Kentukis

Kentukis Resumen y Análisis Parte 5

Resumen

Marvin evita pensar en la proximidad de las notas escolares que deberá mostrarle a su padre. El equipo que le preparó Jesper está terminado y SnowDragon anuncia en el grupo de chat que su viaje hacia la nieve inicia.

El kentuki se desplaza cuidadosamente según las indicaciones de Jesper. Recorre terrenos difíciles y sortea obstáculos, hasta que queda atascado bajo una camioneta. Su padre lo llama a cenar. Marvin apaga la tablet y reza por que su kentuki no se quede sin batería hasta el día siguiente.

Al otro día, cuando vuelve a conectarse, SnowDragon está en una calle despejada y le queda muy poca batería. Se dirige hacia un cargador que Jesper indicó en el mapa. Se cargará por la noche y luego continuará camino hacia la nieve.

Desde que Klaus circula por la casa, Eva ya no pega en muebles cartelitos para Emilia. A veces Eva ni siquiera está en la casa cuando Emilia enciende el aparato. Entonces Emilia ve a Klaus sacando dinero de la billetera de la chica y bebiendo cerveza.

Un día obtiene el nombre completo de Klaus y descubre que es un jugador de fútbol muy mujeriego. Encuentra también su número de teléfono y le envía un mensaje: “Sé que sacas dinero de la billetera de Eva” (p. 163). Tras mandarlo se arrepiente: ahora Klaus tiene su número. El hombre le responde “Me paga 50 por semana a cambio de mi gran oferta sexual. ¿Quiere unírsenos?” (p.164), y luego empieza a llamarla. Emilia no puede respirar. En la computadora ve que, a la altura en que el kentuki puede verlo, ahora está escrito sobre una pared, con lápiz labial, “Puta” (p.164) en inglés. Klaus ya dejó el departamento. Emilia teme por la llegada de Eva, pero sabe que no puede borrarlo sola.

Cuando la chica llega pregunta en voz alta qué sucedió. Enfadada, limpia la pared y deja al kentuki encerrado en el baño.

Gloria le regala a Emilia un kentuki. Es una coneja, igual a la que ella maneja en casa de Eva.

Esa noche, Emilia se despierta de madrugada y enciende la computadora. Ve que Eva puso la coneja en su cargador, en la cocina, desde donde puede ver en la heladera una foto de la chica abrazando al muñeco. Emilia se emociona y le saca una foto a la pantalla para imprimirla y colgarla en su heladera.

Ishmael disfruta la situación en que está el kentuki como si se tratara de él mismo: es lanzado y vuelto a tomar una y otra vez entre los brazos del público en un gran recital, hasta que el kentuki cae contra el piso, e Ishmael vuelve a su realidad de enfermero en un improvisado campamento en medio de la guerra civil en Sierra Leona.

Luca sube al auto de su madre, Nuria. Enzo planea llevar a Míster a su salida de pesca con Carlo, para que al escucharlo conversar con su amigo, el kentuki se digne finalmente a comunicarse con él.

Con una excusa falsa, Nuria entra a casa de Enzo, seguida por Luca, que intenta sacarla rápidamente de allí. Nuria encuentra el kentuki y se enfurece. Enzo comprende que Luca mintió por él; le dijo a su madre que el kentuki ya no estaba, intentó proteger la amistad entre su padre y el aparato. En ese momento suena el teléfono de la casa, tres veces seguidas. “¿Acá también pasa eso?” (p.173), pregunta Nuria, quien atiende y corta al instante. Afirma que en su casa sucede constantemente, y que siempre le cortan cuando atiende. Enzo ve cierta palidez en la cara de su hijo.

Nuria mete a Luca en el auto y luego asegura a Enzo que pondrá una abogada y no verá más a su hijo, y que también destruirá el kentuki.

Enzo queda enojado y luego sale de pesca sin el aparato.

Grigor toma un café en el centro de Zagreb y ve muchos kentukis a su alrededor. Últimamente crecieron exponencialmente. La gente juega con ellos a las cartas, los usan para limpiar la casa, los atan a drones y filman, suben videos de kentukis a redes sociales. No hay ninguna regulación para el uso de kentukis, y eso colabora con el plan de negocios de Grigor.

