Dentro y fuera de sus fronteras culturales, el racismo y el machismo tienen mucho que ver con la imagen estereotipada de los mexicanos. Entendemos el racismo como una asignación generalizada y absoluta de características y valores en beneficio de quien estereotipa y en detrimento de quien es objeto del juicio de valor, para justificar una agresión o un privilegio. Género, etnia, clase y cultura son cuatro puntos de partida a través de los cuales se establecen estigmas culturales, en este caso, del ser chicano.
Por su parte, “chicano” es un término que se refiere a una persona nacida en Estados Unidos de origen mexicano. Es empleado en Estados Unidos de forma coloquial para referirse a los mexicano-estadounidenses en general, por lo que también refiere a los nativos mexicanos radicados en Estados Unidos. Debemos partir de la base de que todas las consideraciones que podamos tener con respecto al machismo en la cultura chicana pueden ser, como suele suceder en la sociedad estadounidense, fuertemente discriminatoria, reducidas en su complejidad y convertidas en un estereotipo cristalizado que pasa de ser una generalización (real pero incompleta) a un juicio absoluto sobre los mexicanos y los chicanos.
Ahora bien, a pesar de que la migración a Estados Unidos desde México se basó siempre en la aspiración a un futuro mejor, el hecho de que las mujeres todavía estuvieran relegadas a las tareas domésticas y de crianza de los niños no ayudó a mejorar su estatus social. Inclusive, dentro del Movimiento Chicano, cuando las mujeres comenzaron a intentar debatir su situación subalterna con respecto a los varones, muchas fueron acusadas de traidoras por anteponer su situación particularizada a la de todos los mexicanos migrantes en general.
A pesar de que la sociedad estadounidense capitalista les exigía a las mujeres un rol más activo en la actividad económica fuera del ámbito familiar, se suponía a la vez que las mujeres de origen mexicano no debían trabajar. Esto se ve reflejado en la novela Caramelo en diversos momentos. Mujeres que se jactan de que sus maridos no conozcan siquiera la cocina de su casa, varones que se jactan de que sus mujeres no trabajen y tengan todo lo que necesitan para mantenerse en los límites del hogar. “¡Qué! ¿Qué mi esposa trabaje? ¡No me ofendas!” (Capítulo 58), le dice Inocencio a Zoila cada vez que su esposa intenta sugerir que quiere trabajar.
Las apreciaciones sobre la cultura estadounidense de los personajes de Caramelo abarcan aspectos como la practicidad y el bienestar económico; desde un punto de vista objetivo, carecen de connotaciones negativas, e incluso pueden ser valorados como positivos, pero visto a partir de la perspectiva de personajes mexicanos, son negativamente criticados. Así, por ejemplo, la abuela Soledad exclama con orgullo que no es como “[...] esas mujeres modernas” (Capítulo 13), caracterizadas por la practicidad doméstica y la preferencia por la tecnología, estilo de vida al que sus nueras están acostumbradas por su inmersión en las costumbres estadounidenses.
Celaya ve cómo a sus hermanos varones, a medida que crecen, se les van asignando derechos y responsabilidades diferentes a los suyos. El caso más notable se da cuando, al mudarse a San Antonio, ellos se quedan viviendo solos en Chicago para terminar sus estudios. Tiempo después, Celaya expone en el ámbito familiar su inquietud por la posibilidad de vivir sola:
—Pero eso no es para niñas como tú. Las niñas buenas no se van de casa hasta que se casen, y no antes. ¿Por qué te gustaba vivir sola? ¿O es que... quisieras hacer cosas que no puedes hacer aquí?
—Nada más me gustaría probar algunas cosas. Como enseñarle a leer a la gente, o rescatar animales, o estudiar historia egipcia en una universidad. No sé. Cosas como... como las que ves hacer a la gente en las películas. Quiero una vida como…
—¿Como las que no son mexicanas?
(Capítulo 74)
Vivir sola es algo que no solo no es propio de una señorita sino que lo es, mucho menos, de una señorita mexicana. La mujer mexicana debe irse de casa recién cuando contrae matrimonio, para pasar de un ámbito doméstico al otro y así cumplir con el rol de madre que se supone debería haber aprendido en su propia casa.
A lo largo de la novela, no es mucha la resistencia o reacción que Celaya opone a esta opresión. Como narradora, entonces, es poco el contrapeso que hace inclusive a las manifestaciones más agresivas del orden patriarcal de su familia. Además, debido a su enorme voluntad descriptiva de los usos y costumbres mexicanos, y la atribución de estas conductas machistas a una característica intrínseca de la cultura chicana y mexicana, es inevitable que el efecto de lectura sea el de estar ante un relato bastante estereotipado que pretende describir qué es ser chicano.
A pesar de los cuestionamientos de Celaya, mayormente internos, aunque algunos de ellos son aquí o allá manifestados sutilmente, al final del relato no hay una reestructuración, o siquiera idea de reestructuración, de algún orden familiar. Hasta el último momento Celaya compite con su abuela por el amor de su padre, e inclusive le promete a este que jamás contará los secretos familiares. Su hermana, hija ilegítima de Inocencio, la niña Candelaria, desaparece del texto y de la vida de los Reyes. No hay preocupación por Candelaria: en la fiesta final, Celaya vuelve a ser en cierta manera la única hija mujer de su padre. En este sentido, la novela parece habilitar la lectura de que los mexicanos son inherentemente machistas (cosa que, como dijimos en un comienzo, dista de ser algo más que un prejuicio racista basado en una generalización real pero incompleta), a la vez que no parece haber mucho que hacer al respecto más que agachar la cabeza y, a lo sumo, hacer la propia vida silenciosamente por fuera de las estructuras familiares.
Podemos decir, finalmente, que la opresión a las mujeres está vastamente retratada en la novela a lo largo de cuatro generaciones, pero que no es más que eso, un retrato del machismo familiar bañado de cierta nostalgia que solo ofrece una crítica superficial a situaciones particulares.