La obsesión de Fermín con un caso menor es intrascendente al lado de los delitos a los que no atiende. (situacional)
La ironía de la obsesión de Fermín contrasta con la naturaleza trivial del caso que persigue y su inquebrantable dedicación a resolverlo. Fermín, el investigador policial, se consume por los cigarrillos de contrabando desaparecidos y la posterior confusión del cadáver, dedicando una cantidad excesiva de tiempo, energía y recursos a lo que debería ser una investigación menor.
Esta absurda obsesión subraya las prioridades equivocadas y la ineptitud del sistema policial, ya que Fermín persigue tenazmente un asunto relativamente intrascendente mientras que los delitos más importantes y la corrupción campan a sus anchas. Esta ironía sirve como crítica mordaz a un sistema tan centrado en las apariencias superficiales y los procedimientos burocráticos que no aborda los problemas más generalizados y perjudiciales de la sociedad.
Marcos y Juan pretenden cometer un delito menor, pero, por error, terminan acarreando un cargamento de cadáveres. (situacional)
La ironía de la confusión de cargamentos está profundamente arraigada en la inesperada colisión de dos mundos enormemente diferentes y las consecuencias resultantes. En el fondo, la confusión representa una sorprendente yuxtaposición entre lo ilícito y lo morbosamente clínico. Por un lado, Marcos y Juan González, en su intento de participar en un acto relativamente menor de contrabando de cigarrillos, tropiezan sin saberlo con un mundo de criminalidad. Su decisión de cometer un pequeño delito, movidos por la desesperación económica, les lleva a conseguir inadvertidamente un cargamento de estos cadáveres destinado a una facultad de medicina. Aquí, la ironía reside en el contraste entre sus intenciones iniciales motivadas por el beneficio personal y el inesperado resultado de poseer algo tan serio y aleccionador como un camión cargado de cadáveres.
Los agentes que deben proteger a la ciudadanía son quienes participan de la corrupción. (Ironía situacional)
La ironía de las autoridades corruptas reside en la retorcida inversión de roles y la subversión de las expectativas sociales. En una sociedad justa, se espera que las fuerzas del orden y los funcionarios del gobierno defiendan la justicia y mantengan el orden. Sin embargo, el autor emplea ingeniosamente la ironía al retratar a estas figuras como profundamente corruptas, torpes y egoístas. Los agentes de policía que deben proteger a los ciudadanos e investigar los delitos, a menudo participan en sus actividades delictivas y perpetúan activamente el desorden. Este irónico retrato subraya la naturaleza omnipresente de la corrupción en la sociedad, en la que los que ocupan posiciones de poder son a menudo los que la explotan en beneficio propio. Este retrato sirve tanto de crítica como de comentario sobre la desilusión que puede surgir cuando las instituciones destinadas a defender la ética y la justicia están, de hecho, profundamente comprometidas.