"Suéltame, you floozy fulana".
En la traducción de Liliana Valenzuela de Caramelo se mantiene la fusión entre el inglés y el español invirtiendo sus proporciones. Cabe destacar que, en el original, Zoila habla inglés y solo a veces introduce palabras en español en esta discusión que tiene en Acapulco con la familia de su marido. Aquí se dirige a la Tía Güera, evidenciando que el uso de la lengua "otra" se escapa o se filtra en los momentos en los que irrumpe la pasión: el amor, el odio, la desesperación abren la puerta a expresiones de la lengua alterna que suple lo que la lengua compartida no alcanza a expresar.
"A la hora sonaban una variedad de relojes frágiles, algunos con figurillas que bailaban, otros con cucús, unos con algunas notas de un vals de moda, como una pajarera de aves ruidosas. Mantillas con flecos para el piano, baúles de madera tallados, faroles de estaño perforado, instrumentos musicales, cristalería acanalada, estuches grabados para cigarros, colchas tejidas a gancho, abanicos pintados a mano, sombreros con plumas, sombrillas de encaje, tapices empolvados, juegos de ajedrez de marfil, apliques dorados, estatuillas de bronce y mármol, vitrinas doradas, bacinicas de porcelana Sévres, urnas vidriadas, platería y cristalería y porcelana, cajas con incrustaciones de joyas, biombos chinos laqueados, alfombras Aubusson, tinas de cinc y, bajo cúpulas de vidrio, santos torturados, madonas llorosas y niños Jesús regordetes. Más es más".
Regina, madre de Narciso y bisabuela de Celaya, es una mujer fuerte que, ante la escasez económica, comienza un negocio de compraventa que crece y crece hasta mantener a toda la familia, e inclusive darle un mejor pasar que antes.
La casa de los Reyes se convierte en un torbellino de objetos a la venta. El recurso poético de la acumulación agobia al lector y transmite esta sensación que tiene Narciso al entrar luego de un tiempo a casa de su madre y encontrarse con el negocio de la compraventa en su máxima expresión.
"¡No somos perros! -dijo, mirando directamente a su aturdido hijo, Narciso. Luego sacó de abajo de la mesa a la aterrada Soledad y la estrechó a su lado-. ¡No somos perros!".
Eleuterio se da cuenta de que la criada, Soledad, está embarazada de su hijo Narciso. No puede decir nada, porque una parálisis le impide el habla. La impotencia es muy grande, a tal punto que un día comienza a romper todo cuanto tiene enfrente con su bastón, y finalmente puede expresar esa idea sencilla, no somos perros, y estrechar a Soledad. Narciso mira a su padre y entiende el mensaje: comprende que tiene un deber para con su familia y para con Soledad.
Esta escena, y la expresión contundente de Eleuterio, dejan en claro que el accionar de los hijos afecta directamente a la reputación de los padres y de la familia en general. La libertad de los jóvenes estadounidenses, reflejada en los deseos y las prácticas de los hermanos de Celaya años más tarde, contrasta con el control y la estricta vigilancia de los padres mexicanos con sus hijos e hijas. La independencia de los hijos es algo mal visto en México, calificado como algo típicamente "yanqui" para los Reyes.
"Sufría, ay, sufría como sólo las mexicanas sufren, porque amaba como los mexicanos aman. Enamorados no sólo del presente de una persona, sino perseguidos por su futuro y aterrados por su pasado".
La narradora, Celaya, se refiere a su abuela, Soledad, quien amaba a Narciso cargada de celos por el pasado de su marido y por lo que potencialmente podía hacer, pero guardaba silencio.
Más de una vez en el texto se le atribuye a la cultura mexicana cierta forma de amar posesiva y violenta. A la vez que se achacan características tóxicas al modo en el que, según el texto, los mexicanos aman, parece por momentos justificarse cierta actitud tóxica de los amantes a través de sus orígenes mexicanos.
"Mientras menos me digas, más tendré que imaginar. Y mientras más imagino, me resulta más fácil comprenderte. Nadie quiere saber de tus felicidades inventadas. Son tus problemas lo que constituye un buen relato. ¿Quién quiere saber sobre una persona agradable? Mientras más mala seas, mejor el cuento. Ya verás...".
Celaya, narradora de Caramelo, asume en más de una ocasión el rol de compositora, dentro de la novela misma, de un relato que le debe mucho a la realidad, pero que se asume también como ficción. Irrumpe la abuela, Soledad, en medio de lo que es una escena de escritura, comentando a tiempo real el modo que tiene su nieta de hablar sobre su pasado. A sus objeciones, Celaya responde varias veces como lo hace en la cita mencionada: desecha las versiones oídas durante toda su infancia y adolescencia y busca extraer de su abuela los verdaderos fundamentos de su personalidad y de su accionar, dejando en claro que lo que no obtiene de su abuela lo imagina.
