Resumen
Fernando hace referencia a que Alexis mira cualquier estupidez en la televisión: partidos de fútbol, conjuntos de rock, el presidente. Cuando el narrador le dice al joven sicario que apague "a ese bobo marica" (34) del presidente que está en la televisión, Alexis se ofrece a matarlo, si Fernando quiere. Fernando, por su parte, le pregunta cuándo va a "matar" a la casetera, frente a lo cual el joven sicario la toma y la arroja por el balcón. El narrador lo acusa de irresponsable, ya que podía haber matado a algún transeúnte.
Asimismo, Fernando cuenta que el presidente estaba hablando de que veinticinco mil soldados habían matado al capo-jefe del narcotráfico. Luego explica que con la muerte de Pablo Escobar, los sicarios quedaron sin jefe, y esto generó que se dispersaran por la ciudad, secuestrando, robando y matando indiscriminadamente.
A continuación, Fernando cuenta que de aquellos diez muertos que ostentaba Alexis cuando lo conoció, cinco fueron gratis, por cuentas pendientes propias, y los otros cinco, pagados, por cuentas pendientes ajenas. Esta información el narrador la obtiene por otro joven sicario apodado La Plaga, que "Tiene quince añitos con pelusita que te desarman el corazón" (35). Por otra parte, Fernando cuenta que conoció a La Plaga también en el cuarto de las mariposas de su amigo Vásquez, pero el amor entre ellos no prosperó, porque el chico tenía novia y pensaba embarazarla para que le diera un hijo que, llegado el caso, lo vengase.
Luego, Fernando nos anuncia que va a contar la historia de cómo "murió" el televisor. Una tarde él llega a la casa cansado, "sin un carajo de ganas de vivir" (36). Lo ve a Alexis y le pide su revólver para matarse. El joven sicario, que sabe que Fernando no bromea, dispara contra el televisor (en el que, otra vez, está hablando el presidente) hasta vaciar el cargador del arma. Fernando, por su parte, reflexiona sobre lo desafortunado que acaba siendo esto, ya que sin televisor, Alexis comienza a dedicarse a lo que dicta su instinto, es decir: matar.
Es el propio Fernando el que le compra ilegalmente a la policía las balas para que Alexis recargue su revólver. Alexis está muy entusiasmado y le pide a Fernando que le compre una ametralladora también, a lo que el narrador, por el momento, se niega. Juntos salen a dar un paseo y se encuentran con tres soldados que están requisando a las personas que pasan. Fernando propone desviarse, pero Alexis insiste en seguir por donde vienen. Cuando efectivamente los soldados los detienen para requisarlos, Alexis les da un tiro en la frente a cada uno. El joven sicario se queda observando a los soldados muertos hasta que Fernando le dice que lo mejor es que vayan a almorzar, y ambos siguen como si nada.
En este punto, Fernando adopta un tono narrativo que podemos establecer como de segunda persona, ya que le habla directamente a un usted (es decir, al lector o la lectora que esté leyendo en ese momento) al que le tiene que explicar ciertas particularidades de Medellín porque, seguramente, es "turista extranjero" (38). En este contexto, Fernando hace referencia a la mala calidad de las servilletas de los restaurantes, a la falta de papel higiénico en los baños de estos lugares por temor a que se los roben y en lo inquietante que resulta la fugacidad de la muerte, es decir, que al muerto más importante del día lo borre el siguiente partido de fútbol.
El próximo muerto de Alexis es un transeúnte con el que accidentalmente Fernando y el muchacho se tropiezan. Luego de que este transeúnte los insulta por no ver por donde caminan, Alexis le mete un tiro en la boca, y Fernando y el joven sicario siguen su camino hacia la Candelaria, la iglesia más hermosa de Medellín, según el narrador. Asimismo, Fernando se pregunta si ha estado bien ese último muerto de Alexis, a lo que él mismo se responde que sí, porque matarlo tuvo que ver con una necesidad de "erradicar el odio" (42).
