La Loca se alegra de que estén llegando a un control policial ignorando que podría ser el fin para ella y Carlos.
La Loca y Carlos se dirigen en auto al Cajón del Maipo y, a medida que el paisaje se va poniendo más verde y radiante, se muestran cada vez más divertidos, haciendo chistes y riendo a carcajadas. En ese momento, la Loca divisa un control policial y, en tono burlón, porque no se da cuenta del peligro que conlleva esa situación para el joven guerrillero, e incluso para ella, le dice al muchacho: "Carlos, que me hago pipí de risa, que para un poco, que por suerte ahí viene un control de policía" (24). Inmediatamente, el joven se pone nervioso y muy serio y le pide a ella que se ponga el sombrero y se haga la loca. Lo que para ella es un chiste, para el joven es un temor profundo y cierto.
Cuando la Loca hace referencia a la suciedad de la casa de Lupe, esta le contesta que antes tenían una china mugrienta que limpiaba, refiriéndose indirectamente a la propia Loca.
Cuando la Loca visita la casa de sus amigas colas, mira a su alrededor y pregunta si no tienen alguna "Cenicienta que limpie este chiquero" (67), utilizando una metáfora para referirse al estado de suciedad en el que se encuentra el sitio. Lupe le contesta que antes tenían "una china mugrienta y malagradecida que hace tiempo se fue" (67) y ante el comentario de la Loca, que insiste con la mugre, la amiga le responde que "era una rota que aprendió a bordar manteles y ahora se cree culta porque tiene un lacho universitario" (67), dando a entender que la Loca es quien antes, cuando vivía allí, se encargaba de la limpieza del lugar. Si bien el comentario tiene tono sarcástico, ambas se ríen.
Pinochet prepara una torta llena de insectos para sus compañeros de escuela, pero como no se presenta ninguno, es él quien debe comérsela.
Cuando cumple diez años, una entusiasmada madre de Augusto Pinochet le organiza una fiesta de cumpleaños y lo obliga a invitar a todos sus compañeros de curso, a pesar de que el niño sostiene que todos son sus enemigos. Resignado a recibirlos, incorpora insectos en el relleno del pastel de cumpleaños y esto lo anima: "Augustito no cabía de gusto, imaginando sus bocas engullendo la torta, preguntando qué sabor tan raro, qué gusto tan raro, ¿son pasas?, ¿son nueces?, ¿son confites molidos? No, tontos, son moscas y cucarachas, les diría con una risa macabra" (94-95). Sin embargo, las horas pasan y nadie se presenta en el festejo, por lo que su madre le sirve a él la torta, y Pinochet la termina comiendo asqueado y sin poder negarse para no develar lo que hizo.
Pinochet cree que los marxistas están controlados, pero esa misma tarde llevan a cabo un atentado para acabar con su vida.
La mañana del día del atentado, Augusto Pinochet hace expulsar a un cadete de la Escuela Militar que lo está sirviendo en su casa de campo por sus comportamientos, que él considera homosexuales. En el momento en el que, desde la ventana, ve cómo se cumplen sus órdenes y lo sacan a empujones del lugar, se muestra satisfecho y tranquilo; el único estorbo que siente está constituida por una bandada de inofensivos picaflores. El narrador da cuenta del sentir del dictador a través de esta frase: "Así, todo estaba bien: el tarro radial de su mujer en Santiago; ese cadete maricucho expulsado del Ejército; los marxistas controlados y otros bajo tierra; pero el remolino de picaflores seguía allí, alterando el orden de la mañana con su zigzagueo molestoso" (127).
Por lo tanto, él, que cree tener todo bajo control, no sabe que por la tarde sufrirá una emboscada perpetuada por esos marxistas que cree "controlados", que fueron, además, ayudados por alguien a quien él discriminaría por su identidad de género no binaria. Esos picaflores que lo molestan constituyen una alegoría de la disidencia sexual y prefiguran lo que le espera.