Cuando vuelve a su casa, Nikolina lo sorprende con un problema: con uno de los kentukis que controla en un pueblo rural en una algún lugar aún no identificado del mundo, encontró a una adolescente secuestrada. La chica se desesperó al ver al kentuki y le mostró un papel donde escribió una frase en español y el teléfono de su madre. Nikolina descubre que la chica es venezolana, pero que el pueblo en que está es de Brasil, más precisamente en Surumu, un estado de Roraima. Nikolina llama a la madre de Andrea, quien llora al oír el nombre de su hija, pero no entiende una palabra de inglés.

Nikolina llama a la comisaría de Surumu pero le cortan. Todas las comisarías de la zona parecen implicadas. Para sorpresa de Grigor, Nikolina grabó todas las conversaciones. Envían esas grabaciones, junto a fotos de la pantalla, a los medios, y no pasa más de una hora hasta que la policía nacional venezolana y brasileñas se comunican con ellos. Grigor y Nikolina mudan sus 62 tablets a otro departamento y solo reciben con una a la policía croata que se presenta en su casa.

Después de avisar a la chica lo que lograron, y con menos de diez por ciento de batería, Nikolina y Grigor conducen al kentuki fuera de allí, para cargarlo.

Alina quiere volver a Mendoza antes de tiempo. Carmen la convence de quedarse para el Día de los Muertos. Le cuenta que sus hijos pasarán esa noche en vela, abrazados a sus kentukis, por miedo a que les pase algo. Alina investiga en Internet: ve que en un barrio adinerado de México está habiendo problemas con el espacio: no hay dónde enterrar tantos kentukis, y se terminó construyendo un cementerio para ese fin, causando un revuelo nacional.

Por la noche, Alina se queda pensando por qué no sucede nada extravagante con los kentukis, por qué no se usan para el terrorismo, o para robar en la bolsa de Wall Street, o algo por el estilo.


Análisis

En relación al delito, y sobre todo al que incluye a menores, como el acoso y la explotación sexual, la novela ofrece dos caras de la tecnología. Por un lado, se nos presentan situaciones donde la tecnología es la condición de posibilidad del delito: el que más empieza a resonar a esta altura de la trama es el caso de Luca, aunque también se presentaba el caso de Robin, Amy y Katia; y, como se evidenciará más adelante, existe también el caso de Alina para con el niño que está detrás del kentuki al que expone a material pornográfico. En todos estos casos, la tecnología se presenta como un medio que posibilita el acoso. Pero la novela también presenta otra cara del fenómeno: aquellos casos en que la tecnología aparece como una vía para desarticular el crimen. Indudablemente dos croatas como Nikolina y Grigor jamás hubieran podido conocer la situación de Andrea, la adolescente secuestrada en Brasil, de no ser por la mediación de un aparato capaz de moverse y comunicarse a kilómetros y kilómetros de distancia. Así, las nuevas tecnologías se vuelven una herramienta capaz de desmantelar un crimen, exponer a la luz una red de trata y la complicidad policial, y en esa acción salvar una vida.

En relación a esto último, con la secuencia de Grigor y Nikolina la novela ilustra la forma en que las nuevas tecnologías modifican la experiencia en la contemporaneidad. Porque a diferencia del registro de video existente desde principios del siglo XX, cuyo consumo se daba únicamente en diferido (cuando los hechos filmados ya fueron consumados en el pasado), los kentukis (así como los smartphones) permiten acceder a hechos que están sucediendo en cualquier otra parte del mundo sin que eso implique una demora: el tiempo del kentuki es la simultaneidad; el presente de quien observa coincide con el de quien está siendo observado. Esto tiene, de por sí, una implicancia fundamental, que es una responsabilidad respecto de lo observado, en tanto el observador puede intervenir y modificar ese presente. La visualización de un crimen en tiempo real implica una interpelación moral respecto a qué hacer con esa información. Nikolina no está observando un documental sobre chicas secuestradas en el pasado, sino que accede a una suerte de ventana a la vida de una adolescente a la que puede salvar de la explotación de la que está siendo víctima.

Decíamos entonces, al inicio de este análisis, que una de las caras de la tecnología que se presentan en esta novela es aquella que posibilita el delito. Aquí tampoco debe perderse de vista la responsabilidad de los humanos: no solamente, por supuesto, la del pedófilo que acosa a un niño por medio de la virtualidad, sino también, en el caso de la historia aquí presentada, de un padre que permite, por medio de su desatención, que esto suceda. Porque una condición de posibilidad del acoso a Luca, además del dispositivo tecnológico que le permite a un hombre adulto acceder a la habitación de un niño, está dada por la negligencia de Enzo; una negligencia que es producto, a su vez, de su obsesión por relacionarse con el kentuki.

