Los vecinos de Ixtepec hacen comentarios racistas acerca de los indios, pero la mayoría son mestizos
En diversas oportunidades aparecen comentarios despectivos acerca de los indios en boca de los habitantes de Ixtepec. Por ejemplo, Tomás Segovia exclama: "¡Ah, si pudiéramos exterminar a todos los indios! ¡Son la vergüenza de México!" (Primera parte, Cap. IV). También se los trata de traidores, vagos y peligrosos. Sin embargo, se sabe que los vecinos son mestizos; lo dice el narrador en varias oportunidades: "Mi gente es morena de piel. Viste de manta blanca y calza huaraches" (Primera parte, Cap. I). Esta ironía la señala el personaje de Nicolás cuando le contesta a Tomás:
—¡No hablen así! ¡Todos somos medio indios!
—¡Yo no tengo nada de india! —exclamó sofocada la viuda.
(Primera parte, Cap. IV)
Esa impostada indignación de doña Elvira remarca aún más la ironía.
Las mujeres de Ixtepec repudian a Julia, pero la envidian en secreto
En varias oportunidades se pone de manifiesto un rechazo explícito a la figura de Julia. Por ejemplo, algunos quieren elevar una petición para que no la dejen entrar a la iglesia. Además, se la culpa por los celos y el malhumor del general Rosas y, ante cada revés que sufre el pueblo, se señala a Julia como origen de todos los males.
Sin embargo, hombres y mujeres están fascinados con ella. Conchita la admira en secreto y quiere ser como ella. No obstante, cuando Isabel (la única que dice lo que piensa) declara: “¡Yo quisiera ser Julia!” (Primera parte, Cap. IX), esta se escandaliza: "—¡No seas bárbara! — contestó Conchita, escandalizada de las palabras de su amiga, aunque ella también lo había deseado muchas veces" (Primera parte, Cap. IX).
Aunque Rosas controla a todos los habitantes de Ixtepec, no puede hacerlo con la persona aparentemente más cerca y que más le importa: Julia
El general Rosas ejerce un gobierno tirano y autoritario en Ixtepec. Es quien controla todo lo que sucede en el pueblo y toma todas las decisiones; ni siquiera consulta con sus subalternos. Todos le temen y se someten a él.
Sin embargo, Julia, la persona que Rosas más desea poseer, termina siendo quien le resulta más inaccesible. Es por esto que él manifiesta una clara obsesión por tener el control sobre ella: la tiene presa en el Hotel Jardín, manda a cerrar sus ventanas y a que no la dejen salir para nada, golpea a cualquier hombre que hable con ella, etc. Pero por más esfuerzos y violencia que ejerza, no puede controlar lo que pasa en su cabeza y no logra descifrar sus verdaderos pensamientos y sentimientos: "Era ése su dolor irremediable: no poder ver lo que vivía adentro de ella" (Primera parte, Cap. VIII).
La ironía de este vínculo consiste en que Rosas se muestra como un hombre dominante, capaz de controlar y poseer todo lo que quiera en Ixtepec, pero no puede obtener, justamente, lo que más desea -Julia-:
Se encontró frente a ella como un guerrero solitario frente a una ciudad sitiada con sus habitantes invisibles comiendo, fornicando, pensando, recordando, y afuera de los muros que guardaban al mundo que vivía adentro de Julia estaba él, sus iras, sus asaltos y sus lágrimas eran vanas, la ciudad seguía intacta (Primera parte, Cap. VIII).
Ella se encuentra sometida físicamente, pero mentalmente constituye un enigma y una derrota para él.
Las armas del general Rosas llevan nombres de canciones de amor
En la presentación del personaje de Francisco Rosas, el narrador lo describe como un hombre recio y triste, y agrega el detalle de que sus dos pistolas llevan adornos de oro y nombres propios que corresponden a canciones rancheras de amor mexicanas: "Cada uno llevaba dos pistolas. Las del general tenían sus nombres en letritas de oro rodeadas de aguilillas y palomas: Los ojos que le vieron y La Consentida" (Primera parte, Cap. II).
La alusión a esas canciones de amor, así como la delicadeza de sus ornamentos, contrasta claramente con el significado que tienen las armas en general, y en la trama de la novela en particular. Por un lado, las palomas son un símbolo universal de la paz, por lo cual es irónico que estén adornando un arma; por el otro, el lenguaje amoroso de las canciones referidas se contradicen con la finalidad de las armas y las consecuencias letales de su uso.
La descripción de la vestimenta y los objetos que acompañan a Rosas producen una imagen que contrasta irónicamente con la violencia y la crueldad que representa su personaje.