Resumen
Capítulo 1: Los tres regalos de monsieur d'Artagnan padre
La acción empieza en abril de 1625 en Meung. D’Artagnan, un joven gascón, llega a Meung en un caballo muy poco agraciado. El muchacho de dieciocho años se dirige a París para probar suerte y postularse para entrar como guardia del rey. Su padre le hace cuatro regalos para su viaje: quince monedas, un caballo, una espada y una carta de recomendación dirigida a monsieur de Tréville, el capitán de los mosqueteros.
A pesar de que sabe que su caballo no es elegante por su color extraño, d’Artagnan no está dispuesto a soportar ninguna burla. En la puerta del hostal de Meung, d’Artagnan alcanza a escuchar unas burlas dirigidas a él y su caballo, y decide empuñar su espada para pelear por su honor. El hombre que se burló no parece dispuesto a entrar en una discusión con el muchacho, pero este último insiste. Antes de que inicie la pelea, el hospedero y otros hombres del lugar atacan a d’Artagnan, mientras que el hombre que se había burlado de él presencia la escena como espectador. Recibe tales golpes que pierde la conciencia y el hospedero lo lleva al hostal para que se recupere. En su delirio entre la vigilia y el desmayo, d'Artagnan menciona al señor de Tréville. Cuando el hospedero revisa las pertenencias del joven, encuentra efectivamente la carta dirigida a él y asume que el muchacho debe ser alguien importante.
El hombre que se había burlado de d’Artagnan pregunta al hospedero por el joven, y este le indica que puede estar bien conectado porque parece conocer a Tréville. Al hombre le interesa obtener información sobre el joven porque le llama la atención su coraje y su obstinación; sospecha que puede tratarse de alguien que el mismo Tréville envió con el propósito de matarlo.
D’Artagnan recupera la conciencia y sale del hostal. Ve al hombre que se burló de él en medio de una conversación con una mujer muy hermosa. D’Artagnan interrumpe la conversación para insistir en pelear, pero el hombre huye. Al parecer tiene una misión que cumplir.
Cuando regresa al hostal por sus pertenencias, descubre que le falta la carta que su padre había escrito para Tréville, y el hostelero le dice que probablemente fue el hombre que huyo quien se la robó.
Capítulo 2: La antecámara de monsieur de Tréville
D’Artagnan sigue su camino, vende su caballo, entra a París a pie y busca un hospedaje económico. Luego, se dirige al Louvre para entrevistarse con Tréville. Al parecer, Tréville, el capitán de la guardia del rey, tiene un origen parecido al de d'Artagnan, pero supo utilizar sus conexiones para ascender en la corte, y el rey lo estima. Su padre había servido lealmente al padre de Luis XIII, el actual rey. Su buen nombre le permitió entrar al servicio del rey y, con el tiempo, ganarse su absoluta confianza.
Los mosqueteros del señor de Tréville son desordenados, desaliñados y desbocados, pero responden a la autoridad de su capitán y demuestran una lealtad inquebrantable. A Tréville solo lo superan en poder el rey y el cardenal Richelieu. Entre la guardia personal del rey y la guardia del cardenal surgen constantes conflictos porque no es posible ser leal al rey y al cardenal a la vez.
Mientras espera a ser recibido por Tréville, d’Artagnan escucha lo que los mosqueteros piensan verdaderamente del cardenal. A d’Artagnan le sorprenden los comentarios irrespetuosos sobre alguien a quien su padre y todas las demás personas de su pueblo admiran. Asimismo, mientras espera, es testigo de una discusión amistosa entre dos mosqueteros: Porthos y Aramís.
Capítulo 3: La audiencia
Finalmente, el señor de Tréville recibe a d’Artagnan. Si bien el capitán se encuentra de muy mal humor, trata a d’Artagnan con amabilidad. No obstante, pronto se distrae con otro asunto: convoca a Porthos, Aramís y Athos. Entran en el despacho los dos mosqueteros para que Tréville los reprenda por haber causado el enojo del cardenal. La noche anterior, Athos, Porthos y Aramís se habían metido en una pelea con los guardias del cardenal, y este se había quejado de lo sucedido ante el rey, en presencia del señor de Tréville. Incluso Athos se encuentra ausente por las heridas que recibió durante la pelea. A Tréville no solo le enoja la pelea en sí, sino que hayan perdido ante los guardias del cardenal.
