—Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena.
El joven Cuervo es el alter ego de Kafka. En varias ocasiones a lo largo de la novela, Cuervo aconseja, reprocha y alienta a Kafka. En este caso, al principio de la novela, Cuervo utiliza la metáfora de una tormenta de arena para describir lo que está por suceder en la vida de Kafka. A pesar de tener apenas quince años, Kafka quiere huir de la casa de su padre. Con estas palabras, Cuervo le advierte que no es posible escapar de la tormenta, es decir, del destino que lo espera. Asimismo, le anuncia que, cuando enfrente su destino, se verá transformado por lo que ocurre en ese momento. Hacia el final de la novela, la imagen de la tormenta como el punto en que Kafka acepta lo más oscuro en su interior vuelve a aparecer. La predicción en esta cita sobre la transformación será cierta el momento en que Kafka decida regresar a Tokio y sienta que se encuentra en un mundo nuevo; en realidad, será él quien haya cambiado.
No es fácil convertirse en otra persona. Pero sí tomar un nombre distinto.
En sus intentos por dejar atrás su casa paterna y su herencia, uno de las determinaciones que toma Kafka es cambiarse de nombre. Es interesante considerar que elige cambiar su nombre solo parcialmente, ya que elige "Kafka" como nombre de pila, pero preserva el apellido "Tamura", que es precisamente el vínculo más claro con su padre. ¿Por qué elegir preservar el apellido? Algo que la novela explora es la imposibilidad de escaparse del propio destino y la necesidad de enfrentar los traumas y la propia historia. Al preservar el nombre Tamura, parecería que la novela anticipa que el cambio de nombre es inútil, como lo es escapar de su realidad.
—El mundo antiguo no estaba compuesto por hombres y mujeres sino por hombres-hombres, hombres-mujeres y mujeres-mujeres. Es decir, que un ser humano comprendía dos personas de ahora. Y así vivían todos satisfechos y felices. Sin embargo, los dioses los partieron a todos con un cuchillo por la mitad. De un corte limpio. Como resultado, el mundo se dividió en hombres y mujeres, y desde entonces los seres humanos van corriendo desesperados de un lado para otro buscando la mitad que les falta.
En una de sus tantas conversaciones con Kafka, Oshima le explica esto sobre la filosofía de Platón. En la novela, los personajes están en una constante búsqueda de conexión para llenar un vacío en su interior. En el caso de Kafka, haber sido abandonado por su madre de tan pequeño lo lleva a buscarla incesantemente. Kafka no solo va en busca de su madre, sino también de su hermana. Los vínculos que forma con Saeki y Sakura son intentos por parte de Kafka de encontrar esa parte que le falta. Por su parte, Saeki termina convirtiéndose en una débil sombra de sí misma cuando pierde al amor de su vida. Este personaje es en el que mejor se ilustra esto que describe Oshima: al perder a su novio, Saeki hace todo en función de vivir en ese pasado en el que todavía se sentía completa.
Si bien en esta cita la división se da entre hombre-mujer, sabemos que ese binarismo está puesto en duda precisamente con el personaje de Oshima, que es un hombre transgénero gay. La búsqueda de la otra mitad de nosotros mismos no está vinculada al género.
—«Soy libre», me digo. Cierro los ojos y, durante unos instantes, pienso que soy libre. Pero aún no acabo de entender qué significa. En estos momentos, lo único que tengo claro es que estoy solo. Solo en una tierra desconocida. Como un explorador solitario que hubiese perdido la brújula y el mapa. ¿Consistirá en esto la libertad? Ni siquiera lo sé. Dejo de pensar en ello.
Kafka desea liberarse de su herencia y de la profecía que le reveló su padre. No obstante, pronto se da cuenta de que esa libertad tiene como contracara la soledad. Para poder independizarse de su historia familiar, Kafka tiene que cortar el único vínculo que le queda. En esta escena, intenta llamar a su casa para ver si su padre atiende y considera que él quizá no se ha dado cuenta siquiera de que Kafka huyó. Al lector le conmueve la dura situación en la que se encuentra el protagonista de apenas quince años en una situación tan vulnerable.
—¿Sabes, Hoshino? Dios solo existe en la mente de los hombres. Y especialmente en Japón, para bien o para mal, en lo que respecta a Dios somos muy flexibles. Una prueba de ello es que el emperador, que era Dios antes de la guerra, al recibir del comandante del ejército de ocupación, el general Mac Arthur, la orden: «¡Deja ya de ser Dios!», le contestó: «¡Vale! Ya solo soy una persona normal», y, desde 1946, dejó de ser Dios. El Dios de Japón era así de fácil de ajustar. Viene un militar norteamericano con gafas de sol y una pipa barata entre los dientes, le da una simple orden y Él cambia de naturaleza. Eso es el no va más de la posmodernidad. Si crees que existe, existe. Si crees que no existe, no existe. Yo jamás me he preocupado por esos detalles.
