La Virgen de los sicarios

La Virgen de los sicarios Resumen y Análisis Parte 4

Resumen

Fernando cuenta que Alexis le sigue insistiendo para que le compre una ametralladora mini-Uzi, pero que él se ha mantenido firme a su idea de no darle ese gusto el chico; ni ese ni la moto que Alexis también le pedía. Al narrador le gustaría que el joven sicario, dado que no tiene ni Uzi ni moto, al menos aprovechara para ponerse a leer un poco, aunque sabe que eso no ocurrirá. Luego Fernando cuenta que es martes, y que cuando Alexis y él llegan a la plaza de Sabaneta (por ser el día de la peregrinación) se encuentran a dos bandas disparándose entre sí. Fernando compara la situación de la plaza con la guerra Bosnia-Herzegovina.

Fernando y Alexis entran en la iglesia y van directo al altar de María Auxiliadora, la virgen de los sicarios. Al narrador le llama la atención ver a tantos jóvenes sicarios dentro, rezando, pidiendo perdón quizás. Fernando luego recuerda que él también iba a la iglesia a esa edad y que, en última instancia, todos buscan lo mismo allí: "paz, silencio en la penumbra" (52). Acto seguido reflexiona sobre la situación de la Catedral Metropolitana: en los bancos del fondo se venden los muchachos y travestis, y el olor a incienso se mezcla con el de la marihuana que viene de afuera. Esa mezcla, dice, produce una religiosa alucinación, que hace ver o no ver a Dios, dependiendo de quién sea la persona.

Alexis y Fernando están volviendo de la Catedral y se encuentran con esta situación: un chico en situación de calle insulta a un policía porque este le pegó, mientras tres "espectadores" lo apoyan. Ante semejante escándalo, Alexis no duda en sacar su arma y pegarles un tiro a los cuatro, es decir, a los tres espectadores y al chico. Fernando le recomienda al policía (un joven bachiller) que vaya a buscar a un superior. El narrador se refiere a Alexis como a "el Ángel Exterminador que había descendido sobre Medellín a acabar con su raza perversa" (55).

El narrador reflexiona sobre las comunas: dice que la nororiental es la más excitante porque de allí vienen los sicarios más bellos. Así y todo, confiesa que nunca ha estado y que solo habla por lo que ha escuchado de ellas. Fernando explica el concepto de "territorialidad" que se maneja en las comunas: en cada barrio hay varias bandas de entre cinco y quince muchachos que forman una "jauría que por donde orina nadie pasa" (57).

En este punto, Fernando se sumerge en el análisis del vínculo que tuvo la política con el mundo del narcotráfico, y, en especial, con el capo narco Pablo Escobar. Critica, por ejemplo, cómo el presidente César Gaviria (todavía en el cargo al momento en que Vallejo escribe la novela) creó "La Catedral" -una prisión exclusiva y llena de lujos para Escobar- y pagó con dinero público el batallón de guardias que se aseguraban de que al capo del Cartel de Medellín no le faltara nada. Luego Fernando narra cómo encontraron y asesinaron a Pablo Escobar, y explica que a partir de ese hecho Alexis se quedó sin trabajo. Por esos días el narrador conoció al joven sicario.

Mientras Fernando y Alexis están caminando por la calle, aparece El Difunto y les avisa que los vienen a matar, "y que con balas rezadas" (62). A propósito de las balas rezadas, Fernando cuenta que se preparan de esta forma: se ponen seis balas en una cacerola al rojo vivo, se espolvorean con agua bendita, y mientras esta se evapora, la persona reza para que las balas den en el blanco sin fallar.

Fernando vuelve sobre uno de los tantos paseos que da con Alexis, esta vez por la Avenida La Playa, que está atestada de gente y puestos callejeros. El narrador habla con un marcado desprecio por esta "horda humana" que lo invade todo: "gente y más gente y más gente y como si fuéramos pocos, de tanto en tanto una vieja preñada, una de estas putas perras paridoras que pululan con sus impúdicas barrigas en la impunidad más monstruosa" (64). Fernando se interrumpe y hace referencia a dos muertos que se le han olvidado: "un mimo y un defensor de los pobres" (65). El primero imitaba la forma de caminar de la gente, burlándose de ella, y cuando hizo esto con un señor respetable, Alexis simplemente le disparó. Al caer el mimo, un hombre entre la multitud dijo que era una desgracia, que ya no dejaban trabajar tranquilos ni a los pobres; "Fue lo último que comentó porque lo oyó el ángel, y de un tiro en la boca lo calló" (66). Y un "cascado" más confiesa que se ha olvidado Fernando: un muchacho que se puso a bailar con los Hare Krishnas en el parque para burlarse de ellos, y que Alexis no perdonó.

Luego de una espontánea crítica hacia la religión católica, a la que define como la roña más grande sobre esta tierra, Fernando cuenta que Alexis baja a un lugar llamado "Mierda Caliente", una cantina en las inmediaciones de la Avenida de San Juan, y asesina a seis borrachos por "la simplísima razón de andar existiendo" (67). Más adelante, el narrador despliega una serie de ideas controversiales respecto de la pobreza: afirma que aquel que ayuda a los pobres los perpetúa en su condición, y propone una fórmula para eliminar la pobreza: "cianurarles [a los pobres] de una vez por todas el agua y listo; sufren un ratico pero dejan de sufrir años" (68).