En medio de la charla, entra Athos para presentarse ante Tréville, pero colapsa debido a la herida que tiene en su brazo. De inmediato, Tréville pide que llamen a un cirujano. El cariño y respeto que tiene por sus mosqueteros supera el enojo.
Cuando la conmoción por Athos pasa, Tréville recuerda a d’Artagnan y vuelve a dirigirse a él. D’Artagnan causa una impresión favorable en Tréville, pero le informa que no puede darle un lugar entre los mosqueteros hasta que no haya probado su valor en otras campañas o en un regimiento menor. Lo mejor que puede ofrecerle, por el cariño que tiene por el padre de d'Artagnan y porque reconoce en el joven su propia historia, es una recomendación al director de la Academia Real para que se forme en el manejo del caballo, la esgrima y la danza para entrar como guardia de un noble.
A d’Artagnan el ofrecimiento le parece frío y advierte que Tréville no quiere jugarse por él. Se lamenta en voz alta no tener la carta de recomendación consigo. Tréville le pregunta por la carta y d’Artagnan le cuenta cómo la perdió. Tréville parece conocer a quien sustrajo la carta y también a la mujer con la que se reunió. Tréville le recomienda a d'Artagnan no acercarse a ese hombre, pero el joven insiste en que se va a vengar por lo sucedido.
Tréville empieza a escribir la carta de recomendación que le prometió a d’Artagnan para el director de la Academia Real. Mientras, d’Artagnan mira por la ventana a los mosqueteros. Cuando la carta está lista y Tréville se la entrega, sus ojos se distraen unos segundos en la ventana. De pronto, d’Artagnan se desespera por salir del despacho porque había alcanzado a ver al hombre de Meung y quiere seguirlo para enfrentarlo por la burla y por la carta. El señor de Tréville piensa que está loco y, al mismo tiempo, desconfía de d’Artagnan porque puede tratarse de un emisario del cardenal.
Capítulo 4: El hombro de Athos, el tahalí de Porthos y el pañuelo de Aramís
D’Artagnan sale del despacho del señor Tréville para intentar alcanzar al hombre de Meung al que vio por la ventana. En su apuro, se choca y golpea en el hombro a un mosquetero. D’Artagnan se disculpa, pero sigue su camino. Athos, el mosquetero al que empujó, lo obliga a parar para decirle: “no es usted educado. Se ve que viene de lejos” (p.53). Ante esa descortesía, d’Artagnan se indigna y ambos hombres quedan en encontrarse al mediodía para un duelo.
A continuación, d’Artagnan sigue su camino en busca del hombre de Meung. Ve a dos hombres conversando en la puerta de la calle y decide pasar entre los dos. Se enreda en la capa de unos de ellos. Se trata de Porthos, el mosquetero que había estado fanfarroneando por su tahalí de oro. En la confusión del momento, d’Artagnan alcanza a ver debajo de la capa y descubre que el tahalí solo es de oro de un lado. Porthos se enoja con d’Artagnan por su torpeza y lo reta a un duelo a la una de la tarde.
Finalmente, d’Artagnan se resigna al hecho indudable de que no va a alcanzar al hombre de Meung. A la puerta de un palacio ve a Aramís, el tercer mosquetero a quien Tréville reprendió, conversando con tres hombres. Aramís está pisando un pañuelo y d’Artagnan, intentando enmendar todas las torpezas anteriores, se agacha para recoger y entregar el pañuelo a su dueño. El pañuelo tiene bordadas unas iniciales que permiten a los hombres identificar el pañuelo como perteneciente a madame de Bois-Tracy, una mujer casada. Aramís niega ninguna relación con la mujer, pero le lanza una mirada mortal a d’Artagnan. Este episodio también va a resultar en una nueva cita a las dos de la tarde para un duelo.
Análisis
D’Artagnan, el protagonista de la obra, es un joven valiente y ambicioso, pero también impulsivo y obstinado. Dado que la novela muestra el camino de maduración del personaje, es importante que al principio se recalque su inmadurez y las malas decisiones que toma, guiadas por su orgullo excesivo y su carácter irreflexivo. Los lectores aprecian el cambio que experimenta el protagonista quien al principio es un chico valiente pero imprudente, y termina por ser un hombre ecuánime, capaz de tomar decisiones con integridad y sabiduría.
