneas (Eneida, VI, vv. 684-690). Esta idea se refuerza, más adelante, cuando Cacciaguida declara que, con la llegada de Dante, concluyó su “Grato y lejano ayuno” (v. 49), esto es, la espera de la llegada del peregrino, la cual leyó en Dios (“el volumen magno”, v. 50). Poco después, el alma se refiere nuevamente a la expectativa placentera que le producía el momento del encuentro: “Oh fronda mía en que me complacía ya al esperarte” (vv. 88-89).

El empleo del latín, usado por Cacciaguida en sus primeras palabras, señala la solemnidad de la situación. Además, estas palabras (traducidas, “Oh sangre mía, oh sobreabundante gracia de Dios, ¿para quién más, como para ti, se abrió dos veces la puerta del cielo?”, vv. 28-30) se conectan directamente con las dudas de Dante antes de comenzar de su viaje, expresadas en el primer libro de la Comedia, el Infierno:

Pero yo, ¿por qué he de ir? ¿Quién lo concede?
No soy Eneas, ni tampoco Pablo:
ni yo ni nadie me cree digno de ello.

(Inf, II, 31-33)

Acá esta respondida la pregunta de Cacciaguida: solo a Eneas y a san Pablo se les había concedido el excepcional privilegio de viajar, aún en vida, al más allá (la subida al cielo, solo a san Pablo), y esto se debió a las excepcionales tareas a las que estaban llamados. Sobre el rapto místico de san Pablo, el mismo apóstol se refiere a él en la “Segunda carta a los Corintios” (12, 1-5). La duda de Dante acerca de por qué razón le fue concedido también a él ese privilegio (“¿por qué he de ir?”) se responderá en el canto XVII, cuando se revele la misión salvífica de su poema.

En los cantos dedicados a Cacciaguida se pone de relieve el tema autobiográfico, y la historia personal y familiar de Dante se conecta con la historia de Florencia. Estos cantos se ocupan de los siguientes temas: en el canto XV se presenta el encuentro de Dante con su antepasado, se traza la genealogía del poeta y se realiza una descripción moral de la antigua Florencia; el canto XVI está dedicado principalmente a la descripción de las antiguas familias más importantes de Florencia; en el canto XVII culmina el momento autobiográfico del poeta con la revelación de su futuro exilio y la declaración de su misión poética.

En este último canto, luego de que Cacciaguida le revela al poeta su inminente exilio, le indica que no envidie a los florentinos, puesto que su fama se extenderá mucho tiempo después de que los males de ellos hayan sido castigados:

A tus vecinos no quiero que envidies
ya que la vida tuya se enfutura
mucho más que el castigo de sus males.

(vv. 97-99)

Más tarde, el poeta expresa su temor por comunicar las cosas que vio en su viaje al más allá: “si lo repito, / tendrá sabor amargo para muchos” (vv. 116-117). Al mismo tiempo, afirma la convicción de que probablemente su poema no perdurará en la posteridad si no dice en él la verdad:

“y si de verdad soy poco amigo,
temo perder vivir entre las gentes
que a este tiempo llamarán antiguo.

(vv. 118-120)

En la respuesta de Cacciaguida, con la que se cierra el canto, se encuentra el sentido último del viaje de Dante a los reinos del más allá, y el de la Comedia misma: la misión del poeta es revelar a sus lectores todo lo que vio, rechazando la mentira. Cacciaguida añade que, aunque a algunos les molesten sus palabras, el poema resultará ser un "alimento vital" para los seres humanos. De esta manera, se revela el motivo por el que a Dante le fue dado el privilegio de recorrer en vida el más allá, como a san Pedro y a Eneas (aludidos en el canto XV). Por otra parte, Cacciaguida le explica la causa por la cual solo las almas de las personas famosas se le presentaron en el Paraíso, en el Purgatorio y en el Infierno: los lectores entenderán mejor el mensaje si está provisto de ejemplos que les resulten familiares:

Por eso se te muestran en las ruedas,
en el monte y en el valle doloroso
solo almas conocidas por su fama,

ya que el ánimo del que oye no reposa
ni le da fe al ejemplo que posee
incógnita raíz que queda oculta
ni por otro argumento no evidente

(vv.136-142)

Además, en este canto encontramos un panegírico de Cangrande della Scala, protector de Dante entre 1313 y 1318, y a quien el poeta le dedica el Paraíso. Cacciaguida afirma sobre él que su magnificencia será reconocida, incluso, por sus enemigos (vv. 85-87), que restaurará la justicia (“cambiando condición pobres y ricos”, v. 90), y otras cosas increíbles que el poeta deberá callar (vv. 92-93).