Más adelante, Fernando hace referencia al encuentro casual que tiene con El Difunto mientras él y Alexis están esperando a que abra la iglesia San Nicolás de Tolentino. El narrador nos cuenta que a este hombre lo llaman El Difunto porque en un billar le dispararon cuatro tiros y "murió pero no" (43): cuando lo estaban velando, un amigo borracho tiró el cajón y El Difunto salió caminando "pálido, pálido, dicen, y que con una erección descomunal" (43). El Difunto, entonces, le dice a Fernando que él y Alexis tienen que irse de allí porque los están buscando para matarlos. El narrador y el joven sicario van detrás de la iglesia y, cuando ven que llegan los dos sicarios en moto que están buscándolos, Alexis los mata.
A Fernando le cuesta ordenar cronológicamente los muertos de Alexis, por eso decide continuar con la historia del taxista altanero, aunque no está seguro de que sea el que viene después de los dos sicarios en moto. El narrador hace referencia a que él y Alexis toman un taxi, y que el taxista está escuchando vallenatos a todo volumen. Cuando Fernando le pide que baje un poco la radio, el taxista, ofendido, sube aún más el volumen. En este punto, el narrador le pide que detenga el taxi para poder bajar. El taxista frena violentamente y les grita: "Se bajan, hijueputas" (48). Ni bien Fernando y Alexis ponen un pie afuera del taxi, el hombre arranca rechinando las llantas. Alexis logra dispararle en la cabeza al taxista, lo que provoca que el taxi fuera de control se estrelle contra un poste y explote, no sin antes atropellar a una mujer embarazada y sus dos niñitos.
Otra muerta de Alexis es Eva, la empleada de una cafetería que les vuelca el café encima porque ellos le piden una servilleta entera en vez de esos triángulos minúsculos que no limpian nada. El joven sicario le pega un tiro en la boca, y Fernando y él salen del lugar satisfechos y tranquilos. Luego, el narrador explica que, naturalmente, nunca vuelven a esa cafetería, ya que eso de volver al sitio del crimen son "pendejadas" de Dostoievsky, haciendo referencia a lo que ocurre en la novela Crimen y castigo del autor ruso.
Análisis
En esta tercera parte de la novela, Fernando relata ciertas actitudes de Alexis que brindan una perspectiva más nítida respecto del personaje. Por ejemplo, el hecho de que el joven sicario se ofrezca a matar al presidente da cuenta de una ingenuidad y una inconsciencia que bien podemos asociar a la edad y a la realidad sociocultural de Alexis. Al mismo tiempo, son, justamente, estas dos características las que convierten a los muchachos como Alexis en perfectos asesinos. A propósito de esto, Fernando explica que estos jóvenes sicarios, luego de la muerte de Pablo Escobar, quedaron sin jefe, y es a raíz de esta acefalía que sufre el Cartel de Medellín que los sicarios comenzaron a enfrentarse entre sí, provocando una fuerte escalada de violencia. Ahora bien, lo que el narrador plantea de forma explícita en varios pasajes de la novela es que en este complejo entramado de problemáticas sociales que se despliega en esta región de Colombia, el poder que ejerció el narcotráfico durante la década del 80, con la complicidad de un Estado incompetente y corrupto, logró que el flagelo de la pobreza y la violencia prácticamente se volviera una tragedia irreversible. Esta sensación de desesperanza que comienza a experimentar el narrador aumentará conforme avance la historia y lo llevará a querer suicidarse en más de una oportunidad.
Por otro lado, la pasión amorosa se convierte para Fernando en la única experiencia que le da sentido a su existencia. De alguna manera, la única forma que encuentra el narrador de reconciliarse con una Medellín que ya no le pertenece es a través de Alexis, quien, paradójicamente, parecería encarnar varios de los atributos negativos que Fernando le otorga a la ciudad: violento, ruidoso, ignorante y bello. En cierta medida, intimar con Alexis significa también acceder a esa Medellín impenetrable, la de las comunas que se establecieron en las laderas de las montañas, y que impusieron una realidad que contrasta notablemente con el recuerdo que conserva Fernando del lugar en el que creció.
