Resumen
El narrador en primera persona comienza el relato con la discusión de los orígenes de la Secta del Fénix, a la que las gentes más antiguas llamaban simplemente “la gente de la Costumbre” o “la gente del Secreto”. A su vez, como observó Gregorovius, la mención del Fénix prácticamente no se ha registrado en la oralidad. El mismo narrador, hablando en Suiza con miembros de la secta, ha recibido miradas interrogatorias al hablar del fénix, por personas que admitían ser “hombres del Secreto”.
Miklosich ha equiparado a los sectarios del Fénix con los gitanos, pero esto al narrador le parece un desacierto: lo único en común que para él tienen los gitanos y los sectarios es que se los puede encontrar en todas partes. Otros piensan que la secta es una derivación judía de Israel, pero esto también es un error desprendido de las observaciones de Urmann, que solo conoció a sectarios dentro de una judería. El narrador indica, entonces, que lo único innegable es que los miembros de la secta del Fénix se parecen a todos los hombres del mundo.
La historia de la secta no registra persecuciones, pero como los partidarios del Fénix se encuentran en todos los grupos humanos, también es cierto que no hay persecución que la secta no haya sufrido y ejecutado. Los sectarios, por otro lado, no poseen un libro sagrado ni una memoria en común, ni siquiera un idioma. Lo único que los une es el Secreto: sus miembros, generación tras generación, ejecutan un rito, que es el Secreto y la única práctica religiosa que sostienen.
La tarea de enseñar el rito está en manos de los individuos más bajos: puede realizarla un esclavo, un pordiosero o un niño a otro niño. El acto en sí es simple, momentáneo, y no necesita descripción; los materiales que se emplean son el corcho o la cera. Un sótano, un patio o una casa abandonada son buenos escenarios para el rito.
El Secreto es sagrado pero ridículo, se hace de forma clandestina y los sectarios no hablan de él. No hay palabras para nombrarlo, pero se entiende que todas las palabras hablan de él.
El narrador ha conocido a muchos devotos del Secreto, y estos lo han juzgado penoso, vulgar e increíble. Finalmente, le parece raro que el Secreto no se haya perdido entre tantas guerras y tantos éxodos que ha atravesado la humanidad, pero esto puede ser porque ya se ha vuelto algo instintivo.
Análisis
“La secta del Fénix” se presenta como un relato enigmático que esconde un Secreto y no llega a revelarlo. Borges utiliza la figura del fénix para aumentar la densidad de significados que entraña el texto y producir un juego de posibles interpretaciones que puede confundir y desorientar al lector al punto de alejarlo de la verdadera simpleza con que se resuelve el Secreto.
Para propiciar dicho oscurecimiento, Borges se vale de recursos eruditos, como las citas de autoridad y las abundantes referencias a diversas épicas y culturas. Desde el inicio, el narrador plantea el origen complejo y contradictorio de esta secta que, en verdad, abarca toda la humanidad: Quienes escriben que la secta del Fénix tuvo su origen en Heliópolis, y la derivan de la restauración religiosa que sucedió a la muerte del reformador Amenophis IV, alegan textos de Heródoto, de Tácito y de los monumentos egipcios, pero ignoran, o quieren ignorar, que la denominación por el Fénix no es anterior a Hrabnano Mauro y que las fuentes más antiguas (…) sólo hablan de la Gente de la Costumbre o de la Gente del Secreto” (p. 199). Con este origen sobre el que no hay consenso, que contradice el nombre mismo de la secta, se plantea la idea de que el símbolo del Fénix puede ser oscuro y contradictorio.
En verdad, el Secreto al que hace referencia el relato es el acto sexual y/o la práctica onanista, es decir, la masturbación. “La Secta del Fénix” es para los lectores de Borges uno de sus textos más curiosos y resulta hasta autobiográfico, ya que refleja claramente su relación problemática con el sexo, que provenía, según conjeturan quienes han estudiado su intimidad, desde la infancia.
Llamativamente, el nombre que otorga Borges a esta secta que practica el Secreto es el Fénix: un ave mitológica que muere y luego renace de sus cenizas, esto es, un ave que no debe aparearse para lograr su descendencia. Esta condición de “asexualidad” del fénix podría ser un elemento distractor para que el lector confunda el sentido del texto y no dé con el secreto. Pero, por otra parte, el Fénix está asociado a la idea del fuego y de la paternidad, por lo que su imagen puede ser una metáfora del acto sexual. Se ha visto anterioremente, en “Las ruinas circulares”, la conexión que existe culturalmente entre el fuego y el acto sexual, y cómo Borges la desarrolla también en su poética, por lo que se puede aventurar que el fénix, en su condición de ave que arde en llamas para engendrarse a sí misma, es una metáfora del sexo y la procreación.
