El adversario

El adversario Temas

La mentira

En El adversario, la mentira es el tema fundamental que estructura la vida entera de Jean-Claude Romand. A lo largo de dieciocho años, el protagonista fue dueño de una ficción deseada, en la que cumplía de manera precisa los roles que se había asignado para sí: a pesar de no haber terminado el segundo año de la carrera de Medicina, fingía ser médico investigador en la Organización Mundial de la Salud. Para sostener este trabajo, urdió tretas económicas y pasó su tiempo libre vagando por pueblos y bosques cercanos a Ginebra; mantuvo una serie de estrategias para sostener material y socialmente su mentira. Si bien el origen de su impostura no queda del todo claro, la narrativa de Carrère y los testimonios de Romand dejan entrever que desde su niñez el protagonista debía resguardar sus sentimientos, por miedo a angustiar a su propia madre. Para Romand, “la primera mentira llama a la siguiente y es así toda la vida” (p. 44). Esta imposibilidad de exhibirse de manera genuina y vulnerable lo obligó a dejar de lado una conexión real con sus sentimientos y lo forzó a mantener esa ficción para no defraudar a sus seres queridos.

La mentira es también una herramienta que Romand tiene para controlar y ser dueño de su destino y, accidentalmente, del de los demás. Es ejemplar al respecto el episodio sobre el supuesto fármaco no comercializado que vendió a un tío de su esposa; hecho que se demostró que carecía de total respaldo científico. De alguna manera, las mentiras de Romand le dieron la posibilidad de fingir ser un prestigioso profesional y, como tal, acceder a un mundo que le hubiera estado completamente vedado en caso de aceptar su realidad. Durante dieciocho años, nadie sospechó de sus mentiras porque la verosimilitud de sus acciones no dejaba lugar a ningún tipo de dudas.

En una vida en la que todo es performático, Romand argumenta que el amor que sentía por sus hijos, su esposa y sus padres no era una farsa. De alguna manera, la mentira del protagonista distingue entre sentimientos y acciones. Sin embargo, el fatal desenlace complejiza la naturaleza de este amor; Romand pudo haber sido buen padre, marido e hijo y lo más perverso fue que tomó igualmente la decisión de matarlos por no poder soportar hacerlos sufrir.

Finalmente, el asesino Romand ya no es un mentiroso, sino “una pobre mezcla de ceguera, aflicción y cobardía” (p. 171). Para poder vivir sin mentiras, tuvo que aceptar vivir en el sufrimiento que implica ser un asesino, un paria de la sociedad. Tal vez, finalmente, es la única opción que Romand encontró para poder existir de manera genuina entre los hombres.

Lo real y lo falso

Así como la mentira es uno de los temas fundamentales de El adversario, también la verdad estructura la forma de entender la vida de Jean-Claude Romand. El protagonista, acostumbrado a mentir para no defraudar ni a los demás ni a sí mismo, llega a un punto tal en el que genuinamente no sabe qué hechos de su vida fueron inventados y cuáles ocurrieron de verdad. Lo real y lo falso forman parte del mismo mundo indiferenciado de Romand, ya que la novela exhibe que cuando la mentira se sostiene, imposibilita cualquier forma de distinguir realmente la existencia de una verdad.

Si el discurso de la mentira se utiliza como una estrategia para ocultar una verdad, la vida de Romand pone en jaque esta consideración. Detrás de su papel de hombre importante que recorre el mundo, no hay nada; cada vez que finge estar en el trabajo, en realidad, vuelve “a la ausencia, al vacío” (p. 78). Las mentiras de Romand no encubren una vida alternativa, sino que ocultan el blanco de su existencia.

Desde que era niño, la verdad se le presenta como inaccesible a Romand. Si bien en repetidas ocasiones declara haber pensado en confesar sus mentiras, el desenlace trágico que elige para su familia confirma que esta intención no era, finalmente, así. En este sentido, también el final del protagonista es una decisión que oculta su verdad; en vez de ser reconocido como “un pequeño estafador” (p. 83), prefiere ser recordado como el héroe de una tragedia, conducido hasta el extremo a cometer actos horrorosos. En este punto, aceptar que es un delincuente vulgar es vergonzoso y sórdido; Romand intenta ocultar estas acciones con un acto que confirma su trascendencia, su carácter a-normal.

En una vida signada por la mentira, hay un ámbito en donde Romand clama ser verdadero. El protagonista defiende que su lado afectivo era real, que “amaba con toda su alma a su mujer y a sus hijos y que ellos también le amaban” (p. 70). Si todo puede ser impostado, el afecto permanece como lo único genuino en la vida del hombre.

