Resumen
En esta sección, los autores exploran la evolución del socialismo europeo hasta llegar al presente. El primer grupo, al que nombran como socialismo reaccionario, está compuesto por tres movimientos: el socialismo feudal, el socialismo pequeño burgués y el socialismo alemán.
El socialismo feudal fue desarrollado por aristócratas que se oponían a los cambios sociales provocados por la expansión de la burguesía. Sin embargo, en lugar de centrarse en su propia situación, fingían preocuparse por la explotación sufrida por las clases trabajadoras. Los autores critican a estos socialistas feudales por ignorar el hecho de que ellos también eran explotadores cuando estaban en el poder. Además, los acusan de desconocer a la burguesía como su propia descendencia. Su principal interés era restablecer el antiguo orden feudal, y por ello se oponían tanto a la burguesía como al proletariado en la medida en que cada uno de ellos amenazaba con destruir los sistemas sociales anteriores.
La dominación burguesa divide cada vez más a la sociedad en dos clases, la burguesía y el proletariado. Sin embargo, todavía existe una tercera clase que fluctúa constantemente entre una y otra: la pequeña burguesía. Esta clase se va asimilando cada vez más al proletariado a medida que la sociedad se urbaniza y depende de la producción industrial. El socialismo pequeñoburgués surge de esta clase, pero comparte la perspectiva del proletariado de que la burguesía es el enemigo común. Para los autores, esta visión del socialismo busca retomar las viejas relaciones de propiedad, porque son incapaces de ver que la respuesta a la explotación burguesa es desarrollar el proletariado hasta convertirlo en una clase revolucionaria. Por esto, cometen el error de querer devolver al trabajador al campo y renovar un feudalismo fracasado.
El socialismo alemán, también llamado “verdadero” socialismo, comenzó como una respuesta a la literatura socialista francesa. Sin embargo, estos primeros socialistas no apreciaron que las ideas francesas surgieron de un entorno social que aún no existía en Alemania. A diferencia de la burguesía francesa, la burguesía alemana apenas había comenzado su lucha contra el feudalismo y no existía todavía un proletariado desarrollado como clase. Los que defendieron estas ideas en el ámbito político olvidaron que fueron desarrolladas para una sociedad diferente a la suya; el resultado de esta defensa fue el endurecimiento de la resistencia aristocrática a la burguesía. Esto frenó el progreso de la industrialización y mantiene a Alemania menos desarrollada económicamente que Francia.
Luego, los autores desarrollan un segundo grupo: el socialismo conservador o burgués. Es la forma de socialismo que practican los sectores de la burguesía que desean reformar la sociedad sin las luchas y los peligros que necesariamente forman parte de ella. Este sector quiere disfrutar del desarrollo social logrado por su supremacía económica y política, pero no quiere aceptar las consecuencias necesarias de ese desarrollo, que es la aparición de un proletariado revolucionario. En este sentido, desean una armonía social, pero se niegan a comprender que la explotación de esta clase no terminará hasta que esta forma de sociedad haya sido vencida. Por esto, se limitan a prolongar la miseria del proletariado y a obstaculizar el progreso histórico.
Por último, el tercer grupo se llama socialismo y el comunismo crítico-utópico. Los primeros grandes expositores del socialismo y del comunismo no apreciaron plenamente el carácter del proletariado como clase revolucionaria. Para ellos, este sector era el que más sufría la miseria y la desigualdad y que, por lo tanto, necesitaba ayuda. Su principal preocupación era el bienestar de la sociedad en su conjunto y dirigían sus súplicas a los que creían que podían efectuar el cambio, los que ya estaban en el poder. El cambio debía producirse pacíficamente desde arriba y no violentamente desde abajo. Para los autores, esta perspectiva es una utopía, ya que pretende que las clases dominantes comprendan que lo mejor para todos es mejorar las condiciones de vida del proletariado. El problema radica en que quieren abolir el conflicto de clases sin abolir las condiciones de su existencia. En el momento de la revolución, por tanto, se vuelven reaccionarios, resistiendo la inevitable liberación de las masas explotadas por las que originalmente trabajaron.
Análisis
En este capítulo, los autores plantean una mirada crítica sobre los sectores rivales del socialismo. Esta revisión tiene un objetivo claro: diferenciar el Manifiesto de otros textos similares de la época. Desde su lugar como intelectuales, Marx y Engels se comprometen a dejarle en claro a su lector qué tiene de novedosa la ideología comunista y por qué es la estrategia más acertada para lograr la revolución de la clase obrera. Una vez más, el texto muestra que no es únicamente una obra teórica, sino que busca persuadir a su lector de la motivación necesaria y los medios para derrocar la opresión de la burguesía.
En estas críticas a los socialismos de la época, reaparecen las clases sociales como una preocupación fundamental para estos movimientos reaccionarios. A pesar de que estos socialismos se propongan un cambio social, siempre terminan defendiendo los intereses de una clase dominante. Es ejemplar el caso del socialismo feudal, que aparece como la última reacción de un sector privilegiado que no se resigna a perder los lujos: la aristocracia. “Lo que más reprochan a la burguesía no es el engendrar un proletariado, sino el engendrar un proletariado revolucionario” (p.79), argumentan los autores. En este sentido, este socialismo trata activamente de impedir la aparición de un proletariado poderoso; según Marx y Engels, este sector representa la agonía de un opresor moribundo.
