"Reflexiona hermana, piensa: nuestro padre, cómo murió, aborrecido, deshonrado, enfrentado a faltas que él mismo tuvo que descubrir. Y después, nuestra madre…pone fin a su vida en infame, entrelazada soga. En tercer lugar, nuestros dos hermanos, en un solo día…el uno por mano del otro asesinados".
"Y ahora que solas nosotras dos quedamos, piensa que ignominioso fin tendremos si violamos lo prescrito y trasgredimos la voluntad o el poder de los que mandan. No, hay que olvidar que somos solo dos mujeres, incapaces de luchar contra hombres; y que somos gobernadas por aquellos que son más fuertes, destinadas a obedecerlos en esta y todavía otras cuestiones más dolorosas".
"Es imposible conocer el ánimo, la inteligencia y juicio de cualquier hombre que no se haya enfrentado a la experiencia del gobierno y de la legislación. Pienso que, quienquiera que, encargado del gobierno total de una ciudad, no se acoge al parecer de los mejores…de tal me parece un individuo pésimo. Y el que en mas considera a un amigo que a su propia patria, éste no me merece consideración alguna".
"[Antígona] se lamentaba con una voz tan aguda como la del ave desolada que encuentra su nido vacío, despojado de sus polluelos. De este mismo modo, a la vista del cadáver desnudo, estalló en gemidos; exhaló sollozos y comenzó a proferir imprecaciones contra los autores de esa iniquidad. Con sus manos recogió en seguida polvo seco, y luego, con una jarra de bronce bien cincelado, fue derramando sobre el difunto tres libaciones y cubrió el cadáver".
"No he creído que tus decretos, como mortal que eres, puedan tener primacía sobre las leyes no escritas, inmutables de los dioses. No son de hoy ni ayer esas leyes; existen desde siempre y nadie sabe a qué tiempos se remontan. No tenía, pues, por qué yo, que no temo la voluntad de ningún hombre, temer que los dioses me castigasen por haber infringido tus órdenes".
"Un sabio dijo un día estas memorables palabras: «El mal se reviste con el aspecto del bien para aquel a quien un dios empuja a la perdición; entonces sus días no están por mucho tiempo al abrigo de la desgracia»".
"Se debe obediencia a aquel a quien la ciudad colocó en el trono, tanto en las cosas grandes como en las pequeñas... No hay peste mayor que la desobediencia; ella devasta las ciudades, trastorna a las familias…En cambio, la obediencia es la salvación de pueblos que se dejan guiar por ella. Es mejor, si es preciso, caer por la mano de un hombre, que oírse decir que hemos sido vencidos por una mujer".
"La ciudad compadece a esa joven, merecedora, se dice, menos que ninguna, de morir ignominiosamente por haber cumplido una de las acciones más gloriosas…Todos los que creen que ellos solos poseen una inteligencia, una elocuencia o un genio superior a los de los demás, cuando se penetra dentro de ellos muestran sólo la desnudez de su alma. Porque al hombre, por sabio que sea, no debe causarle ninguna vergüenza el aprender de otros siempre más y no aferrarse demasiado a juicios".
"Allí yacían, los dos sin vida. ¡El desgraciado ha recibido la iniciación nupcial en la mansión de Hades, y demostró a los hombres que la imprudencia es el peor de los males!"
"Ningún mortal podrá escapar a las desgracias que le están asignadas por el hado".
"La prudencia es con mucho la primera fuente de ventura. No se debe ser impío con los dioses. Las palabras insolentes y altaneras las pagan con grandes infortunios los espíritus orgullosos, que no aprenden a tener juicio sino cuando llegan las tardías horas de la vejez".