Resumen:
Durante la noche, un hombre llega en una canoa de bambú a un lugar en la selva donde aún pueden reconocerse las ruinas de un recinto circular coronadas por una figura de piedra que alguna vez ha sido un tigre o un caballo. Ese redondel es todo lo que queda de un templo que el fuego ha devorado, la selva ha invadido y cuyo dios ya no es adorado por los hombres. El recién llegado, que no recuerda nada de su pasado, ni siquiera de dónde viene, se tiende bajo el pedestal y duerme. Al despertar, nota que los habitantes de la región, temiendo que fuera un dios o un mago, le habían dejado comida y bebida.
Entonces, cubre su cuerpo de hojas y vuelve a tenderse en el suelo con un propósito claro, sobrenatural pero no imposible: soñar un hombre hasta hacerlo realidad. Para eso había elegido el templo inhabitado, y le venía muy bien la presencia de esos hombres que le llevaban comida pero que no lo molestaban.
Los sueños del mago al comienzo son caóticos, y luego de naturaleza dialéctica: se sueña a sí mismo en el centro de un anfiteatro, rodeado de estudiantes de rasgos precisos y definidos, y les enseña todos sus conocimientos: anatomía, cosmografía y magia.
En sus lecciones, comprende que solo aquellos que puedan contradecir y refutar sus enseñanzas son almas merecedoras de participar del universo. Una tarde termina por elegir a un muchacho taciturno, cuyos rasgos repiten en algún punto los suyos propios, y comienza su educación de manera individual.
Un día se despierta y nota que no ha soñado. Toda la noche y todo el día siguiente trata de dormir, pero no lo consigue. Entonces, comienza a explorar la selva con el objetivo de agotarse y quedar rendido al cansancio, pero esto tampoco lo ayuda a dormir y soñar. Entonces, comprende con furia que debe deshacerse de ese primer ensayo y comenzar de nuevo, puesto que la tarea de modelar la sustancia de los sueños es la más difícil que puede acometer un hombre.
Entonces, decide olvidar todo lo que ha conseguido hasta ese momento, purifica su cuerpo en las aguas del río, rinde culto a los dioses planetarios y logra conciliar el sueño otra vez. Comienza en su nuevo intento por soñar un corazón en catorce noches. Luego continúa con cada órgano y, en poco menos de un año, sueña hasta el esqueleto y los párpados. Una tarde, agotado, se arroja a los pies de la estatua desfigurada e implora ayuda a esos dioses desconocidos. Ese atardecer, sueña a la estatua, viva, cambiante entre un caballo, un tigre y un toro, pero también con la apariencia de una rosa y una tempestad. El dios le revela que el nombre que le dan los humanos es Fuego, y que está dispuesto a animar mágicamente al fantasma soñado, al punto que todas las criaturas excepto él, el Fuego, lo tomarían por una persona de carne y hueso. Como condición, el dios le indica al mago que debe instruir a su hijo en el culto del Fuego y que debe enviarlo aguas abajo, a otras ruinas circulares de otro templo derruido. En el sueño del mago, el hombre soñado despierta.
El mago dedica dos años a la enseñanza de ese hijo de su sueño. Aunque a veces, en el proceso, lo salta la sensación de que todo eso ya ha sido vivido, en general sus días son felices. Gradualmente, acostumbra a su hijo a la realidad. Un día, por ejemplo, le pide que corone un monte con una bandera. Cuando el mago despierta, al otro día, comprueba que la bandera flamea en la cima del monte. Así, una vez que ha terminado la enseñanza, besa a su hijo y lo envía aguas abajo tras haberle otorgado el olvido de sus años de aprendizaje.
Tras la concreción de su tarea, los días del mago se llenan de hastío y tedio. Día a día, se arrodilla frente a la figura de piedra y reza al dios que lo ha ayudado. Así, pasa el tiempo -años, lustros -y el hombre sigue sumido en una especie de éxtasis. Una vez, lo despiertan unos remeros en la noche, y los oye hablar de un hombre mágico en un templo del norte al que el fuego no puede tocarlo. El mago recuerda entonces las palabras del dios, y lo atormenta la idea de que su hijo pueda descubrir que es un fantasma, un simulacro generado en el sueño de alguien más.
