Catalina tiene quince años cuando inicia su relación con Andrés Ascencio, un militar que la dobla en edad. Siendo Catalina una jovencita, se casan a pesar de que ella en ningún momento es consultada. Desde el comienzo, llegan a Catalina rumores de los negocios corruptos y las numerosas amantes de Andrés. Durante años, Andrés es jefe de operaciones militares en Puebla y no responde las preguntas que Catalina le hace sobre su trabajo. La pareja tiene hijos y, además, Andrés le entrega seis hijos más, que tuvo con otras mujeres, para que los críe.
Luego de una gira por el estado y visitas a su compadre Rodolfo Campos, Andrés es elegido gobernador de Puebla. Como primera dama, Catalina se la pasa gestionando eventos. Con frecuencia acuden a ella ciudadanos que le ruegan que convenza a su marido de que no les quite tal tierra o no venda el archivo de la ciudad a una fábrica de cartón. Ella intenta hablar con Andrés, pero este no cede.
El director del único periódico que denuncia crímenes e irregularidades del gobierno de Andrés aparece muerto. Catalina padece su rol, se siente parte de la decoración en las reuniones. Un día escucha a su hijo decir que su papá mata por trabajo. Desde entonces divide la casa para mantener a los niños lejos de ellos y delega su crianza a Lucina, fiel servidora. Catalina se propone conocer los negocios de Andrés. Se entera de sus crímenes, del modo en que aparecen muertas personas que se negaron a negociar con él. Pero cuando ella lo enfrenta, Andrés la ignora.
Andrés comienza a verse desplazado de su cargo de principal consultor de Rodolfo, quien ahora recurre más a Cienfuegos para su campaña presidencial. Sin embargo participa de la campaña y Rodolfo es elegido presidente. Los Ascencio se mudan a Ciudad de México. Allí, Catalina conoce a Carlos Vives, director de orquesta que se convierte en el amor de su vida. Es conocido de la infancia de Andrés, pero simpatiza políticamente con líderes de izquierda, opuestos a él. Después de un tiempo, Vives aparece muerto.
Catalina luego intenta que su historia no se replique en Lilia, la más cercana a ella de las hijas de Andrés, bella a sus dieciséis años, y a quien su padre quiere casar con el hijo de un hombre con quien quiere asociarse por negocios. Sin embargo no logra impedir el casamiento, que se celebra poco después. En el evento, Catalina conoce a Quijano, director de cine, con quien luego mantiene otra aventura. También conoce a una señora, viuda de una víctima de Andrés, que le da un té de hierbas que si se toma constancia puede provocar la muerte.
Catalina pasa los días con Quijano mientras Andrés se va debilitando, envejeciendo rápidamente y perdiendo fuerzas. Toma caprichosamente a diario el té que un día su mujer le dio a probar. Su carrera política cae mientras asciende la de Cienfuegos. Catalina se separa de Quijano y vuelve a reunirse con su marido en sus últimos días. En el entierro de este, llora pensando en Vives, a quien no pudo llorar. Luego, sonríe por todo lo que podrá hacer desde ese momento.