Ilíada

Ilíada Resumen y Análisis Cantos XXI - XXIV

Resumen

Canto XXI: Batalla junto al río

Aquileo persigue a los troyanos hasta el vado del río Janto. La fuerza troyana se dividió en dos: un grupo corre de vuelta a Troya, mientras que el otro intenta cruzar el río para escapar de Aquileo. El guerrero se lanza al agua con su espada y mata a muchos troyanos en el río: se cansa tanto de matarlos que se lleva vivos a doce jóvenes troyanos para matarlos luego.

Licaón, hijo de Príamo, está huyendo del río cuando Aquileo se lo encuentra. Anteriormente, el guerrero aqueo lo había capturado y vendido como esclavo. Finalmente Licaón pudo escapar, volvió a Troya y estuvo once días en casa de su padre hasta que nuevamente cae en manos de Aquileo. Irónico, Aquileo califica de milagro el regreso de Licaón de la esclavitud. Licaón suplica por su vida, pero Aquileo le dice que, desde que murió Patroclo, no le perdona la vida a ningún troyano, y lo mata. Anuncia que muchos troyanos morirán hasta que él expíe la muerte de su amigo Patroclo.

El guerrero sigue matando troyanos en el río. Escamandro, el dios del río, toma la forma de un hombre y le dice a Aquileo que está enojado, porque los cuerpos y la sangre obstruyen su cauce y no puede llegar al mar. Le pide que lleve la lucha a la tierra. Aquileo accede, pero dice que no va a dejar de matar troyanos. Escamandro le pide a Apolo que ayude a los troyanos. Ante esto, Aquileo salta desde la orilla al centro del río para continuar su matanza, pero el río lo ataca y, al mismo tiempo, ayuda a los troyanos escondiendo a los vivos en sus remolinos y dejando en las orillas a los muertos. Aquileo resiste, pero Escamandro lanza olas y lo persigue con su corriente, al punto en que casi lo mata. Aquileo le pide a Zeus auxilio de los dioses, y le dice que morir en manos de Escamandro sería una deshonra; prefiere que lo mate Héctor y morir con honor. Posidón y Atenea ayudan a Aquileo, le dan vigor y consejos; entre ellos, que debe seguir luchando hasta matar a Héctor, y después volver a las naves. El Escamandro le pide al río Símois ayuda para ahogar a Aquileo y salvar a los troyanos, pero Hera interviene llamando a su hijo Hefesto para que luche con su fuego. Hefesto incendia cadáveres, la llanura, árboles y plantas, y hasta el mismo río, que hierve. Escamandro decide no luchar y le pide a Hera que su hijo deje de atormentarlo.

Los dioses comienzan a luchar entre ellos, divididos en dos bandos. Ares ataca a Atenea, y ella lo hiere con una piedra que lo deja sin fuerza. Luego, ataca a Afrodita y quedan junto a Ares tirados sobre el suelo. Posidón incita a Apolo a luchar juntos, pero este se niega, diciendo que no luchará por los mortales. Ártemis, su hermana, lo acusa de cobarde, y Hera, al oír la burla, le saca el arco y la flecha a Ártemis y comienza a golpearle la cabeza de un lado a otro. Ártemis y su madre Leto se retiran de la batalla. Ártemis va al Olimpo y se queja ante Zeus del duro trato que recibe de Hera.

Mientras tanto, Apolo entra a Troya para cuidar el muro de la destrucción aquea. Aquileo sigue matando troyanos. Príamo, desde su torre, observa el desastre provocado por Aquileo. Ordena que se abran las puertas de Troya para que los troyanos derrotados vuelvan a entrar en la ciudad. Gracias a la ayuda del dios, logran salvarse.

Canto XXII: Muerte de Héctor

Los troyanos están refugiados en la ciudad, excepto Héctor, que se encuentra fuera de las murallas de Troya.