Un nuevo muerto de Alexis: el guardián de un mausoleo de una familia de sicarios, en donde hay una casetera en la que suenan vallenatos todo el día, probablemente la música predilecta del difunto. Al pasar por allí, Alexis y el narrador sin querer levantan la vista, hecho que disgusta al guardián y motiva que los acuse de "malparidos", acusación que, a su vez, le vale un tiro en la frente por parte de Alexis. A partir de cómo se va apagando el eco del disparo en el cementerio, Fernando dice que Alexis, antes el Ángel Exterminador, ahora se ha convertido en el Ángel del Silencio. Al salir del cementerio, encuentran un tumulto de niños y adultos dándose trompadas en una situación confusa: Alexis acabó con todos ellos de seis tiros.

Nuevamente aparece El Difunto y les avisa a Fernando y Alexis que los que quieren matarlos están viniendo en moto. El joven sicario los recibe con varios disparos, y los muchachos mueren. Fernando reflexiona sobre el altísimo nivel de violencia que existe en Medellín y vuelve a conectar la maldad del mundo con la religión católica; más específicamente, con Dios. "Dios es el Diablo", dice, "Claro que Dios existe, por todas partes encuentro signos de su maldad" (74). Cuenta el narrador que el otro día ha visto a un niño oliendo sacol -un pegamento que produce alucinaciones-. Fernando hace referencia a que este hábito lleva a la destrucción de los pulmones y a la muerte. Cuando pasó cerca del niño, lo saludó con una sonrisa. Alucinado, con los ojos "terribles", el narrador cuenta que el niño le estaba mirando el alma, y concluye con una afirmación en un tono definitivamente irónico: "Claro que Dios existe" (74).

Por último, Fernando cuenta que, mientras va en un taxi con Alexis, insulta a un hombre que conduce una carretilla tirada por un caballo, ya que no puede soportar cómo estos hombres explotan a los pobres animales. Cuando el hombre gira la cabeza al escuchar el insulto de Fernando, le propone un ángulo inmejorable de tiro a Alexis, que no pierde el tiempo y le dispara en la frente. Luego, también el joven sicario mata al taxista: "Le aplicamos su marquita frontal visto que nos quedó conociendo" (76).

Análisis

En las primeras páginas de esta sección, Fernando se muestra intransigente respecto de comprarle a Alexis esa ametralladora mini-Uzi con la que el joven sicario parece tan encaprichado; "Y ahora qué, sin mini-Uzi, sin moto, ¿qué nos ponemos a hacer? «Pónte a leer Dos Años de Vacaciones, niño»" (50). Si bien Fernando es consciente de lo difícil que sería que Alexis se interesara por los libros, está dispuesto a crear las condiciones necesarias para que eso pase. En cierta medida, el narrador deja entrever que más allá del placer sexual que Alexis le proporciona, hay una serie de diferencias irreconciliables entre ellos. Estas diferencias no se circunscriben solo a cuestiones objetivas como la edad o el trabajo de cada uno (dándole al sicariato estatus de "trabajo" solo para facilitar el presente análisis), sino que también alcanzan dimensiones más subjetivas que atañen a las prioridades de cada personaje, basadas en sus diferentes realidades socioculturales. En relación con esto, Fernando por un momento parece entender que, más allá del idilio romántico que está viviendo con Alexis, en definitiva, su joven amante sicario pertenece a esa clase baja que él tanto denosta y que, según él, tan ignorante es. Así y todo, los comentarios que el narrador hace a propósito de la condición de "inculto" de Alexis nunca serán tan virulentos como cuando se refiere a "los pobres" en general; de hecho, hasta podemos percibir cierto tono de resignación nostálgica cuando hace referencia a las limitaciones intelectuales de su joven amante.

Luego Fernando hace referencia a la situación que se da en la Plaza de Sabaneta, donde él y Alexis presencian una lucha de bandas. Más allá de la comparación que hace el narrador de esta situación con la guerra Bosnia-Herzegovina, es interesante observar cómo a medida que avanza la narración, estas situaciones de violencia extrema son contadas por Fernando en un tono cada vez más desinteresado o indiferente, como si tampoco él pudiera evitar esa naturalización de la violencia que criticaba en las páginas anteriores. Inmediatamente después, Fernando pasará a otra escena aún más violenta que la de la Plaza de Sabaneta: el asesinato a sangre fría de un chico en situación de calle y tres espectadores por parte de Alexis. Esta situación se da en el marco de una discusión en la que el chico acusa a un policía de haberle pegado. Alexis se convierte, en palabras del propio Fernando, en "el Ángel Exterminador que había descendido sobre Medellín a acabar con su raza perversa" (55). De alguna manera, podemos afirmar que Fernando encuentra en las muertes de su joven amante sicario casi un factor de orden, es decir, una forma en que esa "raza pobre" que al narrador tanta repulsión le produce se autorregula. Por otro lado, cuando Alexis y Fernando se suben a un taxi inmediatamente después de los asesinatos, el taxista les pregunta qué ha sucedido, y el narrador responde: "Nada (...). Cuatro muertos" (55). En esta respuesta entre cínica y apática de Fernando también podemos apreciar cómo la violencia y la muerte se han convertido en hechos tan corrientes que se narran con absoluta ligereza y naturalidad. Asimismo, en este pasaje de la novela podemos observar, nuevamente, una hiperbolización de la realidad violenta de Medellín que, por momentos, adquiere matices definitivamente absurdos. Como observábamos en el análisis de la sección anterior, la trama va incorporando progresivamente giros cada vez más inverosímiles que proponen una perspectiva casi paródica de la impunidad con la que se ejerce la violencia en esa Colombia de principios de los años 90.

