Resumen
Capítulo 21
Al casamiento de Lilia y Emilio asiste toda la gente importante de México. Catalina ve en la mesa de Bibi y Gómez Soto a un hombre muy guapo, se acerca y estos se lo presentan: es Alonso Quijano, director de cine. Él la invita a ver su próxima película y luego bailan juntos.
Catalina habla brevemente con Lilia antes de que la muchacha se vaya con su marido. Luego los novios se van, en autos separados, puesto que Lilia quiere estrenar la Ferrari que le regaló su padre.
Rodolfo anuncia a Andrés que se volverá a la Ciudad de México, junto a Cienfuegos. Todos brindan sonriendo, pero Andrés luego habla a Catalina y despotrica contra Cienfuegos.
Catalina visita la cocina, donde hay cuarenta mujeres trabajando. Una de ellas la saluda: es la viuda de un hombre que mataron en Atecingo. Le cuenta que Lucina la llamó para trabajar allí, ya que ahora debe mantener la familia sola, y que la semana siguiente venderá dulces de higo en Puebla. Catalina le dice que vaya a su casa, que le comprará todos. Luego Catalina se toma una aspirina y un coñac y se queda dormida hasta que Andrés la lleva a la cama. Duerme con él por primera vez desde la muerte de Carlos.
Capítulo 22
Catalina se siente muy sola sin Lilia y pasa los días yendo de la tumba de Carlos a su casa. Un día aparece la señora a quien ella había prometido comprarle todos los dulces, Carmela. La mujer le da también unas hebras de té de limón negro que alivian dolores de cabeza, pero le advierte que si se toman con constancia pueden causar la muerte.
Catalina vuelve a Ciudad de México. La mujer de Gómez Soto se murió, por lo que Bibi se casó con el general. Un día Bibi aparece en casa de Catalina y le cuenta que se enamoró de otro hombre, un joven torero colombiano, que no es famoso pero seguro lo será, y que ya no soporta a su marido. Le cuenta a Catalina que recientemente fue de infiltrada a una fiesta y vio a su marido con prostitutas, por lo que decide usar eso para extorsionarlo. Le dejará una carta con un sobre que compró en Suiza, así él no puede devolvérsela como si no la hubiera abierto, lo cual hace cuando no le gusta el contenido de sus cartas.
Tres días después vuelve a aparecer Bibi. Le cuenta que dejó la carta al marido y fue a buscar al torero al aeropuerto y, ya en el hotel, le contó lo del divorcio. Resulta que el torero estaba casado con una mujer joven y quería usar a Bibi por su marido, para que le haga prensa en el periódico. Bibi volvió a la casa, rápido pero la sirvienta ya había entregado la carta al marido. Se desesperó hasta que luego lo encontró a él tranquilo y cariñoso, y a la carta con sobre intacto, esa misma noche, en su habitación. Poco después se enteró que ese mismo día su marido mandó a un sirviente a Suiza de urgencia.
Bibi después comunica a Catalina que Quijano la mandó a invitar a su película. Catalina asiste a la película y luego se acuesta con él. Vuelve a su casa a la madrugada, casi queriendo que Andrés lo note, pero él tampoco está.
Capítulo 23
Catalina pide a Andrés una Ferrari y su propia cuenta bancaria. También divide su habitación de la de Andrés por medio de una puerta. Muchas veces la cierra y duermen separados. Catalina duerme varias veces por semana con Quijano.
Andrés compra una casa en Acapulco a la que no va nunca, y Catalina se la apropia. Todos los fines de semana invita a amigos para disimular, también van los hijos; todos saben de su relación con Quijano, pero nadie le cuenta a Andrés. Catalina se la pasa mirando al mar y recordando a Carlos.
Rodolfo pide a Catalina que asista a un evento presidencial en honor a las madres del país. Ella accede, pero cuando Chofi la entrevista acerca del tema, Catalina habla sobre las inconveniencias de la maternidad. No vuelven a invitarla a eventos públicos por un tiempo.
Un periodista amigo de Rodolfo publica un artículo criticando al Secretario de Economía amigo de Andrés, acusándolo de enriquecerse a costa de la escasez del pueblo. Andrés está seguro de que fue a propósito. Rodolfo, con ayuda del CTM, impulsa más medidas contra él, y el secretario acaba renunciando. Por otra parte, Rodolfo deja de solicitar ayuda de Andrés como asesor. En cambio, Cienfuegos está cada vez más cerca de Rodolfo. Andrés detesta a Cienfuegos, se arrepiente de haberlo ayudado presentándolo a Rodolfo años atrás. En la casa despotrica contra Rodolfo por dejarse impresionar por Cienfuegos. Se emborracha, esperando que Rodolfo lo llame, pero este no lo hace. Con los días aumenta su tensión y dolor de cabeza. En una ocasión Catalina le ofrece el té que le dio Carmela. Ella también bebe, y ambos se sienten increíblemente mejor. Pero Catalina no bebe al día siguiente, en cambio Andrés lo pide todos los días.