Sin embargo, sus dudas se acaban bruscamente cuando comienza a percibir señales que le indican la proximidad de una catástrofe. Un día, las ruinas del santuario del dios del fuego son destruidas nuevamente por el incendio. Viendo aproximarse su muerte, el mago camina hacia las llamas, pero las atraviesa sin quemarse. Descubre entonces con alivio, con humillación y finalmente con terror, que él también es una apariencia, que otro lo está soñando.
Análisis:
“Las ruinas circulares” es el tercer cuento de Ficciones y en él Borges aborda la noción del tiempo circular, a partir de la figura de un mago que, en sus sueños, crea a otro ser de carne y hueso y que luego descubre que él también es soñado. A esta noción le equipara la naturaleza de la producción creativa: la literatura, entonces, se perfila en este cuento como un proceso recursivo y circular que vuelve sobre sí mismo. La literatura como copia o transcripción es un tema recurrente en la obra de Borges y, especialmente, en Ficciones, cuyos cuentos exploran todas sus dimensiones y posibilidades.
Quien cuenta la historia es un narrador en tercera persona que todo lo sabe pero que calla cosas. Sin embargo, al mismo tiempo, ese narrador informa, pero también analiza el sueño y lo interpreta (muchas veces mediante la inclusión de paréntesis de extensión variada). La misma expresión del relato va proponiendo una escena oculta y es en este proceso en el que comienzan a surgir las relaciones entre el proceso creativo y las imágenes que elabora el relato.
Como Borges menciona en una entrevista que le hizo en 1983 el escritor y profesor de Literatura Mario Goloboff, la primera frase de un texto es la más importante, y marca el tono y la cadencia que construyen el relato. La primera oración de este cuento se extiende por quince líneas, y es fundamental no solo para marcar el tono de la narración, sino porque ahí ya aparecen elementos que condensan los sentidos que luego se desplegarán en toda su complejidad. “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur…” (p. 56). La frase continúa, pero es posible detenerse en estas imágenes.
Lo primero que se destaca en cuanto a estilo es la estructura sustantivo-adjetivo que hace gala de precisión y complejidad: la unánime noche, el fango sagrado, el hombre taciturno… estos binomios continúan a lo largo de todo el texto (recinto circular, hombre gris, dioses incendiados, integridad minuciosa, etc.) y lo dotan de un carácter profundo, onírico: el lenguaje se extraña, sus combinaciones no son las estructuras coloquiales más cotidianas y simples, sino que nos hablan de sentidos ocultos, de operaciones mentales que deben desplegarse sobre el texto para poder desentrañar esos sentidos. ¿Qué es "la noche unánime"? ¿Por qué "el fango sagrado"? ¿Qué implica la imagen del recinto circular?
Así, a partir del estilo, el lector se adentra en los significados ocultos bajo el argumento del texto: el primero de ellos es la noche, calificada como "unánime": la noche común a todos los hombres es la noche cíclica que se repite y conforma el espacio necesario para el sueño y la creación. A su vez, Mario Goloboff señala un juego que Borges desliza en el adjetivo "unánime" y la idea de "ser en uno": la noche en uno, cerrada a toda mirada ajena, sin testigos es el espacio íntimo, es donde se gesta la creación artística que se asocia al sueño. La noche es el ámbito propicio para el sueño y, como lo plantea el mago en el cuento, para la creación.
Pero eso no es todo, puesto que desde el inicio del cuento Borges inicia un paralelismo entre el argumento del mago que quiere soñar a un hombre y la propia actividad de producción literaria: esa noche es el espacio dedicado a la escritura, el tiempo fértil en que se conciben las ideas y los textos al igual que los sueños. El fango sagrado es otra imagen que acompaña este sentido: el mago y el escritor se hunden en ese fango que es materia prima para la creación.