Desde la torre, Príamo ve venir a Aquileo y le pide a Héctor, que espera en las puertas de la ciudad, que no luche contra él, porque va a morir. Su madre, Hécabe, le suplica lo mismo. Héctor permanece quieto, esperando, y se lamenta de no haber escuchado el consejo de Polidamante, quien le había dicho que tenía que conducir el ejército de regreso a la ciudad para no encontrarse con Aquileo. Se pregunta si puede negociar con el guerrero, pero pronto se da cuenta de que la ira de Aquileo es inquebrantable.

Finalmente, cuando Aquileo se acerca a las puertas, Héctor comienza a temblar y huye. Así comienza la persecución a lo largo de tres vueltas por las murallas de Troya. Todos los dioses observan la escena. Zeus, lleno de compasión por Héctor, se pregunta si debería rescatarlo, pero Atenea le dice que no todos los dioses lo aprobarán. Zeus cede.

Aquileo ordena a sus guerreros que no disparen contra Héctor, porque él quiere ser quien lo hiera. En la cuarta vuelta, Zeus agarra la balanza de oro y pone las suertes de Aquileo y la de Héctor, pero la de Héctor pesa más y cae hasta el Hades, lo que significa que debe morir. Por esto, Apolo deja de cuidar a Héctor. Atenea le dice a Aquileo que persuadirá a Héctor de luchar frente a frente contra él. La diosa aparece junto a Héctor bajo la forma de Deífobo, hermano de Héctor, y le dice que los dos juntos pueden enfrentarse al aqueo. Héctor, conmovido por el hecho de que su hermano abandona la ciudad para unirse a él, acepta el plan.

Frente a Aquileo, Héctor le pide que ambos juren honrar sus cuerpos, sin importar el resultado de su lucha. Aquileo rechaza la oferta, arroja su lanza a Héctor y falla en el golpe. Héctor hace lo mismo y golpea el escudo de Aquileo, pero no puede atravesarlo. Enojado, Héctor le pide a su hermano Deífobo una larga pica y, al no encontrarlo, comprende que fue engañado por Atenea y está destinado a morir. Aunque Héctor está protegido por la armadura del propio Aquileo, que le robó a Patroclo luego de matarlo, el guerrero aqueo le clava la pica en un hueco de la armadura. Así, le anuncia a Héctor, todavía vivo, que su cuerpo será comido por los perros y las aves. Con sus últimas palabras, el troyano ruega que su cuerpo sea devuelto a su ciudad, pero Aquileo se niega. Héctor muere. Los demás aqueos se reúnen sobre el cuerpo de Héctor y hieren su cadáver. Aquileo considera brevemente la posibilidad de seguir luchando, pero pronto se da cuenta de que debe volver al campamento aqueo para enterrar el cuerpo de Patroclo. Para continuar ultrajando al asesinado Héctor, Aquileo ata su cadáver a la parte trasera de su carro y lo arrastra por el polvo.

Príamo y Hécabe lloran a Héctor;. Andrómaca, la esposa del guerrero, aún no sabe de la muerte de su marido, ya que ningún mensajero se atreve a llevarle la noticia. Oye lamentos fuera de su habitación, teme lo peor, y sale corriendo a averiguar qué pasa. Desde el muro, puede ver cómo Aquileo arrastra a Héctor por el suelo. Se derrumba de dolor y se lamenta de que Astianacte crezca huérfano.

Canto XXIII: Juegos en honor de Patroclo

Las tropas aqueas regresan al campamento. Aquileo organiza un elaborado funeral para Patroclo y los mirmidones lloran sus pérdidas. Aquileo le dice a su difunto amigo que le lleva el cadáver de Héctor, tal como le prometió. Los hombres celebran un banquete como funeral y, mientras tanto, llevan a Aquileo a la tienda de Agamenón para que se lave las manchas de sangre de la batalla, pero el guerrero se niega, porque primero debe hacer la pira para Patroclo y darle entierro. Allí, cansado por el combate y por su angustia, se queda dormido. En su sueño, aparece el fantasma de Patroclo para pedirle que termine el funeral cuanto antes, así puede, finalmente, pasar las puertas del Hades hacia el mundo de los muertos. Patroclo le pide que, cuando muera, Aquileo sea enterrado junto a él; que pongan los huesos de ambos en la misma urna. Aquileo acepta, pero cuando intenta abrazar a Patroclo no puede tocar al fantasma.