Poco después, la portada de todos los diarios anuncia que se desenterró el caso de la muerte del licenciado Maynez en Puebla. Y que su hija señalaba a Ascencio como autor del crimen. Todos los testigos que durante años se habían callado ahora brindaban todo tipo de detalles útiles que señalaban a Andrés. Maynez habría sido asesinado, todos aseguran, por negarse a vender su tierra al general a cambio de una miseria.
Andrés visita a Rodolfo. Al día siguiente los diarios publican una entrevista al Procurador General de Justicia exonerando a Andrés de cualquier cargo en su contra y señalando su respetabilidad como Jefe de Asesores del Presidente. Menos Magdalena, todos los testigos dijeron haberse equivocado en sus señalamientos. Son declarados culpables un grupo de criminales a sueldo que no llegan a declarar porque mueren a manos de la policía. De todos modos Andrés queda dolido y no vuelve a hablar con Rodolfo.
A Catalina no le apena la caída de Andrés y sale con Quijano como si fueran novios, cenando y acompañándolo a las filmaciones. Durante semanas su único contacto con Andrés es a la mañana, para servirle su té.
Catalina pasa todo diciembre en Acapulco. Por culpa, invita a Andrés a pasar Año Nuevo con ella. Andrés aparece allí el 31, con diez kilos menos y diez años más. Hay como cincuenta invitados. Catalina cree que así se disimula la presencia de Quijano. Además intenta ser dulce con Andrés.
Capítulo 24
A los pocos días, incómodo por la presencia de Andrés, Quijano se va. Catalina vuelve a dormir con Andrés y a compartir risas. Al volver a Ciudad de México, ella no busca a Quijano. Acompaña a Andrés en sus críticas a Rodolfo y a sobrellevar la candidatura de Cienfuegos como presidente.
Vuelven a Puebla. Andrés envejece día a día, y sigue tomando el té de Carmela. Un día Matilde le advierte que esas hierbas hacen mal si se las toma seguido. Andrés le dice que se equivoca, que son lo único que lo mantiene en pie y que Catalina también las toma y está rozagante.
Capítulo 25
Un día Andrés avisa a Catalina que se está muriendo, que llame a Esparza y Téllez, los médicos. Ella está convencida de que no se morirá en ese instante, pero lo ve bastante empeorado. Andrés habla a Catalina acerca de su relación, de que ella no sentirá pena cuando él muera. También habla sobre Rodolfo, sobre Cienfuegos. Según Catalina, Cienfuegos es el peor enemigo de Andrés porque no puede tocarlo, debido a que doña Herminia, madre de Ascencio, se encariñó con Cienfuegos y lo quiere como a un hijo. Andrés asegura que Cienfuegos es un vendepatria que traicionará las tradiciones nacionales y traerá empresas extranjeras.
A la noche, Andrés le pregunta a Catalina por un hombre que firmó poemas que ella guarda en su armario. Él las vio porque, dice, en su casa no hay puertas. Más tarde, Andrés llama a su esposa para que llame de urgencia a Cabañas. Este trae unos papeles que Andrés firma. Al rato, muere.
Capítulo 26
Aparece Rodolfo, diciendo que llevará el cuerpo de Andrés a Zacatlán. Catalina acepta y le dice que las otras viudas, si quieren lo suyo, tendrán que hablar con ella. Rodolfo se hace el sorprendido por un instante, pero se resigna cuando oye a Catalina afirmar que conoce perfectamente la existencia de muchas viudas y muchos hijos de Andrés desconocidos que esperan su parte de la herencia. Luego, pasa toda la tarde recibiendo saludos de quienes pasan a dar el pésame. Ella es el centro y hasta se divierte. Una señora la abraza, diciendo que se alegra por ella, puesto que la viudez es el estado ideal de la mujer.
Luego Catalina se despide de Andrés hablándole a su rostro muerto. Entre otras cosas, le reprocha tener que ir con Rodolfo hasta Zacatlán y no poder quitarse de encima a ese hombre. Después lo desafía: ¿él cree que ella iba a ser tan tonta de quedarse con todo? ¿que no va a repartir entre todas sus mujeres? Se quedará lo necesario y entregará todos sus negocios clandestinos y propiedades ilícitas. Ella quiere sólo algo chico, cerca del mar, donde nadie le dé órdenes. Recuerda entonces algunos momentos felices de la pareja y luego dice que está cansada pero quiere ir a Zacatlán, a ver los rostros de simulada pena y verdadera felicidad cuando lo vean pasar a él, por fin, muerto.