"¡Ningún mexicano escogería a su esposa sobre su propia madre!".
En Caramelo se establece que la madre es el pilar de la familia mexicana: la familia Reyes se edifica en torno a la abuela Soledad, e Inocencio es el hijo favorito. Es por eso que, en el momento en que su esposa, Zoila, y su madre, Soledad, pelean en Acapulco, y él decide elegir a su esposa por sobre su madre, la familia comienza a resquebrajarse. Según el texto, el carácter machista de la cultura mexicana de la época acentúa este rasgo; en otro pasaje leemos: "No hay nada que los hombres mexicanos reverencien más que a sus mamás; son los hijos más devotos, quizá porque sus mamás son las mamás más devotas... cuando se trata de sus varones" (Capítulo 27).
"—¡N’hombre, Lala, imagínate! Todo sucedió en esta plaza. La Decena Trágica, la Noche Triste, los ahorcamientos, los tiroteos, las pirámides y los templos, las piedras que quitaron para construir las mansiones de los conquistadores. Todo sucedió aquí mismo. En este Zócalo. Y aquí estamos".
Las referencias históricas y culturales en la Parte 2 inscriben con precisión a la familia Reyes en el contexto de su época. En la Parte 3, Ernesto remarca lo espesa que es la historia mexicana y cómo una buena parte de esta se condensa en la plaza que ven por la ventana. Si bien la historia que se cuenta en Caramelo es un relato familiar particular, sin voluntad totalizante, se inscribe con determinación en una cultura, en un paisaje y en un tiempo determinados. Estar en el Zócalo es, para Ernesto, formar parte de esos procesos históricos que conforman su identidad mexicana.
“Nunca me podía dibujar a mí misma sin dibujar a los demás. Lala, Memo, Lolo, Toto, Tikis, Ito, Rafa, mamá, papá. El nombre de papá en español con el acento al final. Papá. El fin. Tan Tan. Como las notas al final de una canción mexicana que te indican que aplaudas”.
A pesar de que la voz narradora es la de una niña y luego la de una adolescente, hay una atención muy afilada sobre los fenómenos lingüísticos en el encuentro y el contraste del español y el inglés.
Una pequeña Celaya dibuja a toda su familia. Allí están todos. A pesar de que su lengua materna es el inglés, la palabra "papá" está en español. En este caso, la tilde de "papá" reafirma esta diferencia lingüística, y a través de su musicalidad dispara pensamientos y recuerdos.
"¿Y quién me va a perdonar con todos los nudos que he hecho de mi enredada vida? Ayúdame, Celaya, tu me ayudarás a cruzar del otro lado, ¿no es cierto?".
La Abuela Soledad le pide a Celaya que la redima. Caramelo es el modo que encuentra Celaya de completar el retrato de la Abuela Soledad, de explicar por qué es "enojona" como es, y de ayudarla a ser perdonada. El título de la novela remite al rebozo caramelo de la madre de Soledad, que ella siempre tomaba de los flecos y tejía y destejía. En esta cita, Soledad habla de los nudos que ha hecho con su propia "enredada vida", ampliando la metáfora del título.
A su vez, le pide a Celaya que la ayude a cruzar "del otro lado". La Abuela Soledad ha muerto y es su fantasma el que habla con Celaya: necesita salir de esa zona intermedia entre el más allá y la tierra. A su vez, cabe destacar que los Reyes son una familia migrante que cruza una y otra vez la frontera de México y Estados Unidos, por lo que el significado de "cruzar al otro lado" tiene también reminiscencias de la experiencia de la migración.
"Tú eres la única que puede verme. Ay, es horrible ser mujer. El mundo no repara en ti hasta que te crecen las tetas, y luego una vez que se te secan, te vuelves invisible otra vez. Tú eres la única que puede ayudarme, Celaya. Tienes que ayudarme. Después de todo, soy tu abuela. Me lo debes".
La Abuela Soledad es un fantasma que habla desde la invisibilidad: solo Celaya, la narradora, puede verla y dialogar con ella. Sin embargo, menciona otra invisibilidad; la de la infancia como mujer mexicana, antes de la pubertad, y la invisibilidad en la que se sumió al entrar en la vejez. Desde esta óptica, según los relatos de Soledad, son los hombres los que hacen visible o invisible a una mujer: las mujeres sirven para cuidar, para entretener al varón, para administrar una casa o comandar una familia. Por eso solo salen de ese manto de invisibilidad en su juventud, y reingresan a él en la vejez, cuando los hijos ya no están en casa.