"La historia nos había mantenido sin aliento alrededor del fuego, pero fuera de la observación de que era horripilante, como debe de serlo un cuento contado en una vieja casona la víspera de Navidad, no recuerdo que se hiciera ningún comentario, hasta que alguien lo señaló como el único caso conocido en el que semejante visita la hubiera padecido un niño."
La cuestión de lo sobrenatural, como la casa embrujada y la existencia de almas en pena, es uno de los temas principales de Otra vuelta de tuerca. Este pasaje pertenece al “Prólogo”, donde un grupo de amigos se entretiene alrededor de una chimenea contando cuentos de fantasmas mientras esperan la llegada de la Navidad. Es importante entender que la nouvelle se desarrolla en la época victoriana. En ese entonces, si bien la mayoría de la población era cristiana y devota, había una importante tendencia a la superstición y una creencia generalizada en fantasmas y cuestiones de índole sobrenatural. En este sentido, cabe destacar que tanto Henry James como su hermano William pertenecieron a la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, en la que estudiaban cuestiones de índole espiritista.
"—Coincido, respecto del fantasma de Griffin o lo que fuera, en que su aparición primero al pequeño, a una edad tan tierna, le agrega un toque particular. Pero no es el primer acontecimiento de este tipo que conozco que se vincule con un niño. Si el niño da otra vuelta de tuerca al efecto, ¿qué me dicen de dos niños...?"
En este pasaje se hace la primer mención al título de la nouvelle. La frase tiene dos posibles interpretaciones, lo que colabora con el sentido de ambigüedad que predomina en el relato: por un lado, puede referir el acto de forzar a algo o a alguien para que actúe de determinada manera. Por el otro, puede hacer referencia a un giro inesperado de la trama o un cambio en el significado esperado, lo que actualmente se conoce como plot twist.
Esta expresión solo vuelve a repetirse hacia el final de la historia, haciendo alusión a la presión que realiza la institutriz sobre Miles para que confiese el motivo de su expulsión en el colegio. En este punto, vale la pena mencionar que la dos veces en que se utiliza esa frase en el relato es en alusión a infantes que son martirizados, en un caso por fantasmas, en el otro por la propia institutriz.
"Era una persona encantadora, pero diez años mayor que yo. Era la institutriz de mi hermana —dijo con suavidad—. Se trataba de la mujer más agradable de su condición que jamás haya conocido; hubiera sido digna de cualquier hombre."
La cuestión del punto de vista es, sin lugar a dudas, uno de los elementos más importantes para comprender la ambigüedad que tiñe los sentidos del texto. Al no haber un narrador omnisciente que logre dar una versión objetiva de los hechos, el relato se encuentra influenciado durante toda la nouvelle por las perspectivas subjetivas de quienes cuentan la historia. El punto de vista es clave, ya que el lector no tiene más que la versión de la institutriz sobre los hechos; no hay intervención de un narrador ni de ninguna otra autoridad narrativa que la respalde.
En este pasaje tenemos a quien narra el manuscrito, Douglas, haciendo una presentación de la protagonista de la historia, la institutriz. Douglas proporciona varios datos sobre la mujer, pero fundamentalmente se encarga de hacerla quedar como una persona confiable. En este sentido, su función dentro del relato es preparar la opinión de sus oyentes -y con ellos, la del propio lector- para que reciban la historia de la institutriz como un relato fidedigno.
"Sonaba aburrido, sonaba extraño, y mucho más debido a su principal condición.
—¿Que era...?
—Que ella nunca debía molestarlo, pero nunca, nunca: ni apelar a él, ni quejarse, ni escribir acerca de nada; sólo enfrentar todos los asuntos por sí misma, recibir el dinero de su abogado, hacerse cargo de todo y dejarlo en paz."
El problema de la incomunicación o lo no dicho es un elemento que estructura la historia de Otra vuelta de tuerca. La prohibición de comunicarse con el tío de los niños colabora en la historia con la producción de suspenso e intriga, ya que obliga a la institutriz a formular constantes suposiciones sobre el carácter de los niños y los sucesos previos a su llegada. Además, es posiblemente uno de los motivos que empujan a la institutriz hacia la obsesión y la locura, ya que la mujer no tiene las herramientas ni el poder para hacerse cargo de ciertas decisiones, pero tampoco tiene con quien contar para que tome las decisiones por ella. Por otro lado, luego de la entrevista con el tío de los niños, el hombre no vuelve a aparecer en el relato. Ello genera que su personaje provoque misterio y expectativas en la trama.
"El motivo por el cual allí y entonces lo incorporé a mi corazón era una cualidad celestial, que nunca había encontrado en el mismo grado en ningún niño: su indescriptible airecito de no conocer en el mundo otra cosa que el amor."
La descripción de los niños como la personificación del Bien es una constante a lo largo de Otra vuelta de tuerca. En este pasaje, la institutriz queda encantada con la presencia de Miles al verlo llegar en el carruaje de su colegio. Antes de eso, la mujer se encontraba ansiosa y preocupada por el contenido de una carta en la que notificaban que el niño había sido expulsado de su escuela. Sin embargo, luego de conocerlo, la mujer manifiesta indignación frente a la decisión de las autoridades del lugar. De hecho, ironiza ante la posible culpabilidad de Miles al decir que “Hubiera sido imposible llevar una mala reputación con mayor dulzura inocente” (40-41).
