Resumen
En este último capítulo, los autores recapitulan los objetivos políticos inmediatos del comunismo. Identifican a los partidos aliados en varios Estados europeos, señalando que, aunque los comunistas apoyan a todos los partidos de la clase obrera, siempre se centran en los intereses a largo plazo del proletariado en su conjunto.
Los autores destacan el caso de Alemania, a la que ven como el principal foco de interés comunista. En ese país, la burguesía aún no logró la victoria sobre la aristocracia, por lo que el proletariado lucha junto con la burguesía contra la clase dominante. Según Marx y Engels, esta primera revolución burguesa será el comienzo de una sublevación de la clase obrera.
En conclusión, los comunistas apoyarán todos y cada uno de los movimientos revolucionarios contra las condiciones políticas y sociales dominantes, pero tienen en claro que el objetivo final es la abolición de la propiedad privada y la difusión de los intereses del proletariado. En el final del Manifiesto, los autores plantean que la amenaza de una revolución comunista aterroriza a las clases dominantes, ya que los trabajadores no tienen nada que perder. Así, convocan a la unión internacional de la clase obrera para poder vencer.
Análisis
En este capítulo final, el Manifiesto se dedica a reafirmar con fuerza los propósitos políticos de los comunistas. Si a lo largo de todo el texto los autores se abocaron a plantear los fundamentos de su teoría política, en este capítulo intentan mostrar la relación entre el comunismo y los partidos políticos existentes en Europa. Una vez más, el Manifiesto muestra que no se limita únicamente a desarrollar los planteos teóricos del comunismo, sino que también está destinado a guiar al movimiento en su dimensión práctica.
Para los autores, el comunismo tiene que ser útil. Así, buscan tender puentes entre los comunistas y los partidos ya existentes que comparten, al menos en parte, sus compromisos con la lucha obrera. “En Francia se alían al partido democrático-socialista contra la burguesía conservadora y radical” (p.92); “En Suiza apoyan a los radicales, sin ignorar que este partido es una mezcla de elementos contradictorios” (p.93), comentan Marx y Engels. Con esto, muestran que el comunismo está dispuesto a luchar junto con otros movimientos aun cuando no compartan del todo su ideología.
Esto no debe entenderse como una contradicción, sino como una muestra del pragmatismo que debe tener el comunismo. Para Marx y Engels, el horizonte de la revolución obrera es el objetivo principal, y cualquier alianza que pueda conducir a este desenlace debe ser priorizada.
Esta actitud también contrasta con algunos de los socialismos tan criticados por los autores en el capítulo anterior. Estos movimientos creían que en la sociedad del futuro se borrarían las diferencias entre el proletariado y la burguesía. Esta mirada, que es considerada utópica, contrasta con los fundamentos sostenidos en este capítulo. En vez de esperar la llegada de un mundo mejor y más justo, Marx y Engels plantean directamente que el comunismo debe apoyar la lucha de los partidos existentes para lograr así la revolución de la clase obrera. En este sentido, el comunismo no es un movimiento limitado ni cerrado, sino que está abierto a apoyar otras ideologías semejantes, aun cuando no compartan absolutamente todos sus principios. Así, el objetivo de los autores es mostrar que el comunismo pone en primer lugar la lucha concreta por la transformación de la sociedad, más allá de las diferencias.
Además, los autores también dejan en claro el carácter internacional que tiene el movimiento obrero. Aunque cada país europeo cuenta con sus particularidades, la lucha por el poder del proletariado es similar en cada lugar. En este sentido, es interesante la observación que hacen Marx y Engels sobre la situación en Alemania. Según su postura, este país cuenta con las condiciones ideales para anunciar “el preludio inmediato de una revolución proletaria” (p.94). En esta apreciación, se ve una vez más la idea de progreso que aparece en el texto; la dominación de la clase obrera es parte natural del avance histórico y es el próximo paso a seguir. Sin embargo, si bien el proletariado vencerá finalmente, no todas las sociedades tienen el mismo ritmo para lograr este objetivo. Así, Alemania aparece como el ejemplo a seguir, en donde el triunfo de la clase obrera es inminente.
Esta certeza de que el proletariado vencerá da a entender que para los autores es imposible que el sistema capitalista ofrezca una alternativa real de liberación a la clase obrera. Esto también explica la mirada práctica que tiene el comunismo; cualquier alternativa será mejor que la dominación burguesa. En palabras de los autores, “los comunistas apoyan en todas partes, como se ve, cuantos movimientos revolucionarios se planteen contra el régimen social y político imperante” (p.94).
Tal como destacaron en los capítulos anteriores, este camino no será pacífico, ya que la burguesía nunca renunciará voluntariamente a su posición dominante ni a su acumulación de riqueza y propiedades. Al fin y al cabo, estos dos sectores antagónicos ponen en evidencia que el capitalismo es un sistema basado en la desigualdad de clases, en el que la burguesía explota al proletariado para maximizar sus beneficios. Así, el comunismo deja en claro las injusticias de este “régimen de la propiedad” (p.94) capitalista y busca destruirlo.
Para lograr transformar esta sociedad desigual, los objetivos de los comunistas “sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente” (p.94). Si bien para el lector del siglo XXI la violencia como herramienta política puede parecerle un poco extrema, en el Manifiesto esta llamada al derrocamiento por la fuerza busca entusiasmar a la clase obrera que leerá el texto.
En este sentido, el final del Manifiesto tiene un tono conmovedor y movilizante: “Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas” (p.94). Las “cadenas” son un símbolo que da a entender que el dominio de la burguesía sobre el proletariado representa una forma de esclavitud. Esto coincide con el argumento de los autores de que, como la burguesía es dueña de todo en la sociedad, el único recurso que tiene el proletariado es su fuerza de trabajo, que debe vender a la burguesía a cambio de un salario. En este sentido, las cadenas representan la restricción que el sistema de clases impone a la mayoría de la sociedad; como el proletariado no tiene propiedades ni riquezas propias, lo único que puede perder al llevar a cabo la revolución es su esclavitud. Además, uno de los usos reales de las cadenas es restringir el movimiento: Marx y Engels insinúan así que las cadenas metafóricas del proletariado impiden su propio movimiento para salir de la opresión. De este modo, el comunismo representa la oportunidad del proletariado de deshacerse de sus cadenas: los obreros “tienen, en cambio, un mundo entero que ganar” (p.95).
Por último, la línea final del Manifiesto escrita en mayúsculas invoca a la unión del proletariado como única respuesta posible: “¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS!” (p.95). Una vez más, se destaca el carácter internacional de la lucha obrera; para lograr su triunfo, esta clase debe luchar de manera colectiva, dejando de lado las individualidades. El verbo “uníos” tiene este mismo sentido; los autores utilizan este modo imperativo para exigir la unión del proletariado.
Así, el Manifiesto concluye de una manera genuinamente optimista: según las leyes del progreso histórico, la revolución obrera es el próximo paso a seguir. En este sentido, uno de los mayores legados que dejan Marx y Engels es la esperanza de que podría haber alguna alternativa radicalmente diferente y mejor a la sociedad de nuestros días.