Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Estas son las dos estrofas iniciales del poema, y resumen el planteo fundamental que luego se repite con variaciones hasta el final: los hombres son hipócritas porque esperan que las mujeres tengan sexo con ellos, pero al mismo tiempo desean que sean castas, vírgenes, recatadas. Por esa hipocresía, la poeta los tilda de "necios", ya que su actitud es ilógica, inmadura, inconsecuente. Así, las primeras dos estrofas concentran muchos de los elementos más importantes del poema.
En primer lugar, el texto comienza con un apóstrofe, es decir, con una interpelación dirigida a una segunda persona, en este caso, a los "hombres necios". Es a ellos a quienes les habla la voz lírica. Por el período en que se escribe este poema, el siglo XVII, el pronombre de segunda persona utilizado es el "vosotros", y así están conjugados los verbos: "acusáis", "sois", "culpáis", etc. El uso de este apóstrofe le da fuerza a la denuncia que propone el poema y resalta el coraje de la poeta, que acusa de hipócritas a los sujetos más poderosos de su época, dirigiéndose directamente a ellos.
En segundo lugar, es importante destacar el uso de la pregunta retórica ("¿por qué queréis que obren bien / si las incitáis al mal?", vv. 7-8), recurso que se explota mucho más a lo largo del poema. En este caso, además, la pregunta propone una antítesis fundamental: el contraste entre el bien, que representa la moderación sexual, la castidad, la decencia cristiana, y el mal, que representa la sexualidad pecaminosa, la tentación y la corrupción del cuerpo.
Finalmente, estas dos estrofas se estructuran en torno a la aliteración de sonidos sibilantes, como la /s/, que le dan una musicalidad particular. Lo cierto es que esta misma aliteración se extiende a lo largo de todo el poema, pero está muy concentrada en los versos iniciales.
Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
Estos versos conforman la tercera estrofa del poema, cuando la voz lírica comienza a desplegar variaciones y ejemplos del planteo inicial sobre la hipocresía de los hombres. En este caso, resulta interesante señalar la retórica bélica utilizada para reflejar la dinámica entre los sexos, para usar la terminología adecuada para la época. Las relaciones entre mujeres y hombres son como una guerra o una batalla. Ellas oponen resistencia y ellos la combaten. De esa manera, la sexualidad se presenta en términos negativos, semejante a la guerra, y en oposición al amor dentro de la concepción religiosa de la poeta. Por lo demás, se cierra la estrofa repitiendo la acusación de hipocresía.
Parece quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.
En estos versos, la poeta compara a los "hombres necios" con niños, lo cual tiene un efecto satírico y burlón muy fuerte. El denuedo, es decir, el empeño, el esfuerzo que hacen los hombres por seducir a las mujeres (y luego castigarlas por estar sexualmente disponibles), es como la actitud de un niño que monta una escena de miedo, usando al coco -también llamado "cuco" en otras regiones de América Latina- y luego él mismo se asusta y sufre. Además, relaciona su comportamiento con la locura: ellos tienen un "parecer", es decir, una opinión, un modo de pensar, loco. Así, esta estrofa es especialmente degradante, humillante: dirigiéndose directamente a ellos, los sujetos más poderosos de la época, los tilda de caprichosos, infantiles, insensatos, incoherentes.
(...) para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
Estos versos repiten una vez más la contradicción fundamental de los hombres con respecto a su visión de las mujeres. En este caso, la voz lírica se vale de la alusión a dos figuras femeninas de la Antigüedad Clásica para simbolizar las posiciones opuestas de las mujeres. Los hombres pretenden, por un lado, que las mujeres sean como Thais, es decir, que estén sexualmente disponibles; que sean amantes, divertidas, atrevidas. Por el otro, quieren poseer, es decir, casarse con mujeres como Lucrecia, fieles al marido, sumisas, recatadas, decentes. De esta manera, Thais y Lucrecia funcionan como símbolos de las respectivas actitudes que pueden asumir las mujeres de acuerdo con las expectativas de los hombres.
(...) quejándoos si os tratan mal,
burlándoos si os quieren bien.
Los últimos dos versos de la séptima estrofa reiteran la contradicción básica de la actitud masculina y, para ello, se hace uso del paralelismo, recurso retórico muy utilizado a lo largo del poema. En este caso, los dos versos reproducen la misma estructura sintáctica (verbo, conjunción, pronombre, verbo, adverbio de modo) y, a partir de ese paralelismo, se hace resaltar la antítesis entre el bien y el mal. Se usan estructuras sintácticas idénticas para expresar actitudes completamente opuestas, contradictorias.
(...) bien haya la que no os quiere (...)
