La historia comienza en Nochebuena, con un grupo de amigos que se entretiene contando historias de fantasmas en una casa de campo, en las afueras de Londres. Uno de ellos, Douglas, comparte un relato que posee una “vuelta de tuerca” (18) debido a que involucra a dos niños. Esta historia, dice, le sucedió a una amiga suya, muerta hace veinte años, en su primer trabajo como institutriz de dos huérfanos: Miles y Flora. El empleo se lo ofreció el tío de los niños, un caballero adinerado y atractivo del cual la mujer se enamoró. Sin embargo, dos elementos le produjeron desconfianza respecto a este trabajo: el hecho de que el hombre le prohibiera recurrir a él si algo pasaba, y enterarse que la antigua encargada de los niños había muerto.
El cargo debía realizarse en una vieja mansión campestre llamada Bly. Allí, la institutriz conoce a la amable ama de llaves, la señora Grose, y a sus dos alumnos. Los niños son tan bellos, inteligentes y angelicales que la institutriz queda rápidamente encantada por su presencia. Pese a ello, la mujer recibe en sus primeros días una carta en la que notifican que han echado de la escuela al pequeño Miles, lo que le produce un intenso nerviosismo. Sin embargo, prefiere no decirle nada al niño ni tampoco a su tío, dada la prohibición que este le hizo en la entrevista.
Aunque los días transcurren tranquilos mientras la mujer cuida a los pequeños, llega el momento en que las cosas comienzan a cambiar. Una tarde, la institutriz camina por el parque de la mansión cuando descubre la figura de un hombre misterioso en una de las torres. Unos días después, sucede otro acontecimiento extraño cuando una presencia femenina se les aparece a la institutriz y a Flora en el lago. Finalmente, la institutriz acude a la señora Grose para compartir sus temores. En ese momento, las mujeres descubren que la descripción de las visiones de la institutriz coincide con el aspecto de Quint y Jessel, difuntos criados de la mansión.
A partir de entonces, la presencia de los fantasmas en Bly no deja de acrecentarse. Aunque nadie más que la institutriz asegure verlos, la mujer está convencida de que tanto Miles como Flora se comunican constantemente con los espectros, quienes están ahí para corromper y quedarse con el alma de los niños. La señora Grose le cree, ya que Quint y Jessel eran personas reprochables, tenían un amorío en secreto cuando vivían, y pasaban demasiado tiempo con los niños.
Aunque la institutriz sabe que la presencia del tío de los niños ayudaría a resolver las cosas, elige no llamarlo porque no quiere perder su prestigio frente a él. Pese a ello, llega el día en que la influencia de los fantasmas en los niños la obliga a escribirle: la institutriz y los pequeños comienzan a tener discusiones que ocasionan que Flora ya no quiera verla y que Miles manifieste su deseo de volver a la escuela. Sin embargo, el correo que le escribe al tío sobre los pequeños nunca llega a destino, debido a que Miles se lo roba y lo destruye antes de pueda enviarlo.
Finalmente, la institutriz le pide al niño que confiese el motivo de su expulsión en el colegio, al tiempo que le pregunta si él ha robado la carta. En ese preciso instante, la mujer nota que el fantasma de Quint ingresa en la habitación y la invade como una presencia maligna. Miles también la siente y reconoce que se trata del antiguo criado de la mansión, luego de lo cual se desvanece. Aunque la institutriz lo toma en sus brazos antes de que caiga, lo hace solo para darse cuenta de que el pequeño Miles ha muerto.