A lo largo de la novela, Murakami explora la experiencia de la Segunda Guerra Mundial en Japón. Si bien el tema es tangencial a las tramas principales que se desarrollan, sin duda el lector accede en la novela a un retrato de la vida durante la guerra. Por ejemplo, en el incidente que sucede en la montaña de un pueblo rural, es posible apreciar la inconformidad de la comunidad con la guerra y lo cuidadoso que debe ser el gobierno para no generar más voces de protesta en contra de esta.
En esta cita, Colonel Sanders habla sobre la guerra solamente para ejemplificar que la idea de Dios en Japón es muy flexible. En el ejemplo, sin embargo, revela algo importante sobre el modo en que Japón procesó la guerra. La ironía de cómo el emperador pasa de ser considerado un dios a tener que rendirse ante las órdenes del general norteamericano muestra la humillación a la que estuvo sujeto Japón durante la guerra. Murakami explora de manera sutil el modo en que la guerra afecta espiritualmente al pueblo japonés. Lo que le sucede a Nakata durante la guerra parece ser una metáfora de la experiencia traumática que esta supone, y de cómo algunos eventos históricos pueden servir de "portales" que transforman un pueblo y quiebran algo esencial en la linealidad de la historia. Las constantes menciones de la guerra en la novela muestran que, a pesar de tratarse de un evento del pasado, está presente en la vida de estas personas y se actualiza constantemente. Es como si la guerra hubiese tenido el efecto de detener el tiempo y hubiese dejado un fantasma vivo de Japón, del mismo modo en que el evento traumático de Saeki dejó un fantasma vivo de sí misma a los quince años.
Esa noche volvéis a hacer el amor. Tú escuchas cómo se va llenando el vacío que hay dentro de ti.
Uno de los temas de la novela es la sexualidad tabú. Desde el principio, sabemos que uno de los asuntos con los que está lidiando Kafka es la profecía edípica que marca que él tendrá relaciones sexuales con su madre. Esta se va a cumplir de una forma oblicua en el momento en que Kafka tiene sexo con la señora Saeki. Si bien no hay una confirmación de si se trata o no de su madre biológica, no hay duda de que el rol que cumple en las proyecciones de Kafka es precisamente el de la madre. En esta cita, cuando tiene sexo con Saeki, Kafka siente que se llena un vacío dentro de él. Ese vacío es el que ha dejado la ausencia de la madre en su vida.
—Según los conocimientos actuales, los primeros que imaginaron el concepto de laberinto fueron los antiguos mesopotámicos. Éstos les arrancaban las tripas a los animales, o, a veces, los intestinos a los seres humanos, y, según la forma que tuvieran, predecían el futuro. Sentían admiración por lo complejos que eran. Así que la forma del laberinto remite a las entrañas. Es decir, que el principio del laberinto reside en tu propio interior. Y éste se corresponde con el laberinto exterior.
—Una metáfora —digo.
—Exacto. Una metáfora recíproca. Lo que existe fuera de ti es una proyección de lo que existe en tu interior, lo que hay dentro de ti es una proyección de lo que existe fuera de ti. Por eso, a veces, puedes hollar el laberinto interior pisando el laberinto exterior.
—Como Hánsel y Gretel en el interior del bosque.
—Exacto. Como Hánsel y Gretel. El bosque te tiende una trampa.
Y, por más precauciones que tomes, por más cosas que te ingenies, siempre vendrá un pájaro espabilado y se te comerá las migas de pan con las que has señalado el camino.
—Me andaré con cuidado.
Oshima hace explícita la relación entre el laberinto, el bosque y la psiquis. Al hablar del origen del laberinto, Oshima menciona que el laberinto representa las entrañas, el propio interior. También explica que un laberinto exterior es una proyección de lo que existe en el interior de una persona. El bosque es una forma de laberinto, un lugar en el que es fácil perderse. Por eso, recorrer un laberinto exterior puede ayudar a explorar lo que sucede en nuestro interior, pero, igualmente, conlleva peligros.
Kafka entiende la correspondencia entre el laberinto y la psiquis, y promete tener cuidado. No obstante, más adelante, decide ingresar en el bosque y deshacerse de toda ayuda o provisión para sobrevivir. Incluso deja de indicar el camino con su versión de las migas de Hansel y Gretel: marcas de pintura amarilla en los árboles. En el momento en que Kafka decide que tiene que enfrentar los sitios más oscuros de su interior, lo hace bajando todas las defensas.
—A decir verdad, Nakata no tiene un solo recuerdo. Y esto es porque Nakata es tonto. ¿Cómo son los recuerdos? La señora Saeki se miró las manos, que descansaban sobre la mesa, y luego volvió a mirar a Nakata.
—Un recuerdo es algo que te caldea el cuerpo por dentro, pero que, al mismo tiempo, te desgarra por dentro con violencia.
