Agamenón

Agamenón Resumen y Análisis de Líneas 1–502

El Rey Agamenón, de la ciudad griega de Argos, ha estado ausente durante 10 años. Durante ese tiempo, en Troya tuvo lugar la Guerra de Troya entre los griegos y los troyanos, en una guerra cuyo fin era rescatar a Helena y traerla nuevamente para Grecia. Helena es la esposa de Menelao y fue secuestrada por un invitado troyano llamado Paris. Menelao le pide ayuda a su hermano Agamenón para organizar un ejército de griegos de las diferentes ciudades-estados de Troya y recuperar a Helena. Se organiza un gran ejército pero los barcos no pueden partir desde el puerto de Aulide hasta que Agamenón sacrifique a su hija mayor Ifigenia. Después de hacerlo se apacigua la diosa Artemisa y desde el cielo envía vientos para que los barcos griegos puedan partir y vayan a pelear a Troya. La esposa de Agamenón, Clitemnestra está enojada con la profanación hecha a su familia al haber matado a su propia hija. Clitemnestra no está de acuerdo con esta decisión, pero Agamenón no le pide su opinión antes de llevar a cabo el sacrificio. Para él, es más importante ayudar a su hermano Menelao que el amor que siente por su hija o su esposa.

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El tiempo ha pasado mientras la Guerra de Troya ha estado ocurriendo en una ciudad muy lejana. Un Guardián está sentado en el techo del palacio del Rey Agamenón con el fin de ver cualquier señal que llegue anunciando el fin del la guerra, especialmente ver una señal de anuncie que los griegos han salido victoriosos. Cuando la guerra finalmente llega a su fin tras diez años de dura lucha, los griegos navegan hacia su tierra. El Guardián se lamenta por haber esperado tanto tiempo sin haber recibido ninguna señal de los hombres de Agamenón. De pronto, ve un resplandor de fuego en la distancia y se da cuenta que es la señal que ha estado esperando durante todos esos años. Emocionado, dice en voz alta “¡Iú, iú! Estoy anunciando claramente a la esposa de Agamenón que se alce rápidamente de su lecho y eleve en la casa, con motivo de esta antorcha, un grito de alegría, si en verdad ha sido conquistada Ilión, como la hoguera proclama con su brillo” Líneas 25-29. Mientras el Guardián corre a decirle a Clitemnestra que su esposo finalmente está retornando de la Guerra de Troya, el Coro de Ancianos entra y recuerda hechos del pasado, aquellos que fueron la causa de la Guerra de Troya.

El Coro menciona que Agamenón y su hermano Menelao se parecen: “coyunda poderosa de Atridas, honrada por Zeus en un doble trono y cetro”. Son llamados también Atridas porque ambos son hijos del mismo padre, Atreo. Estos hombres se preguntan cómo habrá terminado la guerra. No lo saben porque aún no han hablado con el Guardián acerca de la señal que este vio; expresan cierto desdén por el hecho de que la guerra haya sido provocada por una mujer, Helena. Dicen que todo fue por “causa de una mujer promiscua”. Helena es poco respetada por el Coro. La llaman “promiscua” por seguir voluntariamente al troyano Paris cuando la raptó del palacio de Menelao en Esparta. Estos hombres se sienten excluidos del disfrute de pelear porque son demasiado viejos: “Mas nosotros, incapaces por la carne vieja, excluidos de esta empresa, aquí permanecemos, guiando con el bastón nuestra fuerza de mitos. Porque la joven médula que reina en los pechos es igual que la de un viejo y Ares no habita en ellos. ¿Y qué es un hombre en su extrema vejez, marchito ya su follaje? Anda sobre tres pies, y no más fuerte que un niño camina errante cual sueño aparecido en pleno día”, Líneas 72-82. Estos hombres son viejos y débiles, tienen “la fuerza de un niño” y por eso no pueden ser los grandes soldados que quizás fueron en su juventud. Aunque estos hombres tienen el impulso de ir y pelear, su “vigor” está limitado por la fuerza física que se perdió en sus carnes. En la vejez, los hombres tienen tres pies; el tercer “pie” es su bastón; el Coro acepta su propia mortalidad y acepta que la muerte les está próxima. Ellos son un “sueño aparecido en pleno día”, por eso están lentamente desapareciendo mientras sus cuerpos envejecen hasta consumirlos. Como resultado, están algo amargados por su vejez, celosos de los hombres jóvenes que aún pueden pelear.