La religión

En la novela, la religión, específicamente la católica, aparece como un discurso que colabora a entender la vida y los deseos de Jean-Claude Romand. En primer lugar, el catolicismo ofrece una mirada maniquea del mundo, en donde el bien y el mal cumplen dos funciones bien distinguidas entre sí. El título "El adversario" remite a Satán, la entidad negativa que conduce a los humanos al pecado, el mal o la falsedad. Romand era un integrante amado de la comunidad, respetado por su familia; cuando decide matar a su círculo íntimo, deja de ser ese muchacho bueno y es percibido justamente en su dimensión maligna, capaz de terminar con la vida de personas queridas.

Dentro de la prisión, el catolicismo y su liturgia le ofrecen a Romand la única posibilidad de redención; así, el protagonista abraza la relación con Dios como sostén que le impide hundirse y morir. Frente a la “terrible tragedia familiar” (p. 170) que le acontece, la Gracia y el Amor del Señor le permiten salir adelante con su vida, ya que le prometen misericordia y redención cuando llegue el momento de su muerte. Esta esperanza otorgada por el discurso católico es sostenida por Romand, que apacigua la culpa que siente por vivir con “la certeza de ser amado” (p. 170) que le ofrece Dios.

Sin embargo, el catolicismo también es cuestionado como una forma de legitimar una nueva impostura en Romand. En este sentido, los discursos religiosos sobre las maravillas que logró Dios en el alma del protagonista significan también una pérdida del contacto con la realidad e impiden que Romand se haga responsable de sus actos. De esta manera, Carrère describe al relato religioso como una “ilusión aplacadora” (p. 169) que le dificulta una toma de conciencia de sus decisiones dolorosa pero genuina.

Las expectativas y los mandatos sociales

En El adversario, gran parte de las decisiones de Jean-Claude Romand provienen de una mirada alterada sobre las expectativas y los mandatos que se imponen sobre la sociedad francesa a fines de siglo XX. La necesidad de ser un profesional prestigioso, proveedor de una familia, respetado por sus pares, responsable con sus tareas como hijo trastorna a Romand y lo obliga a sostener una farsa con tal de no defraudar. En este sentido, es pertinente aclarar que estas presiones son, ante todo, autoimpuestas; nadie lo obligó tácitamente a llevar adelante esa ficción, pero sí forman parte del mundo de lo deseado para un hombre francés de la época.

El “engranaje de no querer defraudar” (p. 44) conduce a Romand a tomar determinadas decisiones en su vida. En primer lugar, la elección de la carrera de médico no es casual, ya que representa una fantasía de ascenso social deseable desde su origen en la industria maderera. Sin embargo, el protagonista no se conforma con fingir que es doctor, sino que lleva su mentira hasta el límite: es un prestigioso profesional de la OMS, dedicado a crear nuevos medicamentos. La creación casi inverosímil de este destino se sostiene en la necesidad que Romand tiene de trascender; no se conforma con ser médico, sino que finge ser uno especial, diferente al resto. El protagonista no concibe la posibilidad de ser común y corriente; siente la necesidad de trascender.

En segundo lugar, para sostener de manera coherente este rol en su comunidad, debe asegurarse los medios económicos propios de su cargo laboral. En este sentido, las estafas son la herramienta que encuentra para sustentar la farsa que se había construido para él. De alguna manera, las expectativas que se ve obligado a satisfacer lo conducen al delito y, finalmente, a la masacre de toda su familia.

La locura

A través de toda la novela, la locura emerge como una de las posibles maneras de entender lo que hay detrás de las decisiones que Jean-Claude Romand toma a lo largo de su vida. En este sentido, los lectores nos cuestionamos si la tragedia final no fue, finalmente, producto de un loco, de una persona desequilibrada mentalmente. Sin embargo, la novela no se decanta por una mirada única sobre este fenómeno e incorpora diversas formas de entender las actitudes de Romand.

En un primer lugar, el equipo de profesionales que evalúa psicológicamente al acusado durante el juicio no determina una inestabilidad psíquica en el personaje, pero queda sorprendida por el afán constante de Romand de ofrecer de sí mismo una imagen favorable, aun después de haber masacrado a su familia y engañado a su entorno durante dieciocho años. Esta conducta es entendida como un síntoma del trastorno de la conducta narcisista que padece el protagonista. Esta tendencia compulsiva de considerarse el centro de la vida de los demás lo conduce a tomar la peor decisión: prefiere matar a toda su familia antes que aceptar la idea de que pudieran vivir sabiendo que era, en realidad, un estafador y un mentiroso.