Luego de la escena que acaba con Nuria enfurecida y amenazando a su ex-marido con quitarle la tenencia del niño, Enzo no está seguro de que efectivamente haya un pedófilo del otro lado del aparato, pero sí tiene una certeza: la palidez en el rostro de su hijo demuestra algo de lo que él no se estuvo dando cuenta. El niño, aquel ser al cual él, como padre, debería proteger y cuidar, no solo estuvo expuesto a una situación incómoda, sino que además decidió encubrirla ante los ojos de su madre, el otro adulto responsable, para proteger la relación de su padre con el muñeco, quizás la única relación que su padre está sosteniendo. El kentuki ingresó a la casa para acompañar a un niño, servir de soporte al desconcierto que puede caracterizar toda transición, pero, al parecer, es más bien el padre quien precisó de esa compañía. Quien sufre el divorcio de Enzo y Nuria es menos Luca que Enzo mismo, pero, quizás, al ser un hombre adulto no pudo dar cuenta, ni siquiera ante sí mismo, de su propio estado de vulnerabilidad y necesidad de afecto y contacto con otros. No lo hace hasta que entiende que su hijo es, entre ellos dos, quien está asumiendo el rol de protección y comprensión. Este tipo de relación de fuerzas o aptitudes entre niños y adultos es muy común, además, en la obra literaria de Schweblin: muchas veces son los niños quienes tienen una visión más clara o incluso un comportamiento más "adulto" que quienes los triplican en edad. Tanto en cuentos como en la novela Distancia de rescate, donde un niño maneja la acción, conduce la trama y ejerce influencia sobre la mente de una adulta, en la obra de la autora las criaturas hacen uso de un razonamiento, una voz, una compostura y una autoridad generalmente más asimilables a la mayoría de edad. Por su parte, al mismo tiempo, son muchas veces los protagonistas adultos quienes se dejan llevar por un temperamento considerablemente más infantil, y actúan sin precaución, cegados por ideas o deseos hasta alienarse y perder la perspectiva.

Con el avance de la novela, las situaciones relatadas en la trama empiezan a dar cuenta de un contexto social universal donde los kentukis se volvieron exponencialmente más populares. Los muñecos ya se consiguen usados, más baratos que en su primera salida al mercado (así consigue Emilia a su coneja), y por todas partes hay gente realizando múltiples actividades con los aparatos. Las noticias advierten constantemente sobre casos de peligro, sobre acosos y estafas protagonizadas por kentukis. Y la sobrepoblación de kentukis, a su vez, revoluciona un barrio residencial de México, donde familias adineradas acaban construyendo un cementerio donde enterrar a los muñecos que dejan de funcionar. Esta serie de imágenes colabora a construir una noción de personificación de la tecnología, en tanto los aparatos pasan a ocupar en el mundo un lugar físico muy similar al que lo haría una subjetividad humana. En este aspecto, lo que tiene de particular el fenómeno es el aumento de entidades en el mundo: es cierto que, mediante un kentuki, ya había dos personas conectadas -como lo están un observador y un observado en redes sociales-, pero con la existencia física del muñeco, esta tercera entidad también exige su lugar en el planeta. Así, el kentuki materializaría la entidad resultante de la interconexión entre dos subjetividades por medio de la tecnología, o bien, en otros casos, reproduciría, en otro cuerpo, la subjetividad de uno de los dos involucrados. No hay que olvidar que la palabra para identificar a quien conduce un muñeco desde su computadora es “ser”: quien observa, entonces, duplica su ser, ya que “es” en su cuerpo y en su casa, pero también “es” en el cuerpo del peluche en la casa ajena. Emilia deja en evidencia una conciencia de la duplicación cuando afirma que conseguir un kentuki coneja, similar al que ella maneja en Erfurt, sería “como tenerse a sí misma circulando por su propia casa” (p.166). La afirmación es escalofriante, en tanto ese “sí misma” al que refiere Emilia no es el ser de su propio cuerpo (es decir, la señora llamada Emilia que circula, de por sí, por la casa), sino el muñeco que ella maneja desde la computadora en casa de Eva, y en el cual piensa como una duplicación de su existencia.

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