Este verso, perteneciente a la decimoprimera estrofa, es especialmente importante, aunque pueda parecer menor. Esto se debe a que deja entrever la subjetividad de la poeta de una manera especial: la voz lírica celebra a las mujeres que no se disponibilizan ante los deseos sexuales de los hombres: "bien haya" es una expresión para bendecir, felicitar o desear el bien a alguien. De este modo, podemos pensar que el yo lírico se identifica con las mujeres, en particular con las que mantienen una postura acorde con la moral cristiana, a pesar de que siempre se refiera a ellas en tercera persona. Aunque no podemos identificar el género de esta voz lírica, porque el poema no presenta ninguna marca gramatical, considerando la denuncia planteada en el texto y el interés general de Sor Juana por defender los derechos de las mujeres, este verso nos permite pensar que estratégicamente escribe desde una posición que parece neutral para que su argumentación tenga más fuerza, pero en realidad se reconoce cercana a las figuras femeninas de su poema.
(...) y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
En esta cita se retoma y refuerza la antítesis entre el bien y el mal introducida al comienzo del poema. El contraste entre bien y mal forma parte de la moral cristiana que estructura el pensamiento poético de Sor Juana Inés de la Cruz y representa el contraste entre lo divino, por un lado, y lo diabólico y lo carnal, por el otro. Es decir, "hacerlas malas" se refiere a corromper sexualmente a las mujeres, que son "buenas" en la medida en que se mantengan virginales, castas, recatadas. En ese sentido, estos versos también expresan de manera nítida la desigualdad social entre hombres y mujeres. Ellas pueden ser pecadoras; el poema no trata de presentar a las figuras femeninas como perfectas, sino como víctimas. Sin embargo, los hombres son los únicos que verdaderamente ejercen el poder: ellos las "hacen" buenas o malas a las mujeres, que están marginalizadas, oprimidas, subordinadas. Si bien es cierto que ellas pueden actuar mal y prestarse a tener relaciones sexuales pecaminosas, esa dinámica es trazada por los hombres, no por ellas mismas.
¿O cuál es más de culpar
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
Esta cita es otro ejemplo de las preguntas retóricas muy utilidazas a lo largo del poema. Estas son interrogaciones que no se plantean para manifestar una duda o buscar una respuesta, sino para expresar de manera indirecta una afirmación. La voz lírica está convencida de que "el que paga por pecar" es más culpable que "la que peca por la paga", pero lanza la idea bajo la forma de una pregunta interpelando a los "hombres necios", y, así, su argumentación gana más fuerza. Nos obliga a los lectores a estar de acuerdo con ella, por lo que demuestra un gran talento retórico.
En cuanto a la estética de la estrofa, se destacan dos cuestiones, concentradas en los dos versos finales. Por un lado, la aliteración intensa del sonido /p/ ("peca", "por", "paga", "paga", "por", "pecar") y, por el otro, el retruécano creado con los verbos "pecar" y "pagar". El retruécano es una figura retórica que invierte los términos de una frase en la siguiente para expresar ideas antitéticas o contrastadas, como en este caso: la mujer peca porque necesita recibir la paga, pero el hombre paga por pecar.
Por último, una vez más, se subraya la hipocresía de los hombres, que acusan a las prostitutas, se ríen de ellas o las castigan, pero son ellos mismos sus clientes. De esta manera, Sor Juana retoma e invierte la visión satirizada de la prostituta: aquí los ridículos son los hombres que pagan por sexo.
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.
Estos versos pertenecen a las estrofas finales del poema, cuando el yo lírico vuelve a dirigirse directamente a los "hombres necios", pero esta vez lo hace usando verbos en imperativo, es decir, les da órdenes, instrucciones: "queredlas", "hacedlas". Esto demuestra, una vez más, el coraje y la osadía de la poeta, que, como mujer de la época virreinal, se atreve no solo a denunciar, sino también a corregir la actitud de los hombres. Así, les dice que deben ser coherentes, consecuentes, y les propone dos alternativas: pueden aceptarlas por completo como mujeres sexualmente libres o pueden mantener sus principios morales de castidad y recato, pero solo si dejan de solicitarlas, de provocarlas. Cabe destacar que la poeta vuelve a utilizar el recurso del paralelismo en estos versos: conectadas por la conjunción disyuntiva "o", las dos frases tienen la misma estructura sintáctica (verbo, adverbio relativo, pronombre personal, verbo).
Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.
Esta estrofa final funciona como conclusión del planteo argumentativo expuesto en el poema. Y, en sintonía con ello, aparece el único verbo conjugado en primera persona del singular, que marca la presencia fuerte del yo lírico: "fundo". Este término, que no se usa con frecuencia en la actualidad, quiere decir "fundamento", "explico", "argumento". Por su parte, "armas", en este contexto, nos retrotrae a la semántica de la guerra presentada en la tercera estrofa, pero a su vez significa "argumentos", "evidencias", "herramientas". Es decir, la poeta, para concluir su redondilla, afirma que ha presentado muchos argumentos para defender bien su planteo: los hombres, en efecto, son hipócritas. Y, además, los trata de arrogantes. Esto nos permite, nuevamente, observar que la voz lírica, a pesar de la ausencia de marcas gramaticales de género, se identifica con las mujeres del poema. Finalmente, el último verso refuerza de manera definitiva el marco cristiano del texto, ya que se afirma que la actitud de los hombres reúne los elementos enemigos del alma, contrarios a la divinidad, esto es, lo diabólico, lo carnal y lo mundano; en otras palabras, el cuerpo, el sexo, el pecado.