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Clitemnestra se acerca al Coro mientras este habla, pero no lo molesta ni hace saber que está presente. Continúan, se apenan por lo triste que es que los griegos hayan atacado Troya, y lo que es peor aún, que la guerra haya durado diez años sin que se haya recibido información alguna sobre el destino de los hombres que se fueron tiempo atrás. Recuerdan una profecía hecha por un adivino, llamado Calcante. Tras observar un perro cazador devorando una coneja preñada, el Coro advierte que salvo que Troya haya caído y muchos inocentes muerto (lo que se deduce de la cría no nacida dentro de la coneja), algunos dioses, como la diosa Artemisa se enojarán y querrán castigar a los griegos por destruir la ciudad de Troya. Oran para que el hermano de Artemisa, Apolo, proteja a los griegos contra los peligros que su hermana pudiera causar, como el de detener los vientos y de esa manera forzar a Agamenón a realizar otro sacrificio, como el que hizo cuando mató a Ifigenia. El Coro apela a la sabiduría del rey de los dioses, Zeus, sabiendo que él los cuidará cuando deban enfrentar cualquier encrucijada.

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El Coro recuerda que fue Artemisa quien exigió el sacrificio original de Ifigenia, que fue ella la que alejó los vientos de los barcos y que fue el sacerdote Calcante quien le dijo a los griegos lo que la diosa deseaba. Fue una decisión difícil para Agamenón, tal como él mismo lo dijo en voz alta: “Penoso es mi destino si desobedezco, pero penoso también si doy muerte a mi hija, orgullo de la casa, mancillando ante el altar mis manos paternas con arroyos de sangre virginal. ¿Cuál de las dos acciones está libre de males? ¿Cómo voy a dejar las naves, faltando a mi alianza?” Líneas 206-214. No dar una imagen de poca hombría y no ser desleal a su ejército es el factor decisivo para Agamenón. Asesina a su propia hija para que el ejército pueda navegar hacia Troya: su orgullo como general queda intacto, pero su papel como buen padre queda destruido. El Coro desaprueba enfáticamente lo hecho por Agamenón, ya que la guerra es causa de una sola mujer, Helena. Los hombres describen el aspecto inocente que tenía Ifigenia antes de ser sacrificada por su padre; describen cómo ella fue encaramada en el altar por todos los soldados del ejército; cómo miró a todos los hombres con ojos tristes, suplicante, antes de que su padre le clavara su cuchillo. Nadie fue en su rescate o protestó con lo que se iba a hacer. En cierta forma, no fue sólo Agamenón el responsable de la muerte de Ifigenia, sino que lo fue todo el ejército griego.

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El Coro reconoce la presencia de Clitemnestra, que ha estado escuchándolos de cerca. Reconocen que en ausencia del Rey Agamenón, ella fue quién gobernó Argos. Le ofrecen su reverencia y respeto y le preguntan si tiene buenas noticias para darles. La reina anuncia que la ciudad de Troya ha sido capturada por los griegos. Ella ha observado la larga línea de señales de fuego que han llameado por todo el camino desde Troya hasta que pudo verse desde la torre de vigía en Argos. Los fuegos se sucedieron uno tras otro invocando el nombre del gran dios del fuego, Héfesto. Por supuesto que el Guardián le ha informado del resplandor de fuego que ha visto. El Coro está conmocionado al escuchar estas noticias. Han estado por años esperando la noticia del fin de la guerra. Le piden a su reina que describa en detalle que es lo que está pasando en ese momento en Troya, agradeciendo a los dioses por esta gran victoria.

