Resumen
Segunda parte
Capítulo IV
Llega a Ixtepec el general Joaquín Amaro y su ejército a sumar fuerzas en la lucha contra los “cristeros”. Siguen las manifestaciones anónimas contra la persecución religiosa y el descontento tras la llegada de este nuevo ejército liderado por un “yaqui”, indio traidor (porque persigue a su propia gente). Continúa la vigilancia y vuelven a catear las casas en busca del cuerpo del sacristán, sin éxito.
Frustrado, el general envía a Flores a la casa de las cuscas a interrogar a La Luchi y sus compañeras. La Taconcitos observa la escena del interrogatorio y recuerda lo que vio esa noche: a Juan Cariño entrando muy tarde en la casa y luego entrando, inexplicablemente, por segunda vez. Desde que ve eso y pregunta, La Luchi la encierra y no la deja trabajar.
Capítulo V
Doña Carmen Arrieta, doña Ana Moncada y doña Elvira Montúfar se dirigen hacia la Comandancia para hacerle una insólita propuesta al General: realizar una fiesta en su honor como ofrenda de paz para apaciguar los ánimos de todos y volver a traer normalidad al pueblo. El general sospecha de las mujeres, pero igualmente acepta la invitación.
Capítulo VI
Sorpresivamente, el pueblo recibe con entusiasmo la noticia de la fiesta. Ya no hay manifestaciones clandestinas y todo parece volver a la calma y a la normalidad. La gente está alegre y totalmente abocada a los preparativos.
Finalmente, llega la noche de la fiesta en la casa de Doña Carmen y el Dr. Arrieta, y los vecinos se encuentran, por primera vez, en una situación cotidiana y familiar junto a los militares. Todo va bien hasta que Rosas y sus subordinados se disponen a irse. Los anfitriones se inquietan, por lo que los lectores pueden deducir que están planeando algo. Deciden demorarlos y los invitan a quedarse un rato más. Isabel saca a bailar al general Rosas y este acepta.
Siguen bailando y todo parece estar bien, hasta que irrumpe la señorita Chayo. Ella está asustada y dice “los agarraron”. Los militares, de pronto, anuncian que se retiran. El general Rosas, sin embargo, obliga al resto a quedarse en la fiesta hasta que él regrese, excepto Isabel, a quien le permite irse. Deja a cargo al general Flores, que obliga a los invitados a permanecer en vela y continuar con el baile.
Pasa toda la noche y el día siguiente, y los invitados siguen prisioneros. Finalmente, vuelve el general con los soldados y registran la casa: encuentran carteles de “¡Viva Cristo Rey!”. Sin más explicaciones, se llevan detenidos a la señora y el señor Arrieta, a Don Joaquín y a Charito. Al resto los mandan a sus casas.
Doña Matilde regresa a su casa y se encuentra con todo revuelto. Los criados le cuentan que por la noche los militares registraron todas las habitaciones. También le cuentan que escucharon disparos en lo de Dorotea, que vive al lado. Matilde los manda a ver a través de la tapia. Los criados se topan con unos soldados que les explican que Dorotea está muerta: descubrieron el lugar donde tenía oculto al sacristán y la mataron.
Matilde envía a Cástulo a la Comandancia para solicitar el cuerpo de Dorotea con el objetivo de darle entierro. Cuando llega, solicita hablar con el general, pero los soldados lo ignoran y lo dejan esperando. En ese momento llegan dos de las chicas que trabajan en la casa de La Luchi, a quienes dejan esperando también.
Análisis
Las escenas de los preparativos de la fiesta corroboran la idea de que, con un poco de ilusión, se pueden canalizar las angustias y padecimientos que, de otra manera, explotan en ira, resentimiento y apatía. El tema de la fiesta es fundamental; ya se anticipa en el capítulo II, cuando Ixtepec dice que al llegar Francisco Rosas se terminaron los días de fiesta: “me vi invadido por el miedo y olvidé el arte de las fiestas” (Primera parte, Cap. II).
La fiesta es símbolo de la vida y de los tiempos perdidos. Esto aparece en la narración de Ixtepec cuando cierran para siempre la iglesia:
Mis esquinas y mis cielos quedaron sin campanas, se abolieron las fiestas y las horas y retrocedí a un tiempo desconocido. Sin embargo, aún en el más cruento escenario, la posibilidad de tener un momento de escape y un olvido momentáneo de sus penurias, es un alivio para el pueblo. Ahora la fiesta al general Francisco Rosas corría por la estela luminosa dejada por las fiestas anteriores. Todos querían olvidar a los colgados de las trancas de Cocula. Nadie nombraba a los muertos aparecidos en los caminos reales. Mis gentes preferían el camino brevísimo de las luces de Bengala y de sus lenguas surgía la palabra fiesta como un hermoso cohete (Segunda parte, Cap. VI).