La señora Saeki, a sus cincuenta y tantos años, vive solo parcialmente. Si bien mantiene un trabajo y parece una mujer simpática y atractiva, la realidad es que ella está ausente de su vida. Su verdadero deseo es permanecer en el momento en que más feliz se sintió. El espíritu de Saeki está escindido porque parte de sí vive en el fantasma vivo de quince años que acude todas las noches al cuarto del que fue su novio. El recuerdo de la época más feliz de su vida llena su alma, pero también destruye sus posibilidades de vivir en el presente. La experiencia de la memoria es contradictoria, porque trae felicidad y desgracias.
Por el contario, Nakata piensa en la memoria y los recuerdos con nostalgia. A él le gustaría acordarse de su vida. En su caso, la ausencia total de la memoria también lo ha llevado a ser un recipiente vacío y a un espíritu incompleto. Tanto la señora Saeki como Nakata tienen sombras incompletas. No obstante, los motivos que los llevaron al vaciamiento son precisamente opuestos.
¿Acaso yo no era digno de recibir el cariño de una madre? A lo largo de muchos años esta pregunta ha abrasado como un hierro candente mi corazón, ha carcomido mi espíritu. ¿Que mi madre no me quisiera no se debía, tal vez, a un grave defecto que albergaba en mí? ¿No estaría marcado yo, de nacimiento, por una especie de estigma? ¿Era, tal vez, un ser nacido sólo para que la gente apartara la vista de él?
Antes de irse, mi madre ni siquiera me estrechó entre sus brazos. Ni siquiera me dejó una palabra de despedida. Apartó de mí la mirada, se fue de casa sin decir ni una palabra, se llevó sólo a mi hermana. Se disipó de mi lado como una silenciosa columna de humo. Y el rostro que ella había apartado de mí se fue difuminando para siempre.
Una vez que Kafka se adentra en el bosque, empieza a lidiar con los traumas de su niñez. Esta es la primera vez que expresa con claridad lo que siente sobre el abandono que sufrió cuando tenía apenas cuatro años. Hasta ahora lo hemos visto huyendo de la casa paterna y depositando toda la responsabilidad en su padre. No obstante, en el bosque, Kafka se enfrenta a sus miedos más grandes. Evidentemente, el miedo a no merecer el amor de su madre es lo que más lo marcó en su vida.
Intento sentir lo mismo que ella debió de sentir en aquellos momentos. Ponerme en su situación. Ni que decir tiene que no resulta nada fácil. Yo soy la persona abandonada, ella es quien me abandonó. Pero, con un poco de tiempo, logro separarme de mí mismo. Mi alma se desprende de sus rígidas vestiduras, se convierte en un cuervo negro, se posa en una rama alta de un pino del jardín y, desde allí, me contempla a mí a los cuatro años.
Me convierto en un cuervo negro que esgrime diversas hipótesis.
−No es que tu madre no te quisiera —me dice, a mis espaldas, el joven llamado Cuervo—. Para ser exactos, tu madre te amaba profundamente. Y tú eso tienes que creerlo. Ése es el punto de partida.
−Pero ella me abandonó. Se fue y me dejó solo en el lugar erróneo. Y, al hacerlo, seguro que me infligió una herida profunda, un daño irreparable. Ahora lo sé. Si me quería de verdad, ¿cómo pudo hacerme algo así?
—Así han ido las cosas —dice el joven llamado Cuervo—. Te han herido profundamente, te han hecho mucho daño. Y es probable que sigas arrostrando esas heridas en el futuro. Eres digno de compasión, no te diré que no. Pero deberías pensar de este modo: aún estás a tiempo de recuperarte. Eres joven, eres fuerte. Tienes flexibilidad. Lograrás que cicatricen tus heridas, lograrás levantar la cabeza y seguir adelante. Pero ella ya no podrá. A ella no le quedará otra opción que la de ir diluyéndose. No se trata de quién es bueno y quién es malo. Tú eres quien tiene todas las ventajas reales. Es en eso en lo que debes pensar
Esta cita nos ayuda a comprender la función que cumple Cuervo en la novela. Como alter ego de Kafka, Cuervo lo ayuda a lidiar con aquellas cuestiones que a Kafka le pesan en su psiquis. A pesar de que muchas veces Cuervo alienta a Kafka y le dice cuáles son sus virtudes, otras veces le reprocha sus errores. Este es el caso de la escena en el bosque, en la cual Cuervo insta a Kafka a correrse de su rol de víctima e intentar mirar su historia personal desde la perspectiva de su madre. A partir de los consejos de Cuervo, Kafka comprende que lo que hace imposible que supere el trauma del abandono es que siempre se ubica a sí mismo en el lugar de la víctima herida por el abandono, y a su madre en el lugar de victimario. Al considerar las cosas desde la perspectiva de su madre, Kafka puede liberarse del miedo que siente de no haber sido amado por ella.
El cambio de mirada está representado por la transformación física de Kafka en un cuervo que puede sobrevolar la escena y, por ello, gana perspectiva.