Resumen
Lisístrata sale urgida de la Acrópolis y le avisa a Mírrina que un hombre se acerca a ellas: “Un hombre veo que se acerca trastornado, poseído por los éxtasis de Afrodita. ¡Soberana que guardas Chipre, Citera y Pafosi, sigue por ese camino tan tieso que llevas!” (p. 149). Mírrina lo reconoce: es su esposo, Cinesias.
Lisístrata siente que esto es una oportunidad. Le indica a Mírrina que debe seducirlo hasta volverlo loco, pero no tener relaciones sexuales con él. Mírrina acepta las indicaciones. Lisístrata afirma que ella comenzará a “endulzarlo”, y le dice a Mírrina que se esconda. Ella obedece.
Cinesias entra en escena junto a un criado que trae un niño. Se lamenta porque se siente totalmente atormentado por el deseo sexual. Lisístrata le dice que Mírrina habla constantemente de él, dejando en claro que es el hombre más viril de todos. Él le ruega que llame a su esposa. Lisístrata le pregunta qué le va a dar por hacerle tal favor. Cinesias se señala su miembro erecto y le responde: “Esto. Esto es lo que tengo, y lo que tengo te lo doy” (p. 151). Lisístrata le dice que va a llamarla. Cinesias le vuelve a rogar; arguye que ya no tiene deseos de comer ni ninguna ilusión en la vida.
Mírrina, entonces, se deja ver desde lo alto de la ciudadela. Le habla a Lisístrata con el fin de que Cinesias la escuche. Le dice que ella extraña mucho a su marido, pero que no puede estar junto a él, porque él no la quiere.
Cinesias le ruega a su mujer que baje junto a él. Le dice que trajo a su hijo y que, al menos, baje por él. El hijo también la llama. Mírrina entonces cede y baja. Cinesias afirma que aquello que antes detestaba (sus enfados y su mal humor) ahora le generan una gran atracción. Luego, le pide a su mujer que se acueste con él. Ella se niega: hasta que no termine la guerra, no tendrán relaciones sexuales. Él continúa rogándole. Entonces ella esboza otro argumento: no pueden tener sexo delante del niño. Cinesias le ordena al criado que se lleve al hijo. Cuando quedan solos, ella le recuerda que no puede faltar a su juramento. Cinesias, sin embargo, parece convencerla de que sí puede. A partir de allí comienza un ida y vuelta en el que cada vez que está todo listo para tener relaciones sexuales, Mírrina demora la situación argumentando que falta algo (perfumarse, una almohada, una manta).
Finalmente, Mírrina se va sin acostarse con su marido. Cinesias exclama: “¿A quién joderé, rechazado por la más guapa de todas?” (p. 154). Entra el corifeo y empatiza con Cinesias, ya que él también ha sido engañado. Cinesias, sin embargo, intenta defender la actitud de su mujer. El corifeo, entonces, dice que Mírrina es una maldita y le desea que se la lleve un tornado.
Entra un heraldo espartano junto a Prítanis. El heraldo tiene una erección. Afirma que trae noticias, pero Prítanis lo desmerece por obsceno, aunque, al poco tiempo, él también reconoce que tiene una erección. La noticia que trae el heraldo es que todos los hombres espartanos están poseídos por el deseo sexual. Explica que Lampito fue la que inició el plan de castidad e incitó a las mujeres espartanas a hacer lo mismo que ella. Prítanis, entonces, envía al heraldo a buscar embajadores que tengan poderes para poder negociar la paz.
Entra el corifeo. Afirma: “No hay fiera más mala de combatir que la mujer” (p. 157). La corifeo, entonces, le pregunta por qué insiste en combatir contra ellas, en lugar de intentar formar una amistad. El corifeo, sin embargo, le dice que él nunca dejará de odiar a las mujeres. Ella, de todos modos, se acerca amistosamente, lo ayuda a colocarse bien su túnica, le saca un mosquito que tiene en el ojo e intenta besarlo. Si bien el corifeo en principio se niega, luego termina aceptando. Ambos coros cantan, juntos, una canción acerca de la reconciliación.
Análisis
Recién en esta cuarta escena se representa sobre el escenario la primera parte del plan de Lisístrata. Hasta entonces, se sabe lo que pretenden hacer las mujeres porque lo conversaron durante la reunión inicial. También se sabe que el plan está funcionando porque, al final de la tercera escena, el coro ya se muestra desesperado sexualmente. Ahora, sin embargo, lo que en teoría estaba sucediendo fuera de escena se muestra a los ojos del espectador en el encuentro entre Cinesias y Mírrina.
Esta escena no trae ningún tipo de información nueva, ni tampoco ninguna sorpresa. Mírrina hace, efectivamente, lo que Lisístrata ha dicho que deben hacer las mujeres. La escena apunta a mostrar desde un caso particular lo que está sucediendo a nivel general. En teoría, todas las mujeres están haciendo lo mismo que hace Mírrina. Por otro lado, por supuesto, la escena tiene como fin hacer reír al público. Las innumerables y ridículas excusas de Mírrina, sumadas a la excitación desesperada de Cinesias, generan un efecto cómico.