En esta parte, Fernando hace referencia al contexto en que se desarrolla toda esta violencia en Medellín: Pablo Escobar, el mayor capo narco de Colombia -y también el mayor empleador de sicarios- ha muerto; con el Cartel de Medellín acéfalo, todos los muchachos como Alexis, que antes formaban un solo ejército de sicarios que respondía a Escobar, ahora se han fragmentado en diversas bandas por comunas y se disputan territorios. Por otro lado, Fernando también hace referencia a los años previos a la muerte de Pablo Escobar, en los que el Gobierno fue, en cierta medida, cómplice de la imponente concentración de poder que ostentó el jefe del Cartel de Medellín a finales de la década del 80 y principios de la del 90. Un ejemplo muy claro de esto fue el hecho de concederle a Escobar la posibilidad de cumplir su condena dentro de "La Catedral", esa prisión con todos los lujos en la que las fiestas y los partidos de fútbol con famosos eran una constante. En este sentido, si el Gobierno, ya sea por corrupción o por inoperancia, acabó siendo cómplice del narcotráfico, Fernando lo juzga también como responsable de parte de esa violencia que se desprende del negocio de la droga y que azota a Medellín.

Luego de esta reflexión sobre la relación entre política, narcotráfico y violencia, Fernando nos sumerge una vez más en el mundo del sicariato. El Difunto les avisa a él y a Alexis que los vienen a matar con "balas rezadas"; acto seguido explica el procedimiento para hacer estas balas. Es indudable que el narrador encuentra en Alexis la realización de un deseo sexual; ahora bien, la figura del joven sicario también contribuye en la indagación respecto de ese mundo del sicariato, tan ajeno como fascinante para Fernando.

La narración avanza de forma vehemente y caótica, saltando, a veces, de una escena a la otra sin mediar ningún tipo de coherencia de trama ni proponiendo una evolución concreta de las ideas. De esta forma, Fernando pasa del encuentro circuntancial con El Difunto a otro paseo con Alexis, que utiliza para desplegar una serie de ideas controversiales en relación con la pobreza y la religión católica. Las mujeres pobres, para el narrador, no son más que unas "putas perras paridoras" que multiplican la pobreza teniendo hijos impunemente. Y esa "caridad" de la que se vanagloria el catolicismo lo único que hace es perpetuar a los pobres en su condición. A propósito de esta perspectiva tan radical y retrógrada del narrador, cabe decir que Fernando Vallejo, el autor, ha reproducido las mismas ideas en diversas entrevistas, por lo que se hace difícil disasociar la posición del narrador respecto de la del autor.

En las últimas páginas de esta cuarta parte, Alexis se cobra la vida de varias personas y por los motivos más ridículos. Así y todo, Fernando es consciente del poder que tiene sobre Alexis, y cuando insulta al hombre que está conduciendo una carretilla tirada por un caballo, él sabe cómo el joven sicario va a reaccionar. De hecho, varios de los asesinatos de Alexis son, en realidad, motivados por comentarios u observaciones de Fernando. En este sentido, el joven sicario, además de ser ese "Ángel Exterminador", acaba siendo también el brazo armado de Fernando, que desea "limpiar" Medellín de esa "raza perversa", es decir, los pobres, pero que no quiere ensuciarse las manos para hacerlo. Ahora bien, la pobreza es una suerte de plaga para el narrador, un mal que hay que erradicar, pero cuando se refiere a la comuna nororiental, uno de los tantos asentamientos al pie de la montaña donde viven los pobres, la plantea como un lugar "excitante"; y esto es así porque allí viven los sicarios más bellos. En síntesis, Fernando, aun desplegando un abominable desprecio de clase, necesita de esa pobreza, ya que tanto Alexis, hasta ahora, como Wílmar, más adelante, acceden a acostarse con el narrador solo por los beneficios económicos que esto conlleva, es decir, para mitigar un poco su condición de pobres. En este sentido, se hace evidente otra de las tantas contradicciones que podemos identificar en Fernando a lo largo de la novela: por un lado, critica la caridad de la religión católica porque perpetúa a los pobres en su condición, pero, por otro lado, les da dinero y regalos a los jóvenes sicarios, tan pobres como el resto de las personas de las comunas.

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