Vigilar y castigar es una historia de los cambios en las actitudes y prácticas del castigo de los crímenes desde fines del siglo XVIII hasta mediados del XIX. El foco está puesto en las sociedades occidentales, especialmente en Francia e Inglaterra. Pero al contemplar la historia del castigo, Foucault también teoriza sobre cómo opera el poder en la sociedad, especialmente en cómo la gente es entrenada para comportarse "correctamente".
El mayor cambio que Foucault describe en la primera y segunda parte de Vigilar y castigar es del castigo como espectáculo público al castigo como confinamiento privado. Hasta fines del siglo XVIII, el castigo de los crímenes era generalmente asignado por el soberano de un país, como el rey, y llevado adelante en forma de tortura o ejecución pública. A comienzos del siglo XIX, estos espectáculos públicos llegaron a ser reemplazados por formas más "benignas" de castigo, para culminar en última instancia con el encarcelamiento. En la cárcel, el criminal es sustraído de la mirada social en lugar de ser exhibido públicamente. El objetivo del encarcelamiento no es infligir dolor al criminal como venganza por sus actos, sino reformar su personalidad entera para prevenir futuros crímenes.
El cambio de la tortura a las cárceles conlleva una serie de otros cambios. Primero, hay un desplazamiento del cuerpo al alma: reformar el alma en lugar de castigar al cuerpo. Segundo, hay un desplazamiento de pensar el crimen como vulneración del soberano a pensarlo como violación de las normas sociales. El criminal ha violado la norma social, necesita ser reformado para repararla.
La tercera parte de Vigilar y castigar considera cómo una serie de instituciones, incluyendo las cárceles pero también a otras, fueron rediseñadas a comienzos del siglo XIX con el objetivo de entrenar a la gente para comportarse correctamente, donde las cárceles en particular comenzaron a buscar reformar en lugar de vengar. Estas instituciones confinan a sus miembros, les dan un lugar adecuado y los examinan u observan constantemente para que empiecen a comportarse de manera adecuada. Un cuartel entrena soldados al darle a cada uno una función dentro de una jerarquía, tal como las escuelas entrenan a los estudiantes al darle a cada uno una nota y un lugar en el aula. Las personas aprenden a actuar en estas instituciones porque pueden ser observadas y evaluadas en cualquier momento.
Uno de los símbolos principales de este proceso y del nuevo régimen de castigos es el "Panóptico". El panóptico es un diseño para una cárcel que tiene una torre central y celdas dispuestas en un círculo alrededor. Cualquiera que estuviera en las celdas esperaría que el guardia en la torre lo observara en todo momento; de esta forma nadie desobedecería por temor a ser descubierto. Pero Foucault toma el panóptico como símbolo de la organización social en una escala mucho mayor. Para él es así como vive la sociedad occidental en general, no solamente los detenidos en una celda. Siempre nos observamos a nosotros mismos a través del lente de las normas sociales y ajustamos nuestros comportamientos para adecuarnos a la norma correcta. Este tipo de poder, que es la disciplina constante, está en todos lados, porque las normas sociales no pertenecen a nadie en particular, al contrario del poder que pertenecía al rey en el período anterior.
En la cuarta parte Foucault regresa a la institución de la cárcel particularmente y señala que las cárceles no han alcanzado realmente sus objetivos. El crimen sigue sucediendo; los delincuentes siguen siendo liberados sin haber sido "reformados" completamente. Pero la cárcel sigue existiendo, a pesar de sus fallas, por el poder simbólico que tiene en la organización social. Por ejemplo, produce clases de personas, los delincuentes, separados del resto de la sociedad más civilizada, y nos da a la vez un concepto de "buena" y "mala" gente.