La migración
Caramelo tiene como uno de sus temas principales la migración. La familia Reyes es una familia dividida entre aquellos que se quedaron en México y quienes migraron hacia Estados Unidos. El arraigo y el desarraigo atraviesan profundamente el hecho de migrar. Por un lado están las raíces; por el otro, el futuro y la posibilidad de ascender socialmente en un espacio nuevo y, sobre todo, en una cultura diferente.
Si bien, por un lado, los sujetos migrantes tienen una doble pertenencia y gran conocimiento de ambos lugares por los que circulan (la familia Reyes va de vacaciones año tras año a México a visitar a quienes se quedaron, especialmente los abuelos), también se les niega esta pertenencia: en Estados Unidos son excluidos y en México son marginados por adoptar usos o costumbres de una cultura foránea que no les pertenece (en el caso de los adultos) o por no hablar bien el español (los niños nacidos en Estados Unidos).
Caramelo, como tantas otras novelas del siglo XX, aborda el asunto del migrante. Es en este siglo en el que se le concede por primera vez especial importancia a la migración, por su evidente magnitud. Es por eso que, a pesar de que se trata de una novela familiar que cuenta el caso particular de un grupo humano y sus vínculos interpersonales, también refleja una situación mayor, que es la de muchos mexicanos desarraigados que a su vez construyen en Estados Unidos algo nuevo, la cultura chicana (ver "La cultura" en esta misma sección).
En la novela, el carácter migratorio de los personajes constituye uno de los rasgos fundamentales para el desarrollo de la historia. Desde los personajes que son antepasados (Narciso, el Tío Viejo), la migración es el origen de las construcciones familiares, por lo que el ir y venir resulta fundamental para explicar la voz narrativa, hilo conductor de la historia familiar.
La cultura chicana
Atravesada por la migración, Caramelo propone una idea de cultura dinámica y plausible de ser transformada. Si la cultura es la manifestación de la forma de vida de un grupo humano, aparece en función de este movimiento migratorio la cultura chicana, que no es más que la cultura perteneciente a los mexicanos que viven en Estados Unidos. Allí, las creencias, los valores, la música, la comida, el arte, el modo de habla se transforman, dando lugar a algo nuevo que no es ni de México ni de Estados Unidos, sino que pertenece al mismo movimiento o tensión. La cultura que surge no es una sumatoria de las dos, sino un modo de aleación, una síntesis. Es decir, produce nuevos símbolos.
La figura del chicano aparece en diversas representaciones culturales como la de un individuo que es producto de la herencia de un sistema de costumbres y tradiciones mexicanas, por un lado, y de la pertenencia al mundo estadounidense, por el otro. Inocencio viaja a la casa de su madre Soledad en México y goza de sus comidas tradicionales, lee revistas de su adolescencia y festeja su cumpleaños a la manera de la Ciudad de México. Pero también disfruta en sus años mozos del charleston de moda en los clubes nocturnos y se alista en el ejército estadounidense. Años después, viaja con su mujer y sus hijos a Acapulco, y usan sombreros típicos de turistas "yanquis" y se comportan como tales. Lo que Caramelo propone es que el hecho de ir y venir de quienes se establecen en un espacio donde la cultura es diferente, pero vuelven frecuentemente a su cultura de origen, lejos de aplastar sus orígenes o renegar de su nuevo contexto, enriquecen su identidad cultural al punto de alcanzar el conocimiento de dos sistemas culturales diferentes.
La sexualidad de las mujeres
La sexualidad de las mujeres está más de una vez problematizada en Caramelo: “... [Soledad era] tan pura como un rebozo de seda y tan inocente como si la hubieran castrado antes de nacer. Y así había sido. No con cualquier cuchillo salvo uno abstracto llamado religión. Tan ingenua era sobre su cuerpo que no sabía cuántos orificios tenía ni para qué servían” (Capítulo 34). La sexualidad, y no solo la de la Abuela Soledad, está marcada en más de un caso por la ignorancia, y es atravesada profundamente por las diferencias sociales.
Por un lado, la castración anula el deseo y el placer: Soledad no comprende bien lo que sucede a pesar del profundo amor que siente por Narciso; Zoila no siente por Inocencio lo que sentía por Enrique, pero se queda con él; la Tía Güera, avergonzada de por vida, no puede hablar de lo que sucedió con el padre de su hija, que la tomó por amante pero la abandonó tiempo después. En contraste con estas figuras aparece la de la mujer del tocado de iguanas, de quien Inocencio se enamora. Ella contrasta con las mujeres de la familia Reyes: es dueña de su vida y disfruta de su placer sexual. Sin reparos se fuga con la cantante Pánfila en las narices de Narciso, a quien le deja en claro que es deseado, y que no sabe de qué se trata el sexo realmente. La mujer del tocado de iguanas es, en Caramelo, exótica.