Al día siguiente, Agamenón ordena que los hombres junten leña para la pira funeraria de Patroclo. Los mirmidones se preparan para el funeral, se ponen las armas y marchan llevando a Patroclo. Aquileo le pide a Agamenón que queden solo los caudillos para honrar al muerto. Los que quedan construyen la pira de Patroclo, sacrifican a muchos animales para los dioses y también a los doce troyanos que Aquileo tomó prisioneros el día anterior. El cadáver de Héctor es protegido por Apolo y Afrodita, y no lo ponen en la hoguera, ni lo atacan los perros. Si bien al principio la pira de Patroclo no arde, Aquileo reza a los vientos Bóreas y Céfiro y, con la ayuda de Iris, pronto la pira arde y continúa encendida toda la noche. Al día siguiente, los huesos de Patroclo son recogidos y colocados en una urna de oro, y los aqueos le construyen un túmulo. Aquileo pide ser enterrado en la misma tumba.

Al día siguiente, tras el entierro de los huesos de Patroclo, Aquileo organiza una serie de juegos fúnebres en su honor. Ofrece premios de sus propios bienes, pero no participa en la competición, sino que observa y supervisa los juegos, que incluyen boxeo, lucha, tiro con arco y una carrera de carros. Todos reciben grandes premios de los propios bienes de Aquileo.

Canto XXIV: Rescate de Héctor

Los juegos fúnebres terminan y todos se van a dormir, pero Aquileo sigue llorando por Patroclo. Inundado de recuerdos, repetidamente da vueltas en su carro para arrastrar el cuerpo de Héctor, mientras lo insulta, alrededor de la tumba de Patroclo. Apolo protege el cuerpo del guerrero troyano del daño y la descomposición.

Los dioses se compadecen de Héctor y desean que Hermes, el hijo de Zeus, rescate su cuerpo. Hera, Posidón y Atenea se oponen. Apolo los intenta persuadir. Hera dice que le tiene mayor aprecio a Aquileo por ser hijo de una diosa que ella misma crió, Tetis; en cambio, Héctor era mortal. Zeus interviene y dice que no es posible robar el cadáver de Héctor de las manos de Aquileo, pero sí pueden convencer a Tetis de que hable con su hijo y lo convenza de restituir el cuerpo, ya que los dioses estiman mucho a Héctor también. Iris sale a buscar a Tetis y la lleva al Olimpo. Allí, Zeus le pide que vaya a ver a Aquileo y le diga que los dioses están enojados con él por su actitud con el cadáver de Héctor, y que debe devolverlo a Príamo. A cambio, le dará a Aquileo un rescate como pago. Tetis desciende, encuentra a Aquileo llorando, y le comunica el mensaje de Zeus. Aquileo acepta, diciendo que no se resistirá a la voluntad de los dioses.

Mientras, Zeus envía a Iris a Troya para que le comunique a Príamo que debe ir a las naves aqueas a rescatar el cuerpo de Héctor, su hijo. Se le pide que lleve dones para Aquileo y se le asegura que no lo matará. Príamo ordena que se prepare un carro para el rescate. Hécabe, su esposa, intenta convencerlo de que no vaya, porque teme que Aquileo lo mate, pero Príamo está decidido a ir, ya que el mensaje lo recibió de una diosa y está decidido a recuperar el cuerpo de Héctor. Príamo le reza a Zeus y el dios envía un águila como buen augurio. Así, el rey parte en su carro, acompañado por su Ideo, su antiguo conductor.