El objetivo del mago es dormir y soñar con un ser de carne y huesos hasta poder concretarlo en el mundo físico, es decir, operar sobre la materia de los sueños para crear realidad en el mundo material de la vigilia. Análogamente, Borges ha expresado, en un ensayo a propósito del escritor Nathaniel Hawthorne: “si la literatura es un sueño, fundamentalmente un sueño, se trata de un sueño dirigido y deliberado” (Otras Inquisiciones, p. 670). Como el mago que implora ayuda a esos dioses incendiados que se le aparecen en sueños y propician la creación de su hijo, el escritor trabaja con la sustancia de los sueños, les da forma y cuerpo hasta concretarlos en la pieza literaria.
Las analogías continúan: la noche es un espacio cerrado a toda mirada ajena, por lo que nadie vio desembarcar al mago ni hundirse en el fango sagrado, de la misma manera en que nadie ve al escritor dado a su proceso creativo. Nadie puede vigilar ni testimoniar el momento en que en esa noche desembarcan la escritura y el sueño para generar el relato y el hijo de carne y hueso.
El mago intenta la creación de un hijo durante semanas, pero fracasa. Un día, desesperado, se arrodilla frente a la efigie animal del antiguo dios en cuyo templo en ruinas acomete su trabajo y le implora socorro. El dios se manifiesta en sus sueños y se revela como el Fuego. En una sucesión de imágenes, le dice al mago que logrará su cometido, pero que su hijo deberá dedicarse a establecer su culto en las ruinas de otro de sus templos. Gracias a esta intervención, el mago logra engendrar –pues no se trata de procrear –a su hijo. En el relato, este Fuego divino reemplaza así a la idea del sexo. El mago no procrea mediante el coito, sino que engendra –se autogenera –gracias al fuego que se manifiesta en su interior. La idea del fuego generador nos remite a una serie de mitos, entre los que se puede destacar el mito griego de Prometeo, en los que el fuego se asocia al desarrollo de la cultura. La literatura también pertenece a este orden que se autogenera en un proceso constante del que no se puede trazar el inicio.
En el relato, lo único que distingue al hijo de los sueños de cualquier otro mortal es que el fuego no puede hacerle daño. Tras el proceso de creación, el mago debe enviar a su hijo río abajo para que este encuentre las ruinas de otro templo del dios del fuego y dedique su vida al culto de este. Tras ejecutar este designio, el creador queda desolado y se pasa los días sumergido en el hastío. Finalmente, el fuego arrasa otra vez las ruinas del recinto circular, y cuando el mago camina hacia las llamas para acabar con su vida, descubre que estas no pueden quemarlo. Así, en el último momento de la narración, comprendemos que el mago también es el sueño de alguien más, y el ciclo se cierra sobre su reproducción infinita.
En retrospectiva, el lector puede encontrar indicios para entender que el mago es él mismo el hijo del sueño: cuando llega a las ruinas circulares, absorbido completamente por su objetivo, parece haber dejado atrás todo su pasado: “si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder” (pp. 57-58). Luego, una vez que ha dado vida a su sueño y le ha enseñado todo lo que sabe, está listo para dejarlo ir río abajo; “antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje” (p. 63). El hijo de los sueños llega, de esta manera, a un templo río abajo, sin recordar nada de su pasado, pero con todos los conocimientos del mago, tal como lo ha hecho su creador al inicio del relato.
Esta estructura circular que confunde al creador y al ser creado en un diálogo infinito representa una idea de la literatura para Borges, quien pensaba a los escritores y sus obras como “versos” o “versículos” en un libro mucho más amplio e infinito que es la literatura. Como el sueño del mago, la literatura se autogenera y se retroalimenta en un proceso circular que borra la idea de inicio y de fin. La prevalencia de la intertextualidad (el diálogo entre textos que se construyen a partir de otros textos y que son, a su vez, germen para la generación de nuevos textos) cuestiona así, en este cuento en particular y en la obra de Borges en general, las nociones de originalidad y de autoría, y sugiere una continuidad profunda y subterránea entre obras, que remite a la vez a la continuidad entre el arte y el pensamiento.