De nuevo aparece el tema de la memoria y el olvido como eje transversal del libro. Así como el olvido puede ser una bendición (lograr distraerse por un momento de las tragedias trae felicidad al pueblo), la memoria puede ser “traidora”: "La memoria es traidora y a veces nos invierte el orden de los hechos o nos lleva a una bahía oscura en donde no sucede nada. No recuerdo lo que ocurrió después de la entrada de los militares" (Segunda parte, Cap. VI).
También se muestra cómo en esa breve tregua, durante los primeros momentos de la fiesta, se da una fraternización entre militares y vecinos que no había ocurrido antes. Esto permite cierta humanización inédita, desde el punto de vista de los personajes mismos, que pueden ver al general, no como un enemigo, sino como una persona, en el fondo, igual que ellos: "Parecía distinto de todos. Al verlo tan quieto, con esa pena en los ojos, ¿quién hubiera dicho que era él el organizador de la persecución que sufríamos? Debía de ser muy joven; tal vez no llegaba a los treinta años. Una sonrisa flotaba en sus labios; parecía sonreírse de sí mismo" (Segunda parte, Cap. VI). Esta escena es narrada de un modo parcial y subjetivo: Ixtepec cuenta fragmentos, incluyendo algunas miradas, algunos intercambios muy breves, pero sin explicar todo lo que sucede. Esto genera un clima de tensión creciente en el que los lectores no tienen toda la información, pero pueden prever (o presentir, como les sucede a los personajes en diversas ocasiones) que algo malo va a pasar. Así sucede cuando los militares se hacen gestos entre ellos y se agrupan para irse. Por los diálogos de los vecinos se hace patente, ahora sí, que algo están tramando: Doña Carmen e Isabel, asustadas, los detienen a toda costa.
La llegada de Chayo es la señal definitiva de que algo salió mal: un presagio de la tragedia por venir. Esta aparición tiene las características de una señal bíblica del final que se acerca, como un apocalipsis, lo que se ve claramente en las palabras que pronuncia la beata:
—¡Lloverán brasas sobre los malditos! ¡Ángeles apartaran las llamas para proteger a los justos! ¡La tierra se abrirá para dar paso a los monstruos infernales, los demonios bailarán de gusto viendo cómo la tierra se traga a sus elegidos y Satanás refulgente de llamas de azufre con su tenedor al rojo vivo, verá esta danza infernal y cómo el mundo desaparece en una gran llamarada pestilente!… (Segunda parte, Cap. VI).
Finalmente, las predicciones se cumplen: comienza el desenlace de lo que será el fin de Ixtepec. La transformación de la fiesta en un castigo (Flores obliga a seguir bailando y tocando sin parar, hasta el punto que uno de los violinistas se desmaya y Tomás Segovia vomita) es una pequeña muestra de la crueldad que vendrá. Esto se comprueba con la primera muerte que se muestra al lector: la de una anciana inofensiva, Dorotea.
En estos capítulos se profundiza también en la importancia del rol de la mujer en la resistencia. Son las mujeres quienes organizan la fiesta (y el plan secreto para salvar al cura y al sacristán), son ellas quienes dan la cara y se arriesgan a invitar al general Rosas (ya que no sabían cómo podía reaccionar). También son ellas quienes distraen y entretienen a los militares bailando para ganar tiempo la noche de la fuga. Y finalmente se descubre que es Dorotea la mujer que se puso en riesgo y terminó sacrificándose para ayudar y cuidar a don Roque.
Aquí, de nuevo, la autora está utilizando las historias particulares y privadas para contar lo que la Historia, la historia oficial, no incluye. Hay una consciencia muy clara de que la participación de las mujeres en la Guerra de los Cristeros y en todos los conflictos que atravesaron a México tiene que haber sido importante, pero simplemente no está registrada. La ficción es una forma de contar estas historias que, aunque no son reales, sí son verídicas: remiten a personas comunes, fácilmente identificables en la población de una época determinada, en un lugar determinado. Los lectores tienen así un acercamiento a los hechos históricos desde una perspectiva crítica, que incluye actores normalmente invisibilizados en los documentos oficiales (las prostitutas, las viejas, las queridas, las beatas, las hijas, las criadas, etc.; todas sumamente importantes en los acontecimientos que se narran). También se problematizan y se incluyen, en todo el libro, otras identidades subalternas, como los indios y los criados, además de Juan Cariño, el loco.