Estos argumentos y críticas a los diferentes socialismos dan a entender que no hay un orden social que sea natural, sino que siempre está regido por una clase dominante. Además, este sector jerárquico impone los valores, las creencias y los beneficios; sostienen un modelo de sociedad que defiende su ideología y sus intereses. Al exponer esta realidad, Marx y Engels permiten que el lector entienda que la sociedad no tiene por qué regirse por la ideología burguesa, ya que hay otro modelo alternativo. La dominación burguesa es un paradigma entre muchos posibles.
Otros de los argumentos utilizados para subrayar el carácter reaccionario de estos movimientos socialistas se vincula con la permanencia del “régimen burgués de producción” (p.86). En este punto, los socialismos utilizan la miseria actual de la clase obrera como una razón para intentar restaurar los antiguos métodos de organización social; es decir, sostienen una mirada nostálgica sobre el pasado en vez de centrarse en la construcción de un futuro mejor para toda la sociedad. Una vez más, la desigualdad emerge como el pilar que estructura a la sociedad capitalista. Estos socialismos solo se ven interesados en lograr cambios que garanticen los privilegios de la clase dominante en vez de dotar al proletariado de herramientas reales de liberación.
En este capítulo, el progreso aparece como un tema fundamental del Manifiesto. Para los autores, la historia se mueve en una única dirección, y una vez que las condiciones materiales y económicas de una época se transforman, no se puede volver a los modos de producción del pasado. En este sentido, cada nuevo sistema productivo tiene “necesariamente que destrozar” (p.80) las condiciones económicas de las etapas anteriores. En este sentido, el Manifiesto no solo plantea que retroceder no es aconsejable, sino que es, directamente, imposible.
Otra de las críticas fundamentales que aparecen en este capítulo se relaciona justamente con esta incomprensión de la idea de progreso sostenida por Marx y Engels. Según los autores, gran parte de estos socialismos son incapaces de ver que el progreso histórico trae necesariamente tensiones y conflictos. Así, “quieren tener las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que necesariamente resultan de ella” (p.86). Buscan sostener la desigualdad que los posiciona como clase dominante, olvidando que esa inequidad existe a expensas de la explotación y la falta de derechos de la clase obrera.
Por este motivo, algunos socialismos se muestran reacios a respaldar la violencia como método de cambio social y piensan que a través de las reformas lentas y constantes se mejorará las condiciones de vida del proletariado. Así, se llegará eventualmente a una situación en la que burguesía y proletariado podrán convivir armónicamente, cada clase con sus derechos y obligaciones. Para los autores, esta mirada peca de ingenua y “utópica”, ya que la burguesía no estará dispuesta a renunciar a sus ganancias de buena voluntad para conseguir una sociedad más justa. En el texto, la palabra "utopía" tiene un sentido casi insultante, que poco tiene que ver con el significado original. Marx y Engels catalogan de socialismo “utópico”(p.87) a aquel que rechaza la acción revolucionaria del proletariado y cree que la burguesía está dispuesta a una mejora de toda la sociedad. Según los autores, este socialismo busca “apelar a la filantrópica generosidad de los corazones y los bolsillos burgueses” (p.91). Esta apreciación es, sin dudas, irónica, ya que los objetivos de la burguesía poco tienen que ver con lograr el bienestar de las personas de manera desinteresada a costa del interés propio.
Si bien estos socialismos aspiran “a mejorar las condiciones de vida de todos los individuos de la sociedad” (p.89), Marx y Engels dejan en claro que estos movimientos desean suprimir el elemento revolucionario del proletariado. En este punto, se lee uno de los argumentos más sólidos del Manifiesto: las otras formas de socialismo no aprecian el carácter verdaderamente clasista que tiene la sociedad. Son incapaces de darse cuenta de que el enfrentamiento entre burguesía y proletariado consiste en la pugna de dos clases opuestas. Es ejemplar al respecto la crítica que hacen los autores al socialismo utópico; este sector busca “mitigar la lucha de clases y conciliar lo inconciliable” (p.91). Con estas medidas, no se dan cuenta de que la única acción significativa debe provenir de la propia clase oprimida y no de la intervención benévola de la burguesía. Esto ocurrirá en el momento en el que el proletariado pueda desarrollar una conciencia de sí mismo suficiente como para unirse y derrocar a sus opresores. Así, a pesar de algunas buenas intenciones que puedan tener estos socialismos, impiden el desarrollo de esta conciencia y perpetúan así la esclavitud de la clase obrera.
A pesar de los diferentes matices que tienen los socialismos que analizan los autores, todos coinciden en sostener a la burguesía como clase dominante. En este sentido, el comunismo se consolida como el único movimiento capaz de otorgarle un carácter revolucionario al proletariado. Mientras que algunos abogan por una “burguesía sin proletariado” (p.86), los autores dan a entender que la única manera de cambiar las condiciones materiales del capitalismo es transformando absolutamente las relaciones entre el capital y el trabajador, es decir, entre el burgués y el obrero. Una vez más, el trabajo es el eje estructural del pensamiento comunista: para eliminar a la burguesía como clase dominante, hay que revolucionar el vínculo con el trabajo y la producción, e imponer un sistema en el que no exista una minoría que se apropia del trabajo de la mayoría.