Zeus le pide a Hermes, su hijo, que guíe a Príamo hacia las naves aqueas y lo proteja. Hermes se le aparece al anciano bajo la forma de un joven príncipe, servidor de Aquileo, y le hace saber que el cuerpo de Héctor sigue intacto. Luego, guía el carro a través de la puerta de Aquileo y hace dormir a los centinelas. Finalmente, le revela que es un dios y que fue enviado por Zeus para ayudarlo.

Príamo entra en la tienda de Aquileo, se arrodilla y le besa las manos que dieron muerte a su hijo. Pide clemencia y le ruega a Aquileo que recuerde a su propio padre, que tiene la misma edad que Príamo. El aqueo se siente conmovido por las palabras y el valor del rey. Ambos lloran por sus pérdidas, y Príamo pide el rescate del cuerpo inmediatamente.

Aquileo prepara el cuerpo de Héctor. Le pide a Príamo que cene con él; al día siguiente verá el cadáver. Comen juntos, mirándose el uno al otro, y apenas terminan, Príamo pide que lo lleven a la cama. Aquileo le dice que duerma fuera para no ser descubierto. Finalmente, el padre de Héctor pide once días de tregua para llorar y enterrar a su hijo, a lo que Aquileo accede.

Hermes delibera cómo sacar a Príamo del campamento aqueo. En el medio de la noche, lo despierta de su sueño, y le aconseja que se vaya antes de ser descubierto y asesinado. Príamo, aterrorizado, conduce su carro fuera del campamento. Regresa a Troya y los troyanos ven el cuerpo de Héctor. La ciudad se sumerge en dolor. Andrómaca, su esposa; Hécabe, su madre; y Helena, su cuñada, gritan por la pérdida de Héctor, y lo alaban por su valentía y bondad. Durante nueve días, los troyanos preparan la pira funeraria para el héroe, ya que Aquileo les ha concedido una prórroga de la batalla. Finalmente, encienden la pira el décimo día. Luego, guardan los huesos en una urna de oro y los entierran. Una vez finalizado el rito, celebran un banquete fúnebre.

Análisis

En estos cantos finales de la Ilíada, el personaje de Aquileo toma el protagonismo de la narración. Con la muerte de Patroclo, toda la compasión que tenía desapareció, destruida por el dolor y la rabia. El personaje manifiesta esta furia en los ataques que lleva adelante contra los troyanos; estas afrentas son innecesariamente brutales y despiadadas. La matanza es de tal grado que enfurece al río Escamandro: “mi hermosa corriente / está llena de cadáveres que obstruyen el cauce y no me / dejan verter el agua en la mar divina; y tú sigues ma- / tando de un modo atroz” (21-219-222), le dice a Aquileo. Sin embargo, el guerrero continúa, implacable. Se niega a oír las peticiones de clemencia de Licaón en uno de los pasajes más conmovedores de la Ilíada. “(N)o me mates; pues no soy del mismo / vientre que Héctor, el que dio muerte a tu dulce y esforzado amigo” (21.95-97), ruega el troyano. Sin embargo, la respuesta de Aquileo es fría, casi inhumana: “ahora ninguno escapará de la muerte, si un dios lo po- / ne en mis manos delante de Ilión, y especialmente si / es hijo de Príamo. Por tanto, amigo, muere tú tam- / bién” (21.104-107). Licaón habla de Patroclo como un hombre valiente y de gran corazón. Pero Aquileo, en lugar de honrar la memoria de su amigo recordando su compasión, deja que cualquier pizca de gentileza en él muera con Patroclo. Aquileo trata estas vidas humanas con más ligereza que los dioses, y es tan mortal como los hombres que mata. En el canto XX, los lectores recordamos su mortalidad, cuando casi muere de forma indigna a manos del dios del río. De repente, vuelve a ser vulnerable. Sin embargo, una vez liberado por el fuego de Hefesto, Aquileo vuelve a la matanza. De alguna manera, el personaje no cambia su carácter; será finalmente este odio descomunal el que lo conduzca a su propia destrucción.

