"El plano alegre rodeado de huertas, regado por acequias que conducen aguas murmuradoras y cristalinas, las cultivadas pampas que le circundan y el río que le baña, hace de Kíllac una mansión harto poética".
Esta descripción del pueblo presenta el único aspecto que transmite alegría en la novela de Turner.
En este sentido, la naturaleza es descrita en numerosas ocasiones como una fuerza magnífica y grandilocuente. En contraposición, la realidad social mostrará todo lo contrario: tristeza, injusticia, explotación y muerte.
"Las lágrimas fueron el final de aquella demanda, que dejó entre misterios a Lucía, pues residiendo pocos meses en el lugar, ignoraba las costumbres y no apreciaba en su verdadero punto la fuerza de las cuitas de la pobre mujer, que desde luego despertaba su curiosidad".
En esta escena se produce el primer encuentro entre Marcela Yupanqui y Lucía Marín. Marcela le pide ayuda a Lucía, ya que la considera como una persona buena desde un inicio.
Al mismo tiempo, Lucía la escucha con amabilidad e intentará ayudarla. A partir de entonces, ambas mujeres se harán amigas, a tal punto de que Lucía criará a las hijas de Marcela cuando esta fallezca.
"-¡Bonita ocurrencia!, ¿qué le parecen a usted, mi don Sebastián, las pretensiones de esta señorona? -dijo el cura sacando de la petaca un cigarro corbatón y desdoblando las extremidades del torcido.
-No faltaba más, francamente, mi señor cura, que unos foráneos viniesen aquí a ponernos reglas, modificando costumbres que desde nuestros antepasados subsisten, francamente - contestó el gobernador deteniendo un poco el paso para embozarse en su gran capa".
En esta cita observamos la conversación entre el cura y el gobernador, dos hombres bastante cínicos y estructurados.
Ante la solicitud de ayuda que Lucía Marín les realiza para Marcela y su familia, los dos se burlan y dejan en claro que no piensan hacer nada al respecto.
Asimismo, es importante destacar que el gobernador se sorprende de que los Marín, en tanto son recién llegados al pueblo, intenten cambiar el orden que ellos manejan. Esto revela el acostumbramiento que tienen estos personajes a la falta de solidaridad.
"La influencia ejercida por los curas es tal en estos lugares, que su palabra toca los límites del mandato sagrado; y es tanta la docilidad de carácter del indio, que no obstante de que en el fondo de las cabañas, en la intimidad, se critica ciertos actos de los párrocos con palabras veladas, el poder de la superstición conservada por éstos avasalla todo razonamiento y hace de su voz la ley de los feligreses".
En este caso, las palabras de la narradora resultan algo controversiales. Se menciona la 'docilidad de carácter del indio' y el 'poder de la superstición' como si se tratara de personas meramente ignorantes.
En realidad, la colonización a traído aparejado un fuerte proceso de sincretismo, es decir, de mezcla de costumbres y creencias de una y otra comunidad -la española y la precolombina-, al punto tal que se ha hecho difícil distinguirlas.
De todos modos, también apreciamos una fuerte crítica a la influencia ejercida por la figura del cura.
"-[...] Tú tienes que ayudarme, pero con cariño; sin palabras amargas, sin cargo, nada de eso, simplemente debemos hacer que deje la gobernación y, por lo demás, yo echaré sobre mis hombros los resultados; lo tengo meditado. Ahora he de verme con el pícaro cura".
Hablando con su madre, Manuel expresa abiertamente su opinión sobre el gobernador, que además es su padrastro. Este hombre ha participado de los actos injustos de los que también forma parte el cura.
Pero, según Manuel, se lo podría disculpar si dejase su cargo político. Asimismo, vemos en esta cita cómo Manuel sabe distinguir perfectamente el carácter del cura.
"-Ellas son nuestras hijas adoptivas, ellas irán con nosotros hasta Lima, y allá, como ya lo teníamos pensado y resuelto, las colocaremos en el colegio más a propósito para formar esposas y madres, sin la exagerada mojigatería de un rezo inmoderado, vacía de sentimientos -repuso Marín con llaneza".
Aquí podemos observar la importancia que asignan Fernando y Lucía Marín a la educación institucional. En este sentido, la perspectiva de la propia autora parece verse reflejada en estas palabras. El papel de 'esposa' y 'madre' es asignado a las mujeres como si esto fuera lo natural. Además, parece que los 'indios' aún requieren ser 'civilizados' en algún sentido.
Tal es el punto de vista del conjunto general de novelas llamadas 'indigenistas', puesto que no se percatan todavía del conjunto de conocimientos propios de cada comunidad originaria.
Al mismo tiempo, debemos recalcar la crítica constante a la cuestión religiosa, pues Fernando Marín menciona en este diálogo con su esposa que es menester no darle tanta importancia al rezo sin sentido.
"Martina contestó:
-Nacimos indios, esclavos del cura, esclavos del gobernador, esclavos del cacique, esclavos de todos los que agarran la vara del mandón".
De manera llana y cruda, Martina resume en esta breve intervención cómo se ven a sí mismos los representantes de la comunidad quechua de Kíllac.
Esta afirmación genera una poderosa imagen de resignación y sumisión que, sin embargo, no hace más que colocar el acento en la fuerte injusticia social llevada a cabo por quienes ostentan el poder.