En la novela, este trastorno enmascara algo más profundo: los padecimientos de una depresión, que Romand ha negado durante toda su vida. A pesar de este diagnóstico, el protagonista no parece estar en un estado de sufrimiento tal como para imponerle un tratamiento psicológico. Así, Romand padece de un desequilibrio orgánico, pero la imposibilidad de manifestarlo hace que no sea obligatoria la ayuda.

En segundo lugar, el juicio que se lleva adelante contra el acusado responde a los parámetros y principios de una persona que es dueña total de sus facultades mentales. Sin embargo, la novela introduce una mirada crítica sobre este proceso; uno de los periodistas argumenta que “los psiquiatras están locos por permitir que lo juzguen” (p. 43). En este sentido, ese afán controlador de Romand, capaz de esconder sus emociones, es leído como síntoma de un desequilibrio mental. Esta apreciación entiende que las acciones del protagonista son una bomba de tiempo; tarde o temprano, Romand estallará de manera destructiva y dejará a la vista la cara de la locura.

La familia

En una novela en la que todo es una farsa, lo único que parece genuino es la familia. Así como Romand argumenta que “el lado afectivo era verdadero” (p. 70), la familia representa en la novela una expectativa deseada, pero también una maldición.

En relación con el proyecto familiar, Jean-Claude construye una familia que encaja perfectamente en los estereotipos: se casa con Florence, entablan un feliz matrimonio, tiene dos niños. Ambos toman decisiones activas en la crianza de sus hijos: forman parte de la comunidad educativa de la escuela de los niños, se van de vacaciones juntos. Si bien todo esto puede significar un proyecto de vida compartido y amoroso, la única forma que Romand encuentra de estar a la altura de su familia y poder así cumplir con sus demandas, es estafando a conocidos. En este sentido, las mismas víctimas de la masacre de Romand son las que, de alguna manera, lo condujeron a este desenlace.

Si el concepto de “familia” suele estar asociado a la comodidad, al cariño y a la comprensión, el protagonista no se permite exhibir su propia vulnerabilidad ni siquiera con sus seres queridos. Esta herencia proviene de su propio seno familiar; de hecho, Romand se había sentido obligado a engañar a su madre para que no se llevara disgustos. La imposibilidad de ser genuino, de exhibir defectos o fallas anticipa el carácter del protagonista; de alguna manera, Romand está condenado a repetir esta conducta con la gente que más lo quiere y que confía absolutamente en él.

El rol del escritor

En El adversario, el escritor abandona el rol de transmitir la información y se transforma en un narrador comprometido que aporta su visión del mundo. En este sentido, la subjetividad de Carrère aparece explícitamente en la postura no neutral que tiene respecto de su protagonista, y la forma de reconstruir los hechos que condujeron a Romand a tomar la fatal decisión de asesinar a toda su familia.

Al ser un texto de no ficción, el personaje Carrère cuenta sucesos de su vida que coinciden necesariamente con la biografía del escritor Emmanuel Carrère. En este punto, la decisión de escribir la historia de Jean-Claude Romand está justificada no solo por el interés que le genera el caso como persona común y corriente, sino por las motivaciones y preguntas que cruzan la producción artística del autor. Cuando Romand no responde a sus cartas, Carrère resuelve este problema con las herramientas que posee como escritor: “una novela «inspirada» en este caso, cambiaré los nombres, los lugares, las circunstancias” (p. 30); si la realidad no permite escribir de manera verdadera el caso, Carrère lo repone con una construcción ficcional sobre Romand.

Cuando, finalmente, el autor conoce al acusado y así puede contar la historia deseada, se cuestiona el rol que debe y quiere cumplir a la hora de contar a Romand. Si bien pretende “conservar la objetividad” (p. 159), sabe que es imposible mantenerse al margen de los valores morales y éticos que rondan en torno al caso y decide narrar los hechos desde diversas perspectivas para enriquecer la mirada de este fenómeno tan complejo. El testimonio de Luc Ladmiral, el recorrido de Carrère por la rutina de Romand, la presencia del autor en el juicio y su posterior registro son algunos de los relatos que coexisten en la novela. De esta manera, su presencia aporta diferentes puntos de vista para intentar entender “esas fuerzas terribles” (p. 29) que condujeron a Romand a tomar esa trágica decisión.

En esta búsqueda de explicaciones, el autor es lo suficientemente hábil como para incorporar miradas disidentes sobre su propio trabajo. Es ejemplar al respecto la voz de la periodista Martine Servandoni, que ve en El adversario una forma de legitimar los actos de Romand, al darles el protagonismo que implica un libro entero sobre él. Para que el rol del escritor sea creíble y verosímil, debe haber espacio para críticas a su trabajo.

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