Estas conductas del héroe aqueo contrastan con las actitudes de los troyanos. Ante la proximidad de la muerte de Héctor, los troyanos se comportan noblemente. El rey Príamo observa la batalla con preocupación por el futuro de su hijo: “ven adentro del muro, hijo querido, para / que salves a los troyanos y a las troyanas” (22.55-56). Sin embargo, el orgullo de Héctor le hace quedarse fuera de las puertas de la ciudad “Como silvestre / dragón que, habiendo comido hierbas venenosas, / espera ante su guarida a un hombre y con feroz có- / lera echa terribles miradas” (21.92-95). Esta comparación subraya el espíritu de Héctor, que prefiere enfrentarse a Aquileo con fiereza antes que regresar a Troya. En parte, esta elección se debe a que el guerrero se jactó antes de que derrotaría a Aquileo cuando finalmente se encontraran: “temo (...) / que alguien menos valiente que yo / exclame: ‘Héctor, fiado en su pujanza, perdió las tro- / pas’”(22.105-107). Su orgullo le hace temer más que le llamen "cobarde" que enfrentarse a Aquileo; en cierto sentido, esto lo conduce a la muerte, pero lo convierte también en un héroe.

En este punto, la elección de Héctor muestra que no es un simple peón del destino. Si bien, por momentos, parece que Héctor es víctima de las desventuras de los dioses, él elige enfrentarse con Aquileo. A la hora de partir, Atenea lo engaña e impide su partida. La diosa se transforma en Deífobo, hermano de Héctor; este disfraz no es casual, ya que finge ofrecerle apoyo moral y físico al héroe troyano. “Desde ahora hago cuenta de tenerte en / mayor aprecio, porque al verme con tus ojos osaste sa- / lir del muro y los demás han permanecido dentro” (22.235-237), cuenta Héctor. Sin embargo, cuando se da cuenta de que ha sido engañado por una deidad, sabe que su tiempo se acaba.

Otro elemento que subraya el libre albedrío de Héctor es que el acontecimiento que provoca la ira de Aquileo, la muerte de Patroclo, se produce en última instancia por su elección. Apolo no se presentó como un dios y ordenó a Héctor que atacara a Patroclo: el dios tomó forma humana y lo persuadió, utilizando el ansia de gloria de Héctor como cebo.

El encuentro final entre Aquileo y Héctor se convierte no solo en un duelo de héroes sino también de valores heroicos. Aquileo se muestra superior a Héctor en términos de fuerza y resistencia; lo vence fácilmente “con el corazón rebo- / msante de feroz cólera” (22.313-314). Frente a esta ferocidad, el troyano le suplica: “‘Te lo ruego por tu alma, por tus rodillas y por / tus padres: ¡no permitas que los perros me despeda- / cen y devoren junto a las naves aqueas! (...)/ entrega a los míos el cadá- / ver para que lo lleven a mi casa, y los troyanos y sus / esposas lo entreguen al fuego” (22.338-344).

En cierto punto, el deseo de Héctor de hacer un juramento de respeto por el cuerpo del vencido es irónico. Luego de la muerte de Patroclo, Héctor luchó desesperadamente por profanar el cuerpo del héroe aqueo, hasta el punto de quedarse con la armadura del guerrero. Aquileo, rencoroso y destructivo, se venga de esta actitud: “Ojalá el furor y el coraje me incita- / ran a cortar tus carnes y a comérmelas crudas. ¡Tales / agravios me has inferido!” (22.346-348). Estas palabras muestran la deshumanización de Aquileo; su deseo de comer la carne cruda de Héctor es nada menos que un anhelo de convertirse en animal de rapiña, destruyendo todo lo humano que hay en él.

