Resumen
Escena 1
Es de noche en la habitación de Vania. Marina y Teleguin hablan de que Serebriakov y Elena ya están por partir. También comentan que Sonia y otros cuidan a Vania, preocupados por si intenta suicidarse. Teleguin escondió la pistola.
Escena 2
Astrov quiere irse, pero antes le pide a Vania que le devuelva el frasco de morfina que tomó de su botiquín: si se suicida, ese medicamento involucraría al doctor en la muerte. Vania está avergonzado por haber disparado y fallado dos veces la noche anterior. Le gustaría vivir el resto de su vida de una forma nueva, olvidando todo su pasado. Pero Astrov le dice que para ellos no hay esperanza: ambos son hombres honrados e inteligentes, pero el día a día, durante años, en esa vida despreciable, los envenenó y volvió cínicos.
Ingresa Sonia y consigue que su tío devuelva la morfina. Vania le pide que se pongan a trabajar pronto.
Elena le anuncia a Vania que Serebriakov lo busca. Vania sale. Elena y Astrov se despiden, no sin que antes el doctor intente retenerla. Luego, Astrov dice que Serebriakov y Elena condujeron al ocio y al caos a todos, como si llevaran la destrucción a donde fueran. La mujer y el doctor se abrazan y se despiden para siempre.
Escena 3
Serebriakov le ruega a Vania que no hablen más sobre lo ocurrido y le pide disculpas. Vania le comunica que seguirán enviándole dinero como antes. El profesor se despide de todos y sube al carro. Vania le pide perdón a Elena y ambos se despiden, conmovidos. Luego llega el carro de Astrov y este se despide de todos, evadiendo la pregunta de Sonia acerca de cuándo volverá.
Vania y Sonia se quedan trabajando, mientras María lee uno de sus artículos y Marina bosteza.
Escena 4
Teleguin toca la guitarra. Vania acaricia a Sonia. “¡Cuánto sufro!” (p.66), se lamenta. Sonia cierra con un discurso en el que dice que ambos atravesarán la vida trabajando para los demás, sin descanso, aun en la vejez, y luego morirán. Después de morir, dice, Dios se apiadará de ellos y les dará una vida alegre y maravillosa, en la que finalmente descansarán. Asegura que tiene fe. La niña seca las lágrimas que caen por el rostro de su tío y le promete: “¡Descansaremos!” (p.67).
Análisis
El último acto de la obra devuelve el orden a la finca. Los visitantes se van. Vania y Sonia despiden a Astrov, Elena y Serebriakov mientras se preparan para volver a sus obligaciones. Los habitantes de la finca deben retornar a sus rutinas, pero ahora sin la fuerza que les otorgaba la esperanza que sostenía sus esfuerzos en el pasado. Vania debe trabajar sin la fe que le concedía su admiración por la ciencia de Serebriakov, y tras una discusión e intento fallido de asesinato. Sonia, por su parte, debe volcarse al incansable trabajo, ahora a sabiendas de que no puede sostener ninguna esperanza en relación con Astrov, gracias a que Elena insistió en interrogarlo. “¡Mejor es la incertidumbre! ¡Siempre queda al menos la esperanza!” (p.54), había dicho Sonia actos atrás. Ahora vemos los resultados de la certeza: la anulación total de la esperanza, la pérdida de ese, aunque ilusorio, sostén para transitar una cotidianeidad poco gratificante. Aunque el doctor bromea, todo parecería indicar que tiene razón cuando afirma ante Elena: “usted y su marido –con sólo su presencia– llevan la destrucción por dondequiera que van” (p.64).
Vania y Sonia, entonces, a solas hacia el final de la obra, deben encontrarse con unas vidas que no les producen ningún tipo de satisfacción y en la que ya no pueden sostener ninguna esperanza de cambio. Ambos personajes deberán vivir sin ilusiones, sumergirse en las tareas de la vida diaria para distraerse de sus vidas de silenciosa desesperación. Esta desesperación puede leerse en el gesto de Vania de robar la morfina a Astrov, así como en la lastimosa expresión de deseo que exhibe ante el doctor: “¡Si pudiera vivir el resto de mi vida de una manera nueva!” –dice el protagonista– “¡Despertarme en una tranquila y clara mañana sintiendo que empiezo a vivir otra vez y con todo el pasado olvidado y disuelto como el humo! (Llora.) ¡Empezar una vida nueva!” (p.63).