Caramelo sugiere que el cuerpo femenino en el contexto patriarcal mexicano sigue siendo útil en la medida en que sirve a la familia (cocina, limpia, administra) o entretiene a los hombres. Por lo tanto, las mujeres se convierten en objetos para criar hijos o para satisfacer el apetito sexual masculino. Una vez que las mujeres mexicanas han cumplido este propósito, se vuelven invisibles, como la Abuela Soledad, que "cuando ya no era vanidosa y dejó de importarle su cuidado personal, empezó a desaparecer. Los hombres ya no la miraban, la sociedad ya no le confería mucha importancia cuando su papel de madre había terminado" (Capítulo 70).
La identidad
El nomadismo en el que se desarrolla Celaya interfiere con la construcción de su identidad. Si la identidad toma en cuenta factores como la cultura, los valores, el estatus, la educación, los roles, el territorio, la etnicidad y el género, puede reconocerse que la construcción de los personajes chicanos, u otros seres migrantes, se ve afectada por la multiplicidad de estos factores, ya que el chicano o el migrante no cuenta con la cultura de una región, sino que por herencia y por vivencia tiene acceso a, por lo menos, dos bagajes culturales, en ocasiones diferentes e incluso opuestos respecto a sus elementos. En Caramelo, los personajes se definen por la mirada que el otro imprime sobre ellos. En primer lugar, por supuesto, es la mirada de Celaya la que define a todos los integrantes de la familia, sobre todo a su abuela Soledad, quien irrumpe en el relato como una voz narradora secundaria para quejarse de la falta de verosimilitud o fidelidad de la historia que compone su nieta.
En relación con el tema de la identidad, Caramelo habla también sobre los prejuicios. Los prejuicios no son un reflejo de la identidad, sino una mera construcción realizada y popularizada por el otro. Las generalizaciones en las que se basan los prejuicios pueden no ser falsas, pero ciertamente son incompletas, y la novela busca completar estas miradas que fijan la identidad de este modo. La identidad en Caramelo es compleja, atravesada por otros dos grandes conceptos, que también aborda: la cultura y la migración. Además, también aportan a la construcción de la identidad la historia personal de cada uno de los integrantes de la familia, sus particularidades, sus deseos, sus frustraciones. El relato de Celaya no busca retratar su identidad chicana, sino problematizar este concepto en sí mismo y ampliar sus horizontes, mostrando que su historia familiar no es reductible a un arquetipo prefijado.
El ocultamiento y la revelación
Lo oculto, lo velado, es una de las grandes preocupaciones de la narradora. Constantemente se refiere, en diferentes momentos de su relato, al ocultamiento de la verdad que rige como norma en la familia Reyes. Se esconden las verdaderas raíces de la familia, se tergiversan historias de los ancestros en función de la reputación. Se intenta borrar de la historia familiar a los hijos bastardos (la Tía Güera, Inocencio), las infidelidades (Narciso, Inocencio, el Tío Chato), los robos (el Tío Viejo), el deseo femenino (Zoila, la Tía Güera, Soledad).
Caramelo problematiza este asunto y expone las consecuencias del ocultamiento, los efectos que este tiene sobre las personas, sobre los otros miembros de la familia. Al mismo tiempo, se pregunta entre líneas qué es decir la verdad. Mientras narra, la voz de la abuela irrumpe para corregir, reponer, desmentir. Narrar no es, entonces, contar la verdad, sino contar una verdad que complementa ese ocultamiento que antecede al relato, la verdad de Celaya, es decir, lo que ella puede reconstruir a partir de sus conversaciones con la familia y de su propia experiencia.
El ocultamiento, entonces, rige las relaciones sociales entre los familiares: si la familia se mantienen unida es porque se garantiza que cierta información sensible se mantenga bajo llave. Sin embargo, la revelación, su contracara, también es importante: efectivamente las revelaciones se suceden, en mayor o menor medida, de modo más o menos abrupto, y se reflexiona al respecto.
