Tengo miedo, torero

Tengo miedo, torero Vínculos entre 'Tengo miedo, torero' y el "Manifiesto (Hablo por mi diferencia)", de Pedro Lemebel.

En el "Manifiesto (Hablo por mi diferencia)", discurso leído como intervención en un acto político de la izquierda en septiembre de 1986, en la Estación Mapocho de Santiago de Chile, el mismo mes del atentado a Pinochet que se tematiza en esta novela, Pedro Lemebel, con tacos y una hoz y martillo maquillados en su rostro, interpela y reclama a la izquierda por el lugar otorgado a las disidencias sexuales en sus filas. Es, quizás, el texto más conocido del autor chileno. Podríamos decir que, a través de la novela, Lemebel ficcionaliza ese reclamo que hace, de forma más directa a partir del poema, a las organizaciones militantes, con las que comulga, pero, a la vez, se distancia porque no lo representan.

Este acto performativo, profundamente político y amoroso, abre una pregunta sobre la que el artista insistirá luego en crónicas y en sus presentaciones de “Las Yeguas del Apocalipsis”: ¿cuál es el lugar que la izquierda le asigna a las disidencias? O, mejor, ¿hay lugar para las disidencias sexuales en las filas de la izquierda que dice ser inclusiva y luchar por un acceso más justo para todos? A través de su presentación, desafía la hegemonía heteronormativa y denuncia la exclusión de las disidencias.

Lo primero que hace el autor en este poema-manifiesto/discurso, tal la diversidad genérica en la que puede inscribirse, es decir qué es lo que no es: “No soy Pasolini pidiendo explicaciones / No soy Ginsberg expulsado de Cuba / No soy un marica disfrazado de poeta / No necesito disfraz”. Es decir, no es como Pasolini ni como Ginsberg, escritores homosexuales hegemónicos, sino que es un poeta maricón que no necesita aparentar no serlo u ocultarlo en su imagen; se constituye como persona en su diferencia: “Aquí está mi cara / Hablo por mi diferencia / Defiendo lo que soy”. Y eso lo dice erguido, en un acto de izquierda, vistiendo sus tacones: evidenciando y explicitando lo que puede ser visto como “otredad”. A la vez, se acerca a esos militantes con conciencia social y sostiene: “Y no soy tan raro / Me apesta la injusticia”. Pero no deja de guardar distancias, porque hay una sospecha latente, incluso en la democracia, sobre el acceso a los derechos y la igualdad. Desde la izquierda hablan del proletariado, pero, él afirma, seguro y con experiencia por haberlo transitado, “ser pobre y maricón es peor”.

La experiencia de vida de la Loca en la novela se vincula con lo que se trabaja en este texto. Justamente, lo que la Loca le reclama a Carlos es que no hay lugar para ella en los objetivos de su vida y de su organización. Cuando él le menciona que ella debería escribir y que hay homosexuales en la universidad no se da cuenta de lo que la Loca sí sabe porque lo vivió toda su vida en carne propia: hay lugar para algunos homosexuales en la universidad, pero no para aquellos que son como ella, no para los que rompen todas las normas de la sociedad heteropatriarcal.

Así como la derecha, en la novela, presenta prácticas homofóbicas, la izquierda también. A la Loca no la hacen partícipe de las decisiones, pero la usan en su beneficio. En el manifiesto, Lemebel interpela a las organizaciones que siente que rechazan la diferencia: ¿qué van a hacer con ellos una vez llegado el socialismo? ¿Cómo hacer que esa patria nueva buscada albergue aquello que conciben como abyecto? “¿No habrá un maricón en alguna esquina / desequilibrando el futuro de su hombre nuevo? ¿Van a dejarnos bordar de pájaros / las banderas de la patria libre?”.

Hay muchos versos del manifiesto que nos llevan a pensar en episodios concretos de la novela. La infancia de la Loca es parecida a la infancia que plantea Lemebel en el Manifiesto, es la de “un padre que te odia / Porque al hijo se le dobla la patita”. Las banderas que Lemebel plantea que quiere bordar llevan, como el mantel de la Loca, pájaros libres. La voz poética del manifiesto le pregunta, irónico, a su auditorio: “¿No cree usted / que solos en la sierra / algo se nos iba a ocurrir? / Aunque después me odie / Por corromper su moral revolucionaria”, retrotrayéndonos a Carlos y las dudas ante los sentimientos que le genera la Loca. “¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?”, dice el manifiesto, y se nos aparece la imagen de Pinochet, temeroso de que todo su Ejército se contagie la plaga del cadete homosexual. “Y no hablo de meterlo y sacarlo / Y sacarlo y meterlo solamente / Hablo de ternura compañero”, dice Lemebel, pero pareciera que dice la Loca cuando escucha hablar a Carlos con su voz de macho urgente y se distancia en su uso del lenguaje. “Usted no sabe / Cómo cuesta encontrar el amor / En estas condiciones”, y vemos a la Loca en la última escena, comprendiendo que no hay en Carlos lugar para el amor, incluso cuando él ve su diferencia, pero no está dispuesto a luchar para que haya lugar para esa diferencia. “Usted cree que pienso con el poto / Y que al primer parrillazo de la CNI / Lo iba a soltar todo”, parece una de los reclamos que le hace la Loca a Carlos cuando él le dice que no puede contarle más.

El manifiesto se cierra con una serie de versos que trabajan con el símbolo de los pájaros: “Hay tantos niños que van a nacer / Con una alita rota / Y yo quiero que vuelen compañero / Que su revolución / Les dé un pedazo de cielo rojo / Para que puedan volar”. Esa es la revolución que Carlos no busca y que la Loca le reclama hacia el final, el de una izquierda que sea inclusiva y que incorpore en su lucha a todas las minorías.

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