Tío Vania habla, desde un principio, sobre la frustración de una vida desperdiciada. En relación con este asunto, ningún giro salvador se ofrece mágicamente hacia el final de la pieza: los personajes no logran cambiar sus destinos. Y no solo eso: ahora saben que no pueden cambiarlos. El tono trágico de este acto radica, justamente, en ese clima emocional; lo que parece subyacer a cada parlamento de cada personaje es la sensación, si no la certeza, de que es tarde para todo. O es tarde, al menos, dentro de los límites de la propia vida: “Los que dentro de cien o doscientos años hayan de sucedernos en la vida, puede que hayan encontrado el modo de ser felices; pero nosotros –tú y yo– sólo tenemos una esperanza: la de que nuestras tumbas sean visitadas por gratas apariciones” (p.63), responde Astrov a la expresión de deseo de Vania recién citada. En boca del doctor vuelve a imponerse esta idea del futuro lejano como único lugar de la esperanza. Astrov parece explicar el por qué de su renuncia a la ilusión en vida, al mismo tiempo que el por qué de su condena: “En toda la región no habrá habido más que dos hombres inteligentes y honrados: tú y yo… Sólo que, en cosa de diez años, la vida despreciable, la vida cotidiana…, nos absorbió con sus putrefactas emanaciones, nos envenenó la sangre y…, nos volvimos cínicos como los demás” (p.63). El dolor parece inevitable, al mismo tiempo que no hay a quién culpar por la propia frustración. Según el discurso de Astrov, la causa de la infelicidad yace en el modo de vida que los encierra y condena, en las presiones y tensiones de la vida campesina, en una cotidianeidad aburrida y vulgar capaz de destruir a las mentes más inteligentes y generosas y arrastrarlas a la mezquindad y el egoísmo.
Finalmente, el discurso de Sonia a Vania acaba por determinar la circularidad de la obra. La idea de Sonia de que el reconocimiento llegará de la mano de lo divino había aparecido en la primera escena de la obra, en un parlamento de Marina a Astrov. Recobrada la normalidad de la vida en la finca, la sensación de desesperanza en relación con la propia vida se extiende ahora a la totalidad de los personajes que viven en el lugar, sin importar la edad que tengan. El discurso de Sonia resulta asfixiante en tanto la muchacha, a pesar de su juventud, se comporta como si los años que le quedan por delante estuvieran condenados a ser iguales. El personaje más joven de la obra cierra la pieza con la certeza de que en su futuro no encontrará más que una existencia determinada, previsible, y sacrificada: “¡Hay que vivir! ¡Viviremos, tío Vania!.. ¡Pasaremos por una hilera de largos, largos días…, de largos anocheceres... soportando pacientemente las pruebas que el destino nos envíe!... ¡Trabajaremos para los demás –lo mismo ahora que en la vejez– sin descanso!” (p.66). Lo más terrible es, quizás, que en la idea de futuro el sentido se ausenta del pronóstico, al menos en el período que se identifica con la vida en la tierra. Recién después, el sacrificio valdría de algo:
¡Cuando llegue nuestra hora, moriremos sumisos y allí, al otro lado de la tumba, diremos que hemos sufrido, que hemos llorado, que hemos padecido amargura!.. ¡Dios se apiadará de nosotros y entonces, tío…, querido tío…, conoceremos una vida maravillosa…, clara…, fina!... ¡La alegría vendrá a nosotros y, con una sonrisa, volviendo con emoción la vista a nuestras desdichas presentes… descansaremos! (p.67)
El monólogo resulta conmovedor con la potencia de la escena: mientras Sonia habla, a pesar de que quiere sonar convincente para darse ánimo a sí misma y a su tío, su voz se va debilitando. Al mismo tiempo, Vania comienza a llorar silenciosamente. El subtexto del monólogo de Sonia se apodera de la escena: el relato acerca de lo que sucederá cuando ambos mueran parece el espejo invertido de la realidad, una realidad en la cual el sacrificio no tiene recompensa alguna, siquiera reconocimiento. La fe y la creencia en la misericordia divina se compone precisamente por el deseo incumplido en la realidad, una realidad injusta, indeseable, donde el dolor no tiene compensación, donde los que más trabajan son los más infelices, y los más privilegiados, aunque se dediquen al ocio y obren de mala fe, siguen saliendo beneficiados. Ese subtexto es el que quiebra la voz de Sonia y el que dispara las lágrimas de Vania, como también lo hace la sensación de que incluso ese deseo puede no cumplirse. La fe religiosa alcanza como sostén, como red necesaria para no caer del todo, para que el desamor y la falta de reconocimiento al propio sacrificio no acabe por romperlos en mil pedazos. Sin embargo, esa fe es precisamente eso, una fe: Vania no puede evitar las lágrimas porque sabe que no hay certeza alguna de que su destino pueda ofrecerles un consuelo, ya sea en la vida como después de muertos. Pero, como dijo Sonia, la incertidumbre permite, al menos, sostener la esperanza.