Resumen
Capítulo 13: Monsieur Bonacieux
Luego de su arresto, los esbirros del cardenal llevan a monsieur Bonacieux a la Bastilla, la cárcel reservada para los peores criminales. Allí lo interrogan para conseguir que confiese su participación en el delito del que se le acusa a él y a su mujer: alta traición. El comisario, quien lleva adelante el interrogatorio, es un hombre desagradable y le advierte a Bonacieux de “el peligro que un oscuro burgués corre al mezclarse en los asuntos públicos” (p.147). Ante las acusaciones de haber actuado en contra del cardenal, monsieur Bonacieux se comporta de manera zalamera, halagando al cardenal Richelieu.
Cuando el comisario empieza a interrogar sobre la desaparición de su mujer, Bonacieux dice todo lo que sabe y describe al hombre que se la llevó. Lo que escucha no le gusta al comisario y decide obligar al hombre a pasar la noche en un calabozo.
La mañana siguiente el comisario se presenta en la celda de Bonacieux y le dice que su mujer se ha escapado con la ayuda de d’Artagnan a quien él había acudido a pedir ayuda. Por eso, quiere que ambos hombres estén presentes en el interrogatorio y pide que traigan a d’Artagnan a la celda. Los guardias traen al prisionero, y el señor Bonacieux les dice que esa no es la persona a la que buscan. Es Athos a quien han apresado creyendo que era d’Artagnan. Bonacieux les hace caer en la cuenta de que Athos lleva el uniforme de mosquetero mientras que d’Artagnan es guardia de un noble.
Ambos son enviados a sus respectivas celdas, sin antes permitir que Bonacieux revele todo lo que sabe de su mujer demostrando que es un hombre desleal y cobarde. Esa misma noche, unos guardias sacan a Bonacieux de su celda y lo llevan en un carro. El hombre está convencido que lo van a ejecutar por traición. Cuando el carro para por uno de esos lugares, Bonacieux se desmaya.
Capítulo 14: El hombre de Meung
El miedo que tiene Bonacieux de ser ejecutado resulta infundado y, en realidad, los guardias lo conducen ante un gentilhombre de alrededor de treinta y seis años, “hábil y galante” (p.156). Ese hombre resulta ser el mismísimo cardenal Richelieu.
Lo primero que hace el cardenal es leer el legajo del interrogatorio y descarta la posibilidad de que Bonacieux pudiera estar involucrado en una intriga, sin embargo, le hace pensar que efectivamente cae sobre él la acusación de conspiración. Dado que Bonacieux no sabe con quién está hablando, revela todo lo que sabe, incluso el rumor de que el cardenal tendió una trampa para el duque de Buckingham. Esta parte de la confesión enfurece al cardenal. Continúa el interrogatorio y Bonacieux revela las direcciones de las casas a las que su mujer iba por las noches con la excusa de elegir telas para el guardarropa de la reina.
Con esta información, el cardenal llama a un colaborador: el conde Rochefort, el hombre de Meung. Cuando este entra al lugar, Bonacieux lo reconoce y lo acusa a los gritos de ser el hombre que secuestró a su mujer. El cardenal pide que se lleven a Bonacieux, y este se retracta de su acusación. Para esta altura del intercambio, Bonacieux sabe que está hablando con el cardenal.
Uno de los guardias le informa al cardenal que el duque y la reina tuvieron un encuentro en el Louvre. Una de las sirvientas de la reina trabaja para el cardenal y no solo informó sobre el encuentro, sino sobre el cofre incrustado con oro que la reina entregó al duque. Dentro de la caja había herretes de diamante que el rey le había regalado a la reina.
Con toda esta información, el cardenal envía a Rochefort a investigar las dos casas a las que asistía madame Bonacieux con la excusa de buscar telas y envía a su colaborador Vitray a Inglaterra con una carta para Milady, quien será la encargada de sustraer los herretes de la reina que están en manos del duque de Buckingham.
A monsieur Bonacieux lo deja ir, luego de regalarle una suma importante de dinero. El cardenal sabe que, a partir de ese momento, tiene en el burgués a un colaborador leal.
Capítulo 15: Hombres de toga y hombres de espada
Mientras tanto, d’Artagnan y Porthos acuden a Tréville para averiguar el paradero de Athos. El capitán de los mosqueteros descubre que Athos estuvo detenido en el Fort-l’Eveque donde lo interrogaron de la misma manera que a Bonacieux. Así y todo, ya no se encuentra allí porque ha sido convocado para un interrogatorio ante el cardenal, en el Louvre.