Esta caracterización sobre los niños debe comprenderse en línea con los valores religiosos victorianos de la época, en los que el orden moral del mundo se divide en el Bien y el Mal. Bajo esta clasificación, la narradora describe a los niños como ángeles puros y celestiales, mientras que los fantasmas son la personificación del horror, la corrupción y lo demoníaco.
"El rostro de mi compañera se había puesto pálido a medida que yo hablaba: sus ojos redondos se sobresaltaron y su boca suave jadeó.
—¿Un caballero? —jadeó, confundida, estupefacta—, ¿él un caballero?
—¿Entonces lo conoce?
Visiblemente trataba de contenerse
—¿Pero es buen mozo?
Vi la manera de ayudarla.
—¿Y está vestido...?
—Con las ropas de alguien. Son buenas, pero no son de él.
Estalló en un gemido sin aliento y afirmativo.
—¡Son las del amo!
Lo tomé al vuelo.
—¿Entonces lo conoce?
Titubeó sólo un segundo.
—¡Quint! —gritó."
Esta pasaje es, para la crítica, una de las pruebas fundamentales de que los fantasmas son reales y no una alucinación de la institutriz. Esta conversación se da entre Grose y la institutriz luego de que esta viera a Peter Quint por segunda vez. En ella, el ama de llaves identifica la descripción del fantasma con el antiguo mozo de cámara del tío de los niños. Sin embargo, quienes sostienen que es todo una alucinación de la mente trastornada de la institutriz insisten en que la mujer influye en la forma de pensar de Grose, que es ingenua y confiada. Por último, la crítica señala el hecho de que la aparición se encuentre vestida con ropa del amo, lo que puede significar que es una proyección de los deseos sexuales de la institutriz hacia él.
"Miles exponía a tal punto su título a la independencia, los derechos de su sexo y su situación, que si súbitamente hubiera exigido su libertad, yo no habría tenido nada que decirle."
Con este fragmento se evidencian las jerarquías sociales que producen en la nouvelle los valores victorianos de la clase social y del sexo. Aunque sus funciones como educadora y su edad deberían bastarle a la institutriz para imponerse frente a Miles, existe un orden social que la obliga a someterse a la voluntad del niño. Pese a tener solo diez años, el hecho de que sea varón y su clase social lo ubican en una posición privilegiada frente a ella. Los privilegios de clase y de género que tiene Miles son mencionados en otros momentos de la novela, al punto de que se hace referencia al pequeño como un “caballero” (31).
"La señorita Jessel estaba de pie delante de nosotras en la orilla opuesta, de la misma forma en que había estado la otra vez, e insólitamente recuerdo, como el primer sentimiento que produjo en mí, un rapto de alegría pues aportaba una prueba. Ella estaba allí, de manera que yo estaba justificada; ella estaba allí, de manera que yo no era cruel ni estaba loca."
Este pasaje cobra importancia para entender el modo en que la ambigüedad estructura Otra vuelta de tuerca. La institutriz y Grose se dirigen al lago a buscar a Flora, quien aprovechó un descuido de la institutriz para escaparse de la mansión. Mientras esta interroga a Flora acerca del motivo de su huida, aparece súbitamente el fantasma de la señorita Jessel al otro lado del lago. Pese a lo que podría esperarse, la institutriz se alegra de la aparición del fantasma debido a que proporciona una prueba que le sirve para justificarse frente a Grose. Ella misma introduce la idea de la ambigüedad, o el vaivén entre dos interpretaciones: que los fantasmas realmente existan o que sea ella quien esté loca.
"Se encontrará conmigo. Confesará. Si confiesa está salvado. Y si está salvado...—¿Entonces usted lo está? —La querida mujer me besó al decir esto y se despidió—. ¡La salvaría a usted sin él! —Gritó mientras se iba."
Este pasaje representa el momento más significativo en la amistad de la institutriz y la señora Grose. Las amigas están despidiéndose para que Grose aleje a Flora de las influencias malignas de Bly y para que la institutriz logre salvar a Miles al hacerlo confesar lo que sucedió en el colegio. A lo largo de la novela, se vuelve evidente el amor inconmensurable que Grose tiene por ambos niños. Sin embargo, en este momento el ama de llaves confiesa que elegiría salvar a su amiga aunque fuera sin el niño.
"Vi que Miles me miraba y, ante la percepción de que ni siquiera ahora estaba seguro y de que nada veía en la ventana, dejé que el impulso ardiera para convertir el clímax de su congoja en la prueba definitiva de su liberación."
En este pasaje, que se encuentra casi al final la nouvelle (capítulo 24), se pone en evidencia la psicología trastornada de la institutriz. La mujer está exaltada e interroga a Miles acerca de su expulsión de la escuela, cuando de pronto se percata de que el fantasma de Quint los observa desde la ventana. Sin embargo, ante la incomprensión angustiosa de Miles, comprueba que el pequeño no consigue ver al espectro. La institutriz toma la congoja del niño como una victoria personal debido a que considera que ha logrado, con sus cuidados, romper el lazo que lo une con el fantasma.
Para entonces, su obsesión por el cuidado de los niños y el deseo de que su trabajo sea reconocido por el tío de ellos se encuentra en el límite. Ya no tiene reparos en someter a Miles y a Flora con tal de sentirse la heroína de la casa. En este punto, si se considera la aparición de Quint como una alucinación de la institutriz, es por culpa de su locura que Miles muere al final del mismo capítulo.