Algo que caracteriza la obra de Aristófanes, y que es clave para comprender esta escena en su totalidad, es la utilización de lo obsceno. En la actualidad, el término “obsceno” define a aquella persona o situación que es grosera, sobre todo sexualmente. Ahora bien, el término, en realidad, nace dentro del ámbito teatral: lo “obsceno” era aquello que sucedía “fuera de escena”. De hecho, el término está compuesto por el prefijo “ob”, que quiere decir “fuera”, y “sceno” que significa “escena”. Una de las diferencias más importantes entre la comedia clásica (que tiene a Aristófanes como el autor más importante) y la tragedia clásica es que la comedia pone en escena aquello que, por cuestiones de “buen gusto” o de cuidado de la moral, debería suceder fuera de escena. En la mayoría de las tragedias clásicas, por ejemplo, los personajes mueren, son asesinados o se arrancan los ojos, como Edipo, fuera de escena, y otro personaje o el mismo coro le da la información al espectador (y a los otros personajes) de lo que sucedió.
Este decoro, sin dudas, no está en las comedias de Aristófanes, como tampoco estará, siglos después, en las obras de los comediantes más famosos, como, por ejemplo, Molière. En la comedia, de hecho, lo obsceno es fundamental para generar un efecto cómico en el público. En la actualidad, incluso, eso se sigue sosteniendo en algunas obras de teatro y en películas de consumo masivo, como, por ejemplo, American Pie o Hangover. La utilización de este recurso tan eficaz y trascendente para el género es, sin dudas, uno de los motivos por los que Aristófanes se ha ganado justamente el mote de “Padre de la comedia”.
A partir de esta cuarta escena, precisamente, la obra, de manera constante, comienza a mostrar sobre el escenario diferentes obscenidades, fundamentalmente, hombres con erecciones. En esta cuarta escena, Cinesias entra con una erección, así como también el heraldo espartano y Prítanis. En este punto, es interesante profundizar en cómo se representaban dichas escenas, cómo se mostraba lo obsceno, teniendo en cuenta que la moral de la época no permitía (e incluso la moral actual tampoco avalaría esto fácilmente) que aparecieran en escena hombres con erecciones, o mujeres totalmente desnudas como sucede aquí, según el texto, con la entrada de Conciliación en la última escena.
En principio, hay que dejar en claro que era imposible que hubiera mujeres desnudas sobre el escenario, porque en la Antigua Grecia estaba prohibido que las mujeres participaran en actividades teatrales. No se les permitía escribir obras (o, al menos, no eran tomadas en cuenta y no se conoce ninguna en la actualidad), ni dirigir, ni participar en el armado del vestuario o la escenografía. Mucho menos se les permitía actuar. Los papeles femeninos los hacían actores jóvenes o adolescentes, de figura delgada y voz aguda. Se los “disfrazaba” de mujer poniéndoles atuendos típicos de las mujeres de la época, y se rellenaba su pecho con almohadillas.
Por supuesto, los espectadores reconocían que las mujeres de la obra eran representadas por hombres. Sin embargo, existía un pacto tácito entre los espectadores y la ficción teatral que les permitía olvidarse o restarle importancia a tal incongruencia. Y, así como, en pos de la ficción, el espectador aceptaba que los personajes femeninos eran representados por hombres, también se aceptaba la idea de que los personajes estaban desnudos sin necesidad de que realmente lo estuvieran. Si bien no puede saberse a ciencia cierta cómo se representaron los desnudos en Lisístrata, lo más probable, según los estudiosos, es que los personajes se quedaran en ropa interior. Dicha ropa interior sería de un tono similar a la piel para dar un efecto más realista. Con todo esto, podemos afirmar entonces que, en la última escena, por ejemplo, cuando aparece Conciliación en el escenario, los espectadores no veían a una mujer desnuda, sino a un hombre disfrazado de mujer y en ropa interior.
En relación a las múltiples erecciones que aparecen en la obra, una de las partes del disfraz de los actores de comedia (no solo de Lisístrata, sino en general) era un falo de cuero que los actores relucían en estos momentos de supuesta excitación.
Volviendo al curso de la trama, en esta cuarta escena, tras ver sobre el escenario el perfecto funcionamiento del plan de Lisístrata, la obra llega a su clímax. La desesperación de Cinesias funciona como una sinécdoque de lo que les está sucediendo a todos los hombres, no solo a los atenienses, sino también a sus enemigos bélicos, los espartanos. De hecho, esa información se la brinda un heraldo espartano a Prítanis. Tras llegar al clímax de la obra, los hombres deben rendirse, reconciliarse con las mujeres y dar pie al desenlace.
La aceptación de la paz y el pasaje a la última escena de la obra se representa de dos maneras diferentes. En primer lugar, ingresan a escena dos personajes que tendrán la función de aceptar que los hombres han sido derrotados y llegó el momento de firmar la paz. Uno es del bando heraldo espartano y otro, Prítanis, del ateniense. En la antigüedad, los heraldos eran oficiales del ejército de mucha importancia. Entre sus tareas y potestades, destacaba la de ser los voceros y/o mensajeros del rey o del Consejo. Por su parte, Prítanis, representante de los atenienses, era un pritano. Los pritanos, dentro de la democracia ateniense, tenían la función de coordinar misiones organizativas y colaborar en la organización de las instituciones. Tanto el heraldo espartano como el pritano ateniense tienen la facultad de iniciar un llamado a la paz, aunque, por supuesto, no tienen la potestad de ser ellos mismos quienes la decreten.
La otra representación del momento en el que se acuerda que debe firmarse la paz es la que realizan los coros. El corifeo acepta que necesita a la corifeo, acepta sus cuidados y, por primera vez, los coros cantan juntos la misma canción. Esta, como no podía ser de otro modo, habla sobre la paz.
Para culminar, es interesante destacar que la llegada de la paz bélica entre Atenas y Esparta trae, en paralelo, la llegada de la paz entre los hombres y las mujeres.