Tréville se dirige al palacio, pero cuando llega ve que el cardenal ya está allí con el rey. Tréville pregunta por el paradero de Athos, pero el cardenal se apura en aclarar que ha sido detenido por un motivo que interesa mucho al rey. El rey siente muchísimos celos de su mujer y no confía en ella y en su mejor amiga, madame de Chevreuse.
La duquesa de Chevreuse es la mejor amiga de la reina Ana, pero el rey la odia. La duquesa vive en el exilio, pero, gracias a una colaboradora de la reina, Ana y su amiga han seguido en comunicación e incluso han podido reunirse. Esa colaboradora, madame Bonacieux, estaba por ser detenida cuando un mosquetero atacó a lo guardias y evitó el arresto. Al escuchar esto, el rey se indigna con los mosqueteros y con su mujer.
Como otras veces, Tréville le recuerda al rey todas las veces que Athos se ha puesto al servicio del rey y, además, remarca el comportamiento inadecuado de los guardias del cardenal. El cardenal y Tréville pulsean por el favor del rey, pero al final el rey se pone del lado de los mosqueteros. En parte, lo que decide esto es la declaración de Tréville de su reunión con d’Artagnan a la hora precisa en la que lo acusan de atacar a los guardias del cardenal y liberar a madame Bonacieux. Ahora los lectores entienden por qué fue tan importante el cambio de la hora en el reloj del despacho de Tréville.
Finalmente, Athos es liberado, pero el cardenal no se conforma y planta nuevas dudas en la mente del rey cuando le deja saber que el duque de Buckingham estuvo recientemente en París. El rey sabe de los rumores de la relación entre su mujer y el duque.
Capítulo 16: Donde el señor guardasellos Séguier buscó más de una vez la campana para tocarla como lo hacía antaño
Ante la noticia de que el duque de Buckingham y la duquesa de Chevreuse han estado en París, el rey se siente desdichado porque desconfía de la fidelidad de la reina. El cardenal durante todo el intercambio con el rey actúa con hipocresía pretendiendo que tiene la mejor opinión de la reina Ana y desligándola a ella de cualquier responsabilidad. De hecho, le dice al rey que el duque seguramente vino a París para conspirar con los hugonotes (protestantes franceses) y los españoles.
De manera artera, el cardenal menciona que la reina ha estado llorando y escribiendo incesantemente en los últimos días. El rey se empecina en tener acceso a los papeles de la reina y, además, le reprocha al cardenal el haber permitido que el duque se vaya de París sin arrestarlo. El cardenal le deja saber al rey que sus guardias no lo perdieron ni un minuto de vista mientras estuvo en París y que la delicada situación política no permitía arrestar al primer ministro del rey de Inglaterra.
Pretendiendo querer calmar la exasperación del rey, el cardenal encuentra una solución para acceder a los papeles de la reina. La solución consiste en que el guardasellos y canciller del rey, el señor Séguier, solicite los papeles directamente. De todas maneras, el cardenal le recomienda al rey adelantarle la noticia a su mujer para preservar la harmonía marital.
El rey advierte a su mujer sobre el pedido del canciller Séguier y ella reacciona con indignación; se siente sumamente humillada por la desconfianza de su esposo. Antes de que el canciller se presente en los aposentos de la reina, el narrador cuenta la historia de este personaje y adelanta que reaparecerá en la historia.
Al parecer, cuando el señor Séguier era joven, no podía controlar sus deseos y su comportamiento era errático. Para intentar expiar sus pecados, Séguier se internó en un convento. El superior del convento le sugirió que tocara la campana cada vez que se veía superado por las tentaciones y así los otros monjes sabían que debían rezar por su alma y ayudarlo a reformarse. Pronto las campanas no dejaban de repicar y los monjes no tenían ni un minuto en paz, sino que se pasaban todo el tiempo rezando por el alma de Séguier. El futuro canciller dejó el convento, pero su fama de “el más terrible poseso que haya existido jamás” (p.177) perduró. Luego, sirvió al cardenal y, más tarde, consiguió ocupar el puesto de guardasellos real.