Catalina intenta irse en un auto con Checo, pero Rodolfo insiste en viajar con ella. Hablan durante horas sobre el Gobierno.
En el entierro ella no logra llorar, hasta que piensa en Carlos y en las lágrimas que no pudo soltar por él cuando lo enterraban. Entonces llora. Después, ríe, pensando en su futuro, en todo lo que se va a divertir desde ese día.
Análisis
La última parte de la novela narra, entre otras cuestiones, la caída de Andrés Ascencio. El declive se da tanto en términos políticos como en cuestiones de salud, y en ambos casos el final es la muerte (tanto simbólica, política, como real y física). En cuanto a lo primero, las líneas que se perfilaban ya desde capítulos anteriores, como el alejamiento de Rodolfo como consecuencia de la cercanía de este con Cienfuegos, acaban de definirse en estos episodios. Efectivamente, el poder político de Andrés se debilita a pasos agigantados, lo cual se pone de manifiesto en ciertos hechos como el resurgimiento de causas en su contra y la postulación definitiva de la candidatura de Cienfuegos.
El proceso de decaimiento de Andrés se da aparejado por el alejamiento y la indiferencia de su esposa, Catalina, quien llega a decir incluso que no siente pena, en absoluto, por el padecer de su marido. Muy por el contrario, ella parece aprovechar el estado de debilidad de Andrés para recobrar algo de la felicidad que había perdido con el asesinato de Carlos. Aunque no se enamora de Quijano, se mantiene entretenida junto a este, gozando de la libertad que la enfermedad de su marido le permite.
El asunto de la enfermedad y muerte de Andrés se presenta con cierta ambigüedad en relación a Catalina. Aunque la narradora no manifiesta nada explícito al respecto, lo cierto es que el proceso acelerado del malestar de Andrés coincide con su nuevo hábito de desayunar el té de hierbas que Catalina le sirve. Esas hierbas son las que Catalina consiguió por vía de Carmela, una señora que es víctima directa de la conducta criminal de Andrés. Las palabras de la señora en la escena en que hace entrega del té son repuestas por la narradora:
Se llamaba Carmela, por si yo no me acordaba, sus hijos tenían tantos y tantos años y su marido ya me había dicho era el asesinado en el ingenio de Atecingo (...) Le regresó el odio cuando mataron a Medina y a Carlos, y no entendía que yo siguiera viviendo con el general Ascencio. Porque ella sabía, porque seguro que yo sabía, porque todos sabíamos quién era mi general. A no ser que yo quisiera, a no ser que yo hubiera pensado, a no ser que ahí me traía esas hojas de limón negro para mi dolor de cabeza y para otros dolores. El té de esas hojas daba fuerzas pero hacía costumbre, y había que tenerle cuidado porque tomando todos los días curaba de momento pero a la larga mataba.
(p. 268)
Aunque no aparece manifestado explícitamente, la entrega de las hierbas de té se ven motivadas, en Carmela, menos por una voluntad de aliviar el dolor de cabeza de Catalina que por una sugerencia de inducir la muerte en Andrés. Catalina conoce esta información cuando Andrés pide día a día el té y ella no se lo niega. Con el proceder de los días, Andrés va empeorando su estado, envejeciendo y adelgazando en dimensiones preocupantes, hasta su muerte. La novela no confirma explícitamente que el té sea la causa directa de la muerte de Andrés, pero tampoco lo niega y, en verdad, la asociación queda más que sugerida por el relato.
La relación entre Catalina y Quijano no alcanza el nivel de importancia ni intensidad que el que se había presentado entre la protagonista y Carlos. Más bien esta relación parecería funcionar para confirmar una tendencia en Catalina, la de inclinarse amorosamente por hombres de profesión artística, es decir, portadores de una sensibilidad que los sitúa en la vereda opuesta a Andrés, cuya profesión militar y política parece impresa en su carácter duro y autoritario. De cualquier modo, la relación entre Catalina y el cineasta termina sin pena ni gloria antes de la muerte de Andrés, proceso que ella vive sola.
El hecho de que Rodolfo Campos acompañe a Catalina en el entierro de Andrés establece una simetría entre el inicio y el final del matrimonio de los protagonistas. Rodolfo fue testigo en el casamiento celebrado más de veinte años atrás, y ahora es testigo de su final, de la separación que impone la muerte. La presencia de esta figura de relevancia política en el episodio del entierro es, tal como lo fue en el casamiento, simbólica, en tanto refiere a la estrecha vinculación entre el plano político y el plano íntimo en la novela.