El maltrato que da al cuerpo de Héctor es una desgracia; con estas actitudes, la integridad moral de Aquileo es notablemente inferior a la del héroe troyano. “Para tratar ignominiosamente al divino / Héctor, le horadó los tendones de detrás de ambos / pies desde el tobillo hasta el talón; introdujo correas / de piel de buey, y le ató al carro, de modo que la ca- / beza fuese arrastrando” (22.395-399), describe Homero. Esta crueldad se recrudece aún más cuando los lectores notamos que los padres y la esposa de Héctor observan impotentes la profanación de su cadáver. Esta elección estética profundiza la empatía que sentimos con el guerrero troyano, y nos aleja de comprender los motivos de Aquileo.

El guerrero griego comete tales indignidades de forma rutinaria, y no lo hace por ningún principio real, sino por una rabia incontrolable. Además, su tratamiento brutal de Héctor es literalmente autodestructivo, porque su propia muerte será la consecuencia de haber regresado al campo de batalla. En este sentido, las últimas palabras del héroe troyano predicen la muerte de Aquileo: “el día en que Paris y Febo Apolo te darán la / muerte, no obstante tu valor, en las Puertas Esceas” (22.359-360). Esto replica las palabras de Patroclo, que le había prometido a Héctor que moriría a manos de Aquileo.

Si Aquileo parece casi inhumano por su crueldad, Héctor redime por completo los defectos que muestra en los cantos anteriores. Su negativa a volver a la seguridad de las murallas de Troya tras presenciar las muertes provocadas por sus insensatas órdenes de acampar fuera de la ciudad demuestra su madura voluntad de sufrir las consecuencias de sus actos. Además, su intento de obtener de Aquileo una garantía mutua de que el vencedor tratará con respeto el cadáver del perdedor pone de manifiesto su decencia. Por último, su último intento de alcanzar la gloria cargando contra Aquileo, incluso después de saber que los dioses lo abandonaron y que su muerte es inminente, pone de manifiesto su heroísmo y su valor. Aunque Héctor muere en esta escena, la nobleza y el respeto perduran más allá de su desaparición física. De hecho, el mismo Aquileo vuelve más tarde a apreciar estos mismos valores tras darse cuenta de los defectos de su anterior brutalidad y rabia egocéntrica.

Al regresar a su tierra, Aquileo organiza los juegos funerarios para honrar la memoria de su amigo. Una vez más, la Ilíada muestra la importancia que tiene para los griegos el pasaje del mundo de los vivos al de los muertos. En este rito, Aquileo glorifica el nombre de Patroclo con un fastuoso funeral. Este pasaje contrasta con la otra faceta de Aquileo, brutal y salvaje; en este canto, el héroe es un anfitrión gentil y generoso. Es ejemplar al respecto su trato con Agamenón; le ofrece por su destreza física uno de los objetos más valiosos: “toma este premio y vuelve a las cón- / cavas naves.” (23.392-393). Los rencores de ambos ya quedaron atrás; ahora es tiempo de paz.

Este Aquileo que pone fin a su cólera da cuenta de la transformación final del personaje. Es notable el cambio del personaje al ver a Príamo, padre de Héctor. Al verlo llorar por la muerte de su hijo, Aquileo es capaz de empatizar con los sentimientos de los troyanos. “Aquileo / lloraba unas veces a su padre y otras a Patroclo; y el / gemir de entrambos se alzaba en la tienda” (24.511-513), cuenta Homero. El héroe ve a su propio padre en el viejo rey, y de repente comprende la angustia que causó al anciano y a otros como él: la revelación le hace llorar por lo que hizo, y también por lo que perdió. En este sentido, vemos que Aquileo pasa de la rabia a la compasión. Ya no está aislado de la humanidad, esperando junto a los barcos mientras sus amigos mueren en agonía, o deseando comer los restos de Héctor. Su dolor es ahora más profundo y humano, mucho menos egoísta y ensimismado que en el pasado. Este movimiento del espíritu es la historia central de la Ilíada, y distingue a Aquileo como el único personaje que experimenta un cambio transformador en su comprensión de sí mismo y de su mundo. Sin embargo, sigue teniendo un fuerte temperamento. Es significativo el momento en el que amenaza a Príamo: “¡No me irrites más, oh anciano! Tengo acorda- / do entregarte a Héctor…” (24.560-561). Si bien sus modos son violentos, Aquileo concede la misericordia que antes negaba. Luego de toda la brutalidad de la guerra, los dos hombres crean un espacio sublime para la paz, la confianza y el reconocimiento mutuo de la humanidad del enemigo.