Hay revelaciones que se dan por fuera del control de la narradora, por fuera de su voluntad de saber. En Acapulco, Zoila se entera de que Inocencio tenía una hija fuera del matrimonio y que esa hija está ahí mismo, vacacionando con ellos, porque su suegra la emplea en la casa. Por otro lado, es la narradora quien deliberadamente revela datos sobre la familia que para otros miembros se mantuvieron ocultos hasta la instancia de narración: el hecho de que el abuelo Eleuterio abandonó a su esposa en Sevilla para ir a América a comenzar de nuevo; que Narciso engañó a su esposa y estuvo siempre enamorado de la mujer del tocado de iguanas. Inclusive la Tía Güera estalla un día y le canta una serenata de verdades a su hermano con respecto a la diferencia que hay entre los hijos varones y ella, que tuvo que quedar siempre al cuidado de su madre, Soledad.
Las revelaciones, así como el ocultamiento, son un tema a atender: la narradora se pregunta cuál es la verdad, qué hay detrás de los velos familiares, y decide exponer todo aquello que, cual detective, ha sabido recabar. Hace esto aun contra la voluntad del fantasma de su abuela Soledad, que expresamente le pide que no ventile la vida familiar, al igual que se lo pide Inocencio al final, en la fiesta.
El amor
Celaya, la protagonista, se pregunta más de una vez por el amor: qué es amar, cómo aman quienes lo hacen. Sobre todo, el tema del amor está atravesado por la cultura mexicana: Caramelo aborda cómo es el amor para los mexicanos.
Celaya descubre, a través de los años, en sus visitas a la casa de la calle Destino y en la observación en Chicago de su familia, qué representa el amor para ellos: se encuentra con leyendas en las que el protagonista mata a su amada porque, según el abuelo, "así es como aman los mexicanos" (Capítulo 13); almohadones con piropos que se bordan para la cama matrimonial; celos desenfrenados.
Los celos están en el eje de la idea del amor que propone Caramelo como propia de la cultura que retrata: "[Soledad] amaba como los mexicanos aman. Enamorados no sólo del presente de una persona, sino perseguidos por su futuro y aterrados por su pasado" (Capítulo 39), dice la narradora.
Según Caramelo, por otra parte, el amor y el matrimonio no van necesariamente de la mano para los mexicanos. Así es como le fue a Tía Fina, madre de muchos niños propios y ajenos, que se casó con un artista que se va de gira con frecuencia y que poco dinero lleva a la casa: "Ésa es su penitencia por casarse por amor" (Capítulo 22). Narciso, por su lado, se casó con Soledad debido a su embarazo, pero toda la vida amó y anheló a Exaltación Henestrosa. Hay secretos para curarse del mal de amores, como indica la tamalera a Soledad; hay pensamiento psicomágico involucrado, por ejemplo en las indicaciones de la sabia María Sabina a Narciso.
"¿Qué es el amor? ¿Cómo sabe uno que está enamorado? ¿Cuántas clases de amor hay? ¿Existe realmente el amor a primera vista?" (Capítulo 43), se pregunta Inocencio en la primera juventud. Mientras tanto, su madre lo ama de un modo que lo asfixia. A su vez, ella sufrirá por ese amor también: "(...) es precisamente porque ella lo amaba tanto que él estaba destinado a ser su cruz" (Capítulo 45). Podemos decir que la desmesura es otra de las características primordiales del amor en Caramelo: "es como si el amor fuera una especie de guerra" (Capítulo 50).
La familia
La familia es otro de los temas privilegiados de Caramelo. Si esta es una novela que gira en torno a la identidad, y según lo que postula, la identidad se ve determinada por la genealogía, la voluntad de organizar su identidad es lo que mueve a Celaya a intentar la reconstrucción de la genealogía de los Reyes.
A pesar de que busca escapar de los estereotipos, esta reconstrucción y exploración de los lazos familiares lleva indefectiblemente a componer una imagen de lo que la familia significa para los mexicanos, y más aún para los chicanos. Caramelo ahonda en el complejo sistema patriarcal de estas familias, en las que el padre es la autoridad y el que provee económicamente, y donde la madre es la mayor influencia en el interior de la casa. Ella administra el hogar y, además, es quien imparte la cultura mexicana a través de sus costumbres, sobre todo culinarias.
La madre ocupa un lugar privilegiado en la familia (ver "La madre" en la sección Símbolos, alegorías y motivos). Es fuente de idolatría por parte de sus hijos varones, a su vez que garantiza su comodidad y el enclaustre de las hijas mujeres. Contra esta estructura se rebelan Zoila (que no soporta a su suegra y pretende que su marido salga de su protección); Celaya, que pretende vivir sola como sus hermanos varones o ir a la escuela pública; la Tía Güera, cuando enfrenta a su madre y se va de la casa luego de muchos años de cuidarla. La familia se resquebraja debido a esta opresión que cada vez encuentra menos sustento: una señal de esto puede leerse en la caída del techo de la casa materna en el cumpleaños de Inocencio al comienzo de la novela.