La reina imagina entonces: “Creo que se alza de la ciudad un clamor inconfundible... Así es posible oír, por separado, los gritos de vencidos y vencedores, siendo diversa su fortuna. Unos, caídos en tierra, abrazan los cadáveres de esposos y hermanos, y los niños, hijos de padres ya ancianos, gimen del fondo de una garganta esclava por la muerte de los seres más queridos” Líneas 320-329. Regocijándose con la victoria griega y describiendo el sufrimiento que sin duda en ese momento está experimentando el pueblo de Troya, también ruega que los griegos no hayan faltado el respeto a los dioses, señalando con pesar: “que no se apodere de los soldados un deseo de saquear lo que no es lícito”. Clitemnestra desea que los hombres griegos no hayan cometidos abusos al obtener la victoria y que no hayan ido demasiado lejos, como haber cometido saqueos a los altares de los dioses o haber violado a las mujeres troyanas. De esta manera la reina ruega por el retorno de su esposo Agamenón y del resto del ejército griego, sanos y salvos.

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Tras escuchar que han salido victoriosos, el Coro de Ancianos cambia un poco su actitud sobre la guerra y ahora que saben que terminó y que los hombres regresarán al hogar, adoptan una actitud menos amarga. Cantan acerca de la grandeza y el poder del Dios Zeus, agradeciéndole la victoria otorgada a los griegos. Dicen que por el agravio que Paris Alexander cometió contra los griegos, al sacarle Helena a Menelao cuando era huésped en la ciudad, Paris ha recibido el justo castigo de que su ciudad fuese destruida, porque “no hay defensa para el hombre que, ahíto de riqueza, cocea contra el gran altar de la Justicia para destruirlo”, Líneas 381-384. Aunque sea un príncipe y su padre el rey de Troya, Paris no tenía lugar dónde esconderse, que la justicia de los griegos caería sobre él de cualquier manera, por haber cometido el vil crimen de secuestrar a la esposa de su anfitrión. Los troyanos recibieron exactamente su merecido de manos de los griegos.

Aunque no todos los soldados griegos tendrán la fortuna de retornar vivos y el Coro se lamenta por los muertos en combate, advierte también que algunos hombres serán castigados por los dioses por sus pecados de exceso. “Los dioses no dejan de vigilar a los homicidas. Y las negras Erinis, con el tiempo, hunden en las tinieblas, con trastorno infortunado de su vida, al que ha prosperado contra justicia, y cuando está entre los invisibles ya no tiene fuerza”. Líneas 461-474 El Coro aconseja a los soldados moderación a la hora de matar y de robar el botín de Troya. Si los soldados griegos no tienen moderación, serán castigados por las diosas de la venganza llamadas Erinis. También declaran que es muy triste una vida de prisionero, sugiriendo que quizás sea mejor morir que vivir controlado por otro.

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Después de haber dicho todo lo anterior en grupo, el Coro de los Ancianos ahora habla de a uno, poniendo en duda la veracidad de las noticias sobre la caída de Troya y se preguntan si Clitemnestra no estará equivocada. Uno de los hombres comenta que “Es propio del gobierno de una mujer expresar su contenido antes de que aparezca la realidad. Demasiado crédula se extiende rápidamente la opinión femenina; pero rápida también perece la nueva proclamada por mujer”. Líneas 483-487 Aunque el Coro ha dicho antes que la reina debe ser tratada de igual manera que el Rey Agamenón, porque él no está y no hay otro que gobierne la ciudad de Argos, ahora expresan cierto desdén por ella tan sólo porque es una mujer. Los hombres dicen que las mujeres son criaturas impulsivas que no piensan antes de actuar y que toman los rumores como hechos verdaderos sin siquiera asegurarse de su veracidad; las mujeres son criaturas inestables que “cambian muy rápido” y por eso no se puede confiar o no se puede contar con ellas. La discusión sobre Clitemnestra es interrumpida por un Mensajero que de pronto aparece proveniente de la ribera, quien porta una rama de olivo de la paz. El Coro de Ancianos espera ansioso que llegue el Mensajero así pueden escuchar las noticias que trae.

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