El hecho de que el matrimonio termine no libera inmediatamente a Catalina del pesar que Andrés significa para ella. “Así que me quieres dejar todo para que yo lo reparta. Lo que quieres es joder, como siempre. ¿Quieres que vea lo difícil que resulta? ¿A quién le toca qué según tú?” (p. 312) dice Catalina hacia el final de su narración, en un largo discurso que dedica a su marido difunto. Sus palabras refieren a la humillante tarea que su muerte delega, la de repartir sus riquezas entre sus numerosas amantes e hijos:
¿Quieres que lo adivine, que siga pensando en ti durante todo el tiempo que dure el horror de ir dándole a cada quien lo suyo? Quieres ver si me quedo con todo. ¿Qué te crees tú? ¿Que no me vas a dejar en paz, que me vas a pesar toda la vida, que muerto y todo vas a seguir siendo el hombre al que más horas le dedico, que para siempre voy a pensar en tus hijos y tus mujeres? Eso querrías, que te siguiera yo cargando.
(p. 312)
El problema no se reduce solamente a una cuestión de honor, sino también, Catalina lo sabe, a la esencia de esa herencia a repartir. Porque las irregularidades, los negocios ilícitos y la corrupción política no acaban con la muerte de Ascencio. En este discurso final de Catalina se rinde cuenta de la impura y problemática riqueza que la protagonista hereda a pesar de su voluntad:
¿Crees que les voy a dar el gusto de quedarme con todo? (...) No, Andrés, los voy a llamar a todos a echar volados y a ver quién se gana esta casa tan fea, a ver a quién le tocan los ranchos de la sierra, a quién el Santa Julia y a quién La Mandarina, a quién los negocios con Heiss, a quién el alcohol clandestino, a quién la Plaza de Toros, a quién los cines y a quién las acciones del hipódromo, a quién la casa grande de México y a quién las chicas. Puros volados, Andrés, y el que ya esté metido en alguna parte pues ahí se queda, no voy a sacar a Olga del rancho en Veracruz, ni a Cande de la casa en Teziutlán.
(p. 312)
Propiedades, tierras expropiadas, fábricas, negocios ilícitos, acciones en casas de apuestas ilegales, prostitución: la lista es extensa y deja en evidencia el nivel de corrupción y enriquecimiento ilícito del cual se benefició Ascencio durante su mandato (y que conservó, gracias a contactos y negociados, en su posterior puesto como asesor del presidente). Todas riquezas a las que Catalina refiere como "puros volados", insustanciales, de los cuales espera deshacerse pronto para empezar a vivir con libertad de una vez por todas.
Esta línea de pensamiento de Catalina en relación con la muerte de Andrés se asocia perfectamente con el comentario de Josefita Rojas, la señora que abraza a la protagonista en el velorio y le dice que se alegra por ella, puesto que “la viudez es el estado ideal de la mujer” (p. 311). Efectivamente, en una sociedad machista y conservadora en la cual el matrimonio suele estar dado, en la época, por una cuestión que poco tiene que ver con el amor, y que se manifiesta para la mujer como una institución opresiva que la condena a un lugar de sumisión e inferioridad en el vínculo, la muerte del marido no tendría por qué ser recibida por ella como una desgracia. Al ser ilegal el divorcio, la muerte se presenta como la única puerta hacia la libertad. En cuanto al difunto, dice Josefita, “se honra su memoria cada vez que sea necesario y se dedica uno a hacer todo lo que no pudo hacer con él en vida” (p. 311).
La escena final de la novela sitúa a Catalina, junto a sus hijos, parada junto a la tumba de su marido recién enterrado. La protagonista no logra llorar hasta que se recuerda a sí misma, no mucho antes, impedida de llorar a su amado Carlos cuando fue enterrado. Entonces las lágrimas, que ahora pueden volcarse en libertad, se desatan. La imagen final de la protagonista muestra, de todos modos, su sonrisa: es la última vez que estará en ese pueblo, piensa, es la última de todas las cosas que tuvo que hacer por ser la esposa de Andrés Ascencio. “Estaba sola, nadie me mandaba. Cuántas cosas haría, pensé bajo la lluvia a carcajadas. Sentada en el suelo, jugando con la tierra húmeda que rodeaba la tumba de Andrés. Divertida con mi futuro, casi feliz” (p. 318), termina el relato Catalina. La historia de una mujer casada desde joven con un déspota culmina cuando ella recupera la libertad perdida durante tantos años.