La luz
En El adversario, la luz se asocia con la verdad de la vida de Jean-Claude Romand. Así, “mostrarse a plena luz” (p. 118) representa una imposibilidad para el impostor, ya que no puede aceptar exhibir frente a los demás esa vida vacía y ausente que subyacía detrás de la máscara. Estas imágenes reaparecen en el discurso religioso de la novela; en este punto, Dios es la luz que permitirá comprender y entender qué condujo a Romand a llevar adelante semejante tragedia.
La oscuridad
Para que exista la luz, debe haber también oscuridad. En este sentido, la vida del protagonista es para Carrère “esa oscuridad (...) en la que todavía se halla inmerso” (p. 34). En la novela, las imágenes de la oscuridad se asocian al carácter tormentoso de la existencia de Romand, atormentado por sus actos y por la imposibilidad de acceder a su propia verdad.
El bosque
En El adversario, el bosque es el lugar en donde Romand puede ser él, sin fingir nada ante nadie. Así, mientras los demás piensan que está trabajando, el protagonista vagabundea entre los “bosques sombríos donde había transcurrido su infancia solitaria” (p. 75). Este espacio se asocia con momentos de soledad; tanto en su infancia como en su presente adulto, ya que representa una verdad oculta que contrasta con su trabajo falso como doctor.
En un personaje que lleva el control y la manipulación hasta el extremo, el bosque es también una forma de conectarse con “la naturaleza y el espacio” (p. 75). En una realidad opresiva y asfixiante, en donde un paso en falso representa el desmoronamiento absoluto de su vida, el bosque es un punto de fuga para Romand, un lugar en donde no está obligado a fingir.