De vuelta en el presente del relato, el canciller Séguier se presenta en los aposentos de la reina y revisa el lugar. Sugiere que el siguiente paso es revisar a la reina directamente. Ana se escandaliza ante la idea de que la toquen para requisar sus cartas y, ante la perspectiva de tal humillación, elige entregar la carta que había escrito al rey de España. La carta demuestra que hay un plan para minar el poder del cardenal, ya que la reina le pide a su hermano que declare la guerra contra Francia y que exija que remuevan al cardenal del puesto que ocupa.
El rey se conforma con que la carta no contenga ninguna mención al duque de Buckingham ni a una falta de Ana a sus deberes maritales. De todas maneras, el rey le asegura al cardenal que está dispuesto a defenderlo de cualquier amenaza y que va a castigar a todos cuantos conspiran en su contra. El cardenal pretende estar desinteresado en el plan en su contra y, en cambio, le propone al rey que se reconcilie con su mujer organizando un baile. Sugiere también que le pida a la reina Ana que use los herretes de diamante que el rey le ha obsequiado. La fecha del baile la decide el mismo cardenal quien la elige de manera estratégica en función de las noticias que recibe por parte de Milady a quien ha encomendado la tarea de robar los herretes del duque.
Análisis
Los dos matrimonios que protagonizan estos capítulos tienen varios puntos en común. Tanto monsieur Bonacieux como el rey Luis XIII son desleales, débiles y decepcionantes para con sus esposas. Tan pronto como monsieur Bonacieux sospecha que su vida está en peligro, no tiene ningún reparo al momento de ofrecer toda la información necesaria para hundir a su mujer y salvarse a sí mismo. El rey también actúa de manera egoísta cuando utiliza a sus funcionarios para incautar los papeles de la reina Ana.
Asimismo, ambos hombres parecen inadecuados o poco merecedores de sus mujeres. Madame Bonacieux es un ejemplo de sagacidad, servicio y lealtad, mientras que monsieur Bonacieux es todo lo contrario. De la misma manera, el rey parece infantil en su única preocupación por la fidelidad de su mujer y parece desinteresado aun de las cuestiones políticas que amenazan a su reino. Por contraste, la reina Ana está más involucrada en la política que su marido y escribe cartas que tienen como propósito influir sobre los hombres más poderosos del momento, en lugar de escribir cartas de amor, tal y como imagina el rey. Cabe recordar que la reina Ana es hermana del rey Carlos, quien reina sobre España y Austria. Los intereses de Francia no están alineados con los de los Habsburgo, la familia de la reina, lo que la pone en la mira de un personaje tan poderoso como el cardenal.
Frente a la debilidad y actitud casi infantil de estos dos hombres, la figura del cardenal como un hombre inteligente y maestro en el arte de la manipulación despunta aún más. El personaje al que se ha aludido ya varias veces recién toma protagonismo en estos capítulos y su actuación se vuelve el centro de la trama. En estos capítulos vemos como este personaje es quien maneja los hilos de muchos otros personajes y centraliza una operación destinada a preservar su esfera de poder. El cardenal tiene un conocimiento muy agudo de la psicología humana y es así como consigue un verdadero ejército de colaboradores. Tras un breve interrogatorio con monsieur Bonacieux, el cardenal ha conseguido un nuevo aliado con quien puede contar para sacar información valiosa. Asimismo, consigue dirigir las acciones del rey acudiendo a sus inseguridades y es capaz de hacerlo actuar a su favor sin quedarse expuesto en ningún momento.
En esta parte de la novela se empieza a perfilar la importancia de las mujeres en las intrigas que se ciernen en la corte. Los personajes femeninos que crea Dumas participan de los asuntos de la corte tan activamente como los hombres. En la obra hay mujeres que se asemejan a los mosqueteros en su valentía y fidelidad como madame Bonacieux. También hay mujeres que cumplen un rol central para los intereses del cardenal como Milady. Lo cierto es que en todos los casos la belleza y el atractivo de estas mujeres juega un papel importante y constituye una de las herramientas, junto con la sagacidad, mediante la cual ellas alcanzan sus objetivos. Vemos que la belleza de madame Bonacieux compromete a d’Artagnan aún más a ayudarla. Asumimos, además, que el encomendar a Milady la tarea de robar los herretes requiere en gran parte de la capacidad de esa mujer de seducir o acercarse al duque para poder sustraérselos.