A estas alturas, el lector sabe que Aquileo no le hará ningún daño a Príamo. Sin embargo, este aprendizaje no es extensivo para todos los aqueos. Tal como dice Aquileo, “Si al- / guno de ellos te viera durante la veloz y oscura no- / che, podría decirlo en seguida a Agamenón, pastor / de pueblos, y quizás se diferiría la entrega del cadá- / ver” (24.652-655). Esta advertencia contrasta con la actitud del héroe aqueo, dispuesto a suspender la guerra hasta que Héctor esté debidamente enterrado.

Al terminar con el entierro del héroe troyano, Homero subraya una vez más la importancia del rito funerario para los griegos. Finalmente, el cuerpo de Héctor recibe el respeto que merece, y muere amado y alabado por su pueblo. Es significativo que, luego de tantas escenas de combate, Homero termine la Ilíada con el funeral de un gran hombre, al que asiste su pueblo entero. En este sentido, tanto las últimas imágenes de los aqueos como de los troyanos muestran a ambos grupos de luto: “Por espacio de nueve días acarrearon abundan- / te leña; y cuando por décima vez apuntó la aurora, / que trae la luz a los mortales, sacaron llorando el ca- / dáver del audaz Héctor, lo pusieron en lo alto de la / pira, y le prendieron fuego” (24.784-788). Así, la escena final es finalmente la de un pueblo condenado que llora a su héroe.

Este final subraya que el tema principal de la Ilíada es la furia de Aquileo. En este sentido, el poema concluye cuando se termina la ira del héroe. Si bien puede parecer extraño que no se resuelva la guerra de Troya, el público de Homero estaba muy familiarizado con el desenlace de la trama, e incluso un lector moderno se entera relativamente pronto de cómo terminan las cosas, gracias a las anticipaciones que aparecen en todo el texto. Las palabras finales de Andrómaca dejan en claro el futuro funesto de Troya; con la muerte de Héctor “será la ciudad / arruinada desde su cumbre” (24.728-729). Así, no hay final feliz para los troyanos, que tienen por delante lo peor.

También es interesante que, en estos cantos finales, Homero menciona la causa del intenso odio de Atenea y Hera hacia Troya. Así, el poeta dice que las diosas “odiaban como antes a la sagrada / Ilión, a Príamo y a su pueblo por la injuria que Alejan- / dro había inferido a las diosas cuando fueron a su ca- / baña y declaró vencedora a la que le había ofrecido fu- / nesta liviandad” (24.27-31). Esta mención remite a que Paris había elegido a Afrodita como la más bella entre las tres diosas porque la diosa del amor lo sobornó con el regalo de Helena, la más hermosa entre los mortales. El motivo es increíblemente insignificante en comparación con la escala de sufrimiento mostrada hasta ahora en el poema. Homero menciona el acontecimiento de forma casual y por primera vez en el canto XXIV, al final de la narración. En este sentido, la mención no es casual. Luego de haber atravesado conflictos violentos, asesinatos y destrucción de ciudades, los motivos de dos de las mayores diosas griegas parecen minúsculos en comparación con todo lo ocurrido. Así, Homero deja en claro que, a pesar de que los dioses encarnan las fuerzas del universo y merecen honor y respeto, sus miserias y sus celos conducen a que los humanos vivan en un universo a menudo caprichoso e injustamente cruel.

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