Luego de que Alexis impide que Fernando se suicide y vacía el cargador de su arma contra el televisor, el narrador le compra balas a la policía para su joven amante recargue su revólver. De este simple acto podemos extraer varias conclusiones: en principio, queda expuesta la corrupción del Estado, que accede a venderle balas ilegalmente a un civil; por otro lado, Fernando entiende que Alexis necesita esas balas, ya que un sicario sobrevive matando. Ahora bien, al mismo tiempo, el narrador sabe que varias de esas balas se cobrarán vidas de inocentes, pero aun así contribuye con la necesidad de Alexis. ¿Por qué? Porque quiere consentirlo, sí, pero también porque a medida que avanza la historia, Fernando desarrolla una frivolidad y una indiferencia cada vez más pronunciadas hacia la gente y, en última instancia, el hecho de que Alexis "limpie" un poco el mundo de taxistas, niños llorones, madres paridoras, hombres maleducados, camareras insolentes y pobres, no le produce ningún cargo de conciencia. Por el contrario, el narrador, de una manera bastante subliminal, irá orientando a Alexis respecto de a quiénes conviene despachar del mundo. Paradójicamente, Fernando parece ponerle un límite al muchacho cuando se niega a comprarle la ametralladora mini-Uzi que tanto le pide. En ese sentido, la única explicación que da para no acceder al capricho de Alexis es que se trata de un arma demasiado visible. Fernando, de alguna manera, quiere proteger al joven sicario, no solo por el placer sexual que obtiene de él, sino también porque, como mencionábamos anteriormente, Alexis se ha convertido en la persona que le da sentido a la existencia del narrador.
En estas páginas también cobra relevancia el tema de la muerte. Fernando explica en estos términos el inicio de la matanza de Alexis: "Sin televisor Alexis se quedó más vacío que balón de fútbol sin patas que le den (...). Y se dedicó a lo que le dictaba su instinto: a ver los últimos ojos, la última mirada del que ya nunca más" (36). Es decir que Alexis hasta ese momento no atendía a su instinto asesino por el simple hecho de estar distraído mirando la televisión; hecho que contribuye a darle a todas las muertes que vendrán un matiz arbitrario, por no decir absurdo. Ahora bien, en este punto de la novela, se vuelve evidente que la trama que propone Vallejo, a pesar de valerse de elementos realistas, adquiere un nivel de hiperbolización que afecta el verosímil de la historia y que, en buena medida, busca ridiculizar esa impunidad con la que se ejerce la violencia en Medellín.
Asimismo, Fernando se pierde en el recuento de muertos que lleva Alexis, lo que contribuye a enmarcar estos asesinatos en un contexto de caos e improvisación. También es interesante subrayar que ninguno de los crímenes que comete Alexis son por dinero, es decir, no actúa en tanto sicario. Esto refuerza la teoría de Fernando respecto de que el joven sicario mata por instinto.
Por último, podemos observar que la relación entre Fernando y Alexis se sostiene a partir de contrastes. Por ejemplo, podríamos decir que Fernando encarna simbólicamente el pasado, la vejez, el silencio, el conocimiento, la austeridad; incluso, el verbo. Alexis, por el contrario, es el presente, la juventud, el ruido, la ignorancia, el consumismo, la acción. En este sentido, el joven sicario funciona como un recordatorio permanente de la desaparición de ese modelo sociocultural en el que se crió Fernando. Alexis encarna este nuevo presente de violencia, vacío existencial, ruido y corrupción del idioma que Fernando rechaza. Pero, por otro lado, el joven sicario también encarna la belleza y el sexo, que para el narrador son las únicas dos cosas que le dan sentido a la vida en un mundo completamente degradado.