En este sentido, la comparación entre d’Artagnan y don Quijote le sirve al autor para reforzar la actitud ridícula del joven d’Artagnan. Asimismo, la comparación anticipa que, mientras quiera seguir probando su condición de hombre valiente, más problemas van a surgir en su camino. También deja en claro que la historia es la de un héroe que se aventura para hacer realidad su sueño: en el caso de d’Artagnan, su deseo de formar parte de la guardia del rey.
El primer paso que tiene que dar d’Artagnan para poder empezar su maduración es dejar la casa de sus padres. D’Artagnan se mueve de un lugar marginal hacia un lugar más central: de Gascuña, una zona al suroeste de Francia, d’Artagnan se muda a París, el único lugar en el que va a poder demostrar su valentía porque es allí donde todo sucede. Ahora bien, su ímpetu por probar que tiene lo necesario para triunfar lo hace atolondrado y le trae más de un problema.
D’Artagnan está demasiado consciente de lo que otros van a pensar sobre él por venir de un lugar apartado, tener un caballo poco agraciado, por contar con muy poco dinero o por sus modales menos refinados. Eso lo lleva a intentar probar su valor ante otros de manera muy precipitada e imprudente como ante el hombre de Meung y ante los tres mosqueteros. Gran parte de su necesidad de mostrarse tiene que ver con su conciencia de clase: si bien viene de una familia noble, no es lo mismo un noble de Gascuña que uno en París. Tampoco es lo mismo cabalgar en un caballo como el de los mosqueteros que en su jamelgo. Lo único de valor que posee d’Artagnan no es material, sino el buen nombre de su familia y la conexión con Tréville y es precisamente eso lo que pierde en Meung por su temeridad.
La importancia de las conexiones sociales y la honra ya aparece en estos primeros capítulos, no solo en relación con d’Artagnan, sino también en el camino que hace Tréville y en la descripción de la corte en la que los hombres cercanos al rey tienen suficiente prestigio como para manejar sus propias esferas de influencia. En este sentido, la comparación con don Quijote que mencionamos anteriormente se agota, porque, si bien la figura de d'Artagnan es casi tan risible como la de Quijote y su actitud tan desatinada, en la sociedad retratada en la novela es posible que sus sueños de convertirse en mosquetero y de medrar se hagan realidad.
Precisamente el personaje de Tréville se construye en estos primeros capítulos como alguien a quien emular. Existen puntos en común entre la historia de Tréville y la de d’Artagnan: ambos vienen de la misma región, ambos llegan a París sin demasiado dinero ni poder, pero ambos comparten también la ambición, inteligencia y valentía. Esto hace que el capitán de los mosqueteros sea el mentor ideal para d’Artagnan, pero algunos factores juegan en contra de que se fragüe ese tipo de relación. En primer lugar, d’Artagnan llega con pretensiones que exceden lo que es posible realmente: un joven sin ninguna trayectoria no puede pretender entrar a la guardia real sin más. Por otra parte, la situación política en el momento es tensa y está atravesada por intrigas palaciegas. Tréville no parece dispuesto a arriesgar nada por d’Artagnan. Además, no consigue descartar la sospecha de que d’Artagnan pueda ser un emisario de uno de sus enemigos. Aparte del señor Tréville, los tres mosqueteros se erigen también como modelos a seguir. D’Artagnan admira a estos hombres que representan lo que el aspira de manera mucho más cabal que Treville. Mientas que este se dedica a la política, los tres mosqueteros son los que se pelean y muestran su valor constantemente. Porthos, Aramís y Athos a su manera representan acabadamente la virilidad. Estos tres hombres ya se perfilan como mentores o maestros el momento en que retan a d’Artagnan a un duelo con la intención de enseñarle una lección por sus modos torpes y descorteses.
Por último, en cuanto a los recursos de la novela de folletín, en estos primeros capítulos, Dumas utiliza una serie de elipsis para generar misterio. La mujer en el carruaje, la relación entre el cardenal y el rey, y el hombre de Meung están envueltos en un velo de misterio que no nos permite comprender del todo lo que se entreteje entre ellos. El primer esbozo de los tres mosqueteros, Aramís, Athos y Porthos, también despierta interés en los lectores dado que son personajes con personalidades muy marcadas y atractivas. Por otra parte, ante los ojos de d’Artagnan, estos mosqueteros parecen cobrar una dimensión aún mayor. Estos detalles son los que captan al lector de una novela de folletín.