Ilíada

Ilíada Imágenes

La naturaleza

La naturaleza conforma uno de los imaginarios más significativos de la Ilíada. En el texto, las descripciones de la naturaleza se utilizan para distinguir las diversas patrias de las que proceden los guerreros griegos. Esto da a los lectores una idea de la magnitud de la guerra y de su contexto; nos recuerda que estos hombres no son, ante todo, soldados, sino hombres que recuerdan a su “Histiea, abundante en / uvas” (2.538-539) o la “Cerinto marítima” (2.539).

A medida que las batallas se vuelven más sangrientas, las imágenes de la naturaleza se relacionan con los animales cazadores y sus presas indefensas. Así, Diomedes es representado “como un león” (5.137) que asalta “lanudas ovejas” (5.140); la ferocidad del atacante es semejante a la de un animal salvaje, mientras que sus víctimas no pueden evitar el ataque del guerrero. Héctor es también comparado con un “silvestre / dragón (...) que / espera ante su guarida a un hombre” (22.93-94,); este símil da cuenta de la posición del guerrero, que aguarda pacientemente a su presa.

También los ejércitos se convierten en fuerzas de la naturaleza: las familias de guerreros marchan en grupos “como de la hendedura de / un peñasco salen sin cesar enjambres copiosos de / abejas que vuelan arracimadas sobre las flores prima- / verales” (2.87-90). En esta comparación, la naturaleza da la sensación de un mundo pacífico y armonioso. Esta imagen contrasta con la brutalidad de la guerra de Troya, en donde la violencia predomina sobre los momentos de paz.

El fuego

En la Ilíada, el fuego se relaciona con las pasiones internas, como la rabia o la furia. Así, Agamenón tiene “ojos / parecidos al relumbrante fuego” (1.104-105) cuando las palabras del oráculo le disgustan. También Aquileo vuelve al campo de batalla furioso, con “los ojos centelleantes como encendida llama” (19.366,). Así, destruye a sus enemigos como un “abrasador incendio / en los hondos valles de árida montaña” (20.490-491). En esta imagen, Aquileo, de manera individual, tiene la capacidad de destrozar todo lo que se encuentre a su paso, como un incendio en un desierto.

Además de estos usos metafóricos, el fuego está presente de forma material. Los fuegos encendidos por los troyanos en el canto VIII les permiten vigilar a los aqueos e impedir que se abran paso por la noche. Amenazan constantemente con incendiar las naves aqueas. De hecho, Héctor consigue incendiar una de ellas. El fuego tiene una importante presencia en este poema, tanto literal como metafóricamente, ya que es poderoso y destructivo.

El escudo de Aquileo

En el canto XVIII de la Ilíada, Homero describe el escudo que el dios Hefesto hace para Aquileo. Así, en este canto, abundan las imágenes sensoriales como recurso para caracterizar al objeto. "Cinco capas tenía el escudo, y en la superior grabó el / dios muchas artísticas figuras" (18.482-483), comenta el narrador.

La descripción comienza con el proceso del trabajo de Hefesto, que utiliza metales nobles: “El dios puso al fuego / duro bronce, estaño, oro precioso y plata” (18.474-475). La elección de estos materiales no es casual, sino que se corresponden con la creación de un escudo artístico o ceremonial más que con uno de uso militar. En esta elección, Homero pretende elevar el trabajo de Hefesto y otorgarle un carácter artístico y notable.

En estos versos se narran detalladamente escenas cívicas, agrarias y pastoriles, junto con un microcosmos de la vida cotidiana en tiempos de paz, unas escenas bélicas del sitio de una ciudad con una emboscada y unas imágenes astronómicas. Además del valor artístico que tiene el escudo, es también una fuente de información útil para reconstruir la vida cotidiana de la Grecia de Homero.

Las armaduras

En la Ilíada, los guerreros más distinguidos tienen armaduras específicas que los separan de los demás y los hacen reconocibles ante el enemigo. Así, abundan las imágenes utilizadas para describirlas. Héctor es el del "tremolante casco" (22.232); la armadura de Aquileo, "más reluciente que / el resplandor del fuego" (18.611-612), tiene la capacidad de generar terror en quien la mire. Frente a ella, los mirmidones "huyeron espantados" (19.14). Así, Homero exhibe que las armaduras parecen tener vida más allá de sus dueños, y recuerda que, mientras los hombres son mortales, las armas son prácticamente inmunes a los ataques.

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