En el canto XVIII, Cacciaguida presenta a los salvados del cielo de Marte. La característica común de estos personajes es que fueron luchadores por la fe cristiana. Además, la fama de ellos se condice con lo que Cacciaguida afirmaba en el canto precedente, a propósito de la notoriedad de las almas que se presentan para Dante en el más allá.

Luego, en el mismo canto, el poeta asciende a un nuevo cielo, el de Júpiter, donde se encuentran las almas de los justos. En este cielo (que ocupa los cantos XVIII, XIX y XX) se trata el tema de la justicia terrena y divina. Las almas forman acá, en primer lugar, las letras que componen la frase “Diligite iustitiam (...) / qui iudicatis terram” (XVIII, vv. 91-93; “Amen la justicia, ustedes, los que gobiernan la tierra”). La frase corresponde al primer versículo del libro bíblico de la Sabiduría (1.1). La “m” final de la frase (una letra gótica que habría que imaginar semejante al símbolo ⋔), en la que se detienen luego las almas luminosas, es, probablemente, un símbolo de la monarquía (el sistema que, según Dante, podía garantizar la justicia). Finalmente, luego de contemplar la formación del águila (símbolo del Imperio romano y de la justicia divina), compuesta a partir de numerosas almas, Dante pronuncia una invectiva contra los clérigos, señalando que, en la actualidad, se dedican a excomulgar a los creyentes (“quitando aquí y allá / aquel pan que el buen Padre a nadie niega”, vv. 128-129).

En el canto XIX (el canto central en la tríada dedicada a la justicia) se trata principalmente el tema del misterio de la justicia divina. El límite de la comprensión humana en relación con la justicia divina se compara con la visión de la profundidad del mar: el fondo del mar puede verse desde la costa, pero no en alta mar (vv. 58-63). A propósito de la inquietud de Dante acerca de la condena de los seres humanos que no tuvieron la posibilidad de conocer la fe cristiana, el águila señala que la respuesta está en las Escrituras (vv. 82-84), y que la justicia divina nunca se aparta del sumo bien (vv. 86-87) (la explicación se ampliará en el canto siguiente). Finalmente, el canto se cierra con la invectiva del águila contra los soberanos corruptos, quienes, en vez de garantizar la justicia, persiguen intereses personales.

La parte central del canto siguiente está dedica a la explicación del águila sobre la presencia en el Paraíso de dos almas de quienes se consideraba paganos: la de Trajano y la de Rifeo. La explicación de este milagro completa la exposición del canto precedente, terminando de aclarar la duda de Dante. En estos casos, la gracia divina permitió que ambos hombres murieran con fe en Cristo, por lo que ellos constituyen un ejemplo de cómo la justicia de Dios puede contemplar la salvación de los virtuosos. El águila explica que el emperador Trajano volvió a la vida gracias a los ruegos a Dios que se hicieron en su nombre, y así pudo creer en Dios y morir como creyente (vv. 106-117), y que Rifeo, por gracia divina, recibió la fe cristiana y comenzó a difundirla entre los paganos (vv. 118-126). Es interesante señalar que Rifeo es un personaje menor de la Eneida, que muere con la caída de Troya. De él se lee: “Cae Rifeo, el más justo entre todos los teucros, el modelo mejor de rectitud” (Eneida, II, v. 426). La aparición de Rifeo en el Paraíso, por otra parte, remite indudablemente al personaje de Virgilio, condenado en el Limbo junto a otros paganos virtuosos, y permite pensar que aún existe la posibilidad de salvación para él.

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