El relato menciona que todos los hombres participan o han participado de la secta, “lo innegable es que [los sectarios] se parecen, como el infinito Shakespeare de Hazlitt, a todos los hombres del mundo. Son todo para todos” (p. 201), y que el Secreto solo consta de un rito, que no se transmite en una ceremonia sagrada de padres a hijos, sino que son otros quienes realizan la iniciación: “la iniciación en el misterio es tarea de los individuos más bajos. Un esclavo, un leproso o un pordiosero hacen de mistagogos. También un niño puede adoctrinar a otro niño. El acto en sí es trivial, momentáneo y no requiere descripción” (p. 202).
Borges indica que el Secreto no está en un libro sagrado ni tampoco es un saber exclusivo. Es, únicamente, un hábito común que a uno repugna hasta pensar que sus padres lo hayan practicado; un rito que se puede ejecutar en patios, y que los seres más bajos (pordioseros, leprosos, esclavos), pueden iniciarnos en él, pero también puede ser un niño quien inicie a otro. Se trata de un rito, afirma, que ninguna palabra puede nombrar pero que todas, de alguna manera, nombran.
He merecido en tres continentes la amistad de muchos devotos del Fénix; me consta que el secreto, al principio, les pareció baladí, penoso, vulgar y (lo que aun es más extraño) increíble. No se avenían a admitir que sus padres se hubieran rebajado a tales manejos. Lo raro es que el Secreto no se haya perdido hace tiempo; a despecho de las vicisitudes del orbe, a despecho de las guerras y de los éxodos, llega, tremendamente, a todos los fieles. Alguien no ha vacilado en afirmar que ya es instintivo”. (p. 203-204).
Así termina el cuento, sin nombrar “el secreto”, que queda librado a la imaginación del lector.
En una charla que Borges sostuvo en Nueva York con el profesor Ronald Christ, y que Emir Rodríguez Monegal ha registrado, Borges le confesó, luego de darle un día para que Christ desentrañara el misterio por sus propios medios, que se trataba del acto sexual. Sus palabras, en su traducción al español, fueron las siguientes: “Bueno, el hecho es que Whitman diga: ‘El divino esposo sabe, a partir del trabajo de la paternidad’. Cuando escuché por primera vez acerca de este acto, yo era un niño, estaba sorprendido, sorprendido al pensar que mi madre y mi padre lo habían realizado. Es un descubrimiento asombroso, ¿no? Pero también es un acto de inmortalidad, un rito de inmortalidad, ¿no le parece?”.
Es sabido que Borges ha tenido una relación conflictiva con el aspecto sexual de su vida, y sobre ella ha hablado verdaderamente poco. Cuando le hacían preguntas sobre este tema, siempre prefería refugiarse en la literatura para dar respuestas ambiguas, cargadas de ironía y de humor. El escritor Roberto Alifano refiere en un artículo sobre “La secta del Fénix” algunos momentos de una charla que tuvo con Borges, a propósito del Secreto:
—El Secreto es sagrado —respondió Borges de manera enigmática, con una sonrisa llena de picardía—, pero también sucede que no hay palabras decentes para nombrarlo, porque delata, de manera ridícula, a quien lo admite; por eso yo prefiero no revelarlo y dejarlo librado a la imaginación del lector.
(…)
—¿Nosotros podemos pertenecer a la secta?
—Sin duda. O hemos pertenecido —reconoció—. Lo negamos aunque, sin embargo, algunos lo siguen practicando en soledad de manera simplísima y elemental; también se supone que una especie de horror sagrado impide a algunos fieles llevarlo a cabo.
—¿Por un viejo prejuicio o porque puede haber una razón inconfesable o una leyenda de por medio? —volví a preguntar.
—O porque simplemente nos daría vergüenza aceptarlo —concluyó Borges con toda su ironía, acentuando la sonrisa y abriendo las manos con gesto de disculpa.
Este fragmento de la entrevista sostenida entre Alifano y Borges es muy esclarecedor, no solo para comprender el juego literario que se despliega en torno al Secreto de “La secta del Fénix”, sino también para ahondar en la profundidad psicológica del escritor. No es posible, sin embargo, extraer del relato una autobiografía de su autor; cabe simplemente observar cómo Borges ha elegido presentar, en uno de sus cuentos más enigmáticos